Supongo que os haréis cargo de que no soy lo que se dice un experto en asuntos islámicos. En estos días he aportado dos pruebas –al menos dos– de ello. La primera la di cuando, hablando del asunto de las caricaturas, me referí a las «creencias mahometanas», o a la «religión mahometana», o a las dos cosas, no recuerdo bien. No tardaron en hacerme saber que los musulmanes rechazan el uso del adjetivo «mahometano», que consideran despectivo, amén de falto de rigor, porque su Dios no es Mahoma, sino Alá.
La segunda la proporcioné al afirmar que los musulmanes repudian cualquier tipo de representación de Mahoma, incluida la dibujada. Leí ayer en un artículo de Mohamed-Chérif Ferjani, experto en el mundo árabe y profesor de la Universidad Lyon-2, que no es el Islam el que impone esa prohibición, sino algunos teólogos rigoristas adscritos a esa fe. Ferjani aporta un hecho indiscutible: no es raro encontrar en museos de arte musulmán, incluidos algunos situados en países musulmanes, figuras que representan al Profeta.
A decir verdad, lo que he venido escribiendo sobre la crisis de las caricaturas tiene muy poco que ver con los argumentos esgrimidos por los musulmanes indignados. Se refiere, casi en exclusiva, al intento que se está haciendo en Europa por presentar nuestro mundo occidental como el reino de la libertad de expresión, libre de cualquier forma de censura, en contraste directo y pleno con el estilo censor e intimidatorio propio de los islamistas.
Yo no niego que haya mucha censura y mucha intimidación en el mundo islámico. Sé que las hay. Lo que niego rotundamente –y de eso es de lo que estoy escribiendo estos días– es que nosotros vivamos en el paraíso de la libertad de expresión, en total ausencia de censura.
Hubo ayer una noticia que salió de refilón en los informativos, casi como si se tratara de una mera anécdota. Me refiero al hecho de que los organizadores de la Super Bowl de Detroit censuraron las letras de tres de las canciones que iban a interpretar The Rolling Stones en el concierto con el que debían amenizar la final del campeonato de fútbol estadounidense. Eso está muy mal, desde luego, pero es coherente con el carquerío que impera en los círculos dominantes de los Estados Unidos de América. Lo que tiene muy poco de coherente –de aparentemente coherente, al menos– es, de un lado, que los Stones aceptaran autocensurarse y, del otro, que el extenso club de amigos de las caricaturas faltonas no haya emitido una condena inapelable contra ese ataque a la libertad de expresión, vituperando de paso a las emisoras de radio y las cadenas de TV que trasmitieron el concierto como si nada, dando por buena la censura.
Por supuesto que es sólo un ejemplo de los muchos que se producen a diario. A quienes afirman solemnemente que en Europa todas las opiniones tienen igual derecho a expresarse en libertad les pondría yo a buscar un local en Madrid para celebrar un mitin en contra del sumario 18/98. Sé –me consta– que la experiencia les resultaría ilustrativa.
En Europa gozan de plena libertad de expresión quienes emplean la libertad de expresión para felicitarse por lo muy felices y muy libres que somos, gracias a Schengen y a las políticas de ley y orden cada vez más predominantes. Que son los mismos que pretenden que las caricaturas danesas de tintes xenófobos son la quintaesencia misma del libre pensamiento y no tienen nada que ver con las medidas contrarias a la emigración que está tomando el Gobierno derechista de Copenhague.
Siempre acabamos en lo mismo: cada cual habla de la feria según le va en ella.