Hay gente que merece que la colectividad –representada en este caso, y sin que sirva de precedente, por el Estado– le preste ayuda, y hay otra gente que lo merece menos. (No añado que también hay gente que no lo merece en absoluto porque eso me llevaría a una reflexión que no es la que me propongo hoy.)
Merecen ayuda los trabajadores de Delphi, y los de la Bahía de Cádiz en general, que han hecho todo lo que se les pedía que hicieran –trabajar mucho y trabajar bien– para no encontrar al final otra perspectiva que la del paro o, todo lo más, la del empleo precario. Supongo que les habréis oído, a ellos y a sus familiares, mostrando su desesperación ante las cámaras de la televisión. Mostrando una desesperación que, en el caso de bastantes, viene del brazo del calendario: están más cerca de los 50 que de los 40 y saben que ya nadie les va a ofrecer otro empleo estable.
La Administración –la andaluza, al menos– ha aportado ayudas a Delphi. Pero se las ha concedido a la empresa, confiando en que las utilizaría para generar empleo o, al menos, para no destuirlo. ¿Y en qué razones asentaba esa confianza? Casi todas las multinacionales que abren o adquieren instalaciones en España se apresuran a reclamar el respaldo económico del Estado. Lo suelen obtener, y generoso, pero, en cuanto sus cálculos globales les indican que la producción les saldría más barata en otras latitudes, hacen el petate y salen por piernas. Sin devolver un duro, por supuesto. De eso Andalucía sabe ya bastante. ¿Qué les importa a los miembros de un Consejo de Administración con sede en Indiana, USA, que se queden en la calle 1.600 trabajadores de Puerto Real, que lo más probable es que ni sepan por dónde cae?
De inmediato se pone en circulación la palabra mágica: prejubilaciones. No sólo suena con relación al cierre de Delphi («la tecnología de la automoción del futuro», dice su propaganda, con involuntario humor negro); también ronda a los trabajadores de Airbus, cuyos mandamases europeos ya han anunciado que se proponen «reestructurar» la empresa, y a los de Navantia, que ya saben de sobra qué significa eso, y a los de varias industrias más de la bahía gaditana. Las prejubilaciones ayudan a los trabajadores afectados a sobrellevar la crisis mejor o peor, y algo es algo, pero no alteran los datos de una realidad industrial en marcha hacia el desastre.
La gente obrera gaditana se
merece ayuda del Estado, pero orientada al desarrollo de empresas autóctonas competitivas.
No grandes corporaciones de ínfulas faraónicas venidas del quinto carajo con la
pretensión de resultar competitivas a base de pagar salarios rácanos y de
rentabilizar el empleo precario.
Una reconversión de ese tipo es posible: hay experiencias
que lo demuestran. No digo fácil. Tampoco cómoda. Digo posible.
Mientras escribo sobre esa especie de callejón sin salida en el que se está metiendo el sector industrial gaditano tengo delante de mí, en el atril que me ayuda a repasar los datos, un recorte de El País del pasado 19 de febrero. El titular dice: «El sector de la nieve pide créditos para salvar la temporada».
No es lo mismo, me parece a mí. Si yo hubiera puesto un bar-restaurante aquí abajo, en El Campello, en el carrer Sant Ramon, que es por donde pasa ahora mismo la carretera nacional que va a (o viene de) La Vila Joiosa y Benidorm, estaría francamente preocupado, porque se está construyendo una circunvalación por la que un montón de gente se ahorrará atravesar el pueblo, eludiendo de paso la tentación de parar a comer o a tomar algo en mi establecimiento. Pero algo me dice que, si cuando la circunvalación empiece a funcionar, yo me dirigiera a las autoridades exigiéndoles que declararan mi bar-restaurante zona catastrófica, no acabaría de tener un éxito rotundo. Pero pongamos que no fuera algo definitivo y que mi negocio se viera perjudicado sólo provisionalmente porque están reformando las infraestructuras de la zona: tampoco creo que el Estado me aportara una inyección de euros para ayudarme a sobrellevar el disgusto y el vacío de mi caja registradora.
Pues lo mismo o parecido cuando nieva menos de lo debido.
Lo que más me llama la atención de la noticia sobre el sector de la nieve es que sus representantes empresariales no dicen –me remito a la noticia de El País: mi conocimiento directo del ramo es nulo– que este año vayan a tener pérdidas, sino que no van a tener tantos beneficios como otros años, con lo que les va a resultar imposible invertir en el mantenimiento y renovación de las instalaciones. Porque, por lo visto, lo que se embolsan es un dato fijo.
Pero ya he empezado avisando de que no pretendo que los haya que no merecen ninguna ayuda del Estado. Me he limitado a alegar que no la merecen tanto como otros.