Oía ayer al mediodía Radio Nacional mientras miraba con un punto de melancolía el horizonte marino de Santander.
Suele sucederme cuando estoy en la costa y recuerdo que he de volver al centro mesetario que me vienen a la memoria los versos de Nicolás Guillén: «El hombre de tierra adentro / está en un hoyo metido / muerto sin haber nacido».
La locutriz de la radio dispersó mis ensoñaciones con una sola frase de autopromoción: «Escríbanos a nuestro correo electrónico: espanaviajera...». «¿Espana?», me dije. «¡Córcholis, ¿será de pana?»
No; es que las direcciones de correo electrónico y los sitios de la Red son refractarios a nuestra españolísima eñe. La uve doble, que en castellano nos sirve tirando para poco y casi todo de importación, es la reina de internet. Por partida triple: ¡www! Pero la eñe está proscrita.
Hace años, los grandes fabricantes de teclados para ordenador dijeron que iban a suprimir la eñe. Por aquí se armó la de Dios es Cristo. Los indignados, españoles a machamartillo, herederos directos del Cid, Agustina de Aragón y Marcelino Menéndez y Pelayo, demostraron con sus protestas la profundidad de su ignorancia. Cuantos estamos medianamente familiarizados con la edición de textos en ordenador sabemos que la eñe puede ejecutarse de diversos modos. En Word, por ejemplo, anotando Alt + 0241 en las teclas del bloque numérico. Ese signo puede asignarse a la tecla que a uno le dé la gana y ahí queda hasta que el usuario se canse de ello. (Razón, dicho sea de paso, por la que sigue dejándome perplejo que algunos lectores me escriban sin usar la eñe alegando que viven en lejanas tierras en las que no se usa esa letra.)
Se indignaron por lo que carecía de importancia real (era evidente que, por razones de mercado, nunca nos faltarían los teclados con la eñe bien puesta) y guardaron en cambio un perfecto silencio, inequívocamente papanatas, ante la exclusión de la eñe del alfabeto internáutico, decisión segregacionista made in USA por culpa de la cual, sin ir más lejos, la gente de Radio Nacional tiene que proclamar, a efectos de correo electrónico y de acceso a sus páginas web, que trabaja para Radio Nacional... de Espana.
¡Y le llaman a eso «Nacional»!
Hace algunas semanas hubo una asamblea general de peñas del Barça a la que acudieron, como es lógico, representantes de peñas de sitios muy alejados geográfica y lingüísticamente de Cataluña. La asamblea se desarrolló en catalán, lo que provocó las protestas de los representantes de algunas peñas castellanohablantes. En medio de esa tensión, un representante del Barça anunció que a continuación iba a sonar una canción que «como está cantada en inglés» –dijo– «no molestará a nadie». No estaba de coña. Tenía razón para recurrir al sarcasmo. Todavía me acuerdo de la época en que TVE se creía en la obligación de subtitular las canciones de Lluís Lach, pero no, por supuesto, las de Johnny Cash o Tom Jones.
Estoy seguro de que me llevaría mucho mejor con el nacionalismo español si fuera algo menos señoritil y rijoso. Si defendiera sus señas de identidad desde mínimos de rigor intelectual y decencia moral, no dejándose amilanar por los poderosos que avasallan a los pueblos que tienen menos armamento nuclear y trantando con solidaria simpatía a los que tan sólo reclaman su derecho a subsistir dignamente.