El
capitán Pantaleón en Camboya
Alberto Piris*
Camboya
fue durante algún tiempo el escaparate de la ONU. Entre numerosos intentos
pacificadores, a menudo fracasados, en otras partes del mundo, el hecho de
llegar a organizar en 1993 unas elecciones aparentemente libres se consideró un
éxito sin precedentes. Luego vino el fracaso, el golpe militar y la renovada
corrupción, pero eso no viene al caso en la historia que hoy nos ocupa.
Quien
entonces era el jefe de la misión de la ONU en ese país rechazó someter a sus
cascos azules a las pruebas médicas para determinar si eran portadores del
sida, como había sugerido un médico local, a fin de prevenir la expansión de la
enfermedad, todavía poco difundida allí. "Todo el mundo, incluso los
soldados, tiene derecho a disfrutar de compañía femenina y no podemos discriminar
a los que sean seropositivos", había declarado, mostrando un tolerante
sentido de la igualdad entre los seres humanos, lo que, en principio, parece
muy encomiable en un funcionario de Naciones Unidas.
Algunos
graves errores de concepto, no obstante, se aprecian en la anterior
declaración, que ponen en tela de juicio el buen criterio de quien la emitió y
el de la Organización que lo había elevado hasta tan altas responsabilidades.
Conviene considerarlos con cierto detenimiento.
Puede
estarse de acuerdo en que todo el mundo tenga derecho a disfrutar de compañía
femenina. También de compañía masculina, habría que añadir inmediatamente. E
incluso de la compañía de perros, gatos y otros animales, domésticos o no. Y
dejar que cada componente de "todo el mundo" –hombres y mujeres–
pueda elegir libremente la que prefiera. Así pues, la primera parte de la
declaración citada resulta incompleta por inexacta. Además, es en todo punto
innecesaria como justificación de la segunda, que es lo que se pretendía.
Por
otro lado, si de compañía femenina se trata, es evidente que matizar diciendo
"incluso los soldados" muestra un amplio desconocimiento del más
tradicional mundo militar. Porque son precisamente los soldados los que más
habitualmente y con mayor insistencia requieren esa compañía femenina que, bajo
la denominación oficial de "visitadoras", tan bien supo gestionar y
dirigir el capitán Pantaleón en la conocida novela de Vargas Llosa. Pues de eso
se trata simplemente. Además del afamado apetito sexual de los soldados en
campaña, ratificado en la milenaria historia de los ejércitos, había que tener
en cuenta, como agravante, el hecho de que se trataba de militares
relativamente bien pagados, que convivían con una población en condiciones
miserables de vida, lo que daba aún más certidumbre a la hipótesis de una
extendida promiscuidad sexual.
La
pretendida tolerancia del alto funcionario adquiere matices de seria
culpabilidad cuando parecía ignorar el hecho de que gran parte de los soldados
que desplegaron en Camboya procedía de países africanos en los que el sida
estaba ya entonces causando estragos. Manifiesta ligereza en quien, desde su
internacional y pulcra atalaya neoyorquina, debería conocer mejor los
pormenores de la misión que le estaba encomendada.
De
las viejas enfermedades venéreas, relativamente dominadas, que asolaron a los
pueblos y a los ejércitos en tiempos pretéritos, se ha pasado ahora al más
terrible azote del sida. Que sean las fuerzas de la ONU, según testimonio del
embajador en ella de EE UU, las que ahora están contribuyendo más a propagarlo,
es un baldón para Naciones Unidas. Si sus presupuestos lo admiten, y dado que
EE UU, principal deudor de la ONU, parece compartir esta preocupación,
resultaría aconsejable –siempre que un recomendable sentido del humor no oculte
lo trágico de la realidad– que numerosos capitanes Pantaleón fuesen reclutados
con los cascos azules, y se confiase en su militar y burocrática eficacia para
derivar, por vías más inocuas, el exacerbado apetito sexual de los combatientes.
De
no ser así, una vez más habremos de reprochar mañana, a las misiones
pacificadoras de la ONU, el daño que pudieron haber evitado ayer, de haber
estado mejor planificadas y dirigidas con mayor profesionalidad, y si hubiesen
antepuesto a su propio éxito el futuro de los pueblos a los que deben
apoyar.
* General de Artillería en la Reserva. Analista
del Centro de Investigación para la Paz
Estrella Digital, viernes, 1 de diciembre de 2000
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