FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA
Título Original: Sidewalks of New York
EUA. 2001. 107 min.
Guión y Dirección: Edward Burns
Producción: Margot Bridger, Cathy Schulman
Montaje: David Greenwald
Fotografía: Frank Prinzi
Vestuario: Catherine Thomas
Intérpretes: Edward Burns, Heather Graham, Stanley Tucci, Rosario Dawscn, David Krumholtz, Brittany Murphy, Dennis Farina
El sexo y las relaciones de pareja son una vez más protagonistas de un film. Las aceras de Nueva York se mete en los entresijos de la mente humana, en su incansable búsqueda de la media naranja y en las serias dificultades que se interponen ante la consecución de la felicidad conyugal. Edward Burns no inventa nada, huye de la innovación y plantea su película como algo personal, con un estilo clásico, ameno, ágil y directo. Su manera de filmar recuerda a la de Woody Allen, del que también recoge ese peculiar amor por la ciudad de Nueva York. E incluso en esta ocasión hay muchos parecidos, quizás demasiados, en forma y contenido con Maridos y mujeres. Aún así el director neoyorkino se presenta como un alumno aventajado, pues estudia con acierto a sus personajes, los analiza pormenorizadamente, busca en sus contradicciones, entra en su mundo, construye sus excusas, les proporciona la libertad para explicarse, se adentra en su intimidad y penetra de lleno en sus reflexiones.
Una escena de Las aceras de Nueva York
Edward Burns apuesta en Las aceras de Nueva York por una narración dinámica, una buena definición de los personajes, un acercamiento a las técnicas del documental y una visión real y crítica, proponiendo un paseo por el pensamiento de los estadounidenses: su conservadurismo, su hipocresía, esas vidas llenas de mentiras. Rápidamente consigue la atención del espectador, hace fácil el seguimiento del film, entrelaza las relaciones con sencillez, con un acertado espíritu explicativo y educativo. Esas historias se complementan con unas ficticias entrevistas que se superponen sin artificios, incluyéndose en la cinta con naturalidad y buen criterio. El relato coral es, sin duda, una buena oportunidad aprovechada para radiografiar ese pensamiento entre moderno y arcaico, el que actúa por libre pero que necesita guardar las conservadoras apariencias. Y así, entra rupturas y adulterios, puro sexo y tierno enamoramiento, Burns se deja llevar por los buenos sentimientos y se inventa un final feliz, con sincera e ingenua intención, que pretende ser la rúbrica optimista y su homenaje al Amor verdadero, el que se escribe con mayúsculas.
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