Diario de un resentido social

Semana del 17 al 23 de marzo de 2003

 

¿Qué terrorismo?

El joven licenciado en Leyes neoyorquino, que prepara su doctorado sobre las repercusiones jurídicas del conflicto vasco y sobre el papel que podría desempeñar el Derecho en su resolución, me habla de los conflictos del mundo actual:

–Ahora que el terrorismo se ha convertido en el problema principal para la Humanidad... –dice, cuando ya estamos casi despidiéndonos.

–¿Lo es realmente? –le interrumpo–. Hazme, por favor, una relación de hechos terroristas de primera importancia que se hayan producido en lo que va de siglo, descartado el 11-S.

Me mira con extrañeza:

–No entiendo.

–Sí. Tú has dicho que ahora el terrorismo es el problema principal para la Humanidad. Y yo no sólo discuto que lo sea a escala planetaria, sino incluso para tu país. Por eso te he pedido que sustentes tu afirmación en hechos. Que aportes las pruebas de lo que dices.

Se queda un rato pensativo.

–Bueno, la verdad es que...

–La verdad es que –continúo con su arranque– ése es un lugar común de los discursos de vuestro presidente y de sus aliados, pero se basa en una enorme falsedad. Hace 40 años había en el mundo muchísimo más terrorismo. No digo violencia, en general, ni guerrillas, ni lucha armada... Hablo de terrorismo, en sentido estricto.

«Hace 40 años», le dije.

De regreso a casa, me puse a repasar los acontecimientos de aquel año de 1963. Hago el recuento: se produjo otro intento de asesinato del presidente francés, Charles de Gaulle (y digo «otro» porque hubo varios); el líder de los laboristas británicos y ex premier Harold Wilson iba a todas partes rodeado de un impresionante despliegue de Scotland Yard, que había detectado planes para atentar contra su vida; Balduino, el rey belga, estaba en las mismas, lo mismo que el primer ministro sueco, Tage Erlander; el canciller alemán, Ludwig Erhard, recibió una llamada telefónica que burló todos los sistemas de seguridad (una voz le dijo que moriría... ¡si no subía las pensiones de los veteranos de guerra!); una bomba estalló en la casa natal del nuevo Papa, Paulo VI,... y fue asesinado John F. Kennedy, presidente de los EUA. Por no abandonar ese país y ese mismo año: Medgar Evers, un líder del movimiento contra la segregación racial, fue asesinado de un tiro por la espalda. William Moore, un cartero blanco que paseaba un cartel favorable a la igualdad racial, murió también de un disparo. En Birmingham, Alabama, estalló una bomba en una iglesia en la que se reunían niños negros para recibir instrucción religiosa: murieron cuatro niñas y muchos niños y niñas más resultaron heridos.

No está mal para un año (1). Aparte de eso, las tres aes del Tercer Mundo (Asia, África y América Latina) fueron escenario de muchos miles de actos violentos, atentados y asesinatos relacionados con enfrentamientos civiles con presencia de grupos guerrilleros. Actos que, de utilizar el término «terrorismo» del modo en que lo hacen Bush o Aznar, habría que computar en ese mismo capítulo.

¿«Ahora que el terrorismo se ha convertido en el problema principal para la Humanidad»? Demagogia pura.

Recordé algo que creo que ya cité en alguna otra ocasión: la definición de la palabra demagogo que ofrece la Gran Enciclopedia Larousse. Dice: «4demagogo n. m. Ant. gr. Jefe del partido popular.»

Es gracioso.

 

(1) La relación de hechos a escala internacional está tomada de U.S. News & World Report, número del 23 de diciembre de 1963. Para más detalle y ampliación de los datos sobre EUA, ver: ¿Quién mató a Kennedy?, Thomas Buchanan,  Seix Barral, Barcelona, 1964.

 

 

(23 de marzo de 2003)

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No son una «oenegé»

Me envía un lector la trascripción de la perorata que se echó anteayer un jefecillo del PP en el curso de un debate celebrado en una pequeña emisora catalana de televisión, TVCI. Dijo el menda: «Los países [quería decir “los gobiernos”, obviamente] no somos oenegés, y nos guiamos por intereses materiales, y esto quizá no hemos sabido explicárselo a la ciudadanía española».

Ayer, con más perifollo pero con idéntico descaro, escribía Francisco Umbral en El Mundo, homenajeando a su amigo Gabriel Albiac, con el que comparte afanes y gratitudes: «No somos el Papa. Tenemos que contar con la guerra porque la guerra está en la mecánica interior del ser humano. Los animales no matan por el petróleo. Aceptado filosóficamente el belicismo, lo más honrado es explicárselo al personal sin demagogias de la calle Preciados y sin improvisados fanatismos que se resumen en bajarse al moro».

Así que, como puede verse, los del PP –llamémosles así, por abreviar– andan que viven sin vivir en sí porque no han sabido explicar bien lo suyo al populacho: ellos defienden a los que matan por el petróleo, básicamente porque no son animales, pero el personal –inculto, de suyo– tiende a dejarse arrastrar por las demagogias de la calle Preciados (que no se sabe muy bien qué diablos puede ser, pero seguro que cualquier cosa muy por debajo de su retórica guerrera).

Invitan a la ciudadanía a compartir su carencia de escrúpulos, apelando al realismo: «la mecánica interior del ser humano» –alegan– es egoísta y se apunta a lo más productivo, qué quiere usted. Pero no se dan cuenta de que, si la ausencia de vergüenza les es muy productiva a ellos, que la cobran por todo lo alto –en premios, en especie, en vanidad–, al común de los mortales no le reporta nada. Quieren que los demás se avengan a ser tan poco escrupulosos como ellos... pero que la transferencia acabe en su cuenta corriente particular.

Es cierto que no han sabido explicar eso a la ciudadanía española.

Admitamos, en su descargo, que no resultaba nada fácil.<

 

 

Nota bene.– Quienes leyeran ayer antes de las 11:30 (TEC) la anotación de este Diario y la cotejen con la que figura infra, verán que difieren no poco. La corregí para matizarla. Repasando lo que había escrito a primera hora para editarlo como columna para El Mundo de hoy, me di cuenta de que no dejaba claro que, cuando me refería a los figurones de la farándula, no hacía ni muchísimo menos tabla rasa con toda la gente que se dedica profesionalmente al mundo del espectáculo, parte de la cual no sólo está luchando en contra de la guerra con todas sus fuerzas desde hace mucho, sino que lo está haciendo mejor y con más entusiasmo que la mayoría, yo incluido.

Me dio especial rabia pillarme haciendo generalizaciones superficiales, precisamente por lo mucho que las odio... cuando las escucho en boca ajena.

 

(22 de marzo de 2003)

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Listos útiles

Los ideólogos anticomunistas de los tiempos de la Guerra Fría acuñaron el término «tonto útil» para referirse despectivamente a quienes mantenían posiciones no comunistas, pero más o menos críticas hacia el capitalismo, de las que los comunistas –según ellos– se aprovechaban. Algún burócrata del marxismo soviético se apuntó al desdén, aleccionando a sus huestes sobre la oportunidad de sacar partido –en todos los sentidos del término– de los «tontos útiles».

El parasitismo y el oportunismo son elementos fijos de la vida política. Siempre ha habido –y siempre habrá, probablemente– personajes con el ojo avizor, preparados a subirse a la cresta de cualquier ola popular para poner en marcha su particular surf. Así que surge un movimiento de masas, se aprestan a izar su bandera y, en la medida en que pueden, a adueñárselo.

Estoy pensando, por supuesto, en la actual ola pacifista y en los dirigentes del PSOE. ¿Cómo evitar la risa floja cuando uno ve a Jesús Caldera –al mismo Jesús Caldera que asumió en su día todas las alternativas internacionales made in Washington, al mismo que en defensa de su Gobierno trató con llamativo desdén a los sindicatos y ridiculizó las protestas estudiantiles cada vez que se le pusieron por delante– ayudando ahora a cargar los paquetes de firmas contra la guerra que llegan al Congreso de los Diputados y echándose a la calle como un chaval hoy sí y mañana también?

Anteayer estuve en un estreno de postín. Aquello rebosaba de celebridades, muchas de ellas con la pegata de «¡No a la guerra!», según es ahora costumbre. Antes de iniciarse el acto, a plena luz, sin esconderse ni nada, apareció José Barrionuevo. Y hete aquí que, para mi escándalo –ya que no para mi sorpresa–, algunos de los famosos con pegata pacifista se acercaron a saludar efusivamente al ex ministro convicto. ¿De qué va esa gente? ¿Están en contra de la guerra por insoslayables razones de ética, que les han animado a sumarse finalmente a quienes llevan rompiéndose los cuernos contra los planes de guerra desde hace meses –incluyendo muchos de sus compañeros de profesión, gente estupenda–, pero luego se toman el terrorismo de Estado, en general, y el secuestro de ancianos, en particular, como una travesura sin mayor trascendencia?

Políticos que tratan desesperadamente de sacar tajada electoral, figurones dispuestos a aumentar como sea su cuota de popularidad... ¿Deberíamos abroncarlos, negarnos a aceptar sus ínfulas de protagonistas en los actos del movimiento contra la guerra, advertir contra ellos a los jóvenes que les aplauden y les piden autógrafos?

No. Dejemos que ejerzan de listos útiles. O dicho de otro modo: volvamos a hacer nosotros de tontos útiles. Porque ahora lo que urge es ir a por los otros.

Tiempo habrá para desenmascarar a estos advenedizos.

Ni siquiera será necesario: seguro que se las arreglan para desenmascararse ellos mismos.

 

(21 de marzo de 2003)

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Que, puesto que no quieren la paz, no tengan paz

(15:00 horas)

Dedico la mañana a pijadas: que si la ITV del coche, que si hay un tornillo de un anclaje del remolque que está flojo, que si me las arreglo para que me lo fijen, que si vuelvo, que si me lo sellan, que si no... Lo que decía: pijadas.

Según vuelvo a entrar en Madrid, me decido a pasar por el Instituto de Enseñanza Media «Jaime Vera», en el que se supone que a las 7 de la tarde tengo que dar una charla sobre «El papel de la Prensa en el mundo actual», organizada por la APA. No hay nadie de la APA, pero hablo con el director y dos jefas de estudio. Les digo que a esa hora ni yo ni nadie tiene que estar en el Instituto; que todos debemos acudir a la Puerta del Sol para manifestarnos contra la guerra. Están tan de acuerdo que me los encuentro pintando pancartas. Les propongo presentarme a la hora del comienzo de la charla y decir a quienes acudan que hoy nos toca estar en otro lugar.

Logramos contactar al final con un padre de la APA. Qué cielo de gente: se han empapelado el barrio –desde Cuatro Caminos a la Plaza de Castilla– convocando a la charla, pero entienden a la primera que lo de hoy es otra cosa. Quedamos en apalabrar sobre la marcha una nueva cita. ¡Tendrán que imprimir nuevos carteles!

Mientras hago tiempo, leo el periódico en un bar. Aprecio hasta qué punto es acojonante el grado de servilismo al que han llegado algunos –muchos– de los supuestos columnistas de pro. Me juro a mí mismo, por todos los muertos de Irak, que no volveré jamás a mostrarme educado con ellos. Ni un mal apretón de manos, ni una desvencijada sonrisa. Nada.

Que sepan que los despreciamos. Que hemos tomado nota de su vocación de lameculos de los asesinos. De asesinos por delegación.

Digo lo mismo de los que se presentan oficialmente –agradezcámosles la sinceridad, al menos– como políticos del PP.

Deberíamos juramentarnos todos para que no puedan acudir a ningún lado sin que alguien –muchos– les digan las verdades a la cara. Que tengan que pagar en oprobio lo que ellos se van a cobrar en sangre. Que, puesto que no quieren la paz, no tengan paz.

En medio de todo, una satisfacción: el presidente del Consejo General del Poder Judicial –un tal Hernando– ha prohibido a los empleados del organismo que salgan a la calle a manifestarse contra la guerra. ¡Bien, muy bien, excelente! Se trate de Euskadi o de Irak, ¡la coherencia por encima de todo!

 

Aquí no hay peligro

(08:00 horas)

Me llama la atención un lector sobre unas declaraciones de Rajoy, que aseguró ayer que no hay por parte de los Servicios de Información del Gobierno ni de las Fuerzas de Seguridad ni del Centro Nacional de Inteligencia ningún dato que permita prever que pueda ocurrir cualquier circunstancia desgraciada ni peligrosa en España.

En cualquier caso, señaló que, «como siempre que se producen acontecimientos importantes, están tomadas todas las medidas de seguridad para evitar cualquier problema que se pueda generar».  

Comenta mi lector: «Esta gente nos sigue tomando por idiotas. Hace un mes el jabón era explosivo, y éramos el centro de operaciones de Al Qaeda en el mundo. Hoy, al atacar a Irak, desaparecen todas las posibilidades de que ocurran “circunstancias desgraciadas o peligrosas”. A lo mejor, para evitar los accidentes laborales, la violencia contra las mujeres, los accidentes de tráfico, la violencia xenófoba de la ultraderecha o los atentados de ETA, etc., tenemos que bombardear un país cada mes.»

Pues sí. Exactamente.

 

El adiós de Osama

(07:15 horas)

Dice Bush, y le hacen coro sus incondicionales, que han lanzado este ataque para evitar «tener que afrontar al enemigo más tarde con un ejército de policías y bomberos». O sea, el 11-S.

Les da exactamente lo mismo que nadie haya logrado establecer la más mínima relación entre Irak y el 11-S. Se la trae al pairo que nadie haya conseguido encontrar el menor lazo entre Al Qaeda y Sadam Husein. Ni siquiera les preocupa que algunos servicios de inteligencia aliados –británico incluido– hayan afirmado exactamente lo contrario: que Irak no tiene relación alguna con Al Qaeda.

Adiós a Osama Ben Laden. Ya no existe. Ahora resulta que hay que atacar Irak para que no se produzca un nuevo 11-S. ¿No serviría esa misma seudorrazón para atacar Irán, Pakistán, Líbano, Siria? Claro que sí. Por qué no.

¿Y quién dice que no vayan a atacar luego en esos otros frentes?

 

 

Un primer amago

(06:45 horas)

En su discurso, George W. –aparte de humillar tontamente a sus aliados hablando de «la coalición a mis órdenes»– ha afirmado que lo que se ha puesto en marcha es una «fase inicial» de la guerra. A lo que parece, los misiles lanzados sobre Bagdad tenían un solo y crucial objetivo: acabar con la vida de Sadam Husein. Y fallaron. De ahí que, media hora después, el presidente de los EUA dijera que la guerra «será más larga de lo inicialmente previsto». A eso de las 6, y poco después de que la televisión iraquí anunciara la transmisión de un mensaje de Sadam, la señal se interrumpió durante unos minutos. ¿Bombardearon las Fuerzas Armadas estadounidenses el edificio de la TV oficial iraquí creyendo ingenuamente que Sadam acudiría allí para grabar su mensaje? Capaces.

Las agencias han anunciado que están ardiendo varios pozos petrolíferos, cerca de la frontera kuwaití y al sur de Bagdad. Se especula con la posibilidad de que hayan sido alcanzados por misiles. No lo creo. Sería absurdo que los EUA destruyeran aquello que más les interesa. Bush cometió hace días el error de exigir a Sadam Husein que no incendiara los pozos. Venía a ser como pedirle que los hiciera arder.

 

 

Solemne ridículo

(06:00 horas)

Son las 03:45. La Ser, que se ha mantenido toda la noche en vigilia, informa del comienzo de los bombardeos sobre Bagdad. Nadie puede afirmar que la máquina de la guerra no esté en marcha ya en otras zonas de Irak, aunque las corresponsalías informan de que todavía no hay movimiento en la frontera con Kuwait.

Media hora después, aparece Bush en televisión. Su discurso es de una beatería estomagante. Si duda tan poco del favor de Dios y de su protección, ¿por qué se lanza a la guerra, en vez de confiar en la divina providencia? Resultan ridículos sus esfuerzos por propalar la idea de que se enfrenta a un enemigo terrible. Tiene todo el aspecto de un matón de 30 años anunciando solemnemente que va a pegar una paliza a un bebé y rezando para que Dios le ayude en la tarea.

Retengo dos frases que deja caer como de paso en su tediosa y ridícula perorata. Una es que su ejército se quedará en Irak todo el tiempo que haga falta: va preparando a la opinión pública para la instauración del protectorado. La segunda: insiste en que Sadam Husein utiliza a la población civil iraquí como «escudos humanos». Es decir, nos anuncia qué excusa manejará a la hora de justificar las víctimas civiles.

Va a empezar el especial de Radio Euskadi. Dentro de un rato me tocará estar en las ondas.

Sabía que esto iba a suceder, pero estoy triste. Casi tan triste como indignado. Es hora de que el nuevo ejército –el que han ido formando durante estas semanas las ciudadanías de tantos y tantos países– empiece también a ponerse en marcha.

 

 

Vaya tres

(00:00 horas)

Resultan ociosos a estas alturas todos los intentos de amparar en la resolución 1.441 del Consejo de Seguridad la intervención armada de los Estados Unidos y sus aliados en territorio iraquí. Carecían ya de sentido antes del lunes 17, porque todos sabíamos de sobra que, si esa resolución se votó por unanimidad –esto es: si la respaldaron incluso los países que se oponían a toda hipótesis de actuación armada contra Irak–, fue precisamente porque esa resolución, muy firme en el tono pero deliberadamente etérea en sus aspectos resolutivos, no dejaba la puerta abierta a ningún automatismo intervencionista.

Pero ha sido el propio George W. Bush el que ha puesto inapelable término a ese amago de ficción jurídica al exigir de manera perentoria el exilio de Sadam Husein y sus hijos, es decir, el cambio de régimen en Irak. Ninguna resolución de la ONU podría autorizar semejante diktat, sencillamente porque es contrario a las normas más elementales del Derecho internacional y a la Carta de las propias Naciones Unidas.

A un Estado se le puede exigir legítimamente que haga esto o que deje de hacer lo otro, pero no puede imponérsele desde el exterior el gobierno que debe tener. Y menos todavía puede hacerlo otro Estado, a título particular y al margen de las Naciones Unidas.

Con la tosquedad de comportamiento que le caracteriza, Bush ha dejado claro que a lo que aspira es a asentar un protectorado estadounidense en Irak. En su nulo interés por la diplomacia –o por el disimulo, si se prefiere– no duda en especular públicamente con el posible reparto de la piel del oso antes de haberlo cazado, dictaminando qué países podrán beneficiarse de la explotación del petróleo iraquí y cuáles otros –o los mismos– tendrán la oportunidad de hacer negocio con la reconstrucción de lo que él mismo se dispone a destruir en cosa de horas.*

Así las cosas, parece claro que no basta ya con limitarse a emitir un juicio ético contrario al comportamiento del Gobierno de los EUA. La cuestión no es que sus decisiones estén mal. Lo peor, lo más grave, lo que hay que empezar a airear a los cuatro vientos, es que se trata de actos delictivos, susceptibles de ser juzgados ante un Tribunal internacional en tanto que crímenes de guerra.

De momento –ya veremos por cuanto tiempo– en grado de tentativa.

Hay que dejar tan claro eso como que quienes colaboren con ellos se convertirán, ipso facto, en cómplices.

A no ser que intervengan directamente. En ese caso ascenderán de inmediato ellos también a la categoría de criminales.

 

=

 

El Gobierno de los EUA ha hecho pública una lista de nombres de ciudadanos iraquíes –altos mandos militares incluidos– que, según afirma, serán detenidos y traducidos ante un tribunal, que diría Albiac, en el caso de que se opongan al asalto anglo-hispano-norteamericano contra su país.

Doy por hecho que las autoridades de Washington saben que eso es aberrante. Si algo no se le puede reclamar al enemigo en caso de guerra es que no dispare. Solía decírselo por activa y por pasiva a Pedro J., en mis tiempos de subdirector de El Mundo, cada vez que se quejaba de las malas artes de las gentes de Polanco: «Qué quieres, hombre: lo que caracteriza al enemigo es que está en contra. Y va a por ti. Es lo suyo».

Convención de Ginebra en mano, nadie podrá jamás acusar a ningún mando político o militar de Irak de haberse opuesto a la ocupación militar de su país.

A cambio, y como ya enunciaba por ahí arriba, lo que sí me parece obvio que cabe plantear es lo contrario: de acuerdo con el Derecho internacional, cabe acusar de crímenes de guerra a quienes patrocinan el asalto de Irak a mano armada, con explícito desprecio del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Hay una base jurídica más que sólida para respaldar esa acusación.

A partir de lo cual –sigo cavilando–, recuerdo que he leído y he oído a muchos comentaristas de prensa occidentales preguntarse en voz alta –o negro sobre blanco– por qué la CIA no ha organizado un atentado para acabar con la vida de Sadam Husein.

Y, que yo sepa, nadie les ha acusado de nada.

Digo yo entonces, por las mismas –y puesto que los crímenes son siempre crímenes, vengan de donde vengan–, que cabe interrogarse por qué nadie organiza una serie de atentados para acabar con las vidas de Bush, de Blair y de Aznar, en tanto que criminales de guerra.

Podría hacerlo la CIA misma, que ya tiene una larga experiencia en esto de los magnicidios, locales o foráneos.

Ya sé que ningún tribunal ha considerado culpable de ningún delito al trío de las Azores. Todavía. Pero a Sadam Husein tampoco, y nadie se corta a la hora de hablar de su asesinato.

Así que por especular que no se quede.

 

=

 

De todos modos, y para que no haya quien crea que estoy sugiriendo ninguna acción desagradable,  me apresuraré a decir dos cosas.

La primera es que estoy en contra de que se mate a cualquiera de esos tres señores –o a los tres– por la elemental y supina razón de que me opongo a la pena de muerte.

Sin excepción alguna.

La segunda es que no creo que tuviera la más mínima utilidad. Porque, si considero en general que el papel de los individuos en la Historia está sometido a poderosos condicionantes, de modo que sólo ascienden y se mantienen en el poder aquellos que representan e interpretan los intereses de fuerzas económicas y sociales poderosas, por lo cual no siento inclinación alguna por exagerar el papel de las personalidades y me intereso bastante más por las relaciones sociales de fuerza, en el caso que nos ocupa estoy obligado a verlo así por partida triple.

Porque ¿de qué valdría que desaparecieran tres mediocres como ésos? Sería facilísimo sustituirlos por otros tres mediocres.

Quizá no tan obtusos como ellos, pero casi.

 

–––––––––––

* Me cuentan que Aznar le ha dicho a Cuevas que lo de la reconstrucción de Irak va a ser un chollo para las empresas españolas; que Bush se lo ha prometido en firme. Y que a ese negocio le seguirán otros muchos, «ahora que somos los socios privilegiados de Washington». ¿Será así de tonto, o se conformará con fingirlo?

 

(20 de marzo de 2003)

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El gran dictador

Se nos viene restregando desde hace más de una década el precedente bochornoso de Munich y la cobardía de los estados occidentales ante Hitler como muestra de lo que no podemos aceptar con Sadam Husein.

Lo cierto es que cualquier similitud entre la Alemania de 1938 y el Irak de 2003 es pura coincidencia.

El régimen hitleriano contaba con unas Fuerzas Armadas poderosísimas. Estaba respaldado por una industria puntera, que trabajaba a pleno rendimiento y con excelentes resultados en los planos más diversos, empezando por el del armamento. El propio Führer, que había llegado al Poder gracias al voto popular, alardeaba de la superioridad de su Estado y de su modelo social, y no ocultaba su intención de controlar y dirigir el mundo entero. Su poderío era tal y tan patente, y la arrogancia y el fervor de los suyos tan manifiestos, que atemorizó efectivamente a los gobernantes de la mayoría de los países occidentales: le permitieron saltarse a la torera el Derecho internacional, en parte porque tampoco veían con malos ojos su feroz oposición al comunismo, al que los nazis acusaban de terrorista (recuérdese el proceso por el incendio del Reichstag).

¿Qué parecido hay entre aquella realidad y la que arropa a Sadam Husein? El dictador iraquí, cuyo ejército se demostró incapaz de vencer siquiera al iraní –y eso con el respaldo de los Estados Unidos y de Rusia–, no puede ni pensar en atacar a nadie: la industria de su país no le da ni para defenderse. Tiene a la población hambrienta y desanimada y la mitad del territorio bajo control aéreo extranjero. De hecho, lleva meses aceptando con resignación las mayores humillaciones, permitiendo que le inspeccionen hasta debajo de las alfombras de su casa.

Comparar a ese sátrapa venido a menos con el Hitler de 1938 es sencillamente ridículo.

Pero no desdeñemos por entero la comparación.

¿Hay alguien en el mundo de hoy que cuente con unas Fuerzas Armadas poderosísimas, que esté respaldado por una industria puntera, particularmente en el plano armamentístico, que alardee de la superioridad de su Estado y de su modelo social, que no dude en manifestar su intención de controlar y dirigir el mundo entero, cuya arrogancia parezca no tener límites y que se salte a la torera el Derecho internacional cada vez que le viene en gana, sin que apenas ningún gobernante occidental se atreva a ponerle peros?

Dictador viene de dictar. ¿Hay alguien en este momento que dicte al mundo entero lo que debe hacer, y que no se considere sometido a ley alguna, salvo la de su real gana?

Si no les viene a ustedes ningún nombre a las mientes, háganselo mirar.

 

(19 de marzo de 2003)

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El aislamiento de Francia

Escuché ayer en las noticias de la radio a alguien –un represente del Gobierno español, o del norteamericano: no sé; a alguien de ese género– que, si no plantearon a la consideración del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas una nueva resolución que les autorice a iniciar las acciones bélicas contra Irak, fue porque «es preferible no evidenciar el aislamiento de Francia».

¡El aislamiento de Francia!

Para mí que, lo dijera quien lo dijera, la idea original tuvo que ser británica. Del propio Blair, seguramente. Recuérdese la humorada de un rotativo de la city que, en cierta ocasión en la que un tormentazo cortó las comunicaciones entre Gran Bretaña y la Europa continental, tituló en primera página, a cinco columnas: «El continente, aislado».

Es del mismo género que el asombro del automovilista del chiste que, tras armarse un lío y meterse en una autopista justo al revés, se indigna al oír por la radio un aviso de emergencia que informa de que hay un conductor enloquecido que va en dirección contraria, y clama: «¡Sí, uno! ¡Dímelo a mí! ¡Montones! ¡Hay montones!».

Francia está aisladísima, sí. No cuenta, la pobre, con más apoyo que el que le presta la aplastante mayoría de la población mundial. Y con el respaldo de estados como Rusia y China (que, como se sabe, son insignificantes). Y con el de Alemania, que no tiene el menor peso en la economía europea. Y con el de Bélgica, que no alberga ninguna sede.

Nada tan confortable como la posición de Aznar, que ya no puede ni ir él ni mandar a ninguno de los suyos a ningún lado sin tener que aguantar el inevitable chaparrón, con la gente diciéndoles de todo.

Nada tan estupendo como lo de Blair, al que ponen de vuelta y media sus propios ministros y está en las puertas de una escisión de su partido.

Ellos no tienen ni idea de lo que es el aislamiento. De eso sólo saben las autoridades francesas, que no se dan cuenta de lo terrible que es que te aplaudan en los cinco continentes.

 

(18 de marzo de 2003)

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Un cuestionario

Me ocurre con cierta frecuencia que estudiantes de unas u otras disciplinas –aunque casi siempre de periodismo– me piden colaboración para tal o cual trabajo que tienen entre manos. La cosa suele concretarse en que me mandan un cuestionario al que me piden que responda (cosa que suelo hacer, siempre que no me exija un trabajo desproporcionado). Otras veces no me queda más remedio que entrevistarme con ellos (hoy, sin ir más lejos, he de verme con un grupo de estudiantes norteamericanos de Derecho que están haciendo un trabajo sobre posibilidades y dificultades de una salida negociada al conflicto vasco. Pobrecillos.)

Ayer me tocó responder a un cuestionario de dos estudiantes sevillanas cuyas preguntas me resultaron curiosas. Reveladoras del horizonte ideológico que tienen ante sí (y dentro de sí).

 Como creo que el seudodiálogo vale la pena, lo reproduzco.

 

1.– ¿Cómo fueron sus comienzos en el periodismo?

 

–Empecé de muy crío. Un compañero de clase y yo nos volcamos en la revista del Instituto de Enseñanza Media en el que estudiábamos, en San Sebastián. La revista se llamaba Ibai Alde («Junto al río») y mi compañero, Jesús Ceberio. Él ahora es director de El País, y yo subdirector de El Mundo (aunque en feliz excedencia). Parece que ambos teníamos clara nuestra vocación.

 

2.– ¿Qué ha sido lo mejor de su experiencia como periodista?

 

–No es fácil jerarquizar las satisfacciones. Las hay de muy distinto género.

Agradezco al periodismo la oportunidad que me ha proporcionado de dar cuenta diaria de mis reflexiones, de mis inquietudes, de mis anhelos... De mi modo de ver la vida.

También le agradezco enormemente que me haya permitido conocer a muchísima gente interesante.

Y vivir experiencias muy singulares.

 

3.– ¿Considera la prensa rosa como un tipo de información periodística especializada, como la información deportiva o económica?

 

 –Sí. Pero calificarla de "especializada" no implica la menor valoración positiva.

 

4.– ¿Cómo valora los actuales programas del corazón en televisión? Se dice que cumplen la función de entretener, pero ¿cree que sobrepasan algún límite?

 

–No los juzgo, porque no los conozco. Digamos que los prejuzgo: me baso en un juicio previo. Su temática me repele.

 

5.– El periodismo rosa se ha situado en los últimos años como un "fenómeno social" que abarca a espectadores de diversa edad, índole y sexo. ¿Dónde cree que radica su éxito? ¿Cree que tiene futuro?

 

–Admito que mi conocimiento de las pulsiones anímicas de mis congéneres presenta enormes lagunas. Ignoro por qué hay tanta gente que se interesa por lo que hacen o dejan de hacer personas que tampoco sé por qué son famosas. Tal vez responda a algún fenómeno de transferencia emocional. Puede que sientan que escapan de la invariable mediocridad de sus existencias viviendo como propias las aventuras y desventuras del famoseo. Pero no lo afirmo: lo planteo como mera hipótesis. De ser así, puede que se trate de un negocio con mucho futuro.

 

6.– En cuanto al tema de justificar la existencia del periodismo rosa con el hecho de que "la audiencia lo pide", ¿qué piensa que propicia este tipo de periodismo, el verdadero interés del público por estos temas o por el contrario se debe a que el público ha sido acostumbrado a ello?

 

–Desde el pan y circo de los emperadores romanos, siempre se ha planteado esta pregunta, que viene a ser como la del huevo y la gallina. En mi criterio, estos fenómenos van a más por una interacción de los dos elementos en juego: yo te doy, tú me ríes la gracia, yo te doy más, tú me la ríes más, yo te añado doble dosis, tú te vas acostumbrando a recibirla e incluso me la reclamas...

El gusto del público no puede examinarse aisladamente, en relación a tal o cual fenómeno. Responde a una concepción del mundo –a una cosmovisión, como se decía antes– que le es inducida a todo mortal desde que nace, y que sólo algunas personas superan por la vía de la crítica rigurosa. Y nunca por entero.

 

7.– ¿Es imprescindible ser periodista para ejercer de forma correcta la profesión? ¿El periodismo se aprende en la carrera o en el día?

 

–Todas las carreras universitarias tienen lo suyo de librescas. Pero los estudios de periodismo en España elevan a lo supino su falta de relación con la práctica concreta. He tenido que ayudar a demasiados licenciados a dar sus primeros pasos en la profesión como para no saber de qué hablo.

En algunas ocasiones he conseguido mejores y más rápidos resultados con jóvenes que habían hecho otros estudios –de Filología, por ejemplo– que con quienes venían de Ciencias de la Información. Los primeros por lo menos sabían escribir correctamente. 

En Francia, donde yo hice mis estudios, el periodismo no es –o no era, por entonces– una carrera universitaria, sino unos "estudios técnico-universitarios" que duraban tres años y que estaban desde el principio volcados en la práctica. Todos los profesores eran periodistas en ejercicio. Mi decano fue Robert Escarpit, que por entonces era el principal columnista de Le Monde. La facultad tenía un diario, una radio y una emisora de televisión cuyo ámbito de difusión era el propio campus. Todo llevado por los alumnos del IUT. Es posible que salieras de allí sin saber quién fue el padre de Francisco I, pero no, desde luego, ignorando cómo se estructura una sección, o qué ingredientes debe tener un editorial. 

El examen de entrada era brutal. Cada año admitían sólo a un centenar de alumnos. Pero todos los que acababan salían con un puesto de trabajo, mejor o peor.

 

8.– ¿Qué armas deben usar la nueva generación de periodistas para luchar contra el intrusismo? ¿Deben los periodistas sentirse amenazados por este tipo de personas?

 

–Vamos a ver.

Hay profesiones que no pueden ser ejercidas sin la garantía de unos estudios previos. Nadie puede meterse en un quirófano a operar si no tiene un título de cirujano que garantice que sabe qué se trae entre manos. Nadie puede construir un puente si no tiene un diploma de ingeniero que ofrezca ciertas seguridades sobre la pericia de su trabajo.

Etcétera.

Porque se trata de actos que, si resultan fallidos, pueden acarrear desastres irreparables.

Un folio mal escrito no es ningún desastre irreparable. Un dibujo mal hecho, tampoco. Un soneto de doce versos irregulares no mata a nadie, como no sea de la risa. Te lo traen, no lo publicas... y a correr.

Escribir bien es un arte. A veces mayor, a veces menor.

Siempre se cuenta que a Picasso no le admitieron en Bellas Artes y que a Einstein le suspendieron en matemáticas. Me parece anecdótico. Lo que no es anecdótico es la cantidad de gente que sale cada año de las facultades de periodismo sin saber ni siquiera cómo se colocan los sujetos, los verbos y los complementos. 

Yo lo que reclamo a todo aquel que quiere trabajar de periodista es que sepa captar lo esencial de los hechos susceptibles de convertirse en noticias y que acierte a relatarlos con concisión y con gracia, respetando las normas del género. Si sabe hacer eso, me da lo mismo qué títulos tenga o deje de tener. Y si no sabe hacerlo, tal cual: me importa un bledo que tenga un título que certifique –en falso– que sabe hacer lo que no sabe hacer.

La literatura –el periodismo no es sino una de sus variantes– no sabe de intrusismos.

Ningún título justifica una mala escritura.

Ninguna ausencia de títulos condena una buena escritura.

Mis lectores quieren leer textos bien estructurados, atractivos, brillantes. No contemplar diplomas.

 

9- ¿Participaría en programas rosas?

 

–No. Por dos razones. Una personal: no lo aceptaría. Otra previa: jamás me lo propondrían.

 

10.– ¿Realmente los famosos son tan interesantes? ¿Son de interés público estas personas?

 

–Depende. Para mí, esos "famosos" –porque hay otros famosos, justificadamente famosos– carecen de interés. Pero se ve que a otra gente sí le interesan. Nadie vende lo que nadie compra.

 

11.– ¿Qué siente cuando enciende la televisión y aparecen personas como "Ania" (exconcursante de Gran Hermano) o Ernesto Neira (bailarín), por citar a alguno, y ve que intentan imitar la labor de un periodista y se atreven a opinar en tertulias? ¿Están capacitados?

 

–No sé quiénes son los personajes que citáis, pero me da igual. Entre otras cosas, porque tampoco tengo en muy elevada consideración a la mayoría de los periodistas que opinan sobre todo lo divino y lo humano en algunas tertulias. Con demasiada frecuencia pontifican sin tener ni pajolera idea de los asuntos de los que hablan.

Lo digo por experiencia: me ha tocado ver cómo a veces se enteran del asunto leyendo la noticia en el periódico cinco minutos antes de ponerse a hablar sobre ella en el tono más campanudo del mundo.

 

 12.– ¿Algún consejo para futuros periodistas?

 

–Ninguno. Estoy por ver a un joven que haga caso de los consejos.

Yo tampoco presté atención a los que me dieron. Y la verdad es que me alegro.

  

(17 de marzo de 2003)

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