Columnas de
Javier Ortiz aparecidas en
durante el
mes de agosto de de 2003
(para fechas anteriores, ve al final de esta página)
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Tan distintos, tan iguales |
JAVIER ORTIZ Según un reciente sondeo realizado en EEUU, George W. Bush ha perdido en
el plazo de pocas semanas algo así como el 20% de su prestigio popular. Nueve
puntos en sólo 18 días, según otra encuesta. Sorprenden las
oscilaciones que experimenta la opinión pública estadounidense. No ahora:
desde hace muchas décadas. Se muestra sensible hasta extremos realmente
pasmosos. La brillantez o la torpeza de un político en un debate televisado
motiva su meteórico ascenso o su fulgurante caída. Una frase tenida por
brillante lo catapulta; otra, considerada torpe, lo hunde. El mismo personaje
que ayer era adorado se ve rechazado hoy, pero se recupera pasado mañana y
vuelve a la cima. En comparación con
eso, se diría que la opinión pública española es de granito. Los resultados
del barómetro que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) dio a
conocer anteayer vienen a ser un calco de los que proporcionó hace un año.
Apenas ha variado el apoyo electoral que se le atribuye al PP, pese a que
hace doce meses el Prestige aún navegaba por esos mares de Dios con
las tripas llenas de chapapote y Aznar todavía no había manifestado sus
irreprimibles ansias de meterse en guerras mesopotámicas de la mano de Bush y
Blair. No habiendo motivo
para considerar que los sondeos posteriores fueran filfa pura, habremos de
concluir que buena parte de la población votante española ha dado en
considerar que lo del Prestige y lo de la guerra -sin contar pifias
menores, como las obras fallidas del AVE o la seguridad social del secretario
general madrileño del PP- eran asuntos que Aznar estaba gestionando con
escaso acierto, sin duda, pero que tampoco importaban tanto. Los vio como
errores que merecían un enfado pasajero, un rictus circunstancial de
desagrado demoscópico, pero nada más. Y a votar, que son
dos días. Aparentemente,
estamos ante dos extremos. De un lado, la población norteamericana, que pega
saltos opinantes del 20% por un quítame allá esas pajas (y no me refiero en
este caso a la señorita Lewinsky). Del otro, el grueso del electorado
español, al que cualquier dislate parece resbalarle, así que pasan cuatro
días y todo regresa a su aparente normalidad. No creo yo, sin
embargo, que difieran en gran cosa. Son dos modos de
manifestar lo mismo. La una y el otro demuestran la misma indiferencia hacia
las cuestiones de principio. Les valen como
argumento para una película, o como consigna para un concierto benéfico, o
como coartada para un óbolo solidario. Siempre que no comprometan nada serio,
nada trascendente, nada demasiado contante y sonante. No es cosa de
ahora. El refranero popular recoge de sobra ese sentimiento. «Dame pan y dime
tonto». «Ojos que no ven». «Ande yo caliente». «La caridad bien entendida». Todo es finalmente
aceptable, siempre que pille a la debida distancia. Y siempre que les pille a
otros. [Facsímil del artículo publicado en la edición
digital de El Mundo el 30-VIII-2003] Para volver a la página principal, pincha aquí |
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Los cadáveres de diez |
JAVIER ORTIZ Entiendo –cómo no– que el jefe del Gobierno se emocione al clausurar en solemne
acto ante 560 militantes de su partido las últimas vacaciones que pasará en
Menorca como presidente del Ejecutivo. Comprendo –por supuesto– que el
acontecimiento le nuble por un instante la mirada y que no pueda evitar que
el vago recuerdo de una lágrima, leve cual hilillo de pasmina, asome a su
visión de estadista sensible y –a fin de cuentas– humano. Pero la Policía
española ha repatriado en lo que va de 2003 a más de 53.000 inmigrantes
frustrados. Y en sólo cuatro días ha detenido a 800. Y en un solo día y en
una sola isla canaria ha recuperado los cadáveres de diez. Me hago cargo de
los gravísimos problemas por los que atraviesa la familia Pajares (aunque he
de admitir que no los conozco con el necesario detalle). Admito que deben de
ser no menos terribles los que afrontan los herederos de Imperio Argentina,
excelsa luchadora antifascista, y los que arrostran las ex de Chiquetete, y
Belén Esteban y María José Campanario, y la hermana de la Bazán -que digo yo
que también será Bazán-, y Carmen Ordóñez y el Neyra, a todos los cuales
acabo de oír ampliamente mentados en un programa de la tele. Pero la Policía
española ha repatriado en lo que va de año a más de 53.000 inmigrantes
frustrados. Y en sólo cuatro días ha detenido a 800. Y en un solo día y en
una sola isla canaria ha recuperado los cadáveres de diez. Asumo que es
verdaderamente lamentable que hayan concluido sin éxito los trabajos de la
comisión de investigación ad hoc de la Asamblea de Madrid, y ni se me
ocurre la posibilidad de discutir -¿cómo podría?- que sea una pena que se
hayan frustrado de modo tan lamentable las expectativas de Gobierno de
progreso que alimentaba la mayoría de la población de la Comunidad Autónoma
de Madrid -que tiene la incomparable virtud de ser autónoma de sí misma, o
sea, de Madrid-, y que constituye una verdadera catástrofe que, por culpa de
ello, los madrileños y las madrileñas vayan a tener que votar por segunda
vez, con todos los peligros que eso supone. Pero la Policía
española ha repatriado en lo que va de año a más de 53.000 inmigrantes
frustrados. Y en sólo cuatro días ha detenido a 800. Y en un solo día y en
una sola isla canaria ha recuperado los cadáveres de diez. ¿Podría yo acaso
ser capaz de no participar con todo el corazón del drama humano, hondísimo,
solidario, por el que atraviesa la población de Coín, de cuyo seno ha sido
arrebatada del modo más brutal y sin sentido un alma niña? Desde luego que
no. En modo alguno. Pero la Policía
española ha repatriado en lo que va de año a más de 53.000 inmigrantes
frustrados. Y en sólo cuatro días ha detenido a 800. Y en un solo día y en
una sola isla canaria ha recuperado los cadáveres de diez. [Facsímil del artículo publicado en la
edición digital de El Mundo el 27-VIII-2003. Se han corregido los
errores introducidos por los correctores del periódico] Para volver a la página principal, pincha aquí |
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Los servicios, al contado |
JAVIER ORTIZ Ustedes recordarán la visita a España de John Ellis Bush, gobernador de Florida
y hermano del presidente de los EEUU. Vino por aquí en febrero y provocó la
hilaridad general al calificar a Aznar de «presidente de la República
Española». Pero lo más
significativo de aquel viaje no fue ese desliz chusco, sino el énfasis que
puso el llamado Jeb (así lo apodan, por sus iniciales) a la hora de
agradecer al Gobierno de Madrid su respaldo a la ocupación de Irak, respaldo
que -dijo- «dará [a España] beneficios que no se pueden ni imaginar ahora». La verdad es que
sí se podían imaginar. Y de hecho se imaginaron. Fue uno de los argumentos
más insinuados -y a veces directamente esgrimidos- a la hora de justificar la
posición oficial española a favor de la guerra: había que contar con la
explotación futura del petróleo y con el negocio de la reconstrucción de
Irak. El propio Aznar se refirió en términos apenas velados a ese «interés
nacional» para defender su actitud y, ya de paso, para condenar la «falta de
realismo» de la política de los gobiernos francés y alemán. Ha pasado medio
año y nada de lo que sucede en Irak responde a las previsiones de la realpolitik
aznariana. No me refiero al hecho de que la guerra siga su curso. Dejo
también de lado los compromisos militares adquiridos por el Gobierno español,
ahora mayores que nunca. Apelo tan sólo al gran argumento, a la clave de
todo, a la astuta explicación última: el negocio. ¿Dónde está? Oigo las
declaraciones del representante de un consorcio de empresarios españoles interesados
en participar en la reconstrucción de Irak. Admite que, de momento, no han
logrado prácticamente nada. Dice que está claro que EEUU no va a soltar
prenda. Cree que habrá que esperar a que se forme un Gobierno independiente
en Bagdad (¡toma ya!) para ver cómo introducirse en aquellos mercados. Peor
aún, y todavía más patético: reconoce que la presencia económica de España en
Irak, aunque nunca fue gran cosa, es ahora mismo inferior a la que existía
antes de la guerra. A Aznar, con esa
mentalidad colegial tan suya, le encanta hablar de «los deberes». El siempre
presume de hacer bien los deberes. Pues bien: que haga éstos, y que lleve el
resultado al Parlamento. Es un sencillo ejercicio de contabilidad: de un lado
el haber; del otro, el debe. En una columna, lo que ha gastado el Estado
español en la guerra de Irak; en la otra, lo que ha obtenido. Lo más patético
que tienen la mayoría de estos supuestos expertos en realpolitik,
presuntos especialistas en la compraventa de principios, es que luego llegan
los que deberían pagar sus manejos a precio de oro y los dejan con un palmo
de narices. ¿Cómo era aquello
de que Roma no paga a los traidores? Lo menos que cabría exigirle a un
vendido es que no sea bobo y que cobre al contado. (Facsímil del artículo publicado en la
edición digital de “El Mundo” el 23-VIII-2003) Para volver a la página principal, pincha aquí |
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Lucha de clases |
JAVIER ORTIZ Cándido
Méndez voló para llegar cuanto antes a Puertollano y anunciar a los cuatro
vientos que Repsol YPF cumple todas las normas de seguridad. («Los estándares
de seguridad del sector», dicen él y los suyos. Son así de finos los
sindicalistas de ahora.) Fijada la línea
correcta, los demás jefes de los sindicatos mayoritarios -que es como
se hacen llamar los que cuentan con una burocracia más añeja y nutrida, por
insignificante que sea su afiliación- insistieron en la idea: puesto que
Repsol ya se había puesto de acuerdo con ellos para formar una comisión
conjunta de investigación, todo estaba en las mejores manos posibles. Pero llegaron los
trabajadores de las subcontratas y los pusieron de vuelta y media. Les
dijeron de todo, de «vendidos» para arriba. Hasta hubo quien los llamó
«traidores» (cosa que la verdad es que no entendí muy bien a cuento de qué
venía, porque ellos siempre han sido así). Incluso los
zarandearon. Vi imágenes de la
refriega. Me llamó particularmente la atención con qué empeño alguna gente
próxima a Méndez y Fidalgo gritaba: «¡Unidad, unidad!». ¿A qué unidad se
referían? Es lógico reclamar
la unidad de aquéllos que están en una posición similar y tienen unos
intereses comunes. Pero en el seno de eso que algunos se empeñan en seguir
llamando «la clase obrera», hoy en día, en el mundo capitalista desarrollado,
existe tal diversidad de intereses que bien puede hablarse de auténticas
diferencias de clase. La realidad social del trabajador cualificado y con un
contrato indefinido de los de antes tiene muy poco que ver con la del
obrero eventual, o con la del subcontratado, o con la del inmigrante. No se trata de
diferencias circunstanciales. Son contradicciones. Porque la relativa
seguridad en la que vive una cierta franja de la población trabajadora
occidental se asienta sobre la existencia de muy diversos -y muy numerosos-
colectivos que soportan regímenes laborales de inseguridad y de
sobreexplotación excepcionales. He oído que las
diferencias de estatuto laboral existentes dentro de la refinería de Repsol
YPF son enormes. En horario, en condiciones de trabajo, en sueldo. Los
subcontratados se han unido para reclamar. ¿Por qué? Porque están muy mal. Y
los jefes de los sindicatos oficiales -y quienes se sienten
identificados con ellos- no los respaldan. ¿Por qué? Porque ellos no están
tan mal, ni mucho menos. Antes solía
decirse en plan pedante que el ser social determina la conciencia. Puede
expresarse de manera mucho más llana: cada uno habla de la feria como le va
en ella. Todavía hay
clases. Comprendo que a personajes como Méndez y Fidalgo les cueste
entenderlo, pero es así de sencillo: lo que vivieron el lunes en Puertollano
fue un episodio de lucha de clases. Que se vayan
haciendo a la idea de que es imposible estar a la vez en misa y repicando. O
en la manifestación y poniendo el cazo. (Facsímil del artículo publicado en la
edición digital de “El Mundo” el 20-VIII-2003) Para volver a la página principal, pincha aquí |
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Apocalipsis de estío |
JAVIER ORTIZ «El tiempo se ha
vuelto loco», dicen en un noticiario. Algo tenían que
decir, supongo. Las radios
martillean la sucesión de incendios. El rayo que no cesa. Medio Portugal
ardiendo. Media Extremadura convertida en tea. La isla de El Hierro en
llamas. Bosques enteros de Cataluña que se calcinan día tras día. Y, como si
un golpe sólo pudiera ser sucedido por otro, la refinería de Repsol en
Puertollano que salta por los aires. Nueva York sin
electricidad. Toda la Costa Este norteamericana colapsada. Las imágenes
pertenecen al submundo de la fantasmagoría. Multitudes que corren sin
sentido, sin dirección. Todos los destinos demasiado lejanos, demasiado
altos, demasiado inaccesibles, demasiado blindados. La realidad está
electrificada. Si no hay electricidad, no hay realidad. De chaval me
mofaba de los agoreros de barra de bar que, en cuanto caían tres granizadas
seguidas, ponían cara de expertos y diagnosticaban: «Esto es cosa de la bomba
atómica». ¿De qué es cosa
esto? John Schellnhuber
y otros expertos en el estudio de la degradación atmosférica sostienen que
estamos asistiendo a un adelanto de los cambios climáticos inicialmente
previstos para dentro de dos o tres décadas. La Tierra se convirte en un
inmenso invernadero.A marchas forzadas. El Gobierno de
EEUU sigue sin aceptar las restricciones a la emisión de gases nocivos
acordadas en el Protocolo de Kioto. Con un 5% de la población mundial, EEUU
es responsable de la emisión a la atmósfera de la cuarta parte de esos gases.
¿No va siendo hora de calificar política y jurídicamente ese comportamiento? ¿No quiere Bush
protegernos de las armas de destrucción masiva? Ahí tiene una. Los primeros
análisis del gran corte eléctrico de EEUU y Canadá hablan de riesgos que se
asumieron para abaratar costes. Las eléctricas optaron por transportar
demasiados huevos en una sola cesta. Y los gobiernos de Washington y Ottawa
lo aceptaron. Para no contrariarlas. Vengámonos a casa.
Refirámonos a las instalaciones de Repsol en Puertollano, que se denuncian en
su propio enunciado: están en Puertollano, junto a una población importante.
Y llevan años acumulando accidentes de toda suerte. Hablemos de
incendios. Contabilicen lo que gastan las administraciones públicas en
limpiar los bosques, en reforestarlos con especies autóctonas, en abrir
cortafuegos, en establecer sistemas de vigilancia y de traslado rápido de los
servicios de extinción. No da ni para media docena de cazas supersónicos. La actualidad está
tomando un aire apocalíptico, sí. Pero aquí lo único bíblico que pinta algo
es el cabreo que se merecen los responsables de todo esto. (Facsímil del artículo publicado en la
edición digital de “El Mundo” el 16-VIII-2003) Para volver a la página principal, pincha aquí |
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El coste de la costa |
JAVIER ORTIZ Como no frecuento
demasiado el mar, pensé en darme un baño previo al arroz de turno. Calculé el
tiempo que tardaría en llegar y salí con amplio margen. Iluso. Hecho el
tramo correspondiente de autopista y llegado a la salida de Denia, me
introduje en el vía crucis. Es decir, en la caravana. Dos metros, parar; un
metro, parar; otros dos metros, parar... Hasta Denia, un
siglo. Desde Denia al punto de la cita, otro. Cuando llegué, ni
baño ni gaitas. Era ya la hora de comer. El regreso fue
todavía peor. Para no atravesar de nuevo Denia, opté por tomar la carretera
de la costa: larga, con curvas peligrosas y frecuentada por bastantes
conductores de dudosa sobriedad. ¿Diagnóstico?
Elemental: toda esa zona hace tiempo que ha rebasado su nivel de saturación.
No existen -no podrían existir- infraestructuras capaces de soportar tal
riada humana. Ni en Denia ni en toda la Costa Blanca. Ni en toda la costa
mediterránea. Falla todo. No hay
sitio para aparcar tanto coche; no hay agua para abastecer tanta ducha,
llenar tanta piscina y regar tanto césped y tantos campos de golf; no hay
medios sanitarios para atender tal cantidad de población flotante; no hay
servicios de limpieza para recoger y reciclar tan increíble volumen de
basura; no hay red eléctrica que soporte tantos aparatos de aire
acondicionado... Y no hay residentes fijos capaces de costear con sus
impuestos municipios tan caóticos. Los problemas
están claros. Las soluciones, en absoluto. Se ha desarrollado
un modelo de expansión turística que se basa en la cantidad: más, más y más
veraneantes. La ventaja es obvia: se han democratizado las vacaciones. La
prueba más completa y chirriante la ofrece Benidorm, con sus rascacielos
espantosos y sus playas atestadas. La patronal de la
Costa Azul se burla del modelo del Mediterráneo español: «Con una afluencia
de turistas 100 veces menor, nosotros logramos ingresos comparativamente muy
superiores», dicen. Y es cierto. Pero -dejando a un lado que sea un poco
tarde para convertir El Campello en una réplica de Cannes-, está por ver que
la Costa Azul sea un modelo válido. Todo está cuidadísimo, pero carísimo. Lo
disfrutan cuatro. ¿Tratar de
rectificar la querencia? ¿Poner trabas a los operadores turísticos que mueven
muchísimo dinero, pero que se llevan mucho más del que dejan? ¿Intentar la
diversificación del modelo? ¿Convencer a una parte de la población española
de que la montaña está muy bien y es muy sana? ¿Convencer a los alemanes y
escandinavos de que el Norte también existe? No sé cuál es la
solución. Es una manía muy
humana, tan enternecedora como absurda, la de creer que todos los males
tienen remedio. Ojalá me
equivoque, pero para mí que la costa mediterránea ya no tiene remedio. (Facsímil del artículo publicado en la versión digital de El Mundo de 13 de agosto de 2003) Para volver a la página principal, pincha aquí |
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Fábricas de hiel |
JAVIER ORTIZ Apoya Manuel
Chaves ese diagnóstico severo -no avancemos conclusiones: aparentemente
severo- en la crítica que el jefe del Gobierno español endilgó el pasado
miércoles a los dirigentes del PSOE e IU, a los que reprochó desear que los
soldados españoles destinados a Irak regresen a su tierra natal en féretros. Sostiene Chaves
que «nadie en su sano juicio» podría imaginar algo tan «perverso, cargado de
odio y de resentimiento». Es obvio que el
presidente andaluz no pretendía ser exhaustivo.Porque, por las mismas, podría
haber citado también lo que dijo ipso facto el inquilino de la Moncloa sobre
los planes socialistas de reforma autonómica. Acusó a Rodríguez Zapatero de
estar dispuesto a poner «patas arriba» el entramado institucional y
territorial de España sin más propósito que el de «tapar problemas de
partido». Ya metido en
gastos, hubiera podido Chaves ampliar la sintomatología del caso Aznar
mencionando la acusación que lanzó en idéntico punto y hora contra el
lehendakari Ibarretxe, al que atribuyó el deseo de «borrar la Constitución y
la convivencia» para «doblar la rodilla ante ETA». Dejando de momento
aparcadas las calificaciones médicas, sí parece preocupante el hecho de que
el jefe del Gobierno español se desentienda cada vez más de los juicios
objetivos, centrados en actuaciones concretas y verificables, para dedicarse
a problemáticos procesos de intención. El sabe qué pretenden los demás,
aunque no lo digan -o aunque digan lo contrario-, y los juzga en función de
ello.Mala opción. ¿Por qué hace cada
cual lo que hace? ¿Qué oscuros propósitos le guían? Tal vez Aznar no se da
cuenta de que él mismo podría ser víctima de sus propias técnicas perversas.
Por ejemplo: sus adversarios podrían afirmar que hace lerrouxismo barato a
costa de Maragall -y no digamos de Ibarretxe- para atizar irresponsablemente
el odio entre los pueblos y atraer el voto de la ultraderecha española (que,
no lo olvidemos, sigue teniendo su expresión política en el PP, razón por la
cual no presenta candidaturas propias).Y podrían decir que se ha liado la
manta a la cabeza en Irak, comprometiendo muchas vidas foráneas y locales,
porque es un megalómano de provincias, que se ve en el paraíso cuando se
sienta a la vera de Bush, que es tan zote como él, tan mal orador como él y
tan amigo de los chistes rijosos -contados en la intimidad, eso sí- como él. La hipótesis de
Chaves merece consideración. El poder -el presidente del PSOE ha de saberlo-
ofrece un campo ideal para el desarrollo de toda suerte de desvaríos
mentales. Podrá parecer
raro, pero a mí no me inquieta especialmente que haya gobernantes que estén
más para allá que para aquí. Lo que me inquieta, y mucho, es que haya pueblos
que respalden a gobernantes cuyas neuronas son auténticas fábricas de hiel. (Facsímil del artículo publicado en la versión digital de
El Mundo de 9 de agosto de 2003) Para
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Bufonadas democráticas |
JAVIER ORTIZ Según unánime dictamen de los
testigos, los dos lograron que las acusaciones de corrupción que se
dirigieron mutuamente resultaran creíbles al cien por cien. Pero no fue mérito del debate
propiamente dicho. Sostenía mi difunto padre que
las canciones presentadas a los festivales del ramo, tipo Eurovisión,
Benidorm, etcétera -acontecimientos que él sufría con delectación digna de
Leopold von Sacher-Masoch-, resultaban tan pegadizas que no es que uno se las
aprendiera con sólo oírlas, sino que ya se las sabía antes de que fueran
estrenadas. Algo semejante pasa con las
acusaciones de Gil y Muñoz. Todos dábamos por hecho que son como dicen que
son, incluso antes de que se lanzaran la primera invectiva. Eso es lo peor, de hecho. Contemplando horrorizado aquello
de lo que la mayoría ríe, me asaltan los ripios de El Piyayo: «A chufla lo
toma la gente / y a mí me da pena / y me causa un respeto imponente». No por
los personajes, cuya altura es de infinita bajura, sino por el electorado,
que los puso donde estuvieron, o donde todavía están. No es para broma. Entre otras cosas, porque la
astracanada de Gil y Muñoz tampoco difiere gran cosa del sainete al que nos
tienen acostumbrados el PP y el PSOE en sus disputas de perra gorda. Se
levantan la voz cada dos por tres y se dicen de todo con grandes aspavientos,
pero basta con distanciarse un poco para descubrir que sólo discuten sobre
quién hace mejor o peor... lo mismo. No representan dos concepciones de la
sociedad, dos proyectos de convivencia alternativos.Son sólo dos equipos de
gestión que rivalizan por el control de la misma empresa. Se hace cada vez más difícil
encontrar ciudadanos que se los tomen en serio. El espectáculo de la Asamblea
de Madrid ha elevado al máximo el descrédito del conjunto. La riada de
verborrea puesta en marcha por tirios y troyanos apenas consigue enmascarar
el miedo colectivo a que la luz se haga sobre las respectivas trastiendas. Aquí nadie tiene derecho a
eludir sus contradicciones. Primera: esta gente será lo que
sea, pero ha llegado ahí con el debido respaldo ciudadano. Como Gil. Como
Muñoz. Alguna cuenta habrán de dar quienes los pusieron. Segundo: admitido que todos
éstos son unos impresentables, ¿en qué reserva guardan a los presentables
llamados a sustituirlos? Expulsaron despectivamente la
decencia del tinglado de la política.La descalificaron por ingenua, por
utópica, por improcedente.¿Con qué cara pretenden invocarla ahora? Tienen lo que se buscaron. Sus
Gil, sus Muñoz, sus Tamayo, sus Beteta, sus Nolla. Sus Bush, sus Aznar, sus Blair,
sus Putin, sus Berlusconi. (Facsímil del artículo publicado en la versión digital de El Mundo de 6 de agosto de 2003) Para volver a la página principal, pincha aquí |
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Los nuevos totalitarios |
JAVIER ORTIZ Hoy en día, los últimos
en conocer el contenido de las principales resoluciones judiciales son sus teóricos
destinatarios. ¿Es eso correcto? ¿Figura esa
posibilidad en algún reglamento? Obviamente, no. Entonces, ¿por qué no abre
el Consejo General del Poder Judicial una investigación cada vez que sucede
algo de ese estilo? ¿Por qué no trata de averiguar quiénes quebrantan los
secretos de los que son depositarios, para imponerles el castigo de rigor? Pues porque los investigados
se le reirían en las barbas. Todo el mundo sabe que el propio CGPJ es un
colador lleno de agujeros que filtra todo lo filtrable. Y aún más. Hace un par de
semanas, la Prensa llegó a contar con todo lujo de detalles la decisión que
tomaría el CGPJ sobre un determinado asunto... ¡cuando se reuniera para
deliberar sobre él! Los hay que rizan el rizo de la desenvoltura: conscientes
de la fuerza de su rodillo, dan a conocer las decisiones que piensan
imponer cuando aborden oficialmente el asunto en el órgano correspondiente. Y nadie se escandaliza. O,
mejor dicho: la mayoría se muestra muy satisfecha, siempre que el tribunal –ya
digo: el que sea, cualquiera– resuelva finalmente lo que conviene a los altos
intereses del alto mando. Porque también en eso son de una franqueza digna de
mejor causa: tanto les da que un juez revele sus simpatías por el Gobierno;
lo que les resulta intolerable es que no se muestre beligerante con las
gentes poco adictas o –todavía más grave– que se permita ir por libre y
repartir los palos equitativamente entre tirios y troyanos. Sin ningún ánimo de dramatizar
más allá de lo razonable, creo que conviene señalar que caminamos a marchas
forzadas por la senda del totalitarismo. El totalitarismo se caracteriza por
la intervención de los gobernantes en los más diversos ámbitos de la vida
pública con vistas a uniformizar los patrones de comportamiento. Todos: los
de las instituciones –sean las que sean– y las de los individuos. Pues eso es exactamente lo que
está sucediendo aquí. También con la Justicia. Disentir del Gobierno o buscar
criterios de elaboración propia resultan ejercicios más que sospechosos. La
lógica totalitaria no deja resquicio: si un juez o un fiscal se sale de la
vía, es que quiere que el tren descarrile. Está claro: o es un cómplice del
terrorismo –o un cómplice de los cómplices de los cómplices del terrorismo,
que tanto da– o, en el mejor de los casos, un inconsciente peligroso. Con lo
cual, nada más lógico que apartarlo, denunciarlo y neutralizarlo,
reemplazándolo por otro que actúe como se debe. Todos los poderes del Estado
se certifican mutuamente. Volvemos a los orígenes: nada
puede ver la luz sin su nihil obstat. (Facsímil del artículo publicado en la edición digital de
El Mundo el 2 de agosto de 2003) Para
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Columnas publicadas con anterioridad
[y no
incluidas en los archivos del Diario de un resentido social]
. Segunda quincena de
julio de 2003