Confesiones de un terrorista  

    

JOHN LE CARRÉ

    

     

      Estados Unidos ha entrado en uno de sus periodos de locura histórica, pero éste es el peor de cuantos recuerdo: peor que el macartismo, peor que la bahía de Cochinos y, a largo plazo, potencialmente más desastroso que la guerra de Vietnam. La reacción al 11-S ha ido más allá de lo que Osama hubiera esperado en sus sueños más siniestros. Como en la época de McCarthy, los derechos y libertades nacionales, que han hecho de EE UU la envidia del mundo, están siendo erosionados de forma sistemática.

      La persecución de residentes extranjeros en EE UU sigue a buen ritmo. Personas "no permanentes" de sexo masculino y origen norcoreano o de Oriente Próximo desaparecen en cárceles secretas tras acusaciones secretas por la palabra secreta de los jueces. Palestinos que residen en Estados Unidos, a quienes antes se consideraba ciudadanos sin Estado, y por tanto no deportables, están siendo entregados a Israel para ser "reasentados" en Gaza y en Cisjordania, lugares que quizá no hayan pisado jamás.

      ¿Estamos jugando al mismo juego aquí en Gran Bretaña? Supongo que sí. Dentro de 30 años dejarán que lo sepamos. La combinación de la complicidad de los medios de comunicación estadounidenses con los intereses creados de las grandes empresas asegura una vez más que un debate que debiera estarse oyendo en las plazas de todos los pueblos se reduce a los artículos más sesudos de la prensa de la Costa Oeste de EE UU: "Ver columna A de la página 27, si es usted capaz de encontrarla en el periódico, y de entenderla".

      Ningún Gobierno norteamericano ha mantenido nunca sus cartas tan pegadas al pecho. Si los servicios de inteligencia no saben nada, ése será el secreto mejor guardado de todos. Recuerden que se trata de las mismas organizaciones que nos mostraron el mayor fracaso en la historia de la inteligencia: el 11-S. Esta guerra inminente estaba planeada años antes de que atacara Osama Bin Laden, pero fue Osama quien la hizo posible. Sin Osama, la junta de Bush seguiría intentando explicar asuntos tan peliagudos como la forma en que logró salir elegida; Enron; sus desvergonzados favores a quienes son ya demasiado ricos; su desprecio irresponsable por los pobres del mundo, por la ecología, y por un sinnúmero de tratados internacionales derogados unilateralmente. Quizá también tendrían que explicarnos por qué apoyan a Israel en su desprecio continuado por las resoluciones de la ONU.

      Pero, oportunamente, Osama barrió todo eso bajo la alfombra. Los Bush cabalgan de nuevo. Se dice que el 88% de los norteamericanos quiere la guerra. El presupuesto de Defensa de EE UU ha aumentado en 60.000 millones de dólares, hasta alcanzar alrededor de los 360.000 millones de dólares. De las fábricas está saliendo una espléndida nueva generación de armas nucleares americanas, preparadas para responder igualmente a las armas nucleares, químicas y biológicas en manos de Estados irresponsables. Así que todos podemos respirar tranquilos.

      Y EE UU no sólo decide unilateralmente quién puede y quién no puede poseer estas armas. También se reserva el derecho unilateral de utilizar sin escrúpulos sus propias armas nucleares cuando quiera y donde quiera siempre que considere amenazados sus intereses, los de sus amigos o sus aliados. ¿Quiénes exactamente van a ser estos amigos y aliados en los próximos años? Será, como siempre en política, algo parecido a un acertijo. Uno se hace buenos amigos y aliados, así que los arma hasta los dientes. Entonces un día ya no son ni amigos ni aliados, así que se les manda una bomba nuclear.

      Merece la pena recordar aquí cuántas horas de profunda reflexión empleó el Gabinete de EE UU en decidir si debía atacar Afganistán con armas nucleares en los días siguientes al 11-S. Afortunadamente para todos nosotros, pero particularmente para los afganos, cuya complicidad en el 11-S fue mucho menor que la de Pakistán, decidieron arreglárselas con sólo 25.000 toneladas de las llamadas cortamargaritas convencionales, que, según todos los testimonios, producen, en cualquier caso, tanta destrucción como una bomba nuclear pequeña. Pero la próxima vez será de verdad.

      Un asunto mucho menos claro es cuál es exactamente la guerra que el 88% de los norteamericanos piensa que está apoyando. ¿Una guerra que durará cuánto, por favor? ¿A qué precio en vidas de estadounidenses? ¿A qué precio para el bolsillo del contribuyente norteamericano? ¿A qué precio (porque la mayor parte de este 88% son gente profundamente decente y humanitaria) en vidas de iraquíes? Ahora ya probablemente sea un secreto de Estado, pero la Tormenta del Desierto costó a Irak al menos el doble de las vidas que perdió EE UU en toda la guerra de Vietnam.

      El modo en que Bush y su junta consiguieron desviar la ira de EE UU contra Osama Bin Laden hacia Sadam Husein es uno de los grandes trucos de prestidigitación en relaciones públicas de la historia. Pero les salió bien. Una encuesta reciente dice que uno de cada dos estadounidenses cree ahora que Sadam fue responsable del ataque al World Trade Center.

      Pero la opinión pública norteamericana no sólo está siendo engañada. Está siendo amenazada, acosada, reprendida y mantenida en un permanente estado de ignorancia y de miedo y, consecuentemente, de dependencia de sus líderes. Esta neurosis cuidadosamente orquestada debería, con un poco de suerte, llevar cómodamente a Bush y a sus compañeros de conspiración hasta las siguientes elecciones. Los que no están con el señor Bush están contra él. O, lo que es peor (ver su discurso del 3 de enero), están con el enemigo. Cosa rara, porque yo estoy completamente en contra de Bush, pero me encantaría ver la caída de Sadam -sólo que no según los términos de Bush y no según sus métodos-. Y tampoco bajo una bandera de tan escandalosa hipocresía. Un colonialismo de EE UU al viejo estilo está a punto de extender sus alas de hierro sobre todos nosotros. Hay ahora más americanos impasibles infiltrándose en pueblos que nada sospechan de los que había en el momento más tenso de la guerra fría. La gazmoñería religiosa con la que van a enviar a las tropas estadounidenses al frente quizá sea el aspecto más nauseabundo de esta surrealista guerra que se acerca. Bush tiene a Dios agarrado por el cuello.

      Y Dios tiene opiniones políticas muy particulares.

      Dios eligió a EE UU para salvar al mundo de la manera que más convenga a EE UU.

      Dios eligió a Israel como nexo de la política norteamericana en Oriente Próximo. Y quien quiera poner en duda esta idea: a) es un antisemita, b) es un antiamericano, c) está con el enemigo y d) es un terrorista.

      Dios también tiene conexiones aterradoras. En EE UU, donde todos los hombres son iguales a sus ojos, aunque no a los ojos de los demás, la familia Bush contiene un presidente, un ex presidente, un ex jefe de la CIA, el gobernador de Florida y el ex gobernador de Tejas. Bush senior tiene algunas buenas guerras en su haber, y una reputación bien merecida por saber mostrar la ira de EE UU a los Estados clientes que desobedecen. Una de las guerritas que montó fue contra su viejo amigo de la CIA Manuel Noriega, de Panamá, que le sirvió bien en la guerra fría, pero que luego se creció cuando ésta hubo terminado. No se ve a menudo un poder tan desnudo como éste, y los americanos lo saben.

      ¿Quieren más datos?

      George W. Bush. 1978-84: alto ejecutivo de Arbusto-Bush Exploration, una compañía de petróleo; 1986-1990: alto ejecutivo de la compañía de petróleo Harken.

      Dick Cheney. 1995-2000: presidente ejecutivo de la compañía de petróleo Halliburton.

      Condolezza Rice. 1991-2000: alta ejecutiva de la compañía de petróleo Chevron, que bautizó un petrolero con su nombre.

      Y la lista sigue.

      Sin embargo, ninguna de estas vinculaciones insignificantes afecta a la integridad del trabajo de Dios. Aquí estamos hablando de valores honestos. Y además sabemos a qué colegio van tus hijos. En 1993, mientras el ex presidente George Bush hacía una visita de cortesía al siempre democrático reino de Kuwait para que le dieran las gracias por liberar al país, alguien intentó matarlo. La CIA cree que ese "alguien" era Sadam. De ahí que Bush junior exclamara: "Ese hombre intentó matar a mi papá". Pero esta guerra no es personal. Es necesaria. Se trata del trabajo de Dios. Se trata de llevar la libertad y la democracia al pueblo iraquí, pobre y oprimido.

      Para ser aceptado como miembro del equipo de Bush parece que también hay que creer en el Bien Absoluto y en el Mal Absoluto, y Bush, con un montón de ayuda de sus amigos, de su familia y de Dios, está ahí para ayudarnos a distinguir lo uno de lo otro. Creo que quizá yo sea Malo por escribir esto, pero tendré que averiguarlo.

      Lo que Bush no nos dirá es la verdad acerca de por qué vamos a la guerra. Lo que está en juego no es un eje del mal, sino petróleo, dinero y las vidas de la gente. La tragedia de Sadam es estar sentado sobre el segundo yacimiento de petróleo más grande del mundo. La de su vecino Irán es poseer las reservas de gas natural más grandes del mundo. Bush quiere ambas, y quien le ayude a conseguirlas recibirá una parte del pastel. Y quien no le ayude, no la recibirá.

      Si Sadam no tuviera petróleo, podría torturar y asesinar a placer a sus ciudadanos. Otros líderes lo hacen todos los días -pensemos en Turquía, en Siria, Egipto, Pakistán, pero éstos son nuestros amigos y aliados-. Sospecho que en realidad Bagdad no representa ningún peligro cercano y real para sus vecinos, y tampoco para EE UU o Gran Bretaña. Las armas de destrucción masiva de Sadam, si es que todavía las tiene, serán menudencias comparadas con lo que Israel o EE UU podrían desplegar contra él en cinco minutos. Lo que está en juego no es una amenaza militar o terrorista inminente, sino el imperativo económico del crecimiento estadounidense. Lo que está en juego es la necesidad de EE UU de demostrar su enorme poder militar a Europa y a Rusia y a China y a la pobrecita loca de Corea del Norte, así como a Oriente Próximo; mostrar quién manda dentro de EE UU y quién debe someterse a EE UU en el exterior.

      La interpretación más comprensiva del papel de Tony Blair en todo esto es que él creía que si montaba el tigre sería capaz de dirigirlo. Pero no puede. En vez de eso, lo que hizo fue otorgarle una falsa legitimidad, y una voz suave. Me temo que ahora ese mismo tigre le ha acorralado en una esquina de la que no puede escapar. Irónicamente, tal vez el propio George W. sienta algo muy parecido.

      En la Gran Bretaña del Partido Único, Blair fue elegido líder supremo con una participación bajísima, de alrededor de un cuarto del electorado. En caso de darse la misma apatía pública y los lamentables resultados de los partidos de la oposición en las próximas elecciones, Blair o sus sucesores lograrán un poder absoluto similar con una proporción incluso más pequeña de los votos. Resulta absolutamente risible que, en un momento en el que sus propias palabras han puesto a Blair contra las cuerdas, ninguno de los líderes de la oposición británicos sean capaces de toserle. Pero ésa es la tragedia británica, la misma que la de EE UU: mientras nuestros Gobiernos manipulan, mienten y pierden su credibilidad, y las supuestas alternativas parlamentarias se limitan a hacer maniobras para no quedarse fuera de la foto, el electorado simplemente se encoge de hombros y mira hacia otro lado. Los políticos nunca se creen lo poco que consiguen engañarnos.

      Así que el tema en Gran Bretaña no es qué partido político formará Gobierno después del desastre que se avecina, sino quién estará al volante. Lo mejor que podría pasarle a Blair para sobrevivir personalmente sería que, en la penúltima hora, la protesta mundial y unas Naciones Unidas improbablemente envalentonadas fuercen a Bush a volver a meterse la pistola en la funda sin haber disparado. ¿Pero qué pasa si el mayor vaquero del mundo cabalga de vuelta a casa sin la cabeza del tirano?

      Lo peor que puede pasarle a Blair es que, con o sin Naciones Unidas, nos arrastre a una guerra que, de haber existido alguna vez la voluntad de negociar con energía, podría haberse evitado; una guerra sobre la que ha habido tan poco debate democrático en Gran Bretaña como en EE UU. Al hacer esto, Blair habrá provocado una respuesta imprevisible, un gran desasosiego doméstico, y el caos en la región de Oriente Próximo. Habrá provocado un retroceso en nuestras relaciones con Oriente Próximo que durará varias décadas. Bienvenidos al Partido de la Ética en Política Exterior. Existe un camino intermedio, pero es duro de seguir: Bush se lanza sin el apoyo de la ONU y Blair se queda en la orilla. Adiós a la Relación Especial.

      El tufo a santurronería religiosa que hay en el aire en EE UU recuerda a los peores momentos del Imperio Británico. El manto de lord Curzon no queda bien sobre los hombros de los columnistas conservadores de moda en Washington. Aún se me ponen los pelos más de punta cuando escucho a mi primer ministro prestar sus obsequiosos sofismas de delegado de la clase a esta aventura claramente colonialista. Estamos en esta guerra, en caso de que suceda, para asegurar la hoja de parra de nuestra relación especial con EE UU, para hacernos con nuestro trozo del pastel del petróleo y porque, después de todos los apretones de mano públicos en Washington y en Camp David, Blair tiene que dar la cara en el altar.

      -¿Pero vamos a ganar, papá?

      -Por supuesto que sí, hijo. Y todo habrá terminado mientras todavía estés en la cama.

      -¿Por qué?

      -Porque si no, los votantes del señor Bush se van a poner muy impacientes, y podrían decidir no volver a votarle después de todo.

      -¿Y van a matar a gente, papá?

      -A nadie que tú conozcas, cariño. Sólo gente extranjera.

      -¿Puedo verlo por la tele?

      -Sólo si el señor Bush te da permiso.

      -Y cuando todo termine, ¿volverán las cosas a ser como antes? ¿Nadie volverá a hacer cosas horribles nunca más?

      -Chsss, niño, a dormir.

      El pasado viernes, un amigo mío estadounidense fue a un supermercado en California con una pegatina en el coche que decía: "La paz también es patriótica". Cuando terminó de hacer la compra, la pegatina había desaparecido.

    

    (El País, 20-01-2003)

 

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