El PSOE y el PP se acusan mutuamente de no respetar la independencia de los jueces. El espectáculo es cómico. No cabe tomar partido en la disputa: ambos tienen razón. Ambos han puesto de vuelta y media a los jueces cada vez que se han sentido maltratados por ellos. Todavía está reciente el espectáculo del ácido bórico, con cada uno de ellos cantando loas a la señoría que le convenía y poniendo de chupa de dómine a la contraria.
No es posible tomarse en serio que el partido que llegó a ridiculizar a un juez diciendo que se dedicaba a disputar «a ver quién mea más lejos» se pretenda escandalizado por las faltas de respeto ajenas. Otro tanto hay que decir de la falsa indignación del de enfrente, que tampoco se cortó un pelo cuando la Justicia –por así llamarla– se dedicaba a amparar las actuaciones de los gobiernos de González. Igual han hecho con los fiscales. Los unos y los otros.
He escrito antes que ambos tienen razón cuando se acusan entre sí de no respetar a los jueces. Añadiré ahora que también tienen razón –razones– para no respetar a algunos jueces, particularmente de los que habitan en las más altas instancias del gremio. Todo aquel que ha tenido trato particular con jueces de ésos y les ha oído hablar cuando se sienten a sus anchas, entre supuestos amigos, sabe hasta qué punto hay banderías entre ellos. Lo del Consejo del Poder Judicial es más abierto y descarado –puede permitirse serlo, porque se trata de un órgano político–, pero no demasiado diferente. Cada partido tiene sus jueces. No en nómina, pero tampoco al margen de consideraciones materiales. Los hay que saben que su promoción profesional depende del respaldo político que se ganen. Y luego están los extras, que tampoco son tontería. Las conferencias y los cursos pagados a precio de amigo, por ejemplo.
¿Legal? Sí. Legal y productivo.
A algunos se les respeta poco, y queda feo. Pero es que son muy poco respetables.