Tal como se presenta el panorama de los grandes medios de comunicación españoles, no puedo evitar el sarcasmo que me sugiere, con las debidas variantes, la clásica boutade británica: «Y es que empiezas invadiendo un país vecino y matando civiles por decenas y acabas por dejar que te pongan un pañuelo palestino».
No llevo ya la cuenta de los reproches a Rodríguez Zapatero y a José Blanco que llevo oídos y leídos en las últimas horas, no pocos de ellos procedentes de los medios que suelen ser considerados pro gubernamentales. ¡Dios les guarde de sus amigos! Por lo visto, no hay torpeza más imperdonable que la de permitir que un estudiante palestino se te acerque y te adorne con una prenda tan propia de su pueblo como un pañuelo. ¿Es un gesto impropio aceptar ese presente pero dan muestra de gran astucia y sentido de Estado quienes criminalizan el uso de ese pañuelo?
Lo de Blanco tampoco está nada mal. Se ve que los finos analistas de la política internacional española consideran que el Ejército israelí tira sus cohetes a ojo, a ver si caen en los sitios convenientes, y que los muertos y heridos civiles que causa son víctimas de la mala suerte, razón por la cual atribuirle un comportamiento deliberado en sus acciones de guerra es poco menos que delirante. ¿Son realmente así esos comentaristas o lo fingen? ¿Son capaces de atribuir un grado de incompetencia tan supino a unas Fuerzas Armadas cuyo alto grado de preparación técnica es tan proverbial como su carencia de escrúpulos a la hora de actuar? El secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, afirmó ayer que el ataque israelí contra un puesto de observadores de la ONU, que causó la muerte de cuatro de sus miembros, fue «aparentemente deliberado». ¿También Annan delira, como Blanco? Los observadores contabilizaron nada menos de catorce impactos de misil en el área donde se hallaba el puesto de la ONU. ¿Fueron todos equivocados?
Dicen que el Gobierno de Zapatero se está enemistando torpemente con un Estado democrático. Como si no hubiera estados democráticos –que celebra elecciones y admite el ejercicio de ciertas libertades a sus nacionales– culpables de actos criminales que deben ser obligatoriamente condenados por cualquier defensor de los derechos humanos. Un gobernante democrático puede ser un criminal de guerra, como prueba sobradamente la biografía de Henry Kissinger.
Lo que nuestros gurús mediáticos están pidiendo al Gobierno español es que simpatice con un Gobierno que se ríe de las convenciones y leyes internacionales y pisotea los derechos humanos sin inmutarse. Lo único que consiguen con esa exigencia es retratarse a sí mismos.