Viajo demasiado. Y el caso es que viajar no me gusta. Disfruto alternando el tiempo entre nuestra casa de Aigües, en la costa mediterránea, y el piso que ocupamos en Madrid. Según los momentos y las tareas que tenga pendientes, me inclino por la una o por el otro (cuando puedo elegir, claro; que no es siempre, ni mucho menos).
En todo caso, lo que me gusta es estar; no ir y venir. Pese a lo cual, me paso la vida yendo y viniendo. No sólo entre esos dos puntos, sino también con otros destinos. A Bilbao viajo todas las semanas. Casi siempre en avión, pero al menos una vez al mes me toca ir en coche, por unas razones o por otras. También es raro el mes que no tengo algún viaje por carretera a Santander, que se las trae (sigue sin haber autovía directa).
Cuando viajo en coche y solo, me las arreglo para ocupar el tiempo haciendo algo útil. Voy oyendo las radios, recopilando información de todo tipo y tratando de reflexionar sobre las noticias que más me llaman la atención. O tomando nota de las pifias que salen a pasear por las ondas. Según se me ocurre algo, pongo en marcha un pequeño dictáfono que llego conmigo a tal efecto y lo consigno. Los borradores que escribo mentalmente así, sobre la marcha, suelen convertirse antes o después en Apuntes del Natural o Notas de Humor.
Ayer al mediodía viajé en coche desde Aigües a Madrid. No fue un recorrido muy productivo, pero algo cayó. Así, en el informativo de Radio Nacional en la Comunidad Valenciana me enteré de los muchos ordenadores que hay en los hogares de «los niños de 70 a 17 años». ¿Creéis que la locutora que soltó la pata de banco se inmutó? Ni lo más mínimo. Tampoco estuvo mal la pifia de otro periodista, éste de Radio 5, que ilustró a las 12:55 un repaso a la historia de la bicicleta poniendo una canción del actor y chansonnier francés Yves Montand al que llamó «Aivs» Montand, pronunciando su nombre como si fuera inglés, demostrando con ello su ignorancia en campos tan diversos como la música, el cine… y los idiomas. Me recordó a aquel otro presentador de un informativo de RNE que se refirió al «ex primer ministro francés Laionel Jospin».
El momento estelar de la mañana vino, sin embargo, poco después, de la mano de Rita Barberá, alcaldesa de Valencia. Quizá no lo sepáis, pero hay montado un buen bochinche en la capital levantina a cuento de una directiva europea, asumida por el Gobierno español, que prohíbe a los menores de 12 años utilizar artefactos hechos a base de pólvora, como los petardos. Esa insana costumbre, muy típica de las fiestas valencianas y tipiquísima de las Fallas, ha dejado en el plazo de cinco años –dicho sea para ilustrar sobre la gravedad del problema– a 30 niños heridos de gravedad. Pero muchos valencianos, con su alcaldesa al frente, han dicho que se vayan conjuntamente al carajo la UE y el Gobierno de Madrid, que ellos van a seguir proporcionando petardos a sus hijos. ¡Viva la insumisión municipal! Ayer la alcaldesa, a la hora de la Crida fallera, soltó, con esa voz cazallera tan suya: «¡Nuestra fiesta… que lleva el olor y el aroma de la pólvora…! ¡También para los críos!», y se quedó tan ancha. Según ella, basta con que el asunto quede en manos de los padres. Si los padres dan la venia, que los niños se forren a petardazos. Alguien ha comentado: «¿Y por qué no permite la alcaldesa que los menores de 18 años conduzcan coches, siempre que tengan autorización de sus padres?»
Lo peor es que (ay, la proximidad de las elecciones autonómicas y locales) el Gobierno central dice que se está planteando conceder una moratoria a la aplicación de la ley. Y si algún niño se desgracia, peor para él. ¡Todo sea por las urnas!