EL ALIENTO DEL LOBO EN EL COGOTE
*
pako aristi
escritor
Mi vida es de lo más
normal, como la de todos los vascos. El lunes di una charla en Eibar. El martes
atendí una entrevista por teléfono. El periodista me pidió que contara alguna
anécdota relacionada con Venezuela. Le conté que, hasta la llegada de Chávez,
todos los presidentes han sido unos ladrones. Había uno, Rómulo Betancourt, que
dijo: «Que se me quemen las manos si he robado dinero al Estado». Al día
siguiente, sufrió un atentado pero salió por su propio pie del automóvil. La
foto con los brazos en alto fue portada en todos los diarios; al pobre sólo se
le quemaron las manos, nada más. Esto no es un chiste, ni siquiera realismo
mágico, sino la tendencia tozuda que tiene la realidad para sacar a la luz las
contradicciones (las mentiras, los fraudes).
El miércoles pasé más
de medio día leyendo un libro escrito por Bertrand Russell en 1930, The
conquest of happiness, o La conquista de la felicidad. En este libro
escrito ya hace tantos años, encontraba yo parecidos con muchas cosas que
suceden actualmente, y subrayé una de tantas, por deformación profesional,
porque acostumbro a tener los libros llenos de subrayados, cada uno de ellos
acompañado de alguna pequeña definición, ya que pueden valerme para alguna
columna. 1930. Profético, le puse a este párrafo: «Hoy en día hay otro
tipo de miedo, el miedo a lo que la prensa diga de nosotros, que provoca un
miedo similar al de las cazas de brujas en la Edad Media. Cuando los periódicos
deciden convertir a una persona inocente en criminal, las consecuencias pueden
ser terribles. Felizmente, la mayoría de la gente está libre de ese destino
porque son desconocidos, pero a medida que la publicidad vaya afilando sus
armas, el peligro de esta nueva persecución social irá creciendo».
Ayer me levanté de lo
más normal, como todos los vascos. Puse a calentar el café, pero nada más
encender la radio, me barrunté algo. No sabía cuál era la noticia, pero podía
oír las reacciones. Y sentí el nerviosismo que últimamente siento ante un
suceso de estos: el aliento del lobo en el cogote. Qué habrá sucedido, a quién
se habrán llevado... Antes no lo sentía. Porque antes la policía buscaba armas,
cócteles, pero hoy busca papeles, y yo vivo en el mundo del papel. Cuando
empiezan a dar nombres, imagino que voy a escuchar «Pako Aristi», pero no, eso
no es posible, yo estoy en casa. ¿Estoy en casa? Desde que comenzaron a detener
y golpear a gente del mundo de la cultura, todos debemos escribir: «Estoy en
casa, por ahora».
Salí a la calle y
Martín, el cartero, me preguntó: ¿sabes algo de lo de esta mañana? Y yo le dije
que no, que estaba recién levantado. Los euskaldunes no sabemos nada, pero al
mismo tiempo lo sabemos todo. El estampido que quiebra la paz nocturna, cientos
de policías que rodean el barrio, palizas, gritos, las explicaciones del
ministro con la cara de quien quisiera dar la impresión de que poco a poco se
está acabando con esa bestia llamada ETA... Después de cada detención, todos
los informativos se repiten como una letanía. La única información interesante
para los vascos son los nombres. Todo lo demás va camino de convertirse en una
maldición bíblica de nuestras raíces.
Luego me llamaron de Berria para pedirme este artículo y comencé a escribir
estas reflexiones que ahora leéis, mientras por la radio escuchaba una tras
otra declaraciones de gente del mundo del euskera, de consejeros del Gobierno
Vasco, de Elkarri, de Otegi...
Le he oído decir a
alguien que pondría la mano en el fuego por todos los detenidos. Yo también. Es
imprescindible mostrar nuestra solidaridad con ellos y denunciar esta
situación, continuamente, pero ya la cuestión no reside en si han cometido o no
han cometido algún delito. Sabemos que aquí ya hay miles de detenidos que no
han olido ni de lejos el delito. Pero cuando en la radio he oído lo de la mano
y el fuego, me he acordado de los camiones quemados el fin de semana pasado en
Irun. Entonces no me pidieron de ningún periódico que escribiera algo, aunque a
mí me pareció una noticia tremenda. Allí había demasiado fuego; allí había
demasiadas pérdidas. Y no he oído a nadie decir que aquello fuera una burrada,
no en nuestro lado por lo menos, el del mundo del euskara. Puede que no haya
ninguna relación entre ambas noticias, pero a mí me gusta relacionar las cosas.
Porque quien ama a un pueblo, lo ama en su totalidad. Ha de mirar, examinar y
amar todo.
La cuestión es que
los vascos tenemos encendidos muchos fuegos, y uno de los mayores fue el
provocado en el momento en que ETA decidió volver a usar las armas. Este
incendio le restó 80.000 votos a la izquierda abertzale y mucha fuerza, ilusión
y capacidad de unidad al mundo del euskera, a la construcción de un pueblo.
Ningún periódico me pidió que escribiera algo ante aquella noticia tan
importante.
Sin embargo, la
realidad es tozuda y hoy sí, hoy me han pedido que escriba, y este hecho me ha
permitido utilizar la cita de Bertrand Russell. Porque en España y en Europa,
el vasco se ha convertido, informativamente, en un pueblo apestoso. Ante el
mundo somos unos apestados que hacen que crezca el asombro de quienes nos
conocen personalmente. Ayer leí el cansancio de Rui Pereira, el periodista
portugués que entrevistó a ETA: nadie quería publicar la entrevista, ni gratis.
Los vascos somos víctimas, víctimas del estado más represivo e intolerante de
Europa, pero somos los únicos culpables de nuestra incapacidad para hablar
entre nosotros. Por un artículo publicado en Gara hemos sabido que en
Argentina, en una charla ofrecida por representantes del Gobierno Vasco, a la
hora de dar a conocer las claves más importantes de nuestra situación, no han
hablado del cierre de Egunkaria, ni
de otros muchos ataques.
Ante nuevos ataques,
no podemos quedarnos en la mera protesta. Todo es consecuencia de los errores
cometidos anteriormente, de los acuerdos no logrados, sobre todo por culpa de los partidos que no
aman Euskal Herria tanto como dicen, porque, de lo contrario, pondrían por
encima de los intereses partidistas sus fuerzas en pro de un acuerdo de
mínimos.
Yo soy un vasco
normal: no quiero pasarme la vida escribiendo para protestar. Quiero conocer y
vivir la época de la creación, no la de la salvaje destrucción, recogiendo las
cenizas, los heridos por la vida o los sueños truncados, curando continuamente
su dolor, mi dolor. g
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(*) Artículo
publicado el 17 de octubre de 2003 en el periódico Berria, tras la detención
por orden del juez Del Olmo de ocho personas del Parque Cultural Martín Ugalde.
Para leer la
versión original, pincha aquí.
[Traducción de
Mikel Iturria]
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