Diario de un
resentido social
Semana del 7 al 13 de octubre de 2002
El empresariado
vasco
Así, de entrada, puede sorprender lo mal que se ha tomado el Gobierno Vasco la nota hecha pública por la dirección de Confebask en la que la organización empresarial manifiesta su escaso entusiasmo ante la propuesta de Ibarretxe sobre unas posibles nuevas bases de relación de Euskadi dentro del Estado español.
Por regla general, los empresarios (en Euskadi, en Sebastopol y en Katmandú) no son nada amigos de las incertidumbres. Suele decirse que no hay nada más miedoso que el dinero, aunque el axioma pueda tener sus excepciones (la de los fabricantes de armas, por ejemplo). En esas condiciones, la reacción de Confebask no debería extrañar gran cosa.
Algunos opinantes vascos incluso se han molestado con Ibarretxe por la importancia que ha dado a la reacción empresarial. Le han contestado que el empresariado representa a una parte numéricamente insignificante de la población y que las inclinaciones decididamente españolistas de lo más florido de la alta burguesía vasca son proverbiales. Un veterano periodista vasco me ponía una muestra difícilmente discutible: «Mira en las esquelas de Neguri los nombres de pila de la gente mayor... Podrían ser de Madrid. Siempre se han sentido mal en su piel de vascos».
Pero la preocupación de Ibarretxe no creo que venga dada por la oposición que puedan manifestarle los miembros del Consejo de Administración del BBVA –para mí que no esperaba su adhesión inquebrantable–, sino por las grietas que puedan abrirse en los puentes tradicionalmente sólidos que unen al PNV con el grueso del empresariado vasco. Hay motivos para pensar que Román Knörr, presidente de Confebask, ha forzado las cosas para decir más y peor de lo que la mayoría de los afiliados a la organización empresarial –sobre todo de Guipúzcoa, pero también de Vizcaya– hubieran deseado. Y eso ha removido los cimientos del tinglado. Ya hay en marcha un documento, que al parecer van a suscribir trescientos empresarios, en el que vendrán a recomendar a este Knörr, en tan escasa sintonía con otros prominentes miembros de su familia, que modere sus impulsos personales o que renuncie a representar al estamento.
Lo que probablemente no se sabe fuera de Euskadi, porque nadie ha tenido interés en resaltarlo, es que la declaración de Román Knörr (pronúnciese Kener), si se mostraba reticente con el plan de Ibarretxe, aprovechaba también para poner de vuelta y media al Gobierno de Madrid, reprochándole no estar dando cumplimiento a lo establecido por el Estatuto de Autonomía. De modo que la Prensa del Santiago y cierra España tampoco tiene demasiados motivos para jalear a don Román. A no ser que se conformen con lo que sea, con tal de que se oponga a Ibarretxe.
(13 de octubre de 2002)
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El Nobel de la Paz
Desde el ventanal se ve cómo el sol del mediodía trata de hacerse notar entre las nubes del cielo de Bilbao. Arrellanado en un sillón de su despacho, mi interlocutor me dirige una mirada sardónica:
–Por cierto... Puedes estar tranquilo. No le han dado el Nobel de la Paz a Garzón.
–Nunca creí que se lo fueran a dar –comento–. No porque ese premio me merezca mayor consideración (se lo han concedido hasta a Kissinger, uno de los mayores criminales de guerra de la Historia), sino porque no suelen premiar al personal subalterno, y Garzón no pasa de ser una pobre marioneta. Es un juez de usar y tirar.
–Se lo han dado a Jimmy Carter –sigue mi anfitrión.
–Sí; lo sé –digo–. Estarán que fuman en pipa los propagandistas del PP.
Por la tarde, en la recepción dada por Ibarretxe en Ajuria Enea a «los representantes de la sociedad vasca» –entre los que me incluye no sin generosidad–, me topo con Jonan Fernández. Está contento: la Fundación Carter colabora con Elkarri. El Nobel representa un respaldo a las iniciativas de paz en todo el mundo, Euskadi incluida, donde la Fundación cree que también es posible encontrar una solución dialogada.
La decisión del comité noruego supone un triple bofetón para Aznar. Primero, porque no han premiado a Garzón, que es lo que a él más le habría satisfecho. (Ignoro si en algún momento creyó que existía esa posibilidad. Lo cierto es que, según me informan, el nombre del juez nunca contó en las quinielas correspondientes. No pasó de ser otro apellido más entre el centenar y medio de los propuestos). Segundo, porque se lo han dado a alguien que está en contra de su política para Euskadi. Y tercero, porque se lo han dado a alguien que desautoriza su posición con respecto a Irak o, por mejor decirlo, su servilismo ante Bush.
Leo que Garzón ha mandado un telegrama de felicitación al premiado. Como si Carter fuera a valorar el gesto, de evidente hipocresía. Sabe lo que el juez de marras está haciendo en Euskadi, y con eso le basta y le sobra.
(12 de octubre de 2002)
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Cámara oculta
«¿Qué opinas del uso de cámaras ocultas para la realización de reportajes de prensa?», me preguntan.
No estoy en contra por principio. Depende. Hay ocasiones en las que los periodistas sólo pueden realizar su trabajo camuflándose, lo cual está justificado porque se trata de denunciar situaciones ilegales que, de presentarse abiertamente, no serían reconocidas por sus responsables. Siendo periodistas de televisión, eso obliga a la utilización de cámaras ocultas. Ha habido casos de reportajes realizados de ese modo que pueden considerarse modélicos, y algunos incluso han permitido la detención de mafiosos de importancia, o han obligado a reformas legales positivas.
Lo que no se justifica, en mi criterio, es ocultar la cámara para que la persona grabada, que no está implicada en ninguna actividad delictiva, se relaje y, confiada en la privacidad de la conversación, diga lo que jamás hubiera dicho en público. O para que exprese puntos de vista que, sacados de contexto (editada la grabación), parezcan referirse a una cosa cuando en realidad se refieren a otra. Todos sabemos lo que la edición maliciosa de una grabación puede dar de sí, y no es por casualidad que la Justicia niegue valor probatorio a las grabaciones realizadas sin control judicial o posteriormente editadas.
La utilización de cámaras ocultas para grabar entrevistas con personas que no realizan ninguna actividad delictiva predispone al público en su contra. Criminaliza al entrevistado, porque da a entender, aunque no lo diga abiertamente, que es persona de la que no cabe fiarse, o que tiene algo que ocultar. Por ello debe considerarse doblemente perverso y rechazable el abuso de ese recurso.
Me hablan de un programa de televisión que no he visto y sobre el cual, en consecuencia, no puedo opinar. Pero me informan de que los realizadores de ese programa han recurrido a cámaras ocultas para filmar conversaciones que no recogen la existencia de ningún ilícito penal; que, simplemente –y tal como han sido editadas y expuestas, insisto– dejan en mal lugar a determinadas personas e inducen a la opinión pública a adoptar una determinada posición política con respecto al País Vasco. De lo cual deduzco que no concurren en el caso las circunstancias en las que, según he explicado antes, considero aceptable el uso de tales medios.
Y eso es todo lo que puedo decir al respecto.
(11 de octubre de 2002)
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Pagar por leer
A partir del 15 de este mes, El Mundo va a cobrar la consulta de sus contenidos por Internet. Ha establecido diversas modalidades de suscripción, más o menos caras según los servicios que desee el internauta. Imagino que dejará accesible una página de titulares, o de resumen, pero el grueso de la publicación será de pago.
He recibido misivas de varios lectores indignados por el cambio, que me piden que diga qué opino sobre el asunto.
Antes de dar mi opinión, contaré cómo creo que se han desarrollado los acontecimientos.
El Mundo pasó por una fase inicial de práctico desdén hacia las posibilidades de la Red. La dirección del periódico tardó en darse cuenta de la importancia del fenómeno y de las posibilidades que presentaba. Durante bastante tiempo, dedicó muy escasos recursos a su edición electrónica (que, además, era de muy complicado acceso). Algunos miembros de la Redacción, pioneros en esto de la navegación, nos quejamos insistentemente de esa situación.
Cuando por fin la dirección asumió la realidad, dio un giro total: el periódico se volcó en la edición electrónica, a la que dedicó ingentes medios materiales y humanos. Exagerados, en mi criterio. Eso representó un esfuerzo económico extraordinario, imposible de compensar con los ingresos publicitarios correspondientes.
Ahora El Mundo está pasando por una delicada situación económica, y la empresa ha encarado un plan general para reducir pérdidas. La edición electrónica no podía quedar al margen. El cobro por acceder al servicio tendrá un doble efecto: el obvio de aumentar los ingresos y el subsiguiente de reducir gastos, porque descenderá la demanda.
Bueno: no creo que quepa reprochar a nadie que cobre por lo que produce. Yo –que no soy muy dado a la piratería y no estoy nada ducho en las complejas artes que requiere– pago religiosamente mi suscripción a diversos servicios a los que accedo por Internet: dos programas de antivirus, los contenidos completos de la Enciclopedia Británica, el servicio de acceso a distancia a mi ordenador principal... Me hago cargo de que son beneficios que obtengo del trabajo de una gente que vive de eso, lo pago y ya está.
¿Cuál es el problema que va a afrontar El Mundo? Que a la mayoría de la gente le irrita sobremanera que aquello a lo que ha tenido acceso libre durante años pase de pronto a costarle dinero. Tanto más cuanto que una parte importante de esa gente entra en las páginas de El Mundo tan sólo para completar su información, no porque simpatice con la orientación y la línea editorial del periódico. Que le cobren por un producto que dista de ver con buenos ojos le parece más que demasiado. Sobre todo cuando hay otros productos relativamente similares que son gratuitos.
Pues que no pague.
«Entonces no podré leer tus columnas», me objetan algunos.
Y qué le voy a hacer yo. Siempre se ha dicho que el que algo quiere algo le cuesta.
«Pues tú no te aplicas la norma», me replica una lectora. «Tú no cobras por esto».
Y yo le respondo que la norma se cumple, sólo que al revés. Soy yo el que algo quiere: comunicar. Así que algo me cuesta.
(10 de octubre de 2002)
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Nos indignamos,
luego somos
Per
a Miquel Grau, 25 anys després, in memoriam.
(Hui,
9 d’Octubre, Diada Nacional del
País Valencià)
Ayer hubo un accidente en una carretera de las afueras de Almansa y murieron siete enfermos de cáncer a los que trasladaban en una ambulancia a València para recibir tratamiento.
La noticia merece hoy el lugar principal de todas las primeras páginas de los periódicos.
Ayer también, hubo un accidente en el Estrecho y murieron ahogadas nueve personas que viajaban en una patera con destino a España.
Esta otra noticia apenas merece espacio en las portadas de los periódicos. Algunos, ni la mencionan.
Los de Almansa eran siete. Los del Estrecho, nueve.
Me sigue hirviendo la sangre. Me hago viejo, pero no consigo deshacerme de la rabia. Ni de la capacidad de indignación.
=
Me ha venido
el recuerdo mirando el calendario. Hace 25 años, un chaval que pegaba carteles
del Moviment Comunista del País Valencià en la Plaza de los Luceros de Alacant,
Miquel Grau, fue asesinado por un imbécil fascista, por apellido Sandoval, que
le tiró un tiesto enorme desde el balcón de su casa. Miquel, que estaba por
entonces en la mili, fue despedido en una manifestación multitudinaria que la
Policía disolvió a hostias. Al Tall le dedicó un himno precioso, a capella:
«Per cridar “Vull l’Estatut!”
a Miquel
l’assesinaren...
Per
guanyar la llibertat,
cuan
germans tenen que caure?»*
¡He cantado esa canción tantas veces, con las lágrimas en los ojos!
Anteayer se volvió a cantar –la cantó Al Tall– en la Universidad de Alacant. Pocas horas antes, medio centenar de personas se había juntado en la Plaza de los Luceros, frente al número 11, para colocar en la pared una placa en memoria y homenaje a Miquel Grau.
No supe que iban a hacerlo.
De haberme enterado, por Dios que no habría faltado.
=
Hay que indignarse con lo de ayer, pero también hay que mantener en carne viva la indignación de hace 25 años.
Todas las indignaciones son la misma indignación.
¡Nos indignamos, luego somos!
––oOo––
Dos imágenes para el recuerdo
Dos fotos del día del acto de homenaje a Miquel Grau en Alacant, hace 25 años.
En la de la izquierda, la periodista Llum Quiñonero, entonces dirigente del MCPV, ha acabado de dirigirse a la multitud.
En la de la derecha, varios compañeros de Miquel, entre los que se distingue al periodista Pep Martínez (con jersey oscuro y pantalón claro), llevan a hombros el féretro de Miquel.
––––––––––––
(*) «Por gritar “¡Quiero el
Estatuto!”
a Miquel lo asesinaron...
Para ganar la libertad,
¿cuántos hermanos habrán de
caer?».
(9 de octubre de 2002)
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Asesinos en serie
Aznar alega razones de ética insoslayable para justificar que su partido no participe en una ronda de conversaciones a la que también acudirá el partido suspendido de Otegi, pero su Gobierno mantiene relaciones de plena normalidad con el Ejecutivo de Israel, que ayer volvió a hacer méritos para ocupar un espacio de honor en la historia del asesinato en serie. Israel mata indiscriminadamente a ciudadanos pacíficos y desprevenidos y Aznar, como Solana, se declara «consternado»... y a correr, que es lo suyo.
Entiendo que alguien que se dedica a dirigir un Estado no puede tener la sensibilidad ética a flor de piel. Está obligado a tratarse con gente que, si no lleva las manos manchadas de sangre, es mayormente porque se las lava a diario. Ayer mismo anduvo por aquí el presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, y nuestra ministra de Exteriores, Ana Palacio, se deshizo en piropos hacia él y los suyos, que son unos golpistas de tomo y lomo y que han matado opositores a troche y moche.
Ningún escrúpulo ético al respecto.
A eso lo
llaman realpolitik.
Pero, cuando se trata de Euskadi, no hay realpolitik que valga. No sólo consideran que es inaceptable hablar con el asesino, sino también con quien no critica al asesino. Y no sólo con quien no critica al asesino, sino también con quien habla con quien no critica al asesino. Si no fuera porque los conocemos de sobra, podríamos llegar a la conclusión de que son un remilgo hecho Gobierno. Pero qué va: sus melindres son perfectamente unidireccionales. Así que abandonan el territorio de Euskadi, son la gente más desenvuelta del mundo, capaz de chapotear en cuanta sentina se le ponga por delante.
De todos modos, lo del Israel de Sharon es decididamente demasiado. ¿A cuento de qué le tolera el Gobierno de España tanta barbarie chulesca, tanto crimen indisimulado, tanto asesinato porque sí? ¿Qué tienen esos asesinos que les haga merecedores de respeto y bula? ¿Es la sangre palestina sangre de tercera, de baratillo? ¿Se trata acaso de confirmar el tópico según el cual si matas a diez eres una bestia infame, pero si matas sin parar durante muchos años te mereces una medalla?
Aquí no hay realpolitik que valga. Israel no es Argelia. Ni petróleo, ni gas, ni emigración controlada, ni nada. De ser imprescindibles los intercambios económicos, lo son de su lado. La tecnología más acabada que han exportado a España se concentra en el material para interrogatorios.
Sólo hay una razón que explica la tolerancia infinita, absurda y escandalosa, que manifiestan hacia las autoridades de Israel todos los gobiernos occidentales, el de Aznar incluido. Y esa razón tiene nombre de ciudad: Washington. O sustantivo: vasallaje.
(8 de octubre de 2002)
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Brasil
La comunidad internacional –la casta dominante del mundo económicamente desarrollado– estaba relativamente tranquila con la situación de Brasil. Se sentía inquieta en un punto: le preocupaban las dificultades que venía mostrando para el pago de su deuda externa.
Y poco más. ¿Que una tercera parte de su población vive por debajo del llamado umbral de pobreza? ¿Que la situación de su infancia es insoportable? ¿Que se están desarrollando prácticas genocidas con algunas poblaciones de la selva amazónica? Psché, qué se le va a hacer.
Sólo despertó de su letargo indolente cuando sonaron los timbres de alarma ante el aviso urgente: «¡Atención, que un izquierdista puede llegar a la Presidencia! ¡Que lo mismo volvemos a la situación de los años 60, cuando tuvimos que provocar un golpe militar para evitar la locura comunista de las nacionalizaciones!». Todas las terminales del FMI, Pentágono incluido, se pusieron en estado de alerta.
Las lupas de
Occidente se centraron sobre Luiz
Inácio Lula da Silva y el candidato del Partido de los Trabajadores se entregó
en cuerpo y alma a la representación de su papel favorito: el de apacible
cordero.
Lo han mirado con mucha atención, tratando de
decidir si realmente es un cordero o si se trata de un lobo que se ha puesto la
piel de cordero para disimular sus aviesas intenciones ultraizquierdistas. Finalmente,
y no sin reticencias, se han inclinado por la primera posibilidad. Esperan que
Lula, una vez elegido en la segunda vuelta, se portará como Dios manda.
Yo no sé si lo hará, porque nunca le he visto
a Dios mandar nada, pero de algo si estoy seguro: quítenle la piel de cordero a
Lula y se encontrarán con un cordero despellejado. Desde que ese hombre
descubrió que para llegar a la cumbre debía desprenderse del olor a chusma,
apesta a colonia cara.
=
San Escrivá
Mantengo una política de estricta no intervención en los asuntos de la Iglesia católica. De todas las iglesias, asociaciones y clubes privados, en general. Sólo me meto en sus cosas cuando dejan de ser realmente sus cosas para ser también mis cosas: el patrimonio histórico-artístico, por ejemplo. O el dinero de mis impuestos. O la Enseñanza pública. En fin, los asuntos colectivos. Pero, si me preguntan qué pienso del hecho de que los obispos aseguren que la crueldad manifiesta no es causa de nulidad del sacramento del matrimonio, respondo que a mí que me registren: no soy experto en sacramentos. A lo que me opongo es a que el matrimonio eclesiástico tenga efectos civiles. Sólo a eso.
De modo que tampoco tengo gran cosa que decir sobre la canonización de José María Escrivá de Balaguer. Si el patético renqueante dictador de la grey católica quiere darle trato de santo, como si lo nombra mitrado póstumo. Otra cosa es que el Estado español se haya gastado el dinero enviando una representación oficial y varias oficiosas a la ceremonia. Eso está muy mal.
Tampoco acepto –porque es inaceptable– que se nos cuente que le han hecho santo porque hizo un milagro.
Como dije el pasado miércoles en la presentación del libro de Isabel de Armas Ser mujer en el Opus Dei, que como responsable de Ediciones Foca he tenido el gusto de poner en el mercado –y que os recomiendo vivamente, porque es interesantísimo y porque, además, yo vivo de eso–, el presunto milagro que atribuyen al señor Escrivá es de coña. Un médico extremeño que tiene un eczema canceroso en la piel, que invoca al de Barbastro y que se cura. Así que el milagro es suyo. ¿Qué pasa, que sólo rezó a Escrivá durante todo el tiempo de su enfermedad? ¿No invocó ni una sola vez a Dios Padre, ni a Cristo, ni a la Virgen (a la que fuera, que las hay a cientos), ni a cualquier santo o santa de los previamente existentes? Sencillamente: no me lo creo.
No sólo no me creo que el milagro sea obra de San Escrivá, sino que tampoco me creo que sea milagro. Todos los hospitales de España y del mundo entero –todos, sin excepción– tienen historias de curaciones sorprendentes que, metidos en gastos, podrían considerarse milagrosas. Y probablemente también todas las familias.
Aparte que esto de los milagros siempre me ha puesto nervioso, por mera afición a la coherencia. ¿Que Cristo resucitó a Lázaro? ¿Y por qué lo hizo la primera vez que se murió el menda, y no la segunda (y, según todas las trazas, definitiva)? ¿Y por qué a Lázaro sí y no al muerto de al lado? Ítem más: ¿nos asegura Wojtyla que el médico eczemoso de Extremadura va a continuar sano y salvo por los siglos de los siglos? Y, si muere dentro de unos años, ¿se atribuirá su muerte a San Escrivá?
Bueno, casi mejor lo dejo. Que me caliento.
(7 de octubre de 2002)
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