Columnas de Javier Ortiz aparecidas en

  

en la segunda quincena de julio de 2003

(en orden cronológico inverso)


Un punto de apoyo

 

Valéry Giscard d’Estaign conminó a François Mitterrand ante las cámaras de la televisión pública francesa:

–¡Usted no se atreve a decirme eso mirándome a la cara!

Y Mitterrand entornó sus ojillos burlones y respondió con una sonrisa de relajada superioridad:

–Por supuesto que me atrevo a hacerlo. En cuanto usted quiera. Ahora mismo.

Y le repitió, sin quitarle ojo, lo que había afirmado momentos antes.

No recuerdo de qué discutían. Da igual. De lo que sí me acuerdo es de que Mitterrand mentía. Pero sólo un perfecto neófito en las lides de la política institucionalizada puede imaginar que otro miembro del gremio vaya a  sentir reparo alguno a la hora de mentir. Es el abecé del oficio.

El portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid, Modesto Nolla, logró sacarme los colores anteayer en su interrogatorio de María Teresa Sáez.

–¡No es usted capaz de mirarme a los ojos!– le dijo.

–Sí lo soy –respondió ella, demostrándolo empíricamente.

Pero Nolla no estaba dispuesto a prescindir tan rápidamente de su recurso escénico.

–¿Y es capaz de mirar a los ojos a su madre? ¿Es capaz de mirar a los ojos a sus hijos después de lo que hizo?

Sobreactuaba Nolla de tal manera que no es que rozara el ridículo: se apropió de él. Pensé por un momento que iba a proseguir con el inventario:

–¿Y es capaz de mirar a los ojos del vecino del 2º D? ¿Y a los de la vendedora de la tienda de ultramarinos de la esquina?

Supongo que el tal Nolla recordará a los primeros espadas de su propio partido cuando estaban en el poder. Y digo yo que no habrá olvidado cómo negaban lo que fuera, si les convenía. Con qué soltura. Con qué desparpajo. ¿Ellos, Filesa? ¡Qué infamia! ¿Ellos, los GAL? ¡De ninguna manera! ¿El suegro del uno, ferretero y testaferro? ¡Jamás! ¿Los sobres de billetes cogidos con cintra adhesiva? ¡Nunca! Y así todo.

Pero tampoco es necesario que el caballero Nolla ejercite su memoria. Le bastaría con haberse mirado él mismo en un espejo durante su farsa interrogante del lunes. Porque no paró de prescindir de la realidad exigiendo a María Teresa Sáez que se avergonzara de «lo que hizo» y demostrándonos que era incapaz de decir de qué delito concreto se suponía que era culpable la señora en cuestión, cometido con qué complicidades, cuándo, cómo y con qué beneficio.

Se cuenta que fue Arquímedes, allá por el siglo II antes de nuestra era, el que formuló el principio fundamental de la palanca: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». El diputado Nolla debería quejarse a su partido expresando el mismo principio, sólo que justo al revés: «No me deis el menor punto de apoyo y lograré que el mundo se nos caiga encima».

 

(Publicada en El Mundo el 30 de julio de 2003)

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Los dos muertos

 

Sostiene el Pentágono que ha hecho públicas las fotos de los cadáveres de los dos hijos de Sadam Husein «para convencer a los iraquíes».

Pero no ha pasado las fotografías sólo a aquellas televisiones y periódicos a los que tiene acceso la población iraquí. Ni siquiera a los de los países a los que podría llegar –en fin, no descartemos que algo así pueda suceder– la maligna influencia retroactiva del derrocado régimen de Sadam Husein.

Los medios que han difundido las instantáneas tampoco se han limitado a incluirlas en sus ediciones especiales para el mundo árabe. No: las han sacado urbi et orbi y en sus espacios más destacados.

Observo que medios europeos que nadie ve ni lee en Irak han reproducido las dos fotografías con mimo rayano en la delectación. Las he visto incluso en algunas portadas a cuatro columnas y a todo color. ¿Para convencer tal vez también a los miopes?

Oh, por Dios: dejémonos de hipocresías. ¿De qué convencimiento nos hablan? ¿Cómo pueden ofrecer esas dos fotos  a modo de identificación irrefutable los mismos que nos han hablado hasta el aburrimiento de los infinitos sosias que tenía Husein padre? ¿Cómo podríamos saber que no se han buscado los cadáveres de dos señores parecidos a los hijos de Sadam?

Valiente tontería: saben de sobra que ya nadie, y menos la Justicia, admite fotos como pruebas. Es facilísimo trucarlas. Y menos cuando provienen de personajes que han demostrado hasta el hartazgo su amor por la mentira. Que presenten análisis del ADN y otros certificados expedidos por autoridades médicas independientes. ¿Los tienen? Dicen que sí. ¡Perfecto! Entonces las fotos sobran.

No. Las macabras, las vomitivas, las crudelísimas fotografías con las que nos revolvieron las tripas ayer a la hora del desayuno los más diversos medios de los cinco continentes no fueron publicadas para demostrar lo que ninguna foto podría demostrar, sino para reconducir el subconsciente de una opinión pública que no para de leer noticias sobre lo rematadamente mal que les está yendo a las fuerzas de ocupación estadounidense en Irak.

Las han exhibido como testimonio del cumplimiento de una venganza. Como trofeo de una cacería.

Recordemos que estamos refiriéndonos a las mismas autoridades y los mismos medios que creyeron ético y prudente mostrar ni una sola imagen de una sola víctima de los atentados del 11-S. Ahora se regodean restregándonos por las narices el fruto de su propia carnicería.

Dijeron entonces que dejar ver aquellas imágenes resultaría desmoralizador para su opinión pública. Busco la cruz de la cara: supongo que estas imágenes las muestran porque les atribuyen un efecto benéfico y exaltante para su causa.

 

(Publicada en El Mundo el 26 de julio de 2003)

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El dilema de Bush

 

«Siria e Irán siguen dando cobijo y ayudando a terroristas. Ese comportamiento es completamente inaceptable», afirmó anteayer George W. Bush en su racho de Texas, con Silvio Berlusconi de sonriente testigo.

Hacía tiempo que el presidente de los EEUU no entonaba la cantinela de Siria e Irán. De hecho, el regreso a esos aires ha cogido de sorpresa a sus propios aliados, que no saben muy bien cómo interpretarlo. Más de un comentarista ha dejado ver su perplejidad: si lo que está deseando es retirar discretamente sus tropas del avispero iraquí, ¿a qué viene ponerse belicoso y lanzar nuevas amenazas?

No es tan absurdo, si se juzgan las cosas desde su mentalidad. Bush considera que los focos de resistencia que perviven en Irak se ven alentados –desde luego en el plano político-ideológico, y también en el logístico, probablemente– por la pervivencia en la región de esos dos regímenes díscolos. «Gamberros», por emplear su terminología. Si Washington consiguiera doblegarlos de una vez por todas e instaurar en Damasco y Teherán sendos gobiernos adictos, los grupos armados anti-estadounidenses de toda suerte y pelaje comprenderían que ya no tienen nada que hacer y podrían ser aplastados sin mayores dificultades. Los EEUU controlarían el conjunto del territorio que va desde la frontera tibetana de Afganistán con China hasta las mismísimas orillas del Mediterráneo: la zona de mayor interés geoestratégico en el mundo de hoy. Sus fuerzas armadas podrían actuar en toda esa franja –atacar, perseguir, limpiarla de nidos guerrilleros– sin necesidad de pedir permiso a nadie.

Bush y su staff –los estrategas que le marcan el paso– son conscientes de que no pueden mantenerse en Irak tal como están ahora. No cabe aceptar que día tras día los medios de comunicación den cuenta de las nuevas bajas sufridas por las fuerzas militares estadounidenses de ocupación. Con las próximas elecciones presidenciales asomando en el horizonte, ese goteo es un desastre para él: desgasta su imagen y aleja a los electores. Todo mejoraría si otros países aceptaran enviar tropas que sustituyeran a las estadounidenses, o si las Naciones Unidas se avinieran a hacerse cargo de los platos que rompió el inquilino de la Casa Blanca con palmario desprecio de la autoridad del Consejo de Seguridad. Pero ambas perspectivas –hecha la excepción de los Aznar de turno– parecen dudosamente realizables a corto o medio plazo.

Por ahí asoma entonces la tentación: no dejar las cosas a medias; ir hasta el final. Huir hacia delante.

En tiempos se decía que la guerra es una cosa demasiado seria como para dejarla en manos de los militares. Ahora vamos viendo que el asunto es más amplio y más grave. El mundo es una cosa demasiado seria como para dejarla en manos de los belicistas, sin duda. Pero no hay opción: son los que lo tienen bajo control.

 

(Publicada en El Mundo el 23 de julio de 2003)

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Montesquieu ha muerto

«Montesquieu ha muerto». Cuando lo afirmó el por entonces vicepresidente Alfonso Guerra hace ya muchos años, se montó la gran escandalera. Lo pusieron –lo pusimos– a caer de un burro. Pero por diferentes motivos. La mayoría le acusó de revolverse contra la esencia misma del Estado de Derecho. Otros no criticamos el diagnóstico, sino su valoración. Le reprochamos que le pareciera bien. Y lo mucho que estaba trabajando para conseguirlo.

De entonces a aquí todo ha ido a peor. No a mucho peor, porque casi todo el trabajo estaba ya hecho. Digamos que a todo lo peor que cabía.

Los mismos que se llevaron las manos a la cabeza escandalizados ante las palabras de Guerra se encargaron de rematar la faena, así que llegaron al poder.

Asumieron también el encargo de elaborar la coartada necesaria para justificarla. Llamaron a eso «la razón de Estado».

Conforme al principio de división de poderes expuesto en su día por Charles de Secondat, barón de la de Brède y de Montesquieu, el Estado de Derecho consta de tres brazos –el ejecutivo, el legislativo y el judicial– que tienen, entre otras muchas, la fundamentalísima función de vigilarse entre sí para evitar sus eventuales excesos. El equilibrio general del Estado surge de la acción moderadora de esos tres poderes, cada uno de los cuales atiende a que ninguno de los otros dos exceda el terreno de sus competencias. Fruto de esa interacción es la tradicional relación tensa, propia de los estados de Derecho, entre los protagonistas de cada uno de los poderes y, muy especialmente, entre el ejecutivo y el judicial.

Basta con constatar cuán idílicas son hoy en día las relaciones entre el Gobierno y los órganos superiores de la Justicia para confirmar que, en efecto, Mostesquieu pasó hace tiempo a mejor vida. Jueces y ministros departen amigablemente e intercambian criterios y propósitos. El Tribunal Supremo se ajusta una y otra vez a los deseos del Gobierno. El Tribunal Constitucional –entrenado en ello desde la bochornosa sentencia de Rumasa– tampoco falla cuando lo que se juega es una «cuestión de Estado». Todo el mundo habla con total desenvoltura de la adscripción partidista de los magistrados de mayor ringorrango: que si éste es de la cuerda del PP, que si aquel otro es de la del PSOE... El caso más descarado: creo que ya no queda ni un solo magistrado de la Audiencia Nacional que no haya sido condecorado por el Ministerio del Interior. Algunos, con medallas pensionadas, de ésas que dan dinero. ¡La Policía festejando a los jueces! Lo nunca visto ha pasado a ser rutina. Ya, hasta aparecen comunicados elaborados mano a mano entre ambos.

Faltos de vigilancia y de freno, convertidos los tres poderes en uno solo, nada hay ya que impida sus excesos. Por eso menudean. E irán a más.

 

(Publicada en El Mundo el 19 de julio de 2003)

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