Comí ayer con el corresponsal en Cuba de un importante medio de comunicación europeo. Él no es ni castrista ni anticastrista: se limita a mirar la realidad social y política cubana sin prejuicios, y a evaluar lo que le parece positivo y lo que considera negativo. Una cosa sí tiene clara: «A los cubanos que proclaman su deseo de que el capitalismo se instaure libremente en Cuba, les digo: 'Si eso ocurre, Cuba acabará por parecerse a los países de su entorno, como la República Dominicana, o Haití. Es lo lógico. Una cosa sí puedo asegurarles: no se parecerá a Canadá'».
Mi interlocutor se mostró muy crítico con relación a la política del Gobierno de Zapatero hacia Cuba. Técnicamente crítico, podría decirse. «Mandan allí una importante delegación que mantiene encuentros con los dirigentes cubanos y establecen una política española propia con respecto a la coyuntura de la isla. Es una posición crítica hacia el régimen castrista, pero no antagónica, que el Gobierno de La Habana acoge con respeto. Bien. Se vuelven para España y, a los cuatro días, se suben al estrado con Condoleezza Rice en Madrid y dicen que el Gobierno español persigue el mismo fin que el de Washington, es decir, derrocar el régimen de Castro. Si Moratinos se lo hubiera susurrado a la oreja a la secretaria de Estado, sería una muestra de cinismo, pero no una imbecilidad. Proclamarlo en público significó tirar por la borda todo el trabajo que habían hecho días antes en La Habana. Es de una falta de inteligencia política increíble. Demuestra, además, que no conocen cómo funciona Washington. Bush jamás perdonará a Zapatero lo que le hizo en Irak. Lo odia también por su apuesta por la Unión Europea como rival de EEUU. No le vale de nada ponerse simpático con esto o con lo otro. Pierde el tiempo haciéndolo.»
Acabada esa reflexión –que, por supuesto, fue más larga y pormenorizada–, añadió: «No sigo con el suficiente detalle la política de acá, pero tengo la impresión de que Zapatero ha mostrado la misma torpeza y el mismo espíritu vacilante y pusilánime con respecto al proceso de paz en el País Vasco». E ironizó: «Podía haber tomado ejemplo de Aznar, que hizo en todo momento lo que le pareció oportuno, sin que le temblara el pulso, así se le llenaran las calles de millones de manifestantes».
«Con la misma firmeza que promoví el proceso de paz», proclama ahora Zapatero enfáticamente, un día sí y otro también, «perseguiré ahora las acciones terroristas». Si realmente fuera con la misma firmeza (con la misma falta de firmeza, más bien), ETA no lo tendría tan mal. Pero, por lo que se ve, esta firmeza le sale mucho mejor que la otra.
Claro que no es lo mismo. Ayer también, me hizo una breve entrevista telefónica otro corresponsal extranjero, éste de una agencia de prensa internacional. «¿Cree usted que el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha presionado a los jueces para que encarcelen a Otegi?», me preguntó, entre otras cosas. «No, no lo creo. No le hacía falta. A los jueces les bastaba con constatar que el fiscal del caso pedía la confirmación de la condena. De todos modos, eso es nadar a favor de corriente. A las altas instancias de la Justicia española no hay que jalearlas nada para que empujen en ese sentido. Lo complicado es refrenarlas».
«Y ahora, ¿qué va a pasar?», siguió.
«No lo sé», le dije. «Nada bueno, supongo».