Paixôes Diagonais
Misia
Detour, Erato Disques, Paris, 1999.
Ref. 3984-28184-2. www.erato.com



Mísia me pidió que presentara su último disco. Lo hice encantado. Lo que viene a continuación es el texto que leí en ese acto, que tuvo lugar en la FNAC de Madrid el 19 de octubre de 1999.

PRESENTACION DE «PAIXÔES DIAGONAIS»


Conocí a Mísia en El Corte Inglés de Preciados, muy cerquita de aquí, exactamente el 22 de noviembre de 1994. No estaba en persona, sino en forma de CD, en un estante,  con un rótulo que decía: Fado.

Me interesó de aquella mujer -de aquel disco- que incluyera en singular tropel varias de mis canciones favoritas: el fado Lágrima, La canción de los viejos amantes, de Jacques Brel, La Gavina catalana, la Cançâo do Mar, que fue uno de los primeros vinilos de 45 r.p.m. que entró en casa de mis padres -cantaba aquella versión Amália, por cierto que en inglés- y el As Times Goes By, de Casablanca. Compré el CD, como compro tantos y tantos otros. (A veces me pregunto que haría la industria discográfica sin mi sueldo).

Llegué a casa y lo oí. Me quedé fascinado. Según acababa de sonar, volvía a ponerlo. Jamás había escuchado una versión de Lágrima como aquélla. Ni siquiera -y ya es decir- en la voz de la propia Amália. Nadie como ella ha sabido ponerle tanta emoción, a la vez contenida y desbordada.

Al día siguiente, escribí una columna sobre el opio y las drogas. Reivindicando el placer cruento que producen algunas drogas duras. Como la voz de Mísia.

Pocas fechas después, ella me envió un fax manuscrito agradeciéndome la columna. Y ya, al poco, nos conocimos personalmente. En Guadalajara (también es cosa).

Como diría Rick en Casablanca, fue el comienzo de una hermosa amistad. De una amistad de la que me honro.

Quiero dejar claro con esto que no hablo bien de Mísia porque sea mi amiga. Que primero fue la admiración y luego la amistad. Lo cual me permite seguir diciendo lo mejor de ella sin que nadie tenga derecho a reprocharme prejuicio alguno. Para estas alturas, la querría como amiga aunque cantara de pena, y la admiraría como cantante aunque la odiara en persona.

Supongo que ustedes conocen bien a Mísia, de modo que no les daré cuenta de sus méritos audibles. Sí quisiera, a cambio, contarles algo que explica por qué el público con buen gusto puede disfrutar de su trabajo cuando tiene ya la forma final de disco.

Les relataré una anécdota. Esto era una noche de 1995. Mísia y yo habíamos quedado a cenar en algún antro de Madrid, no recuerdo ya cuál. Estábamos a los postres, entre risas, como siempre 'porque, aquí donde la ven, tan seria, es divertidísima', y me dijo: «Javier, tengo que ir a grabar una cosa para Aute. Acompáñame y luego nos vamos a tomar algo». Pues muy bien; ahí va Javier y la acompaña al estudio de grabación de Aute. Debimos de llegar sobre la medianoche. Saludos a los unos y los otros, y a trabajar. Mísia repasa su parte en la canción, por nombre Arrebato. Y la graba. Hacen el arreglo correspondiente. Lo escuchamos. Y ella, muy educada pero muy firmemente 'muy firmemente, de verdad', dice: «Ésa no soy yo. Ésa es Enya. Yo no hago new age. Yo canto fados». Bueno, pues eso fue sólo el comienzo. Dieron las 4 de la madrugada y Aute y este servidor de ustedes contemplaban pacientemente la pelea desde la barrera, whisky en mano. Arreglo tras arreglo, ecos y efectos de catedral, y Mísia que no: «Yo canto fados. Ésa no soy yo». Hubo un momento en el que, sin perder para nada la calma, dijo: «De acuerdo, pues no lo hacemos, y todos tan amigos». ¿Hará falta que les cuente que al final quedó grabado lo que ella quería, como ella quería?

«Qué terca», musitó alguien del equipo de grabación. «No, no es terca», respondí yo: «Es que lo tiene muy claro».

Mísia podría cantar lo que le diera la gana. Encierra en sus pulmones una máquina de discos: sería capaz de pasar sin inmutarse de un rock a una ranchera, y del repertorio de Edith Piaff al de Los Tres Sudamericanos. En el idioma que ustedes quieran. Hasta en coreano. De hecho hubo un tiempo en el que se ganó la vida haciendo gala de la increíble versatilidad de su voz. Pero llegó un día en que dijo: «Voy a ser yo. Nada más que yo. Aunque me muera de hambre». Y desde entonces está en ésas, y me da que no se va a morir de hambre. Pero sabe lo que quiere y no aconsejaría a nadie que cometiera la imprudencia de tratar de apartarla de su camino.

Mísia está hecha de la madera de la que se hacen los artistas de verdad. Los grandes.

Hay personas que cuentan con una estupenda voz. Las hay que incluso pueden dejarnos pasmados con sus dotes. Pero el arte no es eso. La emoción estética no se consigue así. Leonard Cohen hace ya bastantes años que, más que cantar, emite 'como dice él mismo' «un zumbido monótono». Pero es genial. El último Sabina perdió la voz Dios sabe dónde, pero está mejor que nunca. La suerte de Mísia es que, aparte de tener una gran voz, que a veces maltrata deliberadamente, ha sabido fijarse una línea musical, un trazo artístico propio, exclusivo y fascinante.

La prueba la tienen ustedes en estas Pasiones diagonales que acaba de grabar. En estos doce retazos de poesía y de sentimiento. Me viene el impulso de decir que se trata de su mejor trabajo, pero no quisiera ser infiel a los Discos anteriores. En todo caso, es magnífico. Las dos versiones de la pieza que da nombre al disco, con poema de Joâo Monge; el Fado Triste, de Vitorino; el redescubrimiento del inolvidable Fado das tamaquinhas de Amália, convertido por la pluma de Monge en cuervo a flor de piel; el homenaje a la música del entrañable Alfredo Marceneiro, injustamente desconocido en España; la nueva y espléndida versión de las Liberdades poéticas... Hay de sobra para escoger.

Dirán ustedes que me pierde la pasión. Y es verdad: me apasiona el arte honesto y me apasiona el genio.

Escuchen este disco, si aún no lo han hecho, y me darán la razón.

Y esto es todo. Muchas gracias a ustedes por su asistencia y por su atención. Y muchísimas gracias a Mísia por existir.

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