La Comisión formada en el Parlamento de la Comunidad Valenciana para investigar las circunstancias del accidente que provocó la muerte de 43 personas hace un mes ha cerrado sus trabajos con una conclusión que estaba ya dictada antes de que empezara a reunirse: nadie, salvo el conductor del tren, tiene ninguna responsabilidad en lo sucedido. Según la mayoría parlamentaria del PP, esa línea de metro contaba con medidas de seguridad suficientes cuando se produjo la tragedia, de modo que ningún responsable de la empresa pública concernida tiene por qué arrepentirse de nada, y menos todavía renunciar a su cargo.
Lo que no resulta sencillo de entender –lo que no cabe entender de ningún modo, por decirlo sin ambages– es que, contando ese tramo de la línea 1 del tren metropolitano de Valencia con las medidas de seguridad suficientes, según el gobierno de la Generalitat, éste haya decidido la instalación de otro recurso de seguridad suplementario. Porque, una de dos: o el nuevo recurso (una baliza de control de la velocidad de los vehículos) es necesario, y en tal caso el dispositivo de seguridad existente en el momento del siniestro era deficiente, o el control ya era bastante, y entonces lo que van a instalar es superfluo y constituye un uso abusivo del erario, esto es, un despilfarro.
He oído a un caballerete perteneciente al tinglado afirmar que la baliza la van a colocar «a la vista de la alarma social que se ha creado». Dicho sea con todos los respetos, eso no es una explicación, sino otra estupidez. Porque o la alarma social está justificada, y en consecuencia hacen bien en atenderla, o no tiene razón de ser, en cuyo caso en lo que deben gastar sus energías y sus dineros es en explicar a la población que puede estar tranquila porque, salvo conjunción astral nefanda o reiterado designio fatídico del Supremo Hacedor, en el Metro de Valencia todo debe ir, por así decirlo, sobre ruedas.
No son sólo las coartadas manejadas en este caso por las autoridades autonómicas las que ponen a prueba mi apego a la lógica; también las tomas de posición de algunos representantes sindicales. A ellos no les preocupa que los políticos funcionariales del PP queden mal, o incluso muy mal. Lo que les inquieta es verse arrastrados en la caída. Tras el accidente, empezaron por echarse las manos a la cabeza: si ellos ya lo habían avisado, si esa línea del metro es una caca, si a éstos del PP no hay por dónde cogerlos, etc., etc. Pero, de repente, descubrieron la papeleta que se les presentaba. Porque, si sostenían que esa línea del tren metropolitano de Valencia carece de las medidas de seguridad imprescindibles, estaban obligados a reclamar su cierre cautelar. Lo cual, de llevarse a cabo, implicaría un follón laboral de mil narices. ¿Solución? La única que se les ocurrió: se apuntaron a todo a la vez. A las horas pares, declaraban que la línea puede seguir funcionando sin ningún problema. A las impares, que es urgente añadirle medidas de seguridad. Que todo está en orden, pero que varios responsables deben dimitir ya mismo. Y así.
Recuerdo una expresión sardónica que le oí hace años a un amigo valenciano, hombre de humor más británico que fallero. Le pregunté cómo se las arreglaba un determinado político de izquierdas de su tierra para unir en el mismo escrito ideas que se daban de tortas entre sí. Me respondió: «Con grapas. Escribe lo uno y lo otro y lo junta grapando los folios».
Se ve que aquel político hizo escuela.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Con grapas.