Post Scriptum
Cristina Branco
L'empreinte digitale, París
2000



A Cristina Branco -portuguesa, joven y hermosa- el fado le tocaba las narices. Consideraba que era cosa de vejestorios carcas. A ella lo que le gustaba era escuchar jazz, blues, rock y bossa nova. Hasta que se enteró. Y descubrió que el fado -como el tango, como el flamenco, como el country norteamericano- puede ser vomitivo, pero también mágico: depende. Depende de quién lo interprete, de qué interprete y de cómo lo interprete. De modo que, de pronto, decidió ponerse a cantar fados, y a una productora francesa le cayó en gracia, y ahora no para de dar conciertos por la dulce Francia, y hasta tiene una sección para sí sola en la FNAC de París. Cristina Branco lo hace muy bien, pero probablemente lo haría mejor si cantara más con las vísceras, desde el fondo de la garganta, según lo han hecho siempre los/las grandes fadistas, como Amália Rodrigues, como Carlos do Carmo, como Mísia. Le convendría olvidarse de Madredeus -un grupo del que es difícil escuchar una canción sin maravillarse, pero todavía más difícil escuchar diez canciones sin dormirse- y echarle más arrestos a la cosa. Que el fado va de eso.
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