No fue José Bono quien inspiró la sentencia que pretende que «con amigos como él no hacen falta enemigos para nada», pero podría haberlo sido perfectamente. Forma parte de ese género de políticos –de personas, más en general– que se dan aires de llanos, nobles y sencillotes, cuando son retorcidos y peligrosos cual colmillo de jabalí.
He conocido a más de uno. Su especialidad es aplicarse a la defensa de sus intereses personales con auténtico fanatismo, pero disfrazándolo de simpático descuido, de desapego de los tristes egoísmos y miserias humanas, de sincero y solidario interés por todos los prójimos que en el mundo sean. Como Bono, no pocos de ellos se dan un toque de entrañable espiritualidad declarándose «cristianos de base», de los que sintonizan con el mensaje «casi comunista» del hijo sobrenatural de María y putativo de José, el artesano. (*)
Conocí a José Bono, a Pepe Bono (alguien como él siempre tiene un cariñoso sobrenombre familiar), cuando era pasante del despacho de abogado de Raúl Morodo, a la sazón segundo de Enrique Tierno Galván –otro angelito– en el Partido Socialista Popular (PSP). Andábamos por las postrimerías del año 1975 o comienzos del 76. Bono se conchabó con Tierno para vender el PSP al PSOE, hasta entonces su enemigo jurado, a cambio de la alcaldía de Madrid para el «viejo profesor», la promoción como líder castellano-manchego para él y, ya de paso, la desaparición de las muchas deudas que su grupo tenía contraídas. Morodo se les quedó por el camino.
Bono entró en el PSOE como guerrista reconocido. Alfonso Guerra fue su segundo apuñalado por la espalda, aunque no creo que el entonces vicepresidente extrañara la puñalada, igualita a las muchas que él mismo había dado y seguiría dando en los años siguientes, antes de convertirse en la reserva espiritual del seudojacobinismo hispano.
No ha parado. En particular no ha parado de recorrer todos los pueblos de Castilla-La Mancha, a bordo de su autobús electoral («el Bono-Bus»), repartiendo besos y abrazos y recolectando votos rezumantes de patetismo («¡Sabe como me llamo!», se extasía la señora del puesto de verduras del mercado, ignorante de que un hábil burócrata se lo acaba de chivar a la oreja al presidente regional).
La jugada que le acaba de hacer a Zapatero, a cuenta de su amagada y no dada candidatura a la alcaldía de Madrid (¡si Tierno levantara la cabeza!), es de las que hacen época. De todos modos, la culpa no es suya, sino de quienes le prestaron confianza. Quien se acuesta con niños, se levanta meado. Aseguran que Zapatero se la ha jurado y que jamás de los jamases querrá saber nada de él, a partir de ahora. Como le dijo el cadáver a la ambulancia: «A buenas horas».
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(*) En versión anterior, de las 08:00, había escrito «el de Arrimatea», y menos mal que ya no me queda pelo, que si no se me habría caído. Lapsus biblae, habría que llamar a eso. El de Arimatea (que no Arrimatea, que era el patrón de los guateques) fue otro José, como me han recordado, no sin guasa, media docena de lectores/as.
Javier Ortiz. Apuntes del Natural (16 de octubre de 2006).