Rodríguez Zapatero afirmó ayer que el drama de la inmigración clandestina es lo suficientemente serio como para que resulte indecente hacer política con él. «Hablamos de seres humanos con muchas dificultades. Por eso siempre me ha repugnado hacer política con la inmigración», dijo.
No es la primera vez que denuncio la concepción de la política que alimenta afirmaciones como ésa. Pero me parece importante insistir en ello, porque no tiene nada de lapsus. Es toda una confesión ideológica.
El modo en que se aborda la inmigración ilegal es política. Política de inmigración, en concreto. La propia prohibición de la libre circulación de las personas a lo largo y ancho del mundo –que los diversos estados establezcan requisitos para la entrada de extranjeros en su territorio, condición necesaria para la existencia de inmigración ilegal– es una decisión política. ¿Que resulta imprescindible? Hay quien lo discute, pero a los efectos de lo aquí argumentado da igual: es una opción política.
Quienes defienden que hay que afrontar los problemas derivados de la inmigración ilegal «sin hacer política» parten de dos ideas implícitas. La primera, que cabe encarar esas dificultades con una metodología ideológicamente aséptica, semejante a la de las ciencias positivas. La segunda, que abordarlas desde una perspectiva ideológicamente comprometida es innoble.
Pongo otro ejemplo, sólo que ahora por el extremo opuesto.
Ha habido general cachondeo al conocerse que las dos principales encausadas en la llamada Operación Malaya, la ex alcaldesa marbellí Marisol Yagüe y la ex primera teniente de alcalde Isabel García Marcos, han declarado tras su excarcelación provisional que ellas han sido «presas políticas». Curiosamente, algunos de los que se han tomado esas declaraciones a chirigota son de la misma cuerda de los que afirman que «no hay que hacer política» con la inmigración. Así pues, según los casos, se toman la política como una actividad mezquina o como una labor esencialmente ajena a cualquier interés espurio.
La política no es ni lo uno ni lo otro. Lo es todo y, a la vez, no es nada. Cada cual defiende un modo de afrontar –tanto da que sea consciente o no– las relaciones entre las personas y la administración de las cosas. Eso es la política. A partir de ahí, hay planteamientos políticos estupendos y planteamientos políticos espantosos. Un mismo planteamiento puede ser estupendo para unos y espantoso para otros, y al revés. Depende de los intereses de cada cual y de qué tipo sean sus intereses (altruistas o privados, individuales o de clase, etc.).
En realidad es muy sencillo. Pero es de ese género de sencilleces que muchos prefieren no admitir, porque dificultan el montaje de sus coartadas ideológicas... y políticas.