Cuando “Marat” se presentó por este
rincón de la Red
Sin saber detenerme creo haber recalado en mil sillas e igual número de ideas. Hablar en público, aunque sea en silencio, como ahora, resulta inquietante, pero algunas fuerzas no soportan su reclusión. Las palabras son esas fuerzas. Los desencantos me han llevado al silencio tantas veces como me han hecho plasmar en escritos los sentimientos. Jamás he realizado un esbozo o estudio preliminar cuando estos dominaban mi realidad. Las ideas fluían revestidas por un torrente de expresiones, gritos, rencores y deseos, quedando plasmadas sobre un papel. ¡Tantas veces planeé escribir un libro! Pero con estos antecedentes impulsivos e incapaces de ser ordenados el propósito era, es un reto imposible. Mis invitados de honor, el pesimismo y la crítica, no merecerían siquiera ser citados, dada su ingratitud, mas sin ellos seguramente he emprendido pocos viajes. Creo que en cualquiera de mis textos se ve reflejada la influencia que tienen sobre mí.
El carácter híbrido de estas piezas sueltas tan sólo expone esa
necesidad de deambular sin permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio. Sin
embargo, soy lo que se dice un periodista desencantado, inmóvil y
desilusionado. Las jerarquías mediáticas aplastan cualquier atisbo de crítica,
y las voces discordantes se pierden en un olvido mortal junto al barranco. El pseudónimo de Marat me sitúa en la
necesidad de indicar que este revolucionario jacobino, periodista impulsivo,
médico, escritor, pensador y mártir, representa buena parte de la conciencia –
de la mejor y de la peor- con que me
enfrento cada día a la dictadura de las convenciones, los silencios, los
dogmas, y, especialmente, a la irracionalidad adorada con continuas reverencias.
Tomaré, finalmente, prestadas
unas palabras suyas, publicadas en el Journal de la République Française: « Je
demande pardon à mes lecteurs si je les entretiens aujourd'hui de moi, ce n'est
ni amour-propre, ni fatuité, mais simple désir de mieux servir la chose
publique».
“Marat” (30 de marzo de 2001)
Sueños del poder
Cerrando los ojos a la razón
y apagando los ecos del sueño,
pasan los hombres del poder
mientras matan la esperanza.
Ciegos de engaño y risas,
alquimistas trágicos de papel,
vulgares engullidores de fobias
y vanidades secretas de marfil.
Insaciables hermanos del desprecio,
lectores de diálogos sin prosa ni verso,
cantores de desdichas ajenas,
embriagados por rayos de astucia.
Ocultasteis el agua a los sedientos,
derramándola en vuestros jardines.
Olvidasteis que la muerte es también
un
frondoso paraje dispuesto a ser cuidado.
·
Vida desesperada
Estrenamos épica milenarista para curar
los sinsabores del siglo pasado, cuando
verdaderamente
lo único que pasa, lo que sencillamente
transcurre
es el
desgaste emocional de unas virtudes mal entendidas.
Lo que no cambia es el sistema. El sistema
operacional.
El
cenit de la sonrisa artificial.
No cambia el estreñimiento irracional
de viudas sin ideas y esclavos del tormento.
Seguimos tapando los ojos a la razón
y con ello adelantamos el paso de los
tiempos.
Seguimos inmersos en la caverna de la oscuridad,
sin las ideas que hicieron al hombre volar
mucho
antes de la amenaza de los dioses.
Libertad esclavizada en un horizonte perdido.
Genios del mundo en sillones con los
monitores de títeres.
Seguiremos ahogándonos para que sus hijos se diviertan
y, de paso, mantengan los espíritus
enlatados.
Luces sempiternas del olvido, apagad ya los
deseos.
Malditos centinelas de la amargura,
dejad que cicatricen las vanas esperanzas.
Y tú, niña, mírame a los ojos
para
que yo no te olvide.
·
Nada
Perdido, navegante, atolondrado, errante,
sonámbulo, prisionero, herido,
casi dormido, vagabundo, caminante que
recorre
el raíl sin encontrar el horizonte.
Borracho de incógnitas, bebido, ebrio tras la
luz.
Querría que ésta me cegase y no la encuentro.
El umbral del pensamiento se desvanece
y
borra las huellas.
¿Dónde está el vivir?
¿Dónde queda el mañana?
¿Quién fabrica los sueños?
¿Quién mirará el futuro?
Fatiga y desilusión resquebrajan con ansia
los minutos
de mi
estancia en este corto viaje hacia la nada.
Habré de mirar al futuro y pensar...pensar no
es nada.
Morder un labio, girar hacia la ventana y
ver... ver nada.
Una manzana verde, verde manzana y roja la
ira,
ira de la espada. Metal, metal es nada.
Vivir con pasión, pasión no es nada.
Anhelo, ¿de lo eterno no hay nada?
Verdes prados, blancas miradas.
Y
tras lo blanco... no hay nada.
Un lugar en el corazón, al lado de tu mirada.
Veré
el mundo por tus ojos y viviré
desde la esperanza de no hallar identidad
semejante.
Semejante a ti, a mí, semejante a nosotros no hay nada.
Vulnerable, excitable, desarmado por el tiempo
recorro en la mañana laberintos con picos, sierras, escaleras,
y una
mano me auxilia, me lanza un dardo, un dardo no es nada.
Veo estrellas, veo un juicio, alguien lo
perdió, pero no es nada.
Cantan a lo lejos unas madres enlutadas.
Son
la esperanza, son lo bello, bello, bello no hay nada.
Es el olor a raíz, es el caballo de ayer.
Viene deprisa con el blanco entre los negros donde soñaba.
Cabalga sin dueño, dueño de nada.
Sube y baja. Para el tiempo, y entonces,
no cabalga.
Un latido sonaba, paró.
Sonaba, ahora nada.
·
La lluvia del
adiós
Maniatado por el viento
que me acerca tus lamentos,
recorro el pánico de la memoria
dejándome arrastrar por la culpa.
El olor a desesperación ha penetrado ya,
perturbando mi soledad ,
haciendo hervir cada segundo
de las horas en que tú no estás.
Me ignoras desde lejos,
y sé que tu ceguera
conlleva el olvido,
el adiós.
Es una penumbra irremediable,
pero aun así violenta,
maldita, humillante y tenaz,
pues apaga nuestras vidas.
En el odio de la desesperación,
en las tablas de su ley,
acariciando las desdichas,
emerge el abismo negro.
En tu despedida no suena nada,
ni siquiera los acordes
de los días más bellos
en que nos besábamos.
La pasión encendida dijo adiós,
ayer, mientras perdíamos la razón,
mientras caían las gotas negras
de una lluvia maldita para siempre.
·
Huida
Huías de la soledad
en la mañana candente.
Sabías que te buscaría,
que no pararía
hasta encontrarte.
Los labios que ya no me buscaban,
los ojos que no querían verme,
los oídos sordos a mis lamentos,
y el corazón cerrado a mi arrepentimiento.
En el museo de tu indiferencia
penetro con el inconformismo
de un iluso veterano de las disputas
sin creer del todo tu adiós contundente.
No hay sitio para nosotros
no hay recuerdos vivos
Huyes sin mirar atrás.
·
Casatejada
Una luz en el fondo de mi existencia
marca
la senda del gozo y el orgullo.
No creo en banderas ni etnocentrismos;
las fronteras son heridas de la humanidad.
Mas encuentro en este término
la soledad, el abismo del pensamiento
y el
cobijo irremplazable, imposible de hallar
en
cualquier otra peregrinación.
Penetrar en una historia accesible
narrable, aunque escondida
es un motor capaz de funcionar
con el carburante de la felicidad.
Las rutas breves cargan con pasión
las vivencias diarias de la nostalgia.
Cada cruce, cada esquina,
cada
resquicio de vida emerge
ante mí con inusitada magnanimidad.
La infancia revive como una llama
alentada por el clamor del recuerdo.
Los parches del progreso ocultan
sin sentimientos las costumbres.
Azul, omnipresente, poderoso,
vitamínico, pasional, culminante.
Ocre, pálidos tonos de los campos.
Terrenos olvidados, desasistidos.
Las manos sirven menos,
los ojos, sin embargo,
siguen llorando como antaño.
Desfilan las imágenes que nos narraron,
los
caminos mil veces vividos
por nuestros antepasados.
Nos cruzamos, nos vemos
en la
siempre ciega evanescencia.
Buscamos
sombras huyendo del sol.
Son horas prohibidas, pero irrenunciables.
Significan la plenitud de la experiencia,
la inmensa necesidad de sentirse libre
en sus manos de plata, en sus pasillos
de sangre viviente, de alegría, de verdes
lamentos serenados por la razón.
Se ama, se enloquece ante su distancia,
se sueña, se añora, se persigue su encuentro,
su recuperación, su realidad constante.
Y al alejarse, se empañan los ojos
mientras las vías inician el desfile
de un adiós agrietado por el dolor.
·
Belisario
Sabe que reinar es un delito moral.
Es un exiliado del vulgarismo.
Un caballero andante sin más armas
que la paz y la libertad.
Capaz de sonrojar a los necios
que ocupan sillas en la academia
de la desvergüenza,
ajenos al sonrojo más cancerígeno.
Pocos se atreven a visitar
su acontecer diario.
En su maldad vulgar saben que no
están a su altura.
Mirarían al suelo incapaces
de erguir un trayecto visual
tan pobre de esperanza
como podridas están sus entrañas.
Nombre guerrero,
defensor real del hombre,
de la moral entera, absorbente, decente,
milenaria, certera, elevada, imantada,
señera, iluminada, guía, estrella.
Incógnita para el ojo y entender ajeno,
plagado de llagas del dolor,
de la carrera sin tregua
que se cierne sobre la desventura
en el tiempo entregado.
Radical, enérgico, luchador, guerrero.
Atrincherado, rodeado de belleza
imborrable, inmortal, utópica.
Redención inservible hoy
como ayer en el hombre animal,
irracional, un lobo que aúlla
a los oídos de su hermano.
En la sombra de su rincón
sobrevive, redecora su intelecto,
nutre su aventura de doble fondo,
como prestidigitador de ideas,
como un filósofo portentoso,
hábil, sin fines que justifiquen más medios
que su paz, su entera paz.
Y a su abrigo los silenciosos clones
de una admiración velada, plena.
Sus ojos apenas se cierran, sus manos
casi no muestran las palmas,
pues las conserva exactamente
como
su corazón: abiertas.
Embajador de la libertad,
de la justicia humana,
de los colores de la entereza,
en una obra constante
de dimensión magnánima.
Su sonrisa conlleva el mérito
de la superación humana.
Su sonrisa es el reflejo de
su absoluta superioridad.
Su sonrisa también es una entrega.
Perdidos en la constante apariencia
los necios le dieron la espalda.
Y les devolvió talento
a cambio de la amargura de esa
imagen autocomplaciente de los estúpidos,
de los que tratan de llenar su experiencia
de besos falsos y risas muertas.
A todos les entrega su brillantez, su
destreza,
abanderando una herencia de lucha,
de inconformismo brillante.
Pero este brillo, a veces, se lo reserva
para su propia soledad.
Siempre ha vivido en la invisible
telaraña de la ética.
·
Barricadas de
dudas
En el lamento diario de la desesperación
se evocan los pareceres menos dignos.
La oscura panorámica del grito emerge de
nuevo,
recordándonos nuestro origen humilde
y nuestra irremediable distancia
de la tranquilidad equitativa.
Los necios enjaulados peregrinan desde sus
casas
hasta las opulentas moradas del pretencioso
desprecio.
Sobreviven embadurnados de excesos e ilógica.
Nada ni nadie puede detenerles.
Así
es la ley,
así son las cosas.
Detrás de la eterna humillación del Poder
se ocultan las historias de reyes y dioses,
siempre maratonianos aduladores del ego
insaciable
.
¿Por qué caer en la red del conformismo
miserable?
¿Por qué silenciar los reproches ante los
bárbaros?
Es una cuestión de salud.
La
barricada es un virus.
Podemos levantarla,
pero
caeremos enfermos.
Nos harán enfermar, más bien.
Sus armas se prestan puntualmente
a la extinción de las barreras
que
suponemos en nuestro intento
de
repartir la riqueza de manera equitativa.
El brote se multiplicará debido
a los
asesinos más intransigentes,
aquellos que silenciosamente traicionan a sus
hermanos
sin más pretexto que unos minutos de gloria
ante el espejo de la posesión temporal.
Luchar.
Vivir luchando.
Morir luchando.
¿Qué es lo que merece la pena?
Me temo que no lo sé,
pero
lucharé.
·
El gran pecado de un hombre incrédulo
es mirar al cínico a los ojos,
mostrándole con la verdad de su mirada
toda la vileza que contiene su propio iris.
En el llanto de la sinceridad
se levantan las ampollas de la
inmisericordia.
En la risa de la falacia
crecen las flores venenosas.
Un hombre huye del tormento,
huye de esa tenebrosa sombra,
del atroz espectro del desalmado.
Por el camino reparte sus huellas.
En el paseo militar de un tirano mediocre
se asume el terror que imponen sus aliados.
Cabizbajos los leales a la libertad ,
disimulan su respiración
Está en
juego la vida del chantaje involuntario.
Las banderas están preparadas;
las armas, listas para luchar
y en el adiós definitivo
surge la sonrisa de la niña.
¿Será para siempre desvalida y solitaria?
Cada hombre es dos mitades en ese instante,
cada mitad es un mundo de terror y esperanza.
La niña vio agitarse las banderas a lo lejos
y lloró.
·
Azul entre llamas
El azul
que castiga
con su frío y vanidad
nos impone una leyenda
tatuada y efervescente.
Los inmisericordes lanzan sus diatribas,
generan las ilusiones perdidas,
rocían los cuerpos de los demás
con impecable eficacia.
En la humilde carencia manifiesta,
los soldados de la muerte
sonríen para la foto,
y el aliento les huye.
Parcelaremos cada rincón
de la agónica morada clandestina,
repartiremos sin privilegios
cada ápice de esperanza.
Los batallones formados ya
tan sólo aguardan la señal.
Entonces el silencio vivirá para siempre
entre las llamas del adiós.
·
Liarh
Escucho tras el sigilo
el vulnerable murmullo del adiós.
Se elevan los trazos del artista
sucumbiendo a los encantos de Liarh.
Sus trenzas,
inocente reclamo;
su mirada, una curva armoniosa;
su sonrisa, eterna fuente de melancolía;
y su espalda desnuda, el mármol.
Las manos del hacedor tiemblan
por primera vez desde que alcanzara la cima.
Liarh viste ya su cuerpo y su alma.
El artista sabe que no volverá nunca más.
·
El hijo ingrato
Una tierra de libertad
y llanuras de bondad inmaterial,
reflejos de su coraje,
secuencias impagadas.
La destreza imborrable,
la lucha sin recompensa,
la agonía de quien vive solitario
sin recuerdos, sin amenazas.
Volcán, mares, ríos, sol y luna,
universo, glaciar, existencia,
amor, maternidad.
Silenciamos los silencios.
·
Juntos
Ligeramente reclinado,
un tanto cabizbajo.
Me desespera tu malestar.
Los nervios se han comido mi alimento.
Salgo y entro exhausto
en el baúl de la inquietud.
La vela se apagó
y ha dejado sin sentido
el humo de la señal espiritual.
Esa flor que colgaba de mi cuello
se ha
humedecido,
se abre a cada sonrisa.
Respirar profundo
.
La fuente del desmayo
inunda mis pulmones,
me cuesta trabajo respirar
y pronunciar tu nombre.
La célula de la vida
se escode tras mi sombra.
Sale a tu encuentro.
Quizá debiera ser impersonal,
pero ya es demasiado tarde.
Mi célula y tú convivís ya
para siempre juntos.
·
Sueños
¡Qué pena que sólo despertemos
cuando el ruido golpea nuestros tímpanos!
¡Qué lastima que algunos duerman eternamente!
¡Qué rabia que otros estén predestinados al
sueño eterno
sin poder llegar siquiera a soñar!
¡Qué asco que los fabricantes de sueños
ignoren a quienes deberían poder soñar!
¡Qué inútil se siente uno cuando sueña con
todo ello!
·
Melancolía del
desencuentro
He leído tus cartas
y me doy cuenta
del ir y venir
de un tiempo loco.
Quizá la cordura sea
un
elemento perturbado
en una pasión dual.
No quiero oír
un tono de voz
que acuse a nuestro tiempo.
Me consume un solo minuto
de desacuerdo
o disconformidad
en nuestro lenguaje.
Quisiera cerrar el aire
en un recinto sagrado
y viajar por todo el mundo.
·
Eterna indecisión
¿Reírme del desquiciamiento
o plantarle cara a la rutina
pesarosa?
¿Caer en la trampa o esquivarla
rebajando la dignidad
idealizada?
¿Saltar sin mirar la distancia
o calcular los daños del posible
error?
Los caminantes se cruzan,
vacilan en sus trayectos
sin llegar a chocar.
Tan sólo sus miradas lo hacen.
Palabras, lamentos, engaños,
sonrisas, silencios, guiños,
destrozos,
enmiendas, pisadas ruidosas,
gritos,
lentitud, exactitud, fucsias,
verdes, marengos,
negros vendavales de moda y
asperezas.
La calle es un paraje vivo,
un mundo de convulsiones.
Todo sucede mientras
yo me lo pienso.
he querido dejar despiertos
mis ojos y mis heridas,
mis días; y lo lamento.
Tormenta sobre la vida,
infierno sobre el recuerdo;
el murmullo de la agonía.
Que me olviden los necios,
y la gloria marche en honor a
otros.
=
En
las nubes enrojecidas
En las nubes enrojecidas se vive la llama
de una pasión entrelazada,
ocasos de un abismo itinerante:
la pasión de la sinrazón.
Ojos de ogro tras la esquina,
impenitentes en procesión
de alargadas hileras
tendenciosas,
viviendo la vida de una vela.
Pegasos y lejanos gladiadores,
en una misión arriesgada;
turbias luces de papel y
tu boca sobre el cielo.
Una manzana podrida,
un barrizal inservible,
un latido deforme,
un silencio culpable.
Y la lenta agonía del desamor,
los llorosos ojos de la
humanidad,
la humillación del saber y la
razón,
y el triunfo, pues, del mal.
=
Lluvia
Llega la lluvia metalizada impregnando las calles de melancolía, tristeza y balsas de grises opacos. La civilización se ve alterada a cada engaño del cielo. Y los hombres recorren como hormigas el camino del trabajo, de la escuela, del mal, del ayer, de las mismas gotas de pasión y olvido. La tarde envuelve los corazones rotos, mientras las cabezas al descubierto se empapan como los campos sin guardas ni trabajadores. Tierras muertas por la ironía. Manos muertas y niños mirando a los ojos de los transeúntes. Los charcos toman vida y suenan como locos que buscan la cordura.
No es por resultar atrevido, pero escribo según llegan las ideas a mi alma o según llega mi alma a la cabeza. Es un collage de sinrazones y desgarros atónitos. Impresión y sollozos ante la barbaridad del discurrir ajeno y propio. Zarandeados por un vendaval de arena y lodo. Una tragedia que disimula con trazos en oro y plata la desesperación del hombre por ser fiel a su ética. Los transgresores anidando sobre los cadáveres, sobre nubes negras de desaliento, de odio. Para los verdugos de la norma, de la razón y del propio ser ésta es una celebración maldita. No les gusta que les digan qué significa robar, humillar, abusar, destrozar, arruinar, pisotear, maltratar... Denigran la conciencia de los débiles, devoran sus cadáveres; antropófagos instalados en la opulencia, la política y el engaño. Sembradores de locura, cultivadores de la traición. Alguna voz, casi desdoblada, anuncia su llegada, envueltos, rodeados por escoria y despojos de los aspirantes a malvados.
Pero en la esquina de aquella pradera verde, donde se
esconde el último reducto del hombre sensible, alejado de la tercera dimensión
de la voz y la lectura, de la imagen descarnada, viven los héroes del mundo.
Anónimos en vida y muerte, mas salvadores del respirar, del amar y de la
esencia de una vida: respetar, querer,
amar, ayudar, comprender, cooperar, salvar, auxiliar.
¿Dónde estáis,
hombres de la pradera verde?
=
Mira tu inocencia esta mañana,
recoge tus cosas y huye,
pues los ojos del delator
lloraron
y a ti te hicieron dudar.
Toda la verdad está encerrada en
un frasco;
las artimañas de los hombres
ni lo abren ni lo inquietan,
y los niños lloran mientras la
luz se hace ciega.
Sujetos a esa mirada cegadora,
inmersos en suspiros y llamas de
calor
recorren las láminas del ayer,
y olvidan el mañana sin más.
Respira buen hombre;
di adiós al lamento.
Borra tus huellas sangrientas
y vive en tu propia luz.
=
Maradona
La historia de Diego Armando Maradona es la historia de una permeabilidad volcánica. El diez argentino ha jugado al escondite en un cráter que despide lava, y Diego se quema y nunca gana el juego en el tablero de la vida.
Maradona
se ha escondido de un éxito desenfocado, se
ha perdido entre los abrazos, las puñaladas, los amigotes disfrazados y
la eterna cantinela del séquito vírico.
Dieguito
habría puesto en dificultades al pensador Kant. No hubiera sabido determinar si
su destreza, si su magnificencia es analítica o sintética.
Jugaba
sin balón y con cualquier esférico era capaz de realizar filigranas que hoy
sólo tendrían cabida en una aventura del cine de Spielberg y efectos especiales
por ordenador. Pero Dieguito vivió mal su fama de creador, de impulsor
artístico y su musa cambió con la tormenta del engaño.
Recaló
en España para recibir ovaciones inolvidables en el Bernabéu con una camiseta
azulgrana. Desde su marcha de estas tierras no se ha vuelto a repetir esa
claudicación a la genialidad de un rival. Creíamos que el pelusa no era de este
mundo, pero es este mundo el que se lo ha tragado, utilizando el mismo engaño
con el que una maquinita de luces y estrepitosos acordes melódicos engulle una
moneda atrevida.
Diego
se marchó a Nápoles para girar la bota de tacón italiana y elevar el sur al
norte con un scudeto de pasión, justicia y equidad -ojalá fuera también
social-, como si de un Mazzini moderno se tratase. Y empezó a elevarse.
Maradona
serpenteó con la albiceleste para vengar el episodio de las Malvinas sobre un
tapete verde en el que cambió el “Dios salve a la Reina” valiéndose de la
propia mano del todopoderoso que ni siquiera el meta inglés Shilton logró ver,
por más veces que repasó el vídeo.
Diego
ganó el Mundial e hizo a sus amigos que vivieran la repetición del ´78, pero
sin dudas maquiavélicas esta vez.
Sin
embargo, Diego se bajó de las alturas, se cortó sus propias alas, buscó un
nuevo escondite para jugar a vivir y volvió a quemarse en una lava de polvo
blanco que le negaba la realidad y le ha empujado hacia la sinrazón en una
huida hacia adelante.
Dieguito,
Diego Maradona, el pelusa, el pibe, el mejor jugador de todos los tiempos según
la teoría gaucha pudo ser un romántico, un nómada de la lealtad, un corsario,
un Robin Hood para los niños argentinos y del mundo entero, pero su paso a la
leyenda se está diluyendo. Sobre el
óleo de sus días caen gotas de lluvia. Son las lágrimas de Dios, que un día le
prestó su mano.
=
como
el cantar de los soles;
cierras
los ojos
y
escuchas su paso.
una
luz se apaga
en mis
noches blancas;
abandono
las lágrimas
En la
conciencia tranquila
hoy
muere la razón,
y el
diablo de las tinieblas
sube a
la escalera.
Hay
tras esas tinieblas
un
paso de anhelo,
torpes
manos blandas;
Perder
la vista es delito,
oír
los silencios, sacrilegio.
Humillado
queda el destino
en la
cuerda del equilibrio
=
¿Qué es el fútbol, sino un alegato
de pasión y olor a victoria? No es la lucha salvaje de dos contendientes
aderezados al gusto del vestuario más suspicaz. No es la expresión primaria o
rudimentaria de la máquina humana que engulle la precisión racional. Fútbol,
balompié... devuelve la entereza al pasaje del tedio, lo ilumina para, mediante
destellos, ganarle al abismo del no. La red, la explosión del gol. La
sinuosidad imaginaria del pase trastoca la sonrisa del niño. Sus lágrimas tras
el gol rival humedecen las raíces del nuevo estadio, de la negación al olvido.
Gol.
Parpadea
la pantalla vertiginosa. Uníos.
De las
páginas del propio olvido se llenan los paradigmas del ave que sobrevuela el
campo picoteando a cada acción y
erigiéndose en juez de libertades y desmayos emocionales.
=
Qué odioso debe ser
el espejo de la Historia para los que
traicionan el sentido del tiempo y la
estética racional. Qué duro debe ser afeitarse ante el rostro propio carcomido
por el derroche de neuronas amargas y letales de una vendetta. Qué difícil
tiene que ser cepillarse los dientes mientras se refleja ante uno la mirada
podrida de un desertor del humanismo, del socialismo, del idealismo, del
antifranquismo, pensando que, al final, uno mismo , sin ismos, se excita ante
bombardeos lejanos, mientras descorcha botellas de cinco estrellas y duerme en
hoteles de cava, atiborrándose a dietas, pagas, chanchullos, lujos, escoltas y
otras cosas menos citables. Sentado en un sillón, este personaje tonto, con
cara de lo mismo, sacude su inteligencia emocional huyendo de los espejos, sin
tener el valor de la bruja del cuento de Blancanieves, que por lo menos
preguntaba con cierta esperanza de oír lo imposible. Qué duro debe ser que tus
hijos sean esos espejos, personaje tonto, de tonta mirada, tonta actitud y
estúpida presencia. Qué pena que hayas pisado la rosa que un buen día
levantaste, ahora parece claro, en un alarde de oportunismo. Ojalá que tu
penitencia sea un viaje por un laberinto de espejos. No pasarás ni del
purgatorio.
=
Si se abriera el cielo... Si se oyesen cantos
de esperanza y alegría en esa tierra que ahora llora y se lamenta,
constituyéndose en epicentro de la referencia mediática global... Si el fuego
abrasador de la mentira no mutilase la mirada de los niños. Si el agua, que ni
siquiera apacigua las llamas, no inundase las vidas y las muertes de pueblos y
caminos desfigurando mapas, planos y sueños del mañana. Del mañana de hombres y mujeres a quienes no avisaron
desde ese cielo que se abre sólo para oír alabanzas y huye cuando se le mira
desde abajo con lágrimas que inundan almas y desesperanzas... ¿Pero es que todavía se puede mirar al cielo
para pedir explicaciones? ¿Es que esos niños que jugaban junto a la casa
merecían aparecer tres kilómetros más abajo?
Que canten las corales de la muerte,
alegremente dirigidas. ¿Quién coño puede ser llamado el creador de tanta
chapuza e injusticia? ¿Dónde está la inmunidad para la belleza, para la
pobreza? Los asesinos ríen y los débiles caen abatidos, se arrastran entre lodo
y cadáveres. Y nosotros, desde aquí, aplaudimos, se nos caen cuatro lágrimas y
corremos a ingresar dos mil pesetillas, pero seguimos sin saber el nombre de un
solo hondureño, guatemalteco o salvadoreño.
=
Si te oigo en la oscuridad
de una
noche sin velas;
si susurras al silencio
de una
larga estela dorada,
será
un silbido sigiloso
con
blancas estelas delicadas;
será
un pensamiento elevado,
una
mentira perdonada.
Si
rompes la ley del orden,
la
negra esfinge hierática,
saldrán
los duendes al alba
para
oírte decir nada.
=
En largas hileras desfilan los
mártires de la conjura, sacrificados, pero valientes e ilusionados. El ámbar de
los focos adoctrinados lame sus entrañas confiriéndoles el aroma pegajoso de lo
unitario, de la pócima trágica que les une en un destino común. La tremenda e
infinita sala de espera les otorga una credencial húmeda y paralizante. El
baile de los necios usurpa las almas limpias y traicionadas por un destino de
cartón piedra. Los cristales estallan
por miedo ajeno al pudor. Son las directrices únicas, las lenguas de fuego que
temblaron en 1789, avivadas ahora por estrellas y cometas de salvaje fiereza.
La terna de los horrores rinde culto al reciclaje de ideas. La nostalgia del
libre pensamiento cae rendida ante las evidencias de una muerte cerebral. La
hazaña cae decrépita junto a las nociones elementales del progreso y los
enigmas resueltos.
Cámaras selladas, sarcófagos repletos de héroes
y horrores no tienen ya cabida ni en los museos. La sangre hierve para recibir
a los sedientos guerreros del malvado monopolio intelectual. Vírgenes vestidas
de lámparas iluminan los senderos de la paranoia, enseñando el camino de vuelta
a los indecisos. Las serpientes custodian las márgenes evitando las sonrisas y
las reflexiones. Una pluma cae muerta por los disparos de la traición cada día,
en un ritual mezquino marcado por la complicidad de los delatores. Los cielos
se cubren, se tiñen, se empapan de la oscuridad tenebrosa, mientras los
vendedores de pasiones y vidas deciden el menú del día siguiente. Su voracidad
les impide detenerse; no dudan en pisar los cadáveres. Bastaría con cambiar la
dieta, con dejar que cualquiera comiese los frutos que sus manos plantaron,
sería suficiente permitirles mirar al frente, arrancarles la etiqueta del
precio individual, borrar de cada corazón el código de barras, limpiar sus ojos
del hollín que invade a los ideólogos hasta consumirlos en la desesperanza.
Un niño entra en la casa donde yacen todos
muertos, enciende una vela y las alarmas del terror saltan advirtiendo a los
centinelas de su presencia. Los soplidos no sólo terminan con la vida
iluminada, sino que derriban al niño de cara sucia y traje desleal. Las grietas
de su sonrisa permanecen insolentes mientras su adiós hiere por la forma. Vence
por unos instantes en su huida enigmática a sus hermanos, incapaces de
reconocer su misma sangre.
En los jardines se acumula el trabajo de los
enterradores. Los focos de luz ámbar vuelven a encenderse y a delatar a los
racionalistas. No saben adónde huir, ni saben qué canción mascullar en su
retirada. Ni siquiera saben por qué se han salido de las filas. Saben, sin
embargo, que les aguarda una muerte segura, pero con una sonrisa agrietada
cargada de insolencia. Todos son niños luchadores. Todos somos niños
luchadores.
=
Aquí, en la soledad de una noche despierta, con los duendes del asalto
traicionero entablo conversación. Mientras la luna nos contempla serena e
inquieta, nos desdibujamos en mil sueños, nos recorren las pesadillas de la
humanidad que un día fue salvaje sin saber que lo era. Algún pájaro fuera de
hora le canta a las estrellas y se oyen los ronquidos de algún vecino que se
convierte en nuestra penitencia nocturna. En la calle, más abajo de mi ventana,
está el mundo de vivos y muertos. Una mujer de unos treinta años se tambalea
junto a la parada del autobús. Acerco el zoom de mi vista cansada y estéril y
contemplo a una mujer engañada por sueños despiertos, por incógnitas de
antemano despejadas, cabalgando en un caballo de alas de metal afiladas y a
cada sobresalto las láminas metálicas cortan sus muslos. Sus ojos como nueces
retratan el horror de una mentira, la
insensatez que otros fomentan tres calles más arriba. Su cara ha perdido
consistencia, y las ojeras le otorgan hieratismo , sombras, miedo y destemple.
No sabe dónde está, pero sabe hacia dónde camina. Se encara con una pareja que
está junto a ella. Se asoma sin miedo a la carretera, donde cada noche
estúpidos juegan a vivir más deprisa y morir más rápido. Ni siquiera los
destellos del peligro con sus gritos salvavidas suponen la más mínima
advertencia de cordura. Se ahogan los caminantes en la noche y el silbido de un
hombre solitario sirve para recuperar el sueño de una noche luminosa, de un
descanso para los músculos, más cansados de la sinrazón que del esfuerzo. El
cielo se esconde tras el cansancio propio, se apagan las últimas luces de hoy y
vuelvo a recordar la película de las preocupaciones, intento dormirme
imaginándome en un escenario, en un avión supersónico, o en algún lugar de
vacaciones con las personas a las que quiero. Tengo veinticuatro horas hasta que vuelva a ver a la chica de ojos
profundos, de mirar a ambos lados de la calle por si viene algún nostálgico de
la muerte veloz, de aguardar locamente el giro nocturno, el puntilleo de
estrellas, los ojos de la oscuridad y el silbido de un hombre solitario.
=
Caído
e inválido, ausente,
mi
vida de imperio y sol
se
convierte ya en decadente,
pues
se pierde entre espinas mi amor.
Empeñado
en ahogar las sirenas,
obstinado
en acabar las horas
de esa
esperanza tuya, una oda
al
silencio de la cruz.
De
nada sirve arrepentirse
si las
heridas no cicatrizan pronto;
de nada
sirven las lágrimas
si tus
ojos aún miran al suelo.
¡
Qué
desgracia ser tan poco!
Vivir
un instante sin pensamiento.
Ceder
a la nada en su deseo.
Arrastrarme
con el viento
Una
voz casi conocida
me
recuerda tu pañuelo
invadido
por olas de fuego.
Sin ti
se me va la vida.
Yo espero.
=
Desaliento
y ojos de lágrimas
en un
río herido de muerte;
secadas
ya tus ramas verdes
y la
esperanza anidando en el futuro.
Demasiado
lejos para creer,
todo y
nada es mi lema.
Si
quieres cantar conmigo,
arráncate
el corazón.
La pirueta del ayer sigue ahí,
empotrada, vetusta e irremediable,
imaginada cada vez más distante,
abriendo con parsimonia su luz.
=
Si una mirada...
Una grieta dolorida hay
en tus manos de plata,
si sonríes en demasía
guardando tu silencio.
Miras la luna edulcorada
y ciega sigues
hacia aquella ventana,
silenciosa esquela dorada.
¡Qué dulce candor!
Ojos en ojos.
Descalza andas
si así lo quieres.
Mírate en tu espejo,
guarda aún tu alma,
escóndete entre pasiones,
que a mí me faltan.
=
Esa llama que surge en mi interior,
contratiempo para respirar libre,
anuda la tranquilidad del tiempo,
se queja la mañana de mis lamentos.
Esos ojos cómplices, escapadizos
Y tu nariz, ligeramente anudada, brillante,
custodia los labios góticos que se golpean,
quizá para simular su sabiduría.
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