Apuntes del natural
[Del 5 al 11 de marzo de
2004]
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Silencio
(Jueves 11 de marzo de 2004)
Había escrito
largo y tendido sobre el atentado de Madrid. Entre otras cosas, había escrito:
«Aunque ETA no haya dicho aún nada –no suele hablar tan
rápido–, parece claro que la masacre es cosa suya. No sólo porque sea difícil
imaginar otra hipótesis –aunque yo no haya podido evitar hacerlo–...»
Pero acabo de
escuchar unas declaraciones de Arnaldo Otegi. Dice que «ni siquiera como
hipótesis» se plantea la posibilidad de que se trate de un atentado de ETA.
¿Se arriesgaría
a decirlo sin mayor fundamento que sus pálpitos personales?
No lo sé. Así
que mejor me callo.
Tiempo habrá de
hablar, cuando sepamos.
–––––––––––
Nota.– En una
versión anterior de este apunte, víctima de las prisas y los nervios, se me
había colado una espantosa falta de ortografía. Y en cosa de nada me han
llegado en tropel los avisos. Compruebo que la gente está volcada en la Red,
tratando de saber, de conocer las reflexiones de los demás, de ir haciéndose un
criterio más ajustado. Cuando las vísceras se remueven, el cerebro se hace más
imprescindible que nunca.
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La gente normal
(Miércoles 10 de marzo de 2004)
Aznar dice que
al PP le vota «la gente normal». No alguna
gente normal, sino la gente
normal. Se deduce de ello que quienes no votan al PP –pudiendo hacerlo, se
supone– no son normales.
Niego la mayor.
Si normal es quien responde a la norma, votar al PP no es normal. Por cada
ciudadano o ciudadana que vota al PP hay dos que no lo hacen. Dicho de otro
modo: lo normal es no votar al PP.
Cabe la
posibilidad de que lo que el aún presidente de Gobierno esté tratando de decir
es que quienes no votan al PP no son normales... porque son subnormales. No lo
descarto, sobre todo después de oír a Rajoy decir que el PP es el partido de
las personas inteligentes. Ése es un viejo runrún del candidato: en sus años
mozos defendió la tesis de que la desigual distribución de la riqueza tiene una
base genética. Según el joven Rajoy, quienes son pobres lo son, sencillamente,
porque la sesera no les da para más.
La verdad es
que a esta gente, en materia de excesos reaccionarios, no le falta de nada.
El último
hallazgo del candidato: él sabe que quienes votan a otros partidos lo hacen por
movitaciones inconfesables. Si fuera menos sectarios, aceptarían la evidencia,
a saber, que el PP es superior. Conclusión lógica, oída anoche de labios de
Rajoy: «Si tuvieran un poco de patriotismo (sic!),
dirían: “Que sigan ésos”». ¡Literal!
En su
inteligencia sin par, desde las superioridad de sus genes, han descubierto que
la política es una Ciencia exacta. La ideología no pinta nada. Ellos saben que
basta con mirar la realidad con inteligencia para comprender de inmediato que
la perfección del comportamiento del PP es como la gravitación universal: cae
por su propio peso.
Por Dios: o el
disparate cesa ya, pero ya, y estos señores dejan de decir sandeces a todas horas,
o a mí me da algo.
Decididamente: si esto es lo normal, me
apeo.
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El nuevo
delegado del Gobierno en la Comunidad Autónoma Vasca ha instado al lehendakari
a que retire de los libros de texto la expresión Euskal Herria.
Carlos Urquijo
–que es como se llama el menda– pretende que se trata de una denominación
política inaceptable.
Es inaudito que
alguien que vive en Euskadi (¿en qué Euskadi vive?) no sepa que el término Euskal Herria no es político, sino
cultural. Se refiere al conjunto de la población –y, por analogía, del
territorio– en el que se habla euskera. Por lo demás, es cualquier cosa menos
un invento reciente: siglos antes de que nadie pensara en la posibilidad de
promocionar el nacionalismo vasco, ya quedó escrito en publicaciones varias, y
ha sido empleado sin prevención ideológica ninguna por personas tan poco
nacionalistas como Pío Baroja.
¿Debe quedar
prohibido que los chavales aprendan que hay un término que se refiere a la
comunidad lingüística vasca? ¿Hablar de «la América Hispana» quiere decir que
España desea imponer de nuevo su gobierno a Hispanoamérica?
Da grima tener
que discutir bobadas como ésta.
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Volando en tierra
(Martes 9 de marzo de 2004)
Tomo notas para
este apunte desde un avión parado en tierra. Debería estar volando a Bilbao,
donde me toca dar una conferencia («España
mira a Euskadi. Diagnóstico: miopía, astigmatismo y vista cansada»), pero
el comandante acaba de anunciarnos que tenemos un retraso previsto en al menos
45 minutos.
Nada más
irritante que perder el tiempo sentado en el espacio agobiante, incómodo como
pocos, que las compañías aéreas reservan a los pasajeros de segunda.
Odio viajar en
avión, pero no porque me dé miedo –sé de sobra que no es el sistema de
transporte más peligroso–, sino porque resulta normalísimo que lo que se supone
que debería suceder no suceda: ora te anuncian que lo mismo no vuelas porque
han vendido más billetes que plazas tiene el avión –y no una ni dos: 40, en un
viaje que hube de realizar hace un par de años a Las Palmas–, ora te hacen
saber por la megafonía que la salida de tu avión tiene un retraso espectacular,
ora te enteras de eso mismo cuando ya te han embarcado (como hoy), ora te
pierden la maleta, o te la rompen... Ignoro si seré eso que llaman «gafe», pero
hace tiempo que no hago un viaje en avión en el que no sufra algún
contratiempo.
Miro, para
matar el tiempo, la carta de comidas y bebidas que Iberia pone «a disposición
de los señores clientes» en sustitución del refrigerio que antes daba gratis.
La azafata habla de ello con voz desmayada: pretende que ofrecen «una amplia
variedad» «a precios muy económicos». Observo el despliegue de imaginación que
le han echado para bautizar de distintos modos al bocata de jamón. Solo tienen
un par de modelos de sandwich, otro par de bocatas y dos ensaladas, que vienen
a ser la misma preparada de dos modos ligeramente distintos. La cafetería del
Talgo ofrece mucha más variedad. De los precios, mejor no hablar: 9 euros el
bocata y 2,5 la cerveza. Un chollo: 2.000 chuchas por un bocata y una lata de
¼, de ésas que fabrican especialmente para los aviones (yo, al menos, no las he
visto en ningún otro sitio). Obviamente, me abstengo.
z
Al final voló.
Se ve que el comandante había quedado a cenar en Bilbao, porque hizo el viaje,
previsto normalmente en 50 minutos, en poco más de media hora. No sabía yo que
también al avión se le puede pisar a fondo.
Con todo y con
eso. Calculo: salgo de casa a las 16:30 y llego al centro de Bilbao a las
20:00. Tres horas y media. Es lo que tardo habitualmente cuando hago ese mismo
recorrido en coche. Sólo que me pongo en la carretera a la hora que me da la
gana, voy escuchando mi música favorita, paro cuando quiero y me sale todo
mucho más barato. Como, además, no suelo viajar cuando lo hacen las masas
populares, no soporto atascos. Añádase que las garantías de que las cosas se
desarrollen conforme a mis previsiones son mucho mayores. Y que puedo aprovechar
para comprar vituallas en el mercado de Bilbao de ésas que echo en falta en
Madrid. Y que no me obligo a pasar por ningún arco detector de metales en el
que localizarme las tijeritas que siempre olvido retirar del neceser.
En esas
condiciones, ¿qué éxito puede tener conmigo la recomendación de usar transporte
colectivo?
Yo, el coche.
Salvo cuando me pilla mar de por medio. O hay AVE.
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Un baño de modestia
(Lunes 8 de marzo de 2004)
El ministro de
Justicia, José María Michavila, se dirigió en términos insultantes y altaneros
a un juez en prácticas que había osado
criticar la situación de la Justicia española. Lo hizo en público, en una
recepción que se celebró el pasado 29 de febrero en el Ministerio de Justicia
francés. Es decir, ante muchos testigos. Ante demasiados.
Si se tratara
de un incidente aislado, con llamar al orden al ministro y afear su conducta
podría valer. Pero lo más preocupante del desplante de Michavila es que está en
perfecta sintonía con los aires cada vez más arrogantes de sus compañeros de
Gobierno y de partido, con el todavía presidente Aznar a la cabeza. Aún no me
he recuperado del estupor que me provocó el otro día cuando intentó cubrir las
mentiras de Trillo sobre el accidente del Yakovlev reclamando con impostada
solemnidad «que dejen en paz a los muertos». ¿Intenta que creamos que los
familiares de las víctimas insisten en sus quejas porque pretenden obtener
rentabilidad electoral de su desgracia?
Toman a la
ciudadanía por menor de edad mental. Zaplana declara: «No he mentido ni una
sola vez». Y, obviamente, miente.
Desde los euros
de propina a la Prensa hasta el desprecio y el insulto a los rivales –que
cuando no son tontos son perversos, si es que no borrachos–, la exhibición de
prepotencia que ofrece el alto mando aznarista es de mucho cuidado, dicho sea
en el más literal de los sentidos.
No es, por
desgracia, la primera vez que asistimos a un espectáculo de ese mal estilo.
Cuando fue dueña y señora de la vida política española, la casta dirigente del
felipismo realizó un despliegue similar de insufrible soberbia.
El factor común
es evidente: la mayoría absoluta. Por razones que deben de hundir sus raíces en
los abismos insondables del alma humana, no hay partido que goce de mayoría
absoluta que no acabe envenenado por la ponzoña de la ufanía, comportándose
como si su voluntad fuera la esencia misma de la ley. Y cuanto más le dura la
mayoría absoluta, peor.
Dicen algunos:
«Es que si el PP se queda en minoría tendrá que pactar». ¿Y qué hay de malo en
que los representantes de 10 millones de electores –que son minoría– tengan que
contemporizar con los criterios de quienes no les han votado, que son más del
doble? ¿Ha de perder algo la sociedad porque se vean obligados a bajarse del
pedestal y admitir que su modo de afrontar las cosas no es más que uno entre
los posibles?
Cruzo los
dedos. Ojalá el electorado se encargue de zambullir al PP en un baño de
modestia. No quiero ni imaginarme lo que pueden ser otros cuatro años de
suficiencia gobernante.
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Las torturas meigas
(Domingo 7 de marzo de 2004)
El Gobierno de
Aznar considera «inaceptables» las conclusiones a las que ha llegado el relator
especial sobre la tortura de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones
Unidas, Theo van Boven, tras un viaje informativo a Madrid y Euskadi. Van Boven
ha concluido que las denuncias de tortura, numerosas y coincidentes, resultan a
menudo verosímiles.
Para quien
realiza una investigación de este tipo, que los denunciantes coincidan en los
detalles de lo sufrido tiene un gran valor. Unos cuantos detenidos pueden
ponerse de acuerdo para fabular la misma historia. Decenas de detenidos en
lugares distantes y sin relación alguna entre sí, unos acusados de militancia
en ETA y otros vinculados con delitos comunes, no pueden confabularse para
detallar el mismo género de vejaciones y torturas. Los testimonios permiten
establecer que la tortura más habitual en estos momentos es la de la bolsa (los
interrogadores meten la cabeza del detenido en una bolsa de plástico y se la
dejan hasta que llega al borde de la asfixia). Es una vieja práctica que presenta
para el interrogador la ventaja de que no deja huellas visibles de maltrato.
Van Boven
recomienda al Estado español la adopción de una serie de medidas elementales.
En particular, le insta a derogar el régimen de incomunicación de los detenidos
y a establecer que los interrogatorios se graben en vídeo, dejando constancia
de la identidad de cuantos participan en ellos.
Esas medidas
serían de aplicación en todo caso, si el Gobierno quisiera evitar la práctica
de torturas. Crearían unas condiciones poco propicias para los malos tratos. El
argumento es reversible: si se niega tan rotundamente a adoptarlas es porque
prefiere que los malos tratos sean viables.
En su afán por
negarlo todo, el Gobierno ha dicho que el informe del relator de la ONU «es
falso». No: el informe es muy real. Cabrá rechazar lo que cuenta, pero no la
existencia del informe.
Dicen los
responsables gubernamentales que nada de eso está probado. ¿Y cómo probarlo, si
quien debería investigar las denuncias no lo hace?
No habrá
pruebas, pero hay lógica. Si el Gobierno se niega a tomar medidas que
dificulten la práctica de la tortura, de un lado, y si rehúsa sancionar e
incluso condecora a los agentes acusados y hasta condenados por torturas, ¿a
qué conclusión quiere que lleguemos?
No son las
meigas, sino las torturas: nadie podrá probar que existen, pero haberlas,
haylas.
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Outing
(Sábado 6 de marzo de 2004)
Empezaré por
dejar constancia del cabreo que me produce que cada vez haya más actividades
que sea obligatorio nombrar en inglés –o, subsidiariamente, en spanglish–, si uno no quiere parecer un
antiguo.
–Éste es de los
que todavía llama «conjuntos musicales» a las bandas –le oí bromear hace unos
días a Julio César Iglesias.
Pues bien: ése
al que se refería –fuera quien fuera, que no recuerdo– tenía razón, porque una
banda de música, tal como el término se había empleado siempre hasta ahora en
castellano, requiere bastantes más instrumentos que dos guitarras, bajo y
batería, como muy bien sabe todo el mundo en el País Valenciano. ¿Que no te
gusta «conjunto» («conjunto músico-vocal», que decían en los 50) porque te
parece cursi (entre otras cosas porque lo es)? Pues di «grupo», entonces.
En inglés, una
de las definiciones que tiene la palabra band
es: «Grupo de músicos que toca en conjunto, especialmente música popular».
O sea, que ellos emplean bien el término. Su
término.
Lo que se hace
ahora por aquí no es más que una mala traducción. Otra de tantas.
Dicho sea esto
para no ocultar que abordo ya de mal humor lo del outing que, como no todo
el mundo sabe –eso espero, porque si no estoy haciendo el bobo explicándolo– es
eso de hacer público que Fulanito de Tal (o Menganita de Cual) oculta que es
homosexual, pero lo es. Para dejar a Fulanito de Tal (o a Menganita de Cual) en
evidencia y castigar su hipocresía.
La revista Zero, publicación de gente entendida, plantea en su último número
un debate sobre el outing (cosa que
me parece muy bien) y lo hace poniendo en su portada una gran foto de Mariano
Rajoy.
Cosa que me
parece muy mal.
Y me parece muy
mal porque es un recurso jesuítico y tramposo, del género digo-sin-decir-para-
que-nadie-pueda-acusarme-de-haberlo-dicho.
Si quieres
difundir que Rajoy es homosexual, hazlo. Y si no quieres hacerlo, déjalo en
paz. En cualquiera de los dos casos, no lo hagas durante una campaña electoral,
porque será inevitable que los demás pensemos que estás tratando de servirte
con fines políticos de la vida privada de este señor. De la vida privada real o
supuesta, que ésa es otra.
No me vale el
argumento que justifica la denuncia diciendo que se trata de poner en evidencia
la hipocresía del personaje. No conozco ninguna ley que prohíba ser hipócrita.
Me podrá parecer mal, muy mal o todavía peor, pero no dejarán de ser
valoraciones de ética personal mía. En el supuesto de que Rajoy fuera
homosexual –que ya digo que ni lo sé ni me importa–, si él no quisiera
reconocerlo públicamente, sería libre de no hacerlo. Sin duda estaría bien que
lo proclamara a los cuatro vientos, para contribuir a la mejor aceptación
social de las diferentes opciones sexuales. Pero si decidiera no contribuir a
esa causa, estaría en su derecho. No hay ninguna ley –¡por fortuna!– que
convierta en obligatoria la sinceridad.
Cuando hablamos
de tolerancia, hablamos también de esto. Hemos de tolerar las hipocresías de
los demás. Y esperar que los demás toleren las nuestras.
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La no petición de
voto
(Viernes 5 de marzo de 2004)
Dice la señora
que llama a la radio:
–Mire, yo
siempre he votado a la derecha (sic). Pero
esta vez tengo mis dudas, porque no se sabe si al final el PP va a construir en
mi pueblo el hospital que prometió o no.
El hospital del
pueblo como medida de todas las cosas. ¿La economía, la política exterior, el
medio ambiente, la educación, la construcción europea, la inmigración, las
libertades, la organización territorial? Paparruchas. El hospital del pueblo:
eso es lo decisivo.
Me pregunto en
qué asuntos fijará su atención esta buena mujer a la hora de decidir su voto en
las elecciones locales y autonómicas. En la evolución de las relaciones hispano-marroquíes,
supongo.
Su intervención
me ilustra sobre un fenómeno que tiene para mí no poco de misterioso: el de los
indecisos. Siempre me he preguntado cómo, después de haber contado con cuatro
años para saber de qué va cada cual, hay tanta gente que llega hasta las
vísperas electorales sin tener un criterio formado. Y lo que es todavía más
sorprendente: cómo puede haber tantos que dudan, en concreto, entre votar al
partido del gobierno o a alguno de la oposición. Es como si los tuvieras
comiendo verdura día y noche durante cuatro años y al final dudaran si les
gusta la verdura o no.
Me telefonea mi
buen amigo Gervasio Guzmán (*). Está abatido.
• La pobreza del discurso de los dos
principales candidatos es patética –suspira.
Me cuenta que
en un canal de televisión alguien ha planteado a ambos –por separado, claro– la
misma pregunta: «Va usted por la calle y se encuentra con Antxon. ¿Qué haría?».
Al parecer, ZP respondió que no le miraría a la cara («¿Y cómo sabría entonces
que es Antxon? ¿Esperaría a que se lo dijera algún miembro de su consejo de
notables?», apostilla Gervasio, sarcástico). Pero, por lo que me dice, la
respuesta de Rajoy fue aún peor: «Llamaría a la Policía». Aquí Gervasio
estalla: «¡O no sabe quién es Antxon y por qué puede pasearse por la calle o
ignora para qué está la Policía!»
Le doy la
razón, pero le recuerdo que lo que se dirime en las próximas elecciones no es
cuál de estos dos señores es más listo. Ni siquiera si alguno de ellos es
listo. Que se trata de fijar, en concreto, qué composición tendrá el Parlamento
central durante la próxima legislatura. Y que lo que cada cual debe decidir es
si quiere que haya más o menos diputados del este o de aquel partido. O si
pasa.
«Y usted, ¿qué
voto recomienda?», me pregunta un lector.
¿Y qué
importancia podría tener eso? Le respondo que no tengo el menor interés en dar
ningún consejo electoral a alguien que se deja aconsejar a la hora de votar.
(*) El
lector –y la lectora– reconocerá en este párrafo no a mi amigo Gervasio Guzmán,
sino a mi amigo Marat, crítico de televisión en este rincón de la Red. Me ha
parecido que lo que cuenta y argumenta en su crítica de hoy («Zoología televisiva») es tan llamativo
–y tan divertido– que merecía ser pirateado
para difundirlo por los foros más amplios en los que a veces se reproducen
estos comentarios.
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