Publica hoy el suplemento Crónica del diario El Mundo una breve encuesta que ha realizado entre un puñado de columnistas en el que –si no se han arrepentido: aún no he visto el periódico– me incluyen. Me hicieron tres preguntas, a saber: «1ª) ¿Cuál cree que ha sido el peor presidente de la democracia?; 2ª) ¿Cuál fue su mayor error?; y 3ª) ¿Cree que José Luis Rodríguez Zapatero volverá a ganar las elecciones?» Respondí porque, salvo cuando me hacen preguntas que me sumen en una total perplejidad, siempre contesto a los colegas, porque sé lo difícil que es llenar páginas, incluidas las de publicidad, y trato de facilitarles la vida.
En este caso, mis contestaciones fueron escuetas (es lo que me pedían) y tirando a humorísticas. A la primera pregunta, respondí que tanto Felipe González como José María Aznar hicieron un importante y parejo esfuerzo por ganarse el premio al peor presidente de la democracia, de modo que los considero vencedores ex æquo. A la segunda, que el peor error de ambos ha sido el de existir, pero que no cabe reprochárselo, porque es de lo poco en lo que no han tenido ninguna culpa. A la hora de responder a la tercera pregunta, eché mano de una frase del chansonier Maurice Chevalier, que dijo que envejecer es penoso, pero que peor es la alternativa. Con el actual Gobierno de España sucede algo similar.
Sin embargo, cuando me someten a este género de interrogatorios, siempre me quedo con las ganas de discutir la formulación de las preguntas.
«El peor presidente de la democracia», ¿para quién? ¿Para la democracia misma? Pero la democracia es un concepto: ni siente ni padece. ¿Para la mayoría? Pero, ¿quién tiene derecho a hablar en nombre de la mayoría? Las urnas se supone que recogen el deseo de la mayoría, pero no es realmente así (o no del todo, al menos): se inclinan a favor de quien ha obtenido la mayor proporción de votos dentro de la parte de la población que ha votado. El sentimiento de la mayoría (de la mayoría real) es inescrutable. Fuera de eso, hay quienes pueden decir que González fue un gran presidente, porque les fue estupendamente con él, y quienes asegurarán lo mismo de Aznar, si son agradecidos, porque les ayudó a forrarse. Y habrá también muchos que hablen maravillas del uno o del otro porque se han dejado engañar por los propagandistas de ambos, aunque en realidad no les ha aportado gran cosa de positivo.
Algo semejante pasa con la pregunta sobre los errores. ¿Qué es un error? Comete un error quien trata de conseguir algo y fracasa por su propia torpeza pero, si logra lo que busca, ¿qué error ha cometido? Supongo que tanto González como Aznar se habrían regocijado todavía más de haber llegado aún más alto, pero, a nada que sean realistas, deberán reconocer que subieron muy por encima de lo que el doctor Lawrence Peter llamaría «su nivel de incompetencia». Y ahí siguen ambos. En general, puede afirmarse que su vida ha sido un éxito, vista desde los parámetros al uso. La nuestra, por su culpa, no, pero eso no es resultado de ningún error suyo, sino de un grave error colectivo nuestro: haberlos puesto ahí y haberlos aguantado tanto.
De todos modos, me malicio que, cuando a alguien se le ocurre hacer ahora mismo una encuesta sobre quién puede ser considerado el peor presidente de la democracia española, tiene en mente al actual ocupante del puesto. Otro ejercicio más de vudú a la española.
Si ésa es la cuestión, mi respuesta es rotunda: no. Tengo por Rodríguez Zapatero una consideración no muy lejana de la que tuve por Adolfo Suárez. Puede ser un tramposo, un oportunista, un veleta, un mediocre, un irresoluto, un deudor de su propia imagen... y muchas cosas más. Pero no parece un instigador del terrorismo de Estado ni un visionario vicioso de las masacres internacionales. Algo es algo.