Me pilló ayer el anuncio del «alto el fuego permanente» de ETA con el pie cambiado. Estaba en la Facultad de Ciencias de la Información de Santiago departiendo con los alumnos de tercer curso de Periodismo y fue un estudiante el que me dio la noticia. Me habría venido bien afrontar una situación como ésa con más recursos materiales a mi disposición. Tenía ya concertados otros encuentros y entrevistas, pero al final logré hacer un hueco para regresar al hotel en el que estamos alojados y cambiar la columna que ya había enviado a El Mundo, sustituyéndola por otra (ver «Puente de plata») más acorde con el momento, antes de regresar al centro de Santiago para dar la conferencia que tenía prevista sobre «Poder y medios de comunicación».
Saqué algunos ratos sueltos para oír la pequeña radio que siempre llevo conmigo e ir enterándome de las reacciones suscitadas por la noticia. Esta mañana, a muy primera hora, he podido conectarme con Internet y ponerme más al tanto. De todos modos, sigo aún teniendo un fastidioso déficit de información que habré de ir cubriendo durante los próximos días.
Advertido lo cual, señalaré los aspectos que –así, inicialmente– me resultan más preocupantes. Los enumero:
1º) Me inquieta el porvenir que pueda tener la campaña judicial contra Batasuna, cuyo exponente principal es en estos momentos la acción del neo-Garzón de la Audiencia Nacional, Grande Marlaska. Los dirigentes de la izquierda abertzale ya han anunciado que nada de lo que ocurra en ese frente variará su determinación de respaldar la tregua, pero me cuesta creer que nadie sienta la tentación de responder al hostigamiento judicial reactivando la kale borroka y poniéndola en primer plano.
2º) Me preocupa la posibilidad de que, si avanza el diálogo entre el Gobierno de Zapatero y la dirección de ETA de cara a propiciar la autodisolución de la organización armada, pueda haber un sector de ésta que reaccione negativamente, se escinda y reemprenda las acciones violentas. Que surja lo que en la jerga del ramo periodístico solemos llamar «una ETA “auténtica”», en alusión a lo que sucedió en Irlanda. En nuestro caso, y a diferencia de lo que pasó en Irlanda, algo así podría poner el peligro, si es que no dar al traste, con todo lo avanzado a favor de la paz, porque aquí la posición del Gobierno central es mucho más precaria.
3º) Lo cual me conduce al tercer factor inquietante, que es la posición de la derecha española. Ésta, aunque sienta cierto pudor a la hora de manifestar sus verdaderos sentimientos, lo cierto es que no simpatiza nada con la idea de la paz. Primero, porque piensa –con razón– que Zapatero puede obtener de ella un activo electoral de primera magnitud, y segundo porque la permanencia del conflicto favorece el mantenimiento y el desarrollo de su discurso maniqueo y tremendista.
4º) En estrecha vinculación con esto, me da miedo que la posición de la derecha se vea favorecida por las tendencias más enquistadas e inmovilistas del propio PSOE, que no tienen nada de desdeñables y que, además, están en sintonía con muy amplios y enfurecidos sectores de la opinión pública existente del Ebro para abajo.
5º) En fin –al menos por hoy–, temo que Zapatero no se atreva a actuar con la debida determinación para favorecer la marcha de las cosas, tomando medidas rápidas en relación al colectivo de presos vascos (acercándolos a Euskadi, como primera providencia), favoreciendo la constitución de la famosa mesa de partidos encargada de abordar los problemas políticos del llamado «conflicto vasco» y propiciando una campaña de pedagogía política intensiva que vaya remodelando el estado de ánimo de la importante proporción de la ciudadanía española que hoy por hoy se muestra muy reticente a todo ello.
Bueno, tiempo habrá de ir tratando más en detalle todos estos asuntos. Y más.