Los más listos del lugar han descubierto que los gritos y burlas racistas que una parte del público del estadio de la Romareda dedicó a Samuel Eto'o en el encuentro Zaragoza-Barcelona del pasado sábado no reflejan una actitud realmente racista. Sostienen que se trató de una argucia –de mal gusto, por supuesto, pero argucia, a fin de cuentas– destinada a conseguir que el futbolista camerunés perdiera los nervios y jugara mal. Argumentan que tales prácticas no están bien, desde luego, pero que son muy frecuentes en la mayor parte de los estadios de todo el mundo. Y, como prueba de que el racismo de lo sucedido es más aparente que real, aportan el hecho de que el propio Real Zaragoza tiene también jugadores «de color» a los que el público no sólo no insulta, sino que aplaude, y hasta ovaciona, si se tercia.
No sé cuánta gente considerará que estos argumentos son serios y convincentes pero, como no he visto que hayan suscitado mayor rechazo en los medios deportivos –desde luego no el rechazo que creo que se merecen–, he creído que tal vez no esté de más comentarlos.
«Se trata tan sólo de poner nervioso al jugador», dicen. Pero, ¿por qué eligen esa vía para tratar de sacarlo de sus casillas? Todavía no he visto que en ningún campo de fútbol español el público trate de poner nervioso a un jugador de raza blanca gritándole «¡Blanco de mierda!». ¿Son sólo modos malvados de chinchar, sin más trastienda? Pues es raro, en tal caso, que a ningún futbolista alemán se le haya coreado nunca: «¡Nazi, gaseador, genocida!», o cosa semejante.
No. Con los blancos se utilizan otros insultos (¿o debo decir «argucias»?) que son también reflejo de la ideología de quienes los emplean. En el caso de los futbolistas convenientemente blancos –y no digamos si encima son rubios y tienen los ojos azules–, se apela a las hipotéticas habilidades sexuales de sus madres y sus hermanas, o a la posible orientación de su sexualidad. Pero de pieles, nada.
«En casi todos los
estadios del mundo se gritan cosas así», añaden. ¿Seguro? Yo he visto partidos
de fútbol celebrados en África y no he oído que a ningún jugador lo insultaran
afeándole el color de su piel.
«No le demos tanta importancia. Es cosa de una pequeña minoría», alegan. Tampoco ese argumento vale. Esa pequeña minoría se puede explayar porque la mayoría se lo permite. Si los de esa minoría hubieran lanzado gritos contra Aragón, la mayoría los habría sacado a boinazos.
«¿Y cómo explicas que no se metan con los jugadores negros de su propio equipo?», rematan, triunfales. ¡Dios mío, pero si eso es tan viejo como la Humanidad misma! Responde a un principio que, dejándose de afeites, se formula así: «Si aquel al que tienes por inferior te sirve y te es útil, otórgale tu condescendencia, y hasta tu magnánima bondad.»
Y que conste que el público de la Romareda no es ni mejor ni peor. Podía haber sucedido lo mismo en cualquier otro campo de fútbol español.