Matar periodistas, desactivar
la crítica
Eduardo Giordano es periodista
y escritor. Autor, entre otros libros, de “Conversaciones con James Petras. La
izquierda antes y después de la caída del muro” (Hacer Editorial, Barcelona).
Los atentados dirigidos contra periodistas,
intelectuales, artistas y otros posibles disidentes en el campo cultural
e informativo constituyen una de las características distintivas del terror de
ultraderecha en no pocas sociedades autoritarias o dictatoriales. El terrorismo
de Estado asesinó en Argentina a cerca de un centenar de periodistas en tan
sólo siete años, y el encarnizado terror paramilitar ha superado esta cifra en
Colombia durante las dos últimas décadas. Parece difícil, en cambio, hallar
algún ejemplo de movimientos populares de izquierda, tanto en América Latina
como en cualquier parte del mundo, que haya considerado a los periodistas como
un blanco preferente de su accionar militar en la lucha contra el poder
establecido.
En la experiencia histórica de la mayor parte de los
movimientos de liberación nacional del tercer mundo no hay cabida para esta
clase de ejecuciones sumarias, por muy reaccionaria que se considere la
actuación del sistema informativo. Simplemente son actos inconcebibles por su
propio carácter antidemocrático y liberticida, diametralmente opuesto a los
fines sociales que se persiguen con la lucha política. Casi todos los grupos
insurgentes de izquierda descartan por principio la posibilidad de atentar
contra periodistas, incluso contra aquellos a quienes consideran mensajeros
del poder. Muchas organizaciones armadas o grupos guerrilleros de América
Latina (por ejemplo en Nicaragua, Guatemala, El Salvador, y más recientemente
en Chiapas) nunca se han planteado ni remotamente esta aberración política, porque
sus acciones militares no apuntan a generar una espiral de violencia, sino ante
todo a proteger a la población civil. La diferencia ética primordial –y por
tanto de proyecto político- entre una fuerza guerrillera de izquierda y un
comando paramilitar de derecha salta a la vista cuando se analizan los
objetivos y destinatarios de las acciones militares, la proporcionalidad entre
medios y fines e incluso la naturaleza de sus métodos.
Incluso si fallan los principios éticos, hay un
elemento pragmático que aconseja a los grupos violentos, cuando éstos se
articulan con un amplio apoyo social, no socavar el potencial de este apoyo
dando argumentos a toda la profesión periodística para extremar el
posicionamiento en su contra. Tal como ocurre con los atentados indiscriminados
contra la población civil (bombas en mercados, centros comerciales, etc.),
estos hechos tienen como principal rédito político el azuzar el odio contra la
causa invocada como legitimadora de los atentados y contra la población
públicamente identificada con esa causa. Se trata, ni más ni menos, de
atentados cuyo principal efecto secundario es agigantar el odio social
y/o racial.
El mundo abertzale en la prensa española
La información ofrecida sobre Euskadi por los
grandes medios de comunicación españoles ha sido ideológicamente muy sesgada
desde el comienzo de la Transición política, aunque mucho más en los últimos
años, desde que el PNV (Partido Nacionalista Vasco) rompió sus pactos con el
gobierno central y decantó su estrategia hacia el lado abertzale, como
también, por otra parte, ha sido sumamente sesgada la mayor parte de la
información política respecto de la izquierda española no socialista (en
particular sobre Izquierda Unida, durante todo el período de liderazgo de Julio
Anguita). No se trata de justificar ahora las burdas manipulaciones y silencios
cómplices que entretejieron cotidianamente algunos periódicos, especialmente
desde su línea editorial, para ocultar los vínculos políticos del terrorismo de
Estado en el caso de los GAL, o las espectaculares revelaciones del mismo caso
a través de los llamados papeles del CESID para favorecer electoralmente
al PP (Partido Popular) en las elecciones de 1996. Todo ello formó parte del
juego de poder en la España de los últimos años.
Actualmente, el principal error de los medios de
comunicación españoles al abordar la realidad política de Euskadi es su rechazo
en bloque de las expresiones de nacionalismo vasco, y en algunos casos, además,
con la complementaria impregnación ideológica de un profuso nacionalismo
español. En el debate político, el precepto constitucional de la unidad de
España es infranqueable en el espacio público, no sólo periodístico. Los
actores políticos que no aceptan este principio quedan fuera del escenario,
excepto cuando se trata de vincularlos orgánicamente con el terrorismo.
De este modo, no se consigue objetivar el lugar de
los grupos y movimientos de izquierda abertzale que se mueven fuera de las
directrices partidarias de HB (Herri Batasuna), y que plantean con valentía la
exigencia de un recorrido político completamente distinto, no violento, para
alcanzar su propuesta de autodeterminación. Pocos saben que existen sectores de
la izquierda abertzale que se desmarcaron claramente de HB/EH por la
izquierda (en términos de democracia real) cuando se produjo la ruptura de
la tregua de ETA, tales como la formación navarra Batzarre (un pequeño
partido que estuvo integrado en EH y condenó rotundamente la vuelta a los
atentados), la organización vasca Zutik (que considera injustificables las
acciones militares de ETA y que desde el ámbito nacionalista desarrolla una
visión no excluyente de lo español en una sociedad caracterizada por
el mestizaje) o, a título
personal, varios concejales de EH de diversos ayuntamientos de Euskadi que
condenaron los atentados de ETA o renunciaron a sus cargos en total desacuerdo
con la estrategia inflexible de lucha armada que preconiza su
dirigencia.
También hay que destacar la existencia de colectivos
de periodistas vascos (como toda la redacción de la revista bilingüe Hika,
editada en Bilbao y San Sebastián), así como de profesores universitarios e
intelectuales abertzales de izquierda muy críticos con la violencia de
ETA, e incluso con su propia existencia actual1. El uso mismo que
hacen los grandes medios de comunicación de la expresión izquierda abertzale
es una reapropiación peyorativa del énfasis patrimonialista con el que la
emplean los dirigentes del sector mayoritario de EH (HB), condicionados por la
estrategia de ETA, un uso que por su carácter de generalización siempre excluye
la posibilidad –o niega la autenticidad- de un nacionalismo vasco de izquierda
no representado por esa conducción autoritaria.
Más en general, todas las líneas de pensamiento
transformador no violento de la izquierda vasca están ausentes de los
medios de comunicación españoles, que tienden a identificar cualquier
planteamiento abertzale con alguna referencia explícita o implícita al
terrorismo, o bien al discurso nacionalista vasco de los políticos más conservadores,
a quienes no se pierde ocasión de atribuir una ideología profundamente racista,
a menudo en un tono coincidente con el que utiliza el gobierno del Partido
Popular para referirse a ellos. Las desafortunadas declaraciones de algunos
dirigentes, por ejemplo sobre la famosa cuestión del Rh negativo, se han
descontextualizado y manipulado en algunos medios hasta el extremo del más
vulgar amarillismo, presentándose este supuesto rasgo genético de la
población vasca nativa como principal justificación de las aspiraciones
independistas del nacionalismo vasco2.
Una presentación así tiene un efecto multiplicador
que supera ampliamente al de la difusión del propio medio: se convierte en noticia
de todos los informativos de televisión, máxime cuando es la primera vez que
Arzalluz (y con él, el PNV) se declara abiertamente partidario de obtener la
independencia de Euskadi. Este hecho –que sí es noticia- queda enmascarado por
la atribución racista, como un mero componente más de una ideología de limpieza
étnica, mientras se elude el debate
sobre la cuestión de fondo (posibilidad o imposibilidad de la independencia) y
sobre sus circunstancias históricas (entre otras, la significativa expulsión
previa del PNV de la Internacional Demócrata Cristiana por imposición del PP).
La gravedad de este desenfoque periodístico radica sobre todo en su capacidad
de estimular los antagonismos, al presentar a los ciudadanos españoles en
términos de conflicto étnico (¿irresoluble?) lo que esencialmente es un
conflicto político y sociocultural (reconciliable)3.
Hay también un alto grado de interdependencia entre
la involución del sistema penal, que hoy tiende a criminalizar como terroristas
a una amplia franja de la juventud vasca (de 14 a 18 años) enardecida con la
violencia callejera, y los discursos periodísticos que tienden a legitimar este
exceso de celo jurídico. Otro
tanto puede decirse del tratamiento informativo (y previamente judicial) que se
da a cuestiones que afectan de lleno al Estado de Derecho, tales como la
desobediencia civil, la libertad de expresión y la enseñanza del euskera. En la
práctica informativa, del mismo modo que se confunde cualquier forma de
independentismo con terrorismo, se ha empezado a vincular indiscriminadamente
con ETA a los movimientos sociales llamados (a veces despectivamente) antisistema.
Esto ha sucedido con algunos estudiantes españoles del Movimiento de
Resistencia Global, militantes de Izquierda Unida, apresados por la policía
checa y acusados de tener vinculaciones con el “movimiento abertzale”
por sus apellidos vascos; y en la cumbre europea de Niza, cuando en la mayor
parte de los telediarios unas pintadas favorables a los presos de ETA robaron
protagonismo a la protesta de decenas de miles de manifestantes que reclamaban
una Europa menos monetaria y más humana.
Finalmente, para completar este apretado resumen,
recordemos que durante el período de la llamada tregua de ETA, también
estuvo ausente de la agenda de los medios de comunicación españoles toda
discusión basada en principios humanitarios sobre el delicado problema del
acercamiento de los presos vascos –y de su indudable conveniencia para
facilitar el diálogo político-, así como fue inexistente el debate a fondo del
contenido del pacto de Estella-Lizarra, suscrito por la suma de diversos
partidos que en total representan aproximadamente a la mitad de los electores
vascos. Un debate olvidado y mal visto por el poder político centralista
español, pero cada vez más imprescindible para empezar a perfilar, desde el
conjunto de los pueblos de España, un futuro para Euskadi que pueda ser
libremente escogido por todos sus habitantes.
Linchar al mensajero
No faltan razones para desconfiar de la información
cotidiana que ofrecen los medios de comunicación acerca de Euskadi, como de
tantos otros problemas políticos cruciales.
¿Asesinar a algunos periodistas acaso permitiría sanear
la infausta crónica de los reflejos informativos de Euskadi en la prensa
española? ¿Habrá que atenazar a todos los informadores para acallar la voz del
poder, que diariamente se hace oír a través de tantísimos medios de
comunicación? ¿Habrá que bombardear los medios de comunicación, tras
declararlos culpables, como si éstos pudieran independizarse de la estructura
de poder en la que están inscritos y adoptar, como por arte de magia, una nueva
imparcialidad ante los temas políticamente sensibles? El perfil obsecuente de la televisión
centralista de Milosevic fue el argumento que utilizó la OTAN para
bombardear deliberadamente a los periodistas yugoslavos (un crimen de guerra
por el que alguien, alguna vez, también debería rendir cuentas).
Cuando se mata a un periodista se está linchando
al mensajero, pero el poder sigue en su sitio, reforzado, relegitimado ante
propios y ajenos, recogiendo adhesiones y un mayor respaldo popular para
emprender una nueva escalada en su accionar represivo. Además, el poder siempre
está listo para suplantar al mensajero caído. El resultado político de estos actos brutales, a nivel popular,
es siempre de condena y de frío distanciamiento. Muchas personas que en otras
condiciones serían favorables a aceptar o incluso apoyar el derecho de
autodeterminación –o la libre determinación- de Euskadi (con ciertas
obligaciones en cuanto al ejercicio democrático de este derecho), desisten de
brindar su apoyo porque consideran éticamente reprobable el complemento
terrorista que se percibe asociado al proyecto político independentista y
porque en los propios métodos se trasluce un marcado trasfondo autoritario.
Muchas personas bien intencionadas se preguntan qué pasaría si quienes hoy
aprueban el exterminio físico de sus enemigos civiles, periodistas o
jueces –por citar casos recientes-, estuvieran ocupando el gobierno, con todo
un sistema policial y judicial funcionando a su favor. Claramente, la perspectiva
ética de semejante gobierno resulta aterradora.
Por otra parte, los principales medios de
comunicación están integrados en estructuras económicas muy poderosas; forman
parte de enormes grupos multinacionales, como Telefónica o Fiat. Estos grupos
constituyen conglomerados de intereses muy compenetrados con las exigencias de
reproducción del poder político. Estas restricciones hacen muy relativa la
autonomía de criterios de que disponen en general los periodistas al analizar
ciertas cuestiones que comprometen los intereses del sistema al que pertenecen
sus respectivos medios. La idea del periodista-espía ministerial, que
ahora se invoca para justificar atentados, no se sostiene como calificativo
aplicado a todo un grupo de profesionales (aunque en algún caso particular
pueda ser cierto), porque es inútil para explicar un comportamiento
periodístico habitual, de consentimiento ante el poder, en una amplia gama de
temas conflictivos que a menudo interfieren con los intereses cruzados de los
grupos empresariales y del poder político, conflictos de intereses que en gran
medida se dirimen en la institución Medios de Comunicación.
La crítica al trabajo de los periodistas, en sí
misma legítima y saludable, se convierte en una forma de persecución política
execrable si pretende emplearse coordinadamente con organizaciones armadas para
justificar atentados mortales. La propia existencia de semejantes atentados
contra la vida de los periodistas es el mayor freno imaginable para analizar y
cuestionar el papel de los medios de comunicación en la confrontación política
y en la desinformación existente sobre la situación actual del País Vasco.
¿Cómo denunciar casos concretos de manipulaciones periodísticas si estos datos
podrían interpretarse como intentos de señalar futuras víctimas de ETA? ¿Cómo
asumir el riesgo de que en realidad no vayan a serlo? Los atentados contra
periodistas matan también la posibilidad de investigar y cuestionar el trabajo
de la institución Prensa en las condiciones concretas y conflictivas de Euskadi.
Forzosamente desactivan la crítica.
Además, como si alguien desde el poder de las
sombras se deleitase con el pánico que provocan estos atentados, surgen nuevos grupos
terroristas fantasmas, autodenominados Anarquistas, integrados por
ex-presidiarios de la peor ralea, multimillonarios, especializados en atentar
con paquetes bomba contra periodistas y activistas de derechos humanos4.
Y al mismo tiempo, vuelven a entrar en acción los siempre misteriosos GRAPO,
asaltando camiones blindados y colocando una bomba en la redacción de un
periódico en Barcelona5. Una vez más, los métodos de ultraderecha
(empaquetados con reivindicaciones radicales) parecen llamar a la puerta
de viejas tramas con el tufillo de la ultraderecha. Unas tramas con
ramificaciones internacionales6
que siempre aprovechan los momentos de confusión general y de violencia
política desestabilizadora para emerger de sus protegidas cavernas.
En general resulta extremadamente difícil informar
sobre atentados y otros episodios de violencia política. Cuando además los
periodistas se convierten en objetivos preferentes de esta violencia, se
consigue una implicación más directa, mediante la apelación al lado emocional
de los informadores, y se suscita una reacción visceral ante la inseguridad e inestabilidad
personal que la violencia introduce en su universo cotidiano; se generan, en
suma, las condiciones propicias para un cierre corporativo de la profesión al
análisis contrastado del conflicto político que engendra tanta inseguridad en
sus propias vidas. En el caso de Euskadi, se crean así las condiciones más
favorables para que los colectivos profesionales afectados adhieran, de forma
casi incondicional, a las estrategias políticas más represivas y menos
inclinadas a cualquier forma de entendimiento negociado.
Si atentar contra periodistas nunca supone un éxito
en términos propagandísticos (ni para ETA, ni para la OTAN), ya que no sirve
para persuadir a nadie de las bondades de la causa, es probable que la
Finalidad de estos ataques más que intimidad (fuera) o cohesionar (dentro) sea
ante todo promover una escalada en el conflicto que marcaría un punto de no
retorno en las relaciones entre el conjunto de España y el conjunto del
nacionalismo vasco. Así, con cada golpe de ETA aumenta la crispación española
hacia todo el mundo abertzale, y viceversa. Al apuntar contra los periodistas,
ETA amplifica y acelera la reacción política del bloque nacionalista español
contra el nacionalismo vasco, al mismo tiempo que favorece la recepción
acrítica (en los medios y entre la población) de cualquier medida represiva que
se justifique desde el gobierno con el argumento de proteger a los ciudadanos
ante posibles atentados.
NOTAS:
1.
Ver por ejemplo los artículos de Ramón Zallo en
revistas como En Pie de Paz o El Viejo Topo, y de Javier
Villanueva en Página Abierta, ambos autores representativos de dos
líneas de análisis del conflicto vasco que no se reflejan en la información
crispada y de posiciones extremas e irreconciliables que leemos o escuchamos a
diario en la mayor parte de los medios de comunicación.
2.
Así, por ejemplo, un periódico español titula en
portada “Arzalluz reclama la independencia invocando el RH negativo de los
vascos”, y entrecomilla como subtítulo un extracto de las declaraciones de
Arzalluz a un diario financiero italiano: “La cuestión de la sangre con RH
negativo confirma... que este es un pueblo antiguo, con raíces propias
identificables desde la Prehistoria, como sostienen célebres investigadores de
genética... y por ello mismo, con derecho a decidir sobre su destino”. En el
texto del artículo, Arzalluz no dice “confirma... que” sino “confirma sólo
que”, y es difícil ignorar el valor semántico del modificador “sólo” en este
contexto. De igual forma, toda la frase va precedida en el texto, trascrito en
páginas interiores, de una omisión importante para valorar el titular: “No hay
racismo en mis palabras. No estoy diciendo que los vascos tengan derecho a
quién sabe qué supremacía”. Otra manipulación significativa son los puntos
suspensivos que siguen a la palabra “genética”, que la vinculan con el problema
de autodeterminación como cuestión de causa y consecuencia, cuando en realidad
se han yuxtapuesto libremente dos párrafos completamente desvinculados en las
declaraciones de Arzalluz.
3.
Sobre el tratamiento de este tema en otros países,
ver el artículo de Jean Seaton Las nuevas guerras ‘étnicas’ y los medios de
comunicación (Voces y Culturas, Nº 15, Barcelona, 2000). Hay que decir,
además, que un sector de la izquierda abertzale (entendida, una vez más, como
amplio espectro sociológico, no como un partido político) es muy activo en el
movimiento por los derechos de los inmigrantes. Por ejemplo, desde hace años se
publica en Gipuzkoa la principal revista antirracista que hemos visto en lengua
castellana Mugak, editada por el Centro de Estudios y Documentación
contra el Racismo y la Xenofobia, una entidad con planteamientos muy críticos
sobre las leyes y políticas migratorias imperantes en España y la Unión
Europea. Más recientemente, otros colectivos de la izquierda vasca (como por
ejemplo Zutik en su ponencia Un nacionalismo acogedor y creativo) se han
esforzado por avanzar propuestas que cuestionan de raíz los límites ideológicos
de una falsa conciencia abertzale excluyente de la identidad cultural española
como parte del problema de identidad nacional que aflora en la lucha política
(ver Hika, nº 115, Donostia, 2000).
4.
Tras la detención de dos miembros de este grupo que
vivían en un lujoso piso de Madrid, y que inicialmente quedaron en libertad
bajo fianza (acusados de cometer varios atentados fallidos con paquetes bomba
contra periodistas de los diarios ABC, El Mundo y La Razón), el
director de la Policía dijo que era muy posible que los detenidos estuvieran en
contacto con ETA, lo cual no resultó confirmado. El supuesto cerebro del
grupo, el presidiario italiano Claudio
Lavazza, habría escrito algún artículo en la polémica revista Ardi Beltza
– que criticó a periodistas contra los que atentó ETA- defendiendo la supresión
de los ficheros policiales FIES, considerados “de presos peligrosos que
requieren un seguimiento especial”. Esta misma reclamación, según fuentes
policiales, habría sido el motivo de los atentados frustrados, que
posteriormente se repitieron contra periodistas de otros medios en diciembre de
2000.
5.
Extrañamente, una semana antes del atentado que
destruyó dos plantas de El Mundo en Barcelona, una publicación catalana
denunciaba en portada y a toda página que “la policía tiene fichada a gente
inocente como terrorista” (El Triangle,
25-10-2000), refiriéndose particularmente al caso del periodista Rafael
Gómez Parra, acusado en 1979 de ser miembro de los GRAPO por haber entrevistado
a uno de sus dirigentes, hecho por el cual no llegó a ser procesado, pero que
aún lo acredita en los ficheros policiales como terrorista,
especificándose como causa de su detención (en 1979) una inexistente
pertenencia a banda armada.
6.
El vínculo más claro es el que queda establecido
entre dos recientes atentados cometidos en Italia, primero contra el Duomo de
Milán y, cinco días más tarde, contra el diario izquierdista Il Manifesto,
principal referencia de la intelectualidad más crítica de ese país. En el
primer caso la bomba fue desactivada, y el atentado se lo atribuyó un supuesto
movimiento anarquista Solidaridad Internacional, pidiendo la liberación
del mencionado presidiario Claudio Lavazza (ver nota 4), al que aquí se
identifica como “miembro del grupo Proletarios Armados para el Comunismo” (El
País, 23-12-2000). En el atentado contra Il Manifesto resultó herido
y detenido Andrea Isabato (sospechoso de haber colocado la bomba), ex-miembro
del grupo ultraderechista Terza Posizione, quien ya fue condenado por quemar
una bandera con la estrella de David, en 1992, en el Estadio Olímpico de Roma.
La coincidencia temporal entre estos dos atentados ha llevado al propio
ministro del Interior italiano a expresar su preocupación por “una vuelta
peligrosa al uso de la violencia y el recrudecimiento del terrorismo en
acciones de delincuencia con connotación de intolerancia política”, mientras
que para Rossana Rossanda la bomba contra Il Manifesto aumenta las
sospechas ya existentes sobre la autoría del otro atentado, confirmando
implícitamente la implicación de turbios sectores fascistas. Parece obvio que
estamos de nuevo ante la típica instrumentalización de apelativos de izquierda
(anarquistas, comunistas, solidaridad internacional, etc.) para encubrir
o simplemente atribuir atentados criminales de ultraderecha (antisemitas,
anticomunistas, anti-sistema, etc.).
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