Poemas y escritos de “Marat”

 


 

Cuando “Marat” se presentó por este rincón de la Red

 

Sin saber detenerme creo haber recalado en mil sillas e igual número de ideas. Hablar en público, aunque sea en silencio, como ahora, resulta inquietante, pero algunas fuerzas no soportan su reclusión. Las palabras son esas fuerzas. Los desencantos me han llevado al silencio tantas veces como me han hecho plasmar en escritos los sentimientos. Jamás he realizado un esbozo o estudio preliminar cuando  estos dominaban  mi realidad. Las ideas fluían revestidas por un torrente de expresiones, gritos, rencores y deseos, quedando plasmadas sobre un papel. ¡Tantas veces planeé escribir un libro! Pero con estos antecedentes impulsivos e incapaces de ser ordenados el propósito era, es un  reto imposible. Mis invitados de honor, el pesimismo y la crítica, no merecerían siquiera ser citados, dada su ingratitud, mas sin ellos seguramente he emprendido pocos viajes. Creo que en cualquiera de mis textos se ve reflejada la influencia que tienen sobre mí.

El carácter híbrido de estas piezas sueltas tan sólo expone esa necesidad de deambular sin permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio. Sin embargo, soy lo que se dice un periodista desencantado, inmóvil y desilusionado. Las jerarquías mediáticas aplastan cualquier atisbo de crítica, y las voces discordantes se pierden en un olvido mortal junto al barranco.  El pseudónimo de Marat me sitúa en la necesidad de indicar que este revolucionario jacobino, periodista impulsivo, médico, escritor, pensador y mártir, representa buena parte de la conciencia – de la  mejor y de la peor- con que me enfrento cada día a la dictadura de las convenciones, los silencios, los dogmas, y, especialmente, a la irracionalidad adorada con continuas reverencias. Tomaré, finalmente, prestadas unas palabras suyas, publicadas en el Journal de la République Française: « Je demande pardon à mes lecteurs si je les entretiens aujourd'hui de moi, ce n'est ni amour-propre, ni fatuité, mais simple désir de mieux servir la chose publique».

“Marat” (30 de marzo de 2001)

 


 

NUEVA TANDA DE POEMAS DE «MARAT»

(Noviembre de 2001)

 

 

 

 

Sueños del poder

 

Cerrando los ojos a la razón

y apagando los ecos del sueño,

pasan los hombres del poder

mientras matan la esperanza.

 

Ciegos de engaño y risas,

alquimistas trágicos de papel,

vulgares engullidores de fobias

y vanidades secretas de marfil.

 

Insaciables hermanos del desprecio,

lectores de diálogos sin prosa ni verso,

cantores de desdichas ajenas,

embriagados por rayos de astucia.

 

Ocultasteis el agua a los sedientos,

derramándola en vuestros jardines.

Olvidasteis que la muerte es también

 un frondoso paraje dispuesto a ser cuidado.

 

·         

 

 

Vida desesperada

 

Estrenamos épica milenarista para curar

los sinsabores del siglo pasado, cuando verdaderamente

lo único que pasa, lo que sencillamente transcurre

 es el desgaste emocional de unas virtudes mal entendidas.

Lo que no cambia es el sistema. El sistema operacional.

 El cenit de la sonrisa artificial.

No cambia el estreñimiento irracional

de viudas sin ideas y esclavos del tormento.

 Seguimos tapando los ojos a la razón

y con ello adelantamos el paso de los tiempos.

 Seguimos inmersos en la caverna de la oscuridad,

sin las ideas que hicieron al hombre volar

 mucho antes de la amenaza de los dioses.

Libertad esclavizada en un horizonte perdido.

Genios del mundo en sillones con los monitores de títeres.

 Seguiremos ahogándonos para que sus hijos se diviertan

y, de paso, mantengan los espíritus enlatados.

Luces sempiternas del olvido, apagad ya los deseos.

Malditos centinelas de la amargura,

dejad que cicatricen las vanas esperanzas.

Y tú, niña, mírame a los ojos

 para que yo no te olvide.

 

·         

 

Nada

 

Perdido, navegante, atolondrado, errante,

sonámbulo, prisionero, herido,

casi dormido, vagabundo, caminante que recorre

el raíl sin encontrar el horizonte.

 

Borracho de incógnitas, bebido, ebrio tras la luz.

Querría que ésta me cegase y  no la encuentro.

 

El umbral del pensamiento se desvanece

 y borra las huellas.

 

¿Dónde está el vivir?

¿Dónde queda el mañana?

¿Quién fabrica los sueños?

¿Quién mirará el futuro?

Fatiga y desilusión resquebrajan con ansia los minutos

 de mi estancia en este corto viaje hacia la nada.

 

Habré de mirar al futuro y pensar...pensar no es nada.

Morder un labio, girar hacia la ventana y ver... ver nada.

 

Una manzana verde, verde manzana y roja la ira,

ira de la espada. Metal, metal es nada.

Vivir con pasión, pasión no es nada.

Anhelo, ¿de lo eterno no hay nada?

Verdes prados, blancas miradas.

 Y tras lo blanco... no hay nada.

 

Un lugar en el corazón, al lado de tu mirada.

 Veré el mundo por tus ojos y viviré

desde la esperanza de no hallar identidad semejante.

 Semejante a ti, a mí, semejante a nosotros no hay nada.

 Vulnerable, excitable, desarmado por el tiempo

 recorro en la mañana laberintos con picos, sierras, escaleras,

 y una mano me auxilia, me lanza un dardo, un dardo no es nada.

Veo estrellas, veo un juicio, alguien lo perdió, pero no es nada.

 

Cantan a lo lejos unas madres enlutadas.

 Son la esperanza, son lo bello, bello, bello no hay nada.

Es el olor a raíz, es el caballo de ayer.

Viene deprisa con el  blanco entre los negros donde soñaba.

Cabalga sin dueño, dueño de nada.

Sube y baja. Para el tiempo, y entonces, no  cabalga.

Un latido sonaba, paró.

Sonaba, ahora nada.

 

·         

 

La lluvia del adiós

 

Maniatado por el viento

que me acerca tus lamentos,

recorro el pánico de la memoria

dejándome arrastrar por la culpa.

 

El olor a desesperación ha penetrado ya,

perturbando mi soledad ,

haciendo hervir cada segundo

de las horas en que tú no estás.

 

Me ignoras desde lejos,

y sé que tu ceguera

conlleva el olvido,

el adiós.

 

Es una penumbra irremediable,

pero aun así violenta,

maldita, humillante y tenaz,

pues apaga nuestras vidas.

 

En el odio de la desesperación,

en las tablas de su ley,

acariciando las desdichas,

emerge el abismo negro.

 

En tu despedida no suena nada,

ni siquiera los acordes

de los días más bellos

en que nos besábamos.

 

La pasión encendida dijo adiós,

ayer, mientras perdíamos la razón,

mientras caían las gotas negras

de una lluvia maldita para siempre.

 

·         

 

Huida

 

Huías de la soledad

en la mañana candente.

Sabías que te buscaría,

que no pararía

hasta encontrarte.

Los labios que ya no me buscaban,

los ojos que no querían verme,

los oídos sordos a mis lamentos,

y el corazón cerrado a mi arrepentimiento.

En el museo de tu indiferencia

penetro con el inconformismo

de un iluso veterano de las disputas

sin creer del todo tu adiós contundente.

No hay sitio para nosotros

no hay recuerdos vivos

Huyes sin mirar atrás.

 

·         

 

Casatejada

 

Una luz en el fondo de mi existencia

 marca la senda del gozo y el orgullo.

No creo en banderas ni etnocentrismos;

las fronteras son heridas de la humanidad.

 

Mas encuentro en este término

la soledad, el abismo del pensamiento

 y el cobijo irremplazable, imposible de hallar

en  cualquier otra peregrinación.

 

Penetrar en una historia accesible

narrable, aunque escondida

es un motor capaz de funcionar

con el carburante de la felicidad.

 

Las rutas breves cargan con pasión

las vivencias diarias de la nostalgia.

Cada cruce, cada esquina,

 cada resquicio de vida emerge

ante mí con inusitada magnanimidad.

 

La infancia revive como una llama

alentada por el clamor del recuerdo.

Los parches del progreso ocultan

sin sentimientos las costumbres.

 

Azul, omnipresente, poderoso,

vitamínico, pasional, culminante.

Ocre, pálidos tonos de los campos.

Terrenos olvidados, desasistidos.

 

Las manos sirven menos,

los ojos, sin embargo,

siguen llorando como antaño.

 

Desfilan las imágenes que nos narraron,

 los caminos mil veces vividos

por nuestros antepasados.

Nos cruzamos, nos vemos

 en la siempre ciega evanescencia.

 

Buscamos  sombras huyendo del sol.

Son horas prohibidas, pero irrenunciables.

Significan la plenitud de la experiencia,

la inmensa necesidad de sentirse libre

en sus manos de plata, en sus pasillos

de sangre viviente, de alegría, de verdes

lamentos serenados por la razón.

 

Se ama, se enloquece ante su distancia,

se sueña, se añora, se persigue su encuentro,

su recuperación, su realidad constante.

 

Y al alejarse, se empañan los ojos

mientras las vías inician el desfile

de un adiós agrietado por el dolor.

 

·         

 

 

Belisario

 

Sabe que reinar es un delito moral.

Es un exiliado del vulgarismo.

Un caballero andante sin más armas

que la paz y la libertad.

Capaz de sonrojar a los necios

que ocupan sillas en la academia

de la desvergüenza,

ajenos al sonrojo más cancerígeno.

Pocos se atreven a visitar

su acontecer diario.

En su maldad vulgar saben que no

están a su altura.

Mirarían al suelo incapaces

de erguir un trayecto visual

tan pobre de esperanza

como podridas están sus entrañas.

Nombre guerrero,

defensor real del hombre,

de la moral entera, absorbente, decente,

milenaria, certera, elevada, imantada,

señera, iluminada, guía, estrella.

Incógnita para el ojo y entender ajeno,

plagado de llagas del dolor,

de la carrera sin tregua

que se cierne sobre la desventura

en el tiempo entregado.

Radical, enérgico, luchador, guerrero.

Atrincherado, rodeado de belleza

imborrable, inmortal, utópica.

Redención inservible hoy

como ayer en el hombre animal,

irracional, un lobo que aúlla

a los oídos de su hermano.

En la sombra de su rincón

sobrevive, redecora su intelecto,

nutre su aventura de doble fondo,

como prestidigitador de ideas,

como un filósofo portentoso,

hábil, sin fines que justifiquen más medios

que su paz, su entera paz.

Y a su abrigo los silenciosos clones

de una admiración velada, plena.

Sus ojos apenas se cierran, sus manos

casi no muestran las palmas,

pues las conserva exactamente

 como su corazón: abiertas.

Embajador de la libertad,

de la justicia humana,

de los colores de la entereza,

en una obra constante

de dimensión magnánima.

Su sonrisa conlleva el mérito

de la superación humana.

Su sonrisa es el reflejo de

su absoluta superioridad.

Su sonrisa también es una entrega.

Perdidos en la constante apariencia

los necios le dieron la espalda.

Y les devolvió talento 

a cambio de la amargura de esa

imagen autocomplaciente de los estúpidos,

de los que tratan de llenar su experiencia

de besos falsos y risas muertas.

A todos les entrega su brillantez, su destreza,

abanderando una herencia de lucha,

de inconformismo brillante.

Pero este brillo, a veces,  se lo reserva

para su propia soledad.

Siempre ha vivido en la invisible

 telaraña de la ética.

 

·         

 

 

Barricadas de dudas

 

En el lamento diario de la desesperación

se evocan los pareceres menos dignos.

La oscura panorámica del grito emerge de nuevo,

recordándonos nuestro origen humilde

y nuestra irremediable distancia

de la tranquilidad equitativa.

 

Los necios enjaulados peregrinan desde sus casas

hasta las opulentas moradas del pretencioso desprecio.

Sobreviven embadurnados de excesos e ilógica.

Nada ni nadie puede detenerles.

 

 Así es la ley,

así son las cosas.

Detrás de la eterna humillación del Poder

se ocultan las historias de reyes y dioses,

siempre maratonianos aduladores del ego insaciable

.

¿Por qué caer en la red del conformismo miserable?

¿Por qué silenciar los reproches ante los bárbaros?

 

Es una cuestión de salud.

 La barricada es un virus.

 Podemos levantarla,

 pero caeremos enfermos.

Nos harán enfermar, más bien.

 

Sus armas se prestan puntualmente

a la extinción de las barreras

 que suponemos en nuestro intento

 de repartir la riqueza de manera equitativa.

 

El brote se multiplicará debido

a los  asesinos más intransigentes,

aquellos que silenciosamente traicionan a sus hermanos

sin más pretexto que unos minutos de gloria

ante el espejo de la posesión temporal.

 

Luchar.

Vivir luchando.

Morir luchando.

¿Qué es lo que merece la pena?

Me temo que no lo sé,

pero  lucharé.    

·         

 

En una mirada

 

El gran pecado de un hombre incrédulo

es mirar al cínico a los ojos,

mostrándole con la verdad de su mirada

toda la vileza que contiene su propio  iris.

 

En el llanto de la sinceridad

se levantan las ampollas de la inmisericordia.

En la risa de la falacia

crecen las flores venenosas.

 

Un hombre huye del tormento,

huye de esa tenebrosa sombra,

del atroz espectro del desalmado.

Por el camino reparte sus huellas.

                                  

En el paseo militar de un tirano mediocre

se asume el terror que imponen sus aliados.

Cabizbajos los leales a la libertad , disimulan su respiración

Está en  juego la vida del chantaje involuntario.

 

Las banderas están preparadas;

las armas, listas para luchar

y en el adiós definitivo

surge la sonrisa de la niña.

 

¿Será para siempre desvalida y solitaria?

Cada hombre es dos mitades en ese instante,

cada mitad es un mundo de terror y esperanza.

La niña vio agitarse las banderas a lo lejos y lloró.

 

·         

 

Azul entre llamas

 

El azul  que castiga

con su frío y vanidad

nos impone una leyenda

tatuada y efervescente.

 

Los inmisericordes lanzan sus diatribas,

generan las ilusiones perdidas,

rocían los cuerpos de los demás

con impecable eficacia.

 

En la humilde carencia manifiesta,

los soldados de la muerte

sonríen para la foto,

y el aliento les huye.

 

Parcelaremos cada rincón

de la agónica morada clandestina,

repartiremos sin privilegios

cada ápice de esperanza.

 

Los batallones formados ya

tan sólo aguardan la señal.

Entonces el silencio vivirá para siempre

entre las llamas del adiós.

 

·         

 

 

Liarh

 

Escucho tras el sigilo

el vulnerable murmullo del adiós.

Se elevan los trazos del artista

sucumbiendo a los encantos de Liarh.

 

Sus trenzas,  inocente reclamo;

su mirada, una curva armoniosa;

su sonrisa, eterna fuente de melancolía;

y su espalda desnuda, el mármol.

 

Las manos del hacedor tiemblan

por primera vez desde que alcanzara la cima.

Liarh viste ya su cuerpo y su alma.

El artista sabe que no volverá nunca más.

 

·         

 

El hijo ingrato

 

Una tierra de libertad

y llanuras de bondad inmaterial,

reflejos de su coraje,

secuencias impagadas.

 

La destreza imborrable,

la lucha sin recompensa,

la agonía de quien vive solitario

sin recuerdos, sin amenazas.

 

Volcán, mares, ríos, sol y luna,

universo, glaciar, existencia,

amor, maternidad.

Silenciamos los silencios.

 

·         

 

Juntos

 

Ligeramente reclinado,

un tanto cabizbajo.

Me desespera tu malestar.

Los nervios se han comido  mi alimento.

 

Salgo y entro exhausto

en el baúl de la inquietud.

La vela se apagó

y ha dejado sin sentido

el humo de la señal espiritual.

 

Esa flor que colgaba de mi cuello

 se ha humedecido,

se abre a cada sonrisa.

Respirar profundo

.

La fuente del desmayo

inunda mis pulmones,

me cuesta trabajo respirar

y pronunciar tu nombre.

 

La célula de la vida

se escode tras mi sombra.

Sale a tu encuentro.

Quizá debiera ser impersonal,

pero ya es demasiado tarde.

Mi célula y tú convivís ya

para siempre juntos.

 

·         

 

Sueños

 

¡Qué pena que sólo despertemos

cuando el ruido golpea nuestros tímpanos!

¡Qué lastima que algunos duerman eternamente!

¡Qué rabia que otros estén predestinados al sueño eterno

sin poder llegar siquiera a soñar!

 

¡Qué asco que los fabricantes de sueños

ignoren a quienes deberían poder soñar!

¡Qué inútil se siente uno cuando sueña con todo ello!

 

·         

 

Melancolía del desencuentro

 

He leído tus cartas

y me doy cuenta

del ir y venir

de un tiempo loco.

 

Quizá la cordura sea

 un elemento perturbado

en una pasión dual.

 

No quiero oír

un tono de voz

que acuse a nuestro tiempo.

 

Me consume un solo minuto

de desacuerdo

o disconformidad

en nuestro lenguaje.

 

Quisiera cerrar el aire

en un recinto sagrado

y viajar por todo el mundo.

 

·         

 

Eterna indecisión

 

¿Reírme del desquiciamiento

o plantarle cara a la rutina pesarosa?

 

¿Caer en la trampa o esquivarla

rebajando la dignidad idealizada?

 

¿Saltar sin mirar la distancia

o calcular los daños del posible error?

 

Los caminantes se cruzan,

vacilan en sus trayectos

sin llegar a chocar.

Tan sólo sus miradas lo hacen.

 

Palabras, lamentos, engaños,

sonrisas, silencios, guiños, destrozos,

enmiendas, pisadas ruidosas, gritos,

lentitud, exactitud, fucsias, verdes, marengos,

negros vendavales de moda y asperezas.

 

La calle es un paraje vivo,

un mundo de convulsiones.

Todo sucede mientras

yo me lo pienso.

 

 

n

 

 

PRIMEROS POEMAS (Y OTROS ESCRITOS) DE «MARAT»

(Marzo de 2001)

 

 

 

Despertar

 

Al abrir los ojos a la mañana

he querido dejar despiertos

mis ojos y mis heridas,

mis días; y lo lamento.

 

Tormenta sobre la vida,

infierno sobre el recuerdo;

la llama permitida,

el murmullo de la agonía.

 

Que me olviden los necios,

y la gloria marche en honor a otros.

 

=

 

En las nubes enrojecidas

 

En las nubes enrojecidas se vive la llama

de una pasión entrelazada,

ocasos de un abismo itinerante:

la pasión de la sinrazón.

 

Ojos de ogro tras la esquina,

impenitentes en procesión

de alargadas hileras tendenciosas,

viviendo la vida de una vela.

 

Pegasos y lejanos gladiadores,

en una misión arriesgada;

turbias luces de papel y

tu boca sobre el cielo.

 

Una manzana podrida,

un barrizal inservible,

un latido deforme,

un silencio culpable.

 

Y la lenta agonía del desamor,

los llorosos ojos de la humanidad,

la humillación del saber y la razón,

y el triunfo, pues, del mal.

 

=

 

Lluvia

 

Llega la lluvia metalizada impregnando las calles de melancolía, tristeza y balsas de grises opacos. La civilización se ve alterada a cada engaño del cielo. Y los hombres recorren como hormigas el camino del trabajo, de la escuela, del mal, del ayer, de las mismas gotas de pasión y olvido. La tarde envuelve los corazones rotos, mientras las cabezas al descubierto se empapan como los campos sin guardas ni trabajadores. Tierras muertas por la ironía. Manos muertas y niños mirando a los ojos de los transeúntes. Los charcos toman vida y suenan como locos que buscan la cordura.

            No es por resultar atrevido, pero escribo según llegan las ideas a mi alma o según llega mi alma a la cabeza. Es un collage de sinrazones y desgarros atónitos. Impresión y sollozos ante la barbaridad del discurrir ajeno y propio. Zarandeados por un vendaval de arena y lodo. Una tragedia que disimula con trazos en oro y plata la desesperación del hombre por ser fiel  a su ética. Los transgresores anidando sobre los cadáveres, sobre nubes negras de desaliento, de odio. Para los verdugos de la norma, de la razón y del propio ser ésta es una celebración maldita. No les gusta que les digan qué significa robar, humillar, abusar, destrozar, arruinar, pisotear, maltratar... Denigran la conciencia de los débiles, devoran sus cadáveres; antropófagos instalados en la opulencia, la política y el engaño. Sembradores de locura, cultivadores de la traición. Alguna voz, casi desdoblada, anuncia su llegada, envueltos, rodeados por escoria y despojos de los aspirantes a malvados.

             Pero en la esquina de aquella pradera verde, donde se esconde el último reducto del hombre sensible, alejado de la tercera dimensión de la voz y la lectura, de la imagen descarnada, viven los héroes del mundo. Anónimos en vida y muerte, mas salvadores del respirar, del amar y de la esencia de una vida:  respetar, querer, amar, ayudar, comprender, cooperar, salvar, auxiliar.

             ¿Dónde estáis, hombres de la pradera verde?

 

=

 

Dudas

 

Mira tu inocencia esta mañana,

recoge tus cosas y huye,

pues los ojos del delator lloraron

y a ti te hicieron dudar.

 

Toda la verdad está encerrada en un frasco;

las artimañas de los hombres

ni lo abren ni lo inquietan,

y los niños lloran mientras la luz se hace ciega.

 

Sujetos a esa mirada cegadora,

inmersos en suspiros y llamas de calor

recorren las láminas del ayer,

y olvidan el mañana sin más.

 

Respira buen hombre;

di adiós al lamento.

Borra tus huellas sangrientas

y vive  en tu propia luz.

 

=

 

Maradona

 

   La historia de Diego Armando Maradona es la historia de una permeabilidad volcánica. El diez argentino ha jugado al escondite en un cráter que despide lava, y Diego se quema y nunca gana el juego en el tablero de la vida.

   Maradona se ha escondido de un éxito desenfocado, se  ha perdido entre los abrazos, las puñaladas, los amigotes disfrazados y la eterna cantinela del séquito vírico.

   Dieguito habría puesto en dificultades al pensador Kant. No hubiera sabido determinar si su destreza, si su magnificencia es analítica o sintética.

   Jugaba sin balón y con cualquier esférico era capaz de realizar filigranas que hoy sólo tendrían cabida en una aventura del cine de Spielberg y efectos especiales por ordenador. Pero Dieguito vivió mal su fama de creador, de impulsor artístico y su musa cambió con la tormenta del engaño.

   Recaló en España para recibir ovaciones inolvidables en el Bernabéu con una camiseta azulgrana. Desde su marcha de estas tierras no se ha vuelto a repetir esa claudicación a la genialidad de un rival. Creíamos que el pelusa no era de este mundo, pero es este mundo el que se lo ha tragado, utilizando el mismo engaño con el que una maquinita de luces y estrepitosos acordes melódicos engulle una moneda atrevida.

   Diego se marchó a Nápoles para girar la bota de tacón italiana y elevar el sur al norte con un scudeto de pasión, justicia y equidad -ojalá fuera también social-, como si de un Mazzini moderno se tratase. Y empezó a elevarse.

   Maradona serpenteó con la albiceleste para vengar el episodio de las Malvinas sobre un tapete verde en el que cambió el “Dios salve a la Reina” valiéndose de la propia mano del todopoderoso que ni siquiera el meta inglés Shilton logró ver, por más veces que repasó el vídeo.

   Diego ganó el Mundial e hizo a sus amigos que vivieran la repetición del ´78, pero sin dudas maquiavélicas esta vez.

   Sin embargo, Diego se bajó de las alturas, se cortó sus propias alas, buscó un nuevo escondite para jugar a vivir y volvió a quemarse en una lava de polvo blanco que le negaba la realidad y le ha empujado hacia la sinrazón en una huida hacia adelante.

   Dieguito, Diego Maradona, el pelusa, el pibe, el mejor jugador de todos los tiempos según la teoría gaucha pudo ser un romántico, un nómada de la lealtad, un corsario, un Robin Hood para los niños argentinos y del mundo entero, pero su paso a la leyenda se está diluyendo.  Sobre el óleo de sus días caen gotas de lluvia. Son las lágrimas de Dios, que un día le prestó su mano.

 

=

 

El descenso

 

El agua de las cumbres es clara

como el cantar de los soles;

cierras los ojos

y escuchas su paso.

 

Sin latidos ni tormentos,

una luz se apaga

en mis noches blancas;

abandono las lágrimas

 

En la conciencia tranquila

hoy muere la razón,

y el diablo de las tinieblas

sube a la escalera.

 

Hay tras esas tinieblas

un paso de anhelo,

torpes manos blandas;

se escapa el viento

 

Perder la vista es delito,

oír los silencios, sacrilegio.

Humillado queda el destino

en la cuerda del equilibrio

 

=

 

Pensamiento futbolístico

 

¿Qué es el fútbol, sino un alegato de pasión y olor a victoria? No es la lucha salvaje de dos contendientes aderezados al gusto del vestuario más suspicaz. No es la expresión primaria o rudimentaria de la máquina humana que engulle la precisión racional. Fútbol, balompié... devuelve la entereza al pasaje del tedio, lo ilumina para, mediante destellos, ganarle al abismo del no. La red, la explosión del gol. La sinuosidad imaginaria del pase trastoca la sonrisa del niño. Sus lágrimas tras el gol rival humedecen las raíces del nuevo estadio, de la negación al olvido. Gol.

Parpadea la pantalla vertiginosa. Uníos.

De las páginas del propio olvido se llenan los paradigmas del ave que sobrevuela el campo  picoteando a cada acción y erigiéndose en juez de libertades y desmayos emocionales.

 

=

 

Personaje tonto

 

Qué odioso debe ser el espejo de la Historia para  los que traicionan el sentido del tiempo y  la estética racional. Qué duro debe ser afeitarse ante el rostro propio carcomido por el derroche de neuronas amargas y letales de una vendetta. Qué difícil tiene que ser cepillarse los dientes mientras se refleja ante uno la mirada podrida de un desertor del humanismo, del socialismo, del idealismo, del antifranquismo, pensando que, al final, uno mismo , sin ismos, se excita ante bombardeos lejanos, mientras descorcha botellas de cinco estrellas y duerme en hoteles de cava, atiborrándose a dietas, pagas, chanchullos, lujos, escoltas y otras cosas menos citables. Sentado en un sillón, este personaje tonto, con cara de lo mismo, sacude su inteligencia emocional huyendo de los espejos, sin tener el valor de la bruja del cuento de Blancanieves, que por lo menos preguntaba con cierta esperanza de oír lo imposible. Qué duro debe ser que tus hijos sean esos espejos, personaje tonto, de tonta mirada, tonta actitud y estúpida presencia. Qué pena que hayas pisado la rosa que un buen día levantaste, ahora parece claro, en un alarde de oportunismo. Ojalá que tu penitencia sea un viaje por un laberinto de espejos. No pasarás ni del purgatorio.

 

=

 

Si se abriera el cielo

 

   Si se abriera el cielo... Si se oyesen cantos de esperanza y alegría en esa tierra que ahora llora y se lamenta, constituyéndose en epicentro de la referencia mediática global... Si el fuego abrasador de la mentira no mutilase la mirada de los niños. Si el agua, que ni siquiera apacigua las llamas, no inundase las vidas y las muertes de pueblos y caminos desfigurando mapas, planos y sueños del mañana. Del mañana  de hombres y mujeres a quienes no avisaron desde ese cielo que se abre sólo para oír alabanzas y huye cuando se le mira desde abajo con lágrimas que inundan almas y desesperanzas...  ¿Pero es que todavía se puede mirar al cielo para pedir explicaciones? ¿Es que esos niños que jugaban junto a la casa merecían aparecer tres kilómetros más abajo?

   Que canten las corales de la muerte, alegremente dirigidas. ¿Quién coño puede ser llamado el creador de tanta chapuza e injusticia? ¿Dónde está la inmunidad para la belleza, para la pobreza? Los asesinos ríen y los débiles caen abatidos, se arrastran entre lodo y cadáveres. Y nosotros, desde aquí, aplaudimos, se nos caen cuatro lágrimas y corremos a ingresar dos mil pesetillas, pero seguimos sin saber el nombre de un solo hondureño, guatemalteco o salvadoreño.

 

=

 

Decir nada

 

Si te oigo en la oscuridad

de una noche sin velas;

 si susurras al silencio

de una larga estela dorada,

será un silbido sigiloso

con blancas estelas delicadas;

será un pensamiento elevado,

una mentira perdonada.

Si rompes la ley del orden,

la negra esfinge hierática,

saldrán los duendes al alba

para oírte decir nada.

 

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Luchadores

 

En largas hileras desfilan los mártires de la conjura, sacrificados, pero valientes e ilusionados. El ámbar de los focos adoctrinados lame sus entrañas confiriéndoles el aroma pegajoso de lo unitario, de la pócima trágica que les une en un destino común. La tremenda e infinita sala de espera les otorga una credencial húmeda y paralizante. El baile de los necios usurpa las almas limpias y traicionadas por un destino de cartón piedra.  Los cristales estallan por miedo ajeno al pudor. Son las directrices únicas, las lenguas de fuego que temblaron en 1789, avivadas ahora por estrellas y cometas de salvaje fiereza. La terna de los horrores rinde culto al reciclaje de ideas. La nostalgia del libre pensamiento cae rendida ante las evidencias de una muerte cerebral. La hazaña cae decrépita junto a las nociones elementales del progreso y los enigmas resueltos.

   Cámaras selladas, sarcófagos repletos de héroes y horrores no tienen ya cabida ni en los museos. La sangre hierve para recibir a los sedientos guerreros del malvado monopolio intelectual. Vírgenes vestidas de lámparas iluminan los senderos de la paranoia, enseñando el camino de vuelta a los indecisos. Las serpientes custodian las márgenes evitando las sonrisas y las reflexiones. Una pluma cae muerta por los disparos de la traición cada día, en un ritual mezquino marcado por la complicidad de los delatores. Los cielos se cubren, se tiñen, se empapan de la oscuridad tenebrosa, mientras los vendedores de pasiones y vidas deciden el menú del día siguiente. Su voracidad les impide detenerse; no dudan en pisar los cadáveres. Bastaría con cambiar la dieta, con dejar que cualquiera comiese los frutos que sus manos plantaron, sería suficiente permitirles mirar al frente, arrancarles la etiqueta del precio individual, borrar de cada corazón el código de barras, limpiar sus ojos del hollín que invade a los ideólogos hasta consumirlos en la desesperanza.

   Un niño entra en la casa donde yacen todos muertos, enciende una vela y las alarmas del terror saltan advirtiendo a los centinelas de su presencia. Los soplidos no sólo terminan con la vida iluminada, sino que derriban al niño de cara sucia y traje desleal. Las grietas de su sonrisa permanecen insolentes mientras su adiós hiere por la forma. Vence por unos instantes en su huida enigmática a sus hermanos, incapaces de reconocer su misma sangre.

   En los jardines se acumula el trabajo de los enterradores. Los focos de luz ámbar vuelven a encenderse y a delatar a los racionalistas. No saben adónde huir, ni saben qué canción mascullar en su retirada. Ni siquiera saben por qué se han salido de las filas. Saben, sin embargo, que les aguarda una muerte segura, pero con una sonrisa agrietada cargada de insolencia. Todos son niños luchadores. Todos somos niños luchadores.

 

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Una noche

 

Aquí, en la soledad de una noche despierta, con los duendes del asalto traicionero entablo conversación. Mientras la luna nos contempla serena e inquieta, nos desdibujamos en mil sueños, nos recorren las pesadillas de la humanidad que un día fue salvaje sin saber que lo era. Algún pájaro fuera de hora le canta a las estrellas y se oyen los ronquidos de algún vecino que se convierte en nuestra penitencia nocturna. En la calle, más abajo de mi ventana, está el mundo de vivos y muertos. Una mujer de unos treinta años se tambalea junto a la parada del autobús. Acerco el zoom de mi vista cansada y estéril y contemplo a una mujer engañada por sueños despiertos, por incógnitas de antemano despejadas, cabalgando en un caballo de alas de metal afiladas y a cada sobresalto las láminas metálicas cortan sus muslos. Sus ojos como nueces retratan el horror de una mentira,   la insensatez que otros fomentan tres calles más arriba. Su cara ha perdido consistencia, y las ojeras le otorgan hieratismo , sombras, miedo y destemple. No sabe dónde está, pero sabe hacia dónde camina. Se encara con una pareja que está junto a ella. Se asoma sin miedo a la carretera, donde cada noche estúpidos juegan a vivir más deprisa y morir más rápido. Ni siquiera los destellos del peligro con sus gritos salvavidas suponen la más mínima advertencia de cordura. Se ahogan los caminantes en la noche y el silbido de un hombre solitario sirve para recuperar el sueño de una noche luminosa, de un descanso para los músculos, más cansados de la sinrazón que del esfuerzo. El cielo se esconde tras el cansancio propio, se apagan las últimas luces de hoy y vuelvo a recordar la película de las preocupaciones, intento dormirme imaginándome en un escenario, en un avión supersónico, o en algún lugar de vacaciones con las personas a las que quiero. Tengo veinticuatro horas  hasta que vuelva a ver a la chica de ojos profundos, de mirar a ambos lados de la calle por si viene algún nostálgico de la muerte veloz, de aguardar locamente el giro nocturno, el puntilleo de estrellas, los ojos de la oscuridad y el silbido de un hombre solitario.

 

 

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Yo espero

 

Caído e inválido, ausente,

mi vida de imperio y sol

se convierte ya en decadente,

pues se pierde entre espinas mi amor.

 

Empeñado en ahogar las sirenas,

obstinado en acabar las horas

de esa esperanza tuya, una oda

al silencio de la cruz.

 

De nada sirve arrepentirse

si las heridas no cicatrizan pronto;

de nada sirven las lágrimas

si tus ojos aún miran al suelo.

¡

Qué desgracia ser tan poco!

Vivir un instante sin pensamiento.

Ceder a la nada en su deseo.

Arrastrarme con el viento

 

Una voz casi conocida

me recuerda tu pañuelo

invadido por olas de fuego.

Sin ti se me va la vida.

   Yo espero.

 

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Todo y nada

 

Desaliento y ojos de lágrimas

en un río herido de muerte;

secadas ya tus ramas verdes

y la esperanza anidando en el futuro.

 

Demasiado lejos para creer,

todo y nada es mi lema.

Si quieres cantar conmigo,

arráncate el corazón.

 

La pirueta del ayer sigue ahí,

empotrada, vetusta e irremediable,

imaginada cada vez más distante,

abriendo con parsimonia su luz.

 

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Si una mirada...

 

Una grieta dolorida hay

en tus manos de plata,

si sonríes en demasía

guardando tu silencio.

 

Miras la luna edulcorada

y ciega sigues

hacia aquella ventana,

silenciosa esquela dorada.

 

¡Qué dulce candor!

Ojos en ojos.

Descalza andas

si así lo quieres.

 

Mírate en tu espejo,

guarda aún tu alma,

escóndete entre pasiones,

que a mí me faltan.

 

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Mariquilla

 

Esa llama que surge en mi interior,

contratiempo para respirar libre,

anuda la tranquilidad del tiempo,

se queja la mañana de mis lamentos.

 

Esos ojos cómplices, escapadizos

Y tu nariz, ligeramente anudada, brillante,

custodia los labios góticos que se golpean,

quizá para simular su sabiduría.

 

 

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