Restos de serie

 

(1968-1972)

 

I

 

Se oyó una. voz: «No».

Y hubo un murmullo de estupor.

Se cerraron rápidamente las salidas. Dio

un paso hacia delante

un señor de mirada y traje oscuros.

–Una, equivocación.

Siguió el discurso.

 

 

II

¡Cuídate, España, de tu propia España! (César Vallejo)

 

¡Cuídate, hombre, de tu propia entraña!

En tu intimidad vive la duda.

¡Sospecha de ti, hombre que escuchas!

¡Investiga en tu cuerpo, tu garganta!

¡Mira tras de ti! ¡Ausculta tu pisada!

¡Sospecha de ti, tú que me escuchas!

¡Cuídate, dios, tu propia entraña!

¡Afírmate en tus ganas!

¡Investiga otra vez tu entraña oculta!

¡Cuida, cuida, por dios, tu propia entraña!

 

III

 

En Collioure

 

Dijo José:

«Amaneció mortal». Y amanecía

mortalmente una mañana herida.

Y se nos fue

un ceniciento miércoles de invierno.

La guerra pudo más –aquel infierno–

que el hombre aquel.

Y el hombre aquel sufrió aquella alborada

la suerte amarga de todas las Españas.

Y ellas con él.

 

IV

 

Si extraemos el más, el por y el dividendo de esta nueva acción

obtendremos un bonito resultado,

una cifra: dos mil ochocientos veintisiete,

un dolor conocido en la memoria, una. seña,

un color, una miseria,

que unidos al sabor del vino tinto, al diario autobús,

las alpargatas,

la media filiación, varios catarros,

una emoción flotante en las alturas

y al rastro de tabaco en el bolsillo, nos probarán,

más allá de toda razonable duda,

que hay un lobo y un hombre maniatados juntos

sin duda a cada paso,

del todo en cada esquina,

siendo el lobo doble al hombre en su retrato

y el hombre un lobo doble clandestino.

De tal modo que es fácil encontrarse

después de dar –lo sé– una y mil vueltas

con que apenas queda, en suma y todo,

sino un breve papel en que se inserta

la triste cifra del número inicial.

 

 

V

 

Mensaje de Navidad para Boby y Encarna, 1969

 

Recordad estas fechas: recordadlas.

Ahora es diciembre y ya cabalga enero

en las grupas de fechas nuevas, blancas,

dispuesto a hacer su agosto en pleno invierno.

 

Recordad estas fechas desdichadas:

ayer fue ayer y fue muy negro,

hoy todo está peor, y aún el mañana

habrá de entrar aquí a sangre y fuego.

 

Recordad estas fechas y estos tiempos

en que es fácil decir: Estoy cansado,

Yo no tengo valor, Me falta aliento.

 

Recordad estos tiempos: recordadlos.

Días vendrán de luto pasa el miedo.

Noches traerán venganza para el asco.

 

VI

 

(San Sebastián, 1969)

 

Lluvia y más lluvia y en las calles gente

y el mar como un murmullo desbordante

y los tejados pálidos y el verde

de las montañas que impiden escaparse...

 

 

VII

 

"Pero nada pueden bombas

donde sobra corazón”

(De una canción popular de la Guerra Civil)

 

Faltó corazón.

Sobraron muchas cosas. Demasiadas:

Rocinante y su Quijano, tanto

gesto absurdo, tanta palabra vacía, tanto

grito ido por las ramas...

El corazón fue escaso.

La canción se equivocaba.

 

 

VII

 

Camino del exilio, 6 de enero de 1970

 

Ay de este amor telúrico, salvaje,

que a monte, roca y mar me tiene atado,

que me liga a esta tierra, a este paisaje,

como a un inmenso muro encadenado.

 

¿Dónde se vio cosa igual, de qué linaje

pudo nacer amor tan desdichado?

Lo arrastro aquí como un segundo traje,

sombra siniestra asida a mi costado.

 

Quiero escapar de ti. Eres mi muerte.

Tierra vasca: partera de amargura,

evocación, recuerdos y tristeza.

 

Tierra vasca: ¡por fin dejar de verte,

de sentir en mi cuello tu atadura,

tu cadalso, tus ansias, tu pobreza!

 

 

VIII

 

Padre nuestro que vives de los muertos:

líbranos del reino de tu reino.

 

IX

 

Caminante que pasas: aquí hubo un pueblo.

Respeta el cementerio.

 

 

X

 

(Oriola, 1968)

 

El hombre se murió siendo un muchacho

sin vivir para ver ni sol ni trigos.

Sólo la noche a él, y a latigazos.

 

Escribió con su dedo de oriolano:

«Hermanos, camaradas, amigos... Adiós.»

En la pared dejó prendido,

con el último verso, su trabajo.

 

 

(1976-...)

 

I

 

Me dijo el doctor:

«Anote sus sueños».

Así que lo anoto:

te noto, mi sueño.

 

Dijo el doctor:

«No note sus sueños».

Entonces no noto

que anoto

que noto

que es sueño.

 

Perdone, doctor:

¿qué pasa si noto

que el sueño

se vuelve

mi dueño?

 

¿Cómo adueñarse

de un sueño dueño?

 

 

II

 

es tan dulce saber tú lo decías

contar las primaveras los veranos

lejana lentamente

medirlos con los dedos

que acarician la espalda

algo cansada sin embargo

por el paso de otros dedos

y el peso de otros pasos

contar al final cosa segura:

quererse así es como una nube

gris del otoño que amenaza

sin llegar a descargarse nunca

          

 III

    

Ya en la gran ciudad nace la noche

y el sol busca su sueño en la frontera

y un rayo de luz rojizo y cobre

se cuelga de las sombras y gotea

 

                             Y las dulces canciones

                              resbalan y se esconden

                              como el agua en los poros de la tierra.

 

Ay de ti y ay de mi:

los horizontes se acaban de perder

hundidos de bostezos entre voces

que anuncian que mañana no habrá día

                                                      

                               Y las dulces canciones

                               resbalan y se esconden

                               como ratas en las alcantarillas.

             

  

IV

 

La luz debió pensárselo

con calma.

Estricta como es,

hubo de examinar

sin prisas tu mirada,

medirte la sonrisa,

pesarte la palabra.

Dijo que sí

y te entregó su nombre

sabiendo a ciencia cierta

lo que daba.

Llevas la luz, mujer,

a flor de todo,

como yo la tiniebla

a flor de nada.


 

V

 

 

–No se levanta acaso el sol cada día dispuesto a realizar su trabajo, ajeno a la fatiga, ajeno incluso a su labor misma,

indiferente a que el rayo alcance al fin la tierra o se quede suspenso entre las nubes?

–¿No se revuelve la marea una y otra vez contra la roca, pese a la visible inutilidad de su esfuerzo en cada golpe,

y no llega a convertir finalmente la piedra en arena, dejando a la playa como testigo veraz del hecho mismo?

–¿No azota una y otra vez el viento la inflexible madera del orgulloso roble en un afán feroz por desplazarlo,

sin considerar lo desigual de las fuerzas, y no llega a veces a arrancar jirones del impávido árbol llevándolos consigo?

–¿No ha de ser entonces también el hombre así frente a las causas difíciles: sol infatigable, insistente marea, viento incansable?

–No.

 


                      VI

 

                      Va para el año ya

                      y se hace extraño

                      volver a atravesar los mismos días

                      a galope del mismo calendario,

                      ver las hojas igual

                      nacer las mismas

                      de la ventana atrás,

                      y el mismo árbol,

                      y la gente otra vez

                      con la sonrisa

                      suspendida en el borde de los labios,

                      y esta mesa de aquí

                      reconocida

                      y el tecleo de allá 

                      desconsolado...

                      Va para el año ya tras esa puerta

                      que abrió sin cal ni canto el corazón.

                      Un año, y las cosas ya no son

                      sino el vago recuerdo de un temblor,

                      como un eco de música ya muerta.

                      No por muerta

                      quizá 

                      menos canción.


                                

                      VII

     

                     Ya que es

                     al parecer

                     definitivo

                     este gesto de adiós al mediodía,

                     qué te diré‚ mujer,

                     qué quieres que te diga.

                     Diré

                     doscientos veintiséis.

                     Hablaré

                     de un dolor de muelas

                     que amenaza venirme.

                     Diré que una columna de diez cíceros

                     es siempre más legible.

                     Daré

                     los buenos días.

                     Me adornaré de sonrisas.

                     También yo diré adiós.

                     Qué quieres que te diga.

 


                     VIII

 

                      La gran diferencia estaba allí:

                      el señor embajador de Portugal

                      trataba desesperadamente de romper el silencio

                      desde la pantalla muda de la sala.

                      Y yo me hundía en la dulzura de Emmylou Harris:

                    

            "...and in her eyes you see nothing

                                                     no sign of love behind the tears

                                                     cried for no-one...".

 

                      No había nada que me pudiera unir ya jamás

                      al señor embajador de Portugal.

 

                      (15.VI-1977)

                        

                    

                     IX

 

                    Supo –quiero decir: pensó–

                    que se iba a plantar de bruces en la nada,

                    en la recta donde la memoria se fatiga

                    o no: se pierde, o peor aún: se agota,

                    salvando quizá  el recuerdo inerte y estúpido

                    del suelo,

                    de la materia estéril, instintiva.

                    Y le angustió pensar que pisaba ya

                    la frontera del vacío:

                    del vacío total, ilimitado.

                    Es verdad que tampoco localizaba

                    su pasado anterior al nacimiento

                    y que su propia memoria

                    le era infiel por largo tiempo:

                    se acusaba occidental, católico en su angustia,

                    de aquella larga tenaz distancia hacia la vida,

                    cortado de su Madre hasta la médula.

                    Quiso así ausentarse hasta el margen de los siglos,

                    acercarse hasta el hecho de ser, sencillamente,

                    hacer un último ejercicio mental inveterado.

                    Tarde, tal vez.

                    Logró esbozar, lejana, una sonrisa.

                    Era evidente sin más, que se moría.

                    ¿Y entonces? ¿Cómo hacerlo?

                    ¿Cómo expresar qué quería decir al afeitarse,

                    al sonreírle al infinito diariamente en autobús,

                    al acariciar lentamente sus cabellos,

                    al cantar su esperanza en re menor,

                    al beberse su vino sin retirar los ojos

                    de los que le miraban suavemente,

                    al celebrar el acudir a la cita semanal

                    con los amigos,

                    al llorar conociendo las noticias?

 

                   Dio en morirse entonces simplemente

                   concentrado tan sólo en los recuerdos

                   como muda protesta hacia sí mismo.


                                                              

                     X

 

                    Qué de melancolía

                    en los cristales

                    de este enero

                    ya en el vientre de la noche.

                    Un algo como gris

                    flota en el aire

                   de un algo como hierro.

                   

                    Y el eco de lo lejos.

 

                    Un coche arranca

                    y tú, dormida, te has dormido

                    oyéndome cantar:

                    «...ya se queda la noche

                    triste y callada».

                   

             Y el eco de lo lejos.


                   

                   XI

 

                    (Glosa histórica)

 

                     «¿Qué se fizo el rey don Juan?».

                     Este don Jorge Manrique

                     estaba en la higuera.

                     ¡Mira que hablar de don Juan

                     cual si don Juan un rey fuera!

 

                      (Decadencia del Imperio)

 

                      ¿De cuándo a aquí

                      prescinde la Bolsa

                      del maravedí?

 

                      (Las cuentas del Gran Coronel)

                     

     En asaltar el Congreso, cincuenta millones.

                      En sacar los tanques por Valencia, muchos más.

                      En lograr el olvido de las dos

                      partidas anteriores,

                      los demás.

 

                      (Despacho de la Agencia Efe)

                     

     Para llegar a ver

                      la faz universal

                      habrá que destruir

                      la bomba afónica.


                      XII

 

                    Sé de verbos de luz,

                    tiempos al rojo,

                    artículos de acero a cada adverbio.

                    Sé de nombres

                    que acechan por los poros.

                    Sé de acentos que sangran a dos fuegos,

                    sustantivos que escupen sangre y lodo,

                    posesivos que estallan en invierno,

                    palabras: asesino (es un ejemplo),

                    adjetivos: criminal (es otro),

                    verbos: depredar (en cualquier tiempo)

                    Debería dejarlos en suspenso:

                    acogerme al silencio en cualquier modo,

                    saberme el santo y seña de estos tiempos

                    («Dame pan» –repetir– «y dime tonto»),

                    apuntarme al lenguaje de los muertos.

                    !Cuánto mejor callar! 

   Sólo

                    que me sangra el papel

                    de un blanco intenso.

                   

                    ¡Ay, qué poco es cantar! 

                    ¡Cantar,

                    qué poco poco!


                    

                   XIII

 

                    Pon que no fuera así.

                    Supón –es un decir– que aquel día

                    de lluvioso agosto*

                    en que supe de ti directamente,

                    en que te vi (era en París: me acuerdo).,

                    yo no fuera un tanto así, ni tú tampoco,

                    que allá por aquel bis de Henri Barbusse

                    nos hubiera gustado como ahora

                    mirarnos a los ojos...

                    De ser tal, qué te diría

                    que no sepas tú ya,

                    que no esté claro

                    en el gesto errante de tus lejanos ojos almendra,

                    en la pausa indecisa de tu mano

                    al tomar el teléfono,

                    en el tono dudoso de tu voz

                    perpetuamente somnolienta

                    cuando dices adiós.

 

                    ––––––  

                    (*) Advierto aquí lo fiel de la reseña

                          despierta puede ser décadas luego

                          a esa lluvia estival desconcertante,

                          hoy de nuevo perdida en la memoria.

                          ¡Qué duro es anotar que hasta el recuerdo

                          es esclavo sumiso del presente!

 


                   XIV

 

                    Irte a morir así, en primavera,

                    cuando hace calor, se pone verde

                    la maceta, el balcón, la vida entera,

                    irte a morir, mujer, qué mala suerte.

                    

              No esperar al invierno (corta espera)

                    o al otoño después, o aún al siguiente,

                    y morirte al revés‚ no sé, cuando se muera

                    ya también al final la propia muerte...

 


                    XV

 

             Qué poca cosa,

                   que te quiero.

                  

                   Me rozas

                   como el viento esquivo.

                   Me esquivas

                   como el sol de enero

                   esquiva

                   las tibias tibias

                   del invierno:

                    fría

                    tu cuerpo frío.

                   

                   Qué poca cosa,

                   digo.

                   Qué poca cosa

                   que te quiero.

 


                     XVI

 

                     Marchitan las flores

                     al borde de mis manos.

                     No es que el otoño

                     caiga manso

                     sobre los pétalos

                     con sus dedos ocres.

                     Ni siquiera que el invierno

                     (hoy, 12 de enero)

                     haya helado su aliento

                     al filo de los tallos.

                     Menos ya mi pensamiento

                     nostálgico

                     prendido al cenicero

                     y al humo que se escapa

                     vagamente hacia el techo.

                     Marchitan las flores:

                     simplemente.

                     Porque las mata el tiempo.

                     Porque no cabe la vida

                     nadando en un florero.

                             

 

                      XVII

 

                     Yo ya no sé qué títulos hacen falta

                     para hablar con las noches

                     como ésta.

                     Le digo: «Oye, noche, ¿tú sabes qué me pasa?».

                     Y ella –altiva, distante,

                     ensimimada-

                     ni siquiera contesta.

                     Al diablo si me afecta.

                     Ya me sé de memoria la respuesta:

                     escribo de distancias

                     y me digo: Aquí

                     ya no hay nada que hacer con las estrellas.

                     Que he descubierto al final que la esperanza

                     no era sino una

                     larga

                     dura

                     estéril palabra hueca.

                     Más acá de la noche

                     ya nada más me queda.


 

                     XVIII

 

   Un gesto impreciso de la cara,

                     un espacio mínimo, apenas un segundo,

                     un descuido, un algo casi nada

                     en el largo horizonte de la noche

                     de este Madrid agónico, batalla

                     perdida sin combate y aun sin armas...

                     Es así como vivo tu mirada

                     no menos fugaz,  noctámbula,

                     venida del espacio profundo de la llaga

                     de tu niña, mujer, de dulce acero,

                     de acero al sol, de hierro en llamas.

                     Y tal la viviré sin que se sepa

                      qué tiempo durará, cuántas mañanas

                      después de cuántas noches podré verla

                      vela vuelta, océano de plata,

                      y conservarla, sé yo para qué,

                      barca sin rada.


 

                      XIX

                            

                      Para Joana

 

                      Tenue roza va leve la serpiente

                      gualda venal silente por tus venas

                      rayas breves apuntes nada apenas

                      dígome en fin qué suave va la muerte

                      hacia el final viral fatal qué pena

                      He de decir qué mala fue la suerte

                      de aquel parto de abril a manos llenas.

                      Ay cuánto amor para llorarme el verte.

                      Cuánto ay porque hay que me desvela.

 


                       XX

 

                       (Málaga, 1977)

 

                       El mar cercano susurra anunciando

                       que el tren ha de pasar próximamente.

                       Hay un rumor de coches

                       en la carretera de la costa.

                       Una conversación pendiente apunta amargamente

                       que quizá  el teatro esté ya muerto.

                       Ahora todo se detiene.

                       Oigo resbalar el bolígrafo sobre el papel en blanco

                       y pienso que apenas quedan sueños

                       para noches como ésta.


                       XXI

                       

                      (Huesca, 1982)

                      

     Ciudad de soledad, bruma y silencio

                       que entibia un pobre sol

                       al pie del Pirineo:

                       qué suave es su canción.

 

                       No se levanta un sueño

                       de sus piedras viejas,

                       de sus tristes suelos.

                       No se levanta un sueño.

                      

                       Huesca la triste

                       dormita sus recuerdos.

                       0 tal vez yo

                       tras la bruma de un cuerpo.

                       No se levanta un sueño.


                      

                        XXII        

 

                       Como el hilo de agua balbuciente

                       del grifo del viejo piso abandonado

                        también a mi la voz me vino escasamente.

                        No supe qué decir y las pocas cortas palabras

                        rodaron suavemente por la loza de la noche

                        hasta perderse en el negro

                        desagüe de tu vientre.

                        Tú dijiste –eso es verdad– «Te quiero».

                        Pero tu voz quedó pendiente,

                        perdida entre las sábanas

                        dios sabe quizá 

                        al borde de qué pliegue.

                        Yo ya no dije más.

                        Cerca, muy cerca de mí,

                        hasta el humo me huía tristemente.


                         

                         XXIII

 

                         Me duelo de un dolor sin santo y seña,

                         de un dolor de color desconocido:

                         junio y catorce me hieren yugo y fechas,

                         todavía sin aire y ya suspiro.

                         ¡Miserere de mí, kyrie y tristeza,

                         dije collar al cuello de tu abismo!

                         ¡Sálvese dios mortal, salve quien pueda

                         tu gesto de impotencia hasta tu libro!

                         Siento que estoy cosido a mis geranios:

                         nunca podré abrazarte a fuego limpio,

                         martes que no,  ni miércoles de barro,

                         ni jueves, ni semanas, salvo siglos.

                         ¡No, nunca para mí, nunca un armario,

                         nunca, mujer, recibo tuyo y mío!


                                                                           

                         XXIV

 

                        Has de saber que hoy martes no me apena

                        ya la tierra de origen: voy de ausente

                        dejándome en la marcha las fronteras.

                        Has de saber que hoy martes voy de trece

                        y que no es por la tierra.

 

                        Has de saber que hoy martes mi tristeza

                        no depende del sol, que suavemente

                        se ha asomado hasta aquí la primavera.

                        Has de saber que hoy martes no depende

                        del tinglado la escena.

 

                        Has de saber que hoy martes voy de pena

                        y no culpo al amor que se halla ausente

                        ni al rumor de la voz que no me llega.

                        Que es hoy martes de rabia: simplemente.

                        Un martes de dolor.

                        Culpo a la fecha.


                                                                   

                        XXV

 

                        Dip.  Dip.  Dip.  Dip.

                       «Al oír la última señal...»

 

                       Si aún hubiera dicho por qué.

                       Si todavía hubiera explicado

                       el sentido del portazo

                       (tal vez con una carta en la cocina:

                       «Cuando estés leyendo esto, yo...»).

                       Si, en fin, dejara tras de sí

                       el gesto de un aprecio desgastado...

                    

      Dip.  Dip.

                       Y ya van seis.

                       «...Cinco en Canarias».

                      

     Se fue.

                         

 

 

                        XXVI

 

                      Declaro ser de verdad

                      criminal de leso sueño.

                      Reconozco no dejar

                      de pecar

                      de pensamiento.

                      Convicto de esperar.

                      Confeso de recuerdos.

                      Rubrico mi condición fatal.

                      La asumo y sigo

                      sabiendo que hace mal,

                      que embruma el cielo.

                      Digo otrosí que me condeno

                      a reclamar esos momentos

                      en que nada es real

                      salvo tu cuerpo.

                      Convicto de esperar.

                      Confeso de recuerdos.


                      

                      XXVII        

    
                     (Soneto para un monte serrado)

 

                    Dejadme hablar. Lo sé porque lo vi:

                   Aire de plomo azogue estaba el viento.

                   Vientre de burro helaba desde el cielo.

                   Gemía el sol de un rojo por salir.

 

                   Dejadme hablar. Yo mismo estaba allí.

                   Y un monte se aserró, se volvió ciego,

                   Y en dos por siempre ya, como en un beso,

                   Le habló feliz al mar, que es el morir.

 

  Nunca un monte sintiose tan humano

                   Como aquel ante mí: dejó su cima,

                   Quísose manantial, canto rodado.

 

                   Dejadme hablar: os juro por mi vida

                   Que vi a un monte ayer salir volando

                   en busca de otra tierra prometida.

 

                   (6 de enero de 1991)

 


                   XXVIII

 

 Detrás de cada noche

                   Hay una luna

                               

Cara oculta

                                   Luna oscura

 

                   Detrás de cada noche

                   Espera un día

 

                                    Luz callada

                                    Luna umbría

 

                   Vida umbría

 

                    (Aigües, 10 de abril, 1997)

 

 

 

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