El Departamento de Estado de los EEUU acaba de hacer público su informe anual sobre la situación de los derechos humanos en el mundo. Es muy detallado, aunque sólo en parte: habla de todos los países y de todos los gobiernos que le vienen en gana, salvo de los EEUU y del Gobierno de los EEUU.
Les invito a que lo repasen. Verán que examina con criterios extremadamente estrictos lo que sucede en montones de países, incluyendo algunos que son aliados del propio Gobierno de los EEUU, y que les reprocha no atenerse a las leyes y tratados internacionales que protegen los derechos de las personas, pero que no se detiene ni por un momento ante la evidencia de que las mismas ilegalidades que atribuye a otros gobiernos son moneda corriente en los propios EEUU o en las dependencias que los EEUU (*) tienen fuera de sus teóricas fronteras. El lector del informe se quedará estupefacto al ver con qué aplomo el Departamento de Condoleezza Rice denuncia que haya estados que hacen... la mitad de la mitad de lo que ellos están perpetrando en Guantánamo. De hecho, todo el informe es un perfecto ejemplo de apabullante aplicación de la ley del embudo. Los mismos hechos merecen la más severa de las condenas si son otros los que los protagonizan y el silencio más hermético si es la Administración de los EEUU la que los produce.
El primer pensamiento que asalta a cualquier persona medianamente ecuánime que repare en el informe en cuestión es que la señora Rice y su Departamento tienen una caradura descomunal y toman al mundo entero por cretino.
No seré yo quien diga que el suyo no es un descaro antológico, pero creo que vale la pena indagar en los mecanismos ideológicos que les permiten sustentar ese disparate, y hasta creérselo. La respuesta tiene nombre: mesianismo. Los gobernantes de los EEUU están convencidos de que su causa es La Causa y que su defensa lo justifica todo. Los humildes mortales foráneos deben estar sometidos al imperio de la ley, por supuesto, pero ellos tienen permiso divino para hacer cuanto consideren necesario para lograr el progreso del pueblo elegido, o de la parte del pueblo elegido que ellos consideran la esencia del pueblo elegido. No es una idea que les haya sobrevenido en estos días de ahora: recordemos la vieja canción de Bob Dylan With God On Our Side: exterminar a los indios, invadir otros países, entrar en guerras ignotas, convertir a los aliados en enemigos o a los enemigos en aliados... Todo cabe, todo se justifica, si Dios está de tu parte.
Según eso, tiene perfecto sentido desarrollar el programa de armamento nuclear más definitivo, pero prohibírselo a otros. Según eso, es lógico montar tribunales en La Haya para juzgar a los demás y negarse a someterse uno mismo a ningún tribunal internacional. Según eso... Según eso, todo.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Con Dios de su lado.
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(*) Espero que el personal lector disimule que repita una y otra vez «EEUU», pero es que a veces me da el pronto y me niego a utilizar adjetivos tales como «norteamericano» o «estadounidense» (no digamos ya «americano»). Norteamérica abarca tres estados (Canadá, EEUU y México) y el nombre oficial de México es «Estados Unidos de México», con lo que los mexicanos también son «estadounidenses» a su modo y manera. Por mi gusto utilizaría las siglas EUA (de «Estados Unidos de América»), pero el Libro de Estilo de El Mundo, periódico para el que escribo, no lo admite, así que, para no sembrar más caos que el ya existente de por sí, uso eso de EEUU.