JAIME Y SUS PAPÁS
Jaime va a los toros
Ayer papá me llevó
a los toros. Le habían dado dos invitaciones y le dijo a mamá que por qué no
iban los dos y mamá le dijo que no, porque ella no soporta ver cómo sufren los
animales, y él le respondió que la gente no va a los toros a ver cómo sufren
los toros y entonces yo le pregunté que cómo se las arreglan para no ver sufrir
a los toros si los toros sufren y entonces él me dijo que me estuviera
calladito si no quería llevarme un bofetón, y yo me callé porque, aunque nunca
quiero llevarme un bofetón, es increíble los muchos que me llevo.
Así que fue
conmigo, que tampoco disfruto viendo sufrir a los animales, aunque es verdad
que a veces le hago faenas al perro de la Paqui, la vecina, pero eso es porque
es un perro muy gordo, muy gandul y muy aburrido, igual que la Paqui, y ninguno
de los dos me gusta nada.
Me divirtió bastante entrar en la plaza, porque había mucha gente y mucho lío. Y también me hizo mucha gracia ver cómo iban vestidos los toreros, aunque ya había visto algunas fotos, pero así de verdad dan aún más risa. Le pregunté a papá que por qué van así de raros y me dijo que es como siempre han ido los toreros desde hace siglos y entonces yo le dije que por qué hace siglos iban así de raros y por qué los oficinistas de ahora no van vestidos también como hace siglos y él me cortó y me dijo que si iba a seguir haciendo preguntas bobas me daba una torta. Así que me callé ya todo el rato.
Aunque cuidado que
me habría gustado hacerle preguntas. Sobre todo cuando se puso a hablar con un
señor de al lado y empezaron los dos a decirse cosas la mar de divertidas. Por
ejemplo, cuando un picador le hizo un agujero muy gordo a uno de los toros, mi
padre comentó: «¡Ése le ha hecho mucho daño!». Yo
pensé: «Anda, no, que te lo hicieran a ti», pero no dije nada, claro. Aunque
luego me quedé de piedra, porque el picador le hizo otro agujero al bicho,
todavía más grande y más cerca de la cabeza que el anterior, y entonces el
señor de al lado gritó: «¡Bien! ¡Ese puyazo le va a alegrar
mucho!». Con lo que aluciné en colores.
Otra cosa que me
pareció la monda fue que silbaran a los toros que se escapaban y no querían
hacer lo que los toreros querían. El señor de al lado los llamó «mansos». Yo no
dije nada, pero a mí el toro que me pareció más manso fue uno que se dejó hacer
de todo. De ése, ellos dijeron que era bravo. Pensé que un día que le pille a
papá de un humor menos malo le preguntaré si a él en la oficina, cuando hace
todo lo que el jefe le pide y corre a su despacho cuando le llama, los
compañeros lo llaman «bravo».
Tenía decidido no
decir nada en todo el rato, pero cuando acabó la corrida y salimos, papá me
preguntó que qué me había parecido, y yo le dije que me pasaba como a mamá, que
me ponía triste ver sufrir a los animales, y él me dijo que no había que
fijarse en eso, sino en el arte de la lidia, y que si esto y que si lo otro. Y
yo le pregunté entonces que si cojo al perro de la Paqui y consigo que dé
varias carreras y lo burlo un montón de veces y luego lo mato, si eso también
será arte y me aplaudirán mucho.
Jopé, con todo el tiempo que había estado con la boca cerrada. No me sirvió de nada. Me llevé la torta de siempre.<
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