La victoria electoral del Partido Demócrata de los EUA es un factor positivo, pero cometerá un error quien la interprete como el augurio de una pronta retirada de las tropas norteamericanas de Irak y, menos aún, como el anuncio de una política menos belicosa de Washington en toda la gran franja del mundo que va desde la orilla este del Mediterráneo hasta la frontera china de Afganistán. En primer lugar, porque el sistema presidencialista estadounidense otorga un poder enorme al inquilino de la Casa Blanca en materia de política exterior, y no cabe esperar que Bush vaya a renunciar a él, ni a cambiar sustancialmente de planes. Ayer se declaró dispuesto a «aceptar sugerencias», pero dejó claro que han de apuntar a lograr la victoria; no a admitir el fracaso.
Pero es que, además, la posición de los dirigentes demócratas con respecto a la guerra no es pacifista. Su objetivo, según ha declarado Joe Biden, principal experto del Partido Demócrata en cuestiones de política internacional, es «que las tropas regresen a casa, pero sin dejar el caos detrás», para lo que van a aconsejar al presidente que retire a comienzos del año próximo una cantidad «simbólica» de soldados y que acelere el esfuerzo para lograr que el Gobierno títere de Bagdad asuma el control real del país. No parece que ese objetivo esté precisamente al alcance de la mano. La actual casta dirigente iraquí es demasiado débil y está demasiado dividida como para que Washington pueda aspirar, no ya a la retirada victoriosa de la que habla Bush, sino tampoco al repliegue «honorable» que pretenden los demócratas, y éstos no pueden ignorarlo. Resulta lógico deducir, en función de ello, que las posiciones demócratas con respecto a la guerra tienen más que ver con una política de desgaste de Bush y de atracción del voto descontento que con una voluntad firme y concreta de encaminarse al fin a la aventura militar.
Lo que sí cabe esperar es, si no que cese, que al menos se ralentice la huida hacia adelante de Bush, hasta ahora empeñado en responder a los reveses bélicos con más guerra. También cabe que se le bajen algo los humos en su persistente esfuerzo por cercenar las libertades y reforzar el Estado policial, aunque de entrada ya ha anunciado que prepara un nuevo conjunto de «medidas antiterroristas» de aire más que sospechoso.
En resumen: que no hay muchas razones para echar las campanas al vuelo.