Jugando con las armas
Alberto Piris*
En marzo de 1999 un tribunal militar de EE.UU. declaró
inocente a un capitán piloto de la Infantería de Marina que, jugando con su
avión de combate, rompió el cable de un teleférico en los Alpes italianos y
produjo la muerte de los veinte turistas que viajaban en la cabina. Jugando, no
combatiendo ni entrenándose, pues solo a juego se puede atribuir el volar a
unos 900 km por hora en un pacífico valle alpino, cruzado por los cables de
varios teleféricos, y a unos escasos 100 m de altura sobre el suelo.
El jurado, formado por ocho compañeros de profesión del acusado,
encontró motivos suficientes para absolverle, a pesar de que el fiscal había
solicitado para él 206 años de cárcel. 'Hoy por ti, mañana por mí', es una
fórmula de validez universal en muchas profesiones, incluidas las fuerzas
armadas de casi todos los países.
Con un arma mucho más costosa, el submarino de ataque
"Greeneville", un grupo de amigos, también norteamericanos, jugando a
salir a escape de las profundidades del océano Pacífico, ha hundido hace diez
días cerca de las islas Hawai un pesquero escuela japonés. Las 7000 toneladas
del submarino cayeron a plomo, tras salir disparado a la superficie, sobre las
700 del pesquero "Ehime Maru", hundiéndolo en unos minutos y causando
la muerte de nueve personas de las 35 que en él navegaban.
Uno de los invitados civiles que participaban en la excursión
submarina ha contado con detalle cómo él mismo inició la maniobra, ayudado por
un marinero. La reacción del capitán al escuchar el ruido del impacto, fue
inicialmente verbal y teñida de cierto matiz religioso: "Jesus, what the
hell was that?", lo que puede traducirse por: "¡Santo Dios! ¿Qué
diablos ha pasado?". A pesar de eso, y conociendo enseguida que había
abordado a otro buque cuyo nombre incluso llegó a leer, no le pareció
conveniente, fiel cumplidor de sus reglamentos, proceder a las maniobras de
salvamento, pues había cierto oleaje y podría entrar agua por las escotillas.
Los náufragos japoneses tuvieron que esperar la llegada de los guardacostas
desde Hawai.
Nada se sabe de lo que los citados reglamentos indican respecto
a poner en las manos inexpertas de cualquier amigo de un almirante la vida y la
seguridad del submarino y las de cualquier embarcación que navegue por los
alrededores. Y seguiremos sin saberlo si la justicia militar de EE.UU. actúa de
modo parecido a como ocurrió con el piloto juguetón.
No es difícil imaginar la reacción que hubieran tenido los
medios de comunicación norteamericanos e internacionales si el pesquero escuela
hundido hubiera enarbolado bandera de EE.UU., si el submarino hubiera sido ruso
y si jugando con sus mandos hubiera estado un empresario moscovita amigo del
Almirante de la Flota Submarina. Nada parecido a la tímida reacción japonesa,
que ha servido para salvar las apariencias ante la opinión pública nacional,
pero sin irritar excesivamente a Washington.
En apoyo de la Marina de EE.UU., como no podía ser menos, ha
intervenido enseguida su Aviación, que ha logrado alejar la atención pública
internacional de este embarazoso incidente naval, dejando caer algunas bombas
sobre los alrededores de Bagdad y enfocando hacia la capital iraquí las antenas
de los medios de comunicación.
Jugar con armas es siempre arriesgado. Pero cuando ya ni
siquiera existe una potestad superior que castigue a quien lo hace de modo
irresponsable, será cosa de preguntarse, antes de salir de viaje, dónde estarán
jugando con sus armas los heroicos servidores del imperio, para elegir un
destino situado en los antípodas.
General de
Artillería en la Reserva y analista del Centro de Investigación para la Paz.
Estrella Digital, lunes 19 de febrero de 2001
Para volver a la página
principal, pincha aquí