He cometido algunos errores de bulto en mis últimos apuntes a propósito de las elecciones catalanas. No voy a incurrir en un nuevo error pretendiendo que el problema es que no me he sabido explicar. Si soy riguroso con otros he de serlo también conmigo mismo: creo que en lo que he escrito he explicado bien... que no había pensado bien lo que estaba escribiendo.
Voy a hacer un breve recuento de los errores que tengo conciencia de haber cometido.
En primer lugar, entiendo que he sido tosco y reduccionista en el empleo de términos imprecisos, tales como «derecha», «izquierda» y «nacionalista español». Los he utilizado más como descalificativos que como calificativos, lo cual no contribuye en nada a mejorar la calidad del debate. Afirmar, por ejemplo, que Ciutadans pretendía desbordar a Piqué por la derecha fue un error. Más correcto habría sido decir que pretenden estar más «fuera del establishment catalán» que Piqué y que lo hacen mostrando una agresividad españolista más tajante y descarada.
Otro error que cometí fue el de identificar anti-nacionalismo catalán con nacionalismo español. Se puede estar en contra de uno u otro nacionalismo sin apuntarse al nacionalismo «contrario». Incluso cabe, en principio, estar en contra de todos los nacionalismos (aunque mi experiencia de la vida me mueva a ser bastante escéptico ante las proclamas de internacionalismo). Por otro lado, el supuesto nacionalismo catalán de algunos supuestos nacionalistas catalanes merecería comentario aparte (y, en todo caso, afinar bastante más los criterios clasificatorios).
En tercer lugar, utilicé de manera demagógica el seudoargumento –que tantas veces he denostado– según el cual si coincides con alguien en criticar algo te haces en cierto modo cómplice de él. Sigo pensando que hay una gran afinidad entre la visceralidad anticatalanista de la gente de la Cope (cuyo núcleo esencial salió rebotado de Cataluña y procedía de ambientes de la izquierda) y el cosmopolitismo sedicentemente «antiprovinciano» de la intelectualidad de Ciutadans, pero eso no se demuestra porque ambos critiquen a los mismos. Como más de una vez he escrito, los enemigos de mis enemigos no tienen por qué ser mis amigos; pueden muy bien ser otros enemigos, sólo que de diferente tipo.
Agradezco las críticas que he recibido. Y no porque hayan sido «constructivas», como suelen decir algunos, sino por acertadas. Las críticas no se dividen en constructivas y destructivas, sino en correctas y erróneas. Aunque si las críticas correctas encima son cariñosas, pues mejor que mejor, claro.