No me divierte nada que haya gente que se presente en los actos políticos del PP con la intención de reventarlos y, ya de paso y si es posible, dar un meneo a los oradores. No veo que tenga nada de especial que, si un dirigente político se pasea por un mercado montando el número, haya quien le manifieste su desaprobación, le silbe y le diga que se vaya a otro lado a dar la murga, porque la gente tiene derecho a ir al mercado sin que nadie le asalte para soltarle un rollo proselitista. Los políticos que se plantean darse «un baño de multitudes» deberían empezar por averiguar si las multitudes quieren bañarse con ellos.
Cosa distinta es cuando un partido –el que sea– alquila un local, invita a sus simpatizantes y se encierra con ellos para hablar de sus cosas. En ese caso, la suya es una actividad amparada por las libertades de reunión y expresión, que son patrimonio de todas las personas por el mero hecho de serlo.
«Pero es que se trata del PP, que está contra Cataluña», se justifican los que han protagonizado o respaldado las recientes broncas e intentos de agresión –leve, pero agresión– sufridos por Rajoy, Piqué y algún otro. Mi respuesta es clara. Dejo de lado mi desacuerdo con el diagnóstico –en mi criterio, la derecha españolista afincada en Cataluña es también parte de Cataluña, incluso aunque reniegue de ello– para centrarme en destacar lo esencial: que el respeto debido a los derechos y libertades de los demás no puede estar condicionado por la mayor o menor simpatía que nos merezcan sus ideas. Al contrario: es precisamente en la defensa de los derechos y libertades de aquellos cuyos planteamientos más nos repatean en donde debemos dar prueba cabal de nuestro apego a la democracia.
Avenirse a que hablen libremente quienes están de acuerdo con nosotros, o quienes expresan opiniones que no nos molestan gran cosa, carece del más mínimo valor.
«Ellos no son así», me responden algunos. ¡Pues claro que no! Ellos son firmísimos partidarios de cerrar la boca a todo el que lleva su espíritu crítico más allá de lo que consideran tolerable. Por eso clausuraron periódicos, silenciaron radios y penalizaron ideas. Pero ellos no constituyen ningún ejemplo válido. Sólo faltaría que nos miráramos en ese espejo.
Que hablen y digan lo que tengan que decir. No hay por qué temerlo. Al contrario. Por lo general, cuanto más hablan, más se retratan.
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P. D. Por razones seguramente explicables pero que yo no me explico, durante parte de la mañana de ayer el Apunte diario apareció con unos párrafos finales imprevistos, pertenecientes a otro artículo, lo cual hacía mi razonamiento aún más incongruente y estrafalario de lo que ya era de por sí. Pido disculpas a quienes perdieron su tiempo tratando de deducir qué quería decir aquello.