Diario de un
resentido social
Semana del 23 al 29 de septiembre de
2002
El sujeto ése
Pude ver cómo iban cambiando anteayer los titulares de las ediciones electrónicas de los periódicos de Madrid a medida que avanzaba el día (y se incorporaban a la faena los ideólogos, supongo). El mismo discurso de Ibarretxe pasó de ser una propuesta sobre cómo acomodar a Euskadi en el Estado español a convertirse en la enloquecida plasmación de una desaforada iniciativa independentista.
Cada cual puede describir lo avanzado por Ibarretxe con los adjetivos que mejor le cuadren, o que mejor crea que cuadran a su cuadra, pero la variedad de los epítetos no cambiará ni un ápice el fondo de la cuestión: lo que hace que salten chispas no es la fórmula concreta que Ibarretxe propone para el engarce de Euskadi en España, sino el hecho mismo de que reclame el reconocimiento del derecho del pueblo de Euskadi a decidir sobre ese particular sin interferencias foráneas.
La mayoría de los políticos y comentaristas capitalinos califican de «antidemocrática» la propuesta del lehendakari. Es un reproche bobo. Se trata de una propuesta democrática hasta las más puras esencias... o no lo es en absoluto, según dónde sitúe cada cual el demos. Lo democrático es hacer aquello que vota el pueblo, pero ¿qué pueblo? Si la capacidad decisoria la tiene el pueblo del ente de Derecho llamado Euskadi (es decir, el de las tres provincias que conforman la actual Comunidad Autónoma Vasca), entonces la propuesta de Ibarretxe es democrática a más no poder. Ahora bien: si se considera que el poder de decidir sobre el porvenir nacional de Euskadi reside indeclinablemente en el conjunto de la población del Estado español (o de España: como se quiera), entonces el planteamiento de Ibarretxe no se tiene en pie. Dicho de otro modo: no estamos ante un problema de democracia, sino de definición del sujeto de soberanía.
Por poner un ejemplo: si la llamada comunidad internacional hubiera considerado que el depositario de la soberanía de la vieja Yugoslavia era el conjunto del pueblo que la habitaba, y que era a éste, reunido en colegio electoral único, a quien correspondía decidir el futuro nacional de la totalidad de la República, hoy no existirían ni Croacia, ni Bosnia-Herzegovina, ni Macedonia. Esas nuevas repúblicas existen porque la comunidad internacional decidió admitir que en esa zona había tantos sujetos de soberanía como comunidades aspirantes a serlo.
De todos modos, y a diferencia de lo ocurrido en la ex Yugoslavia, Ibarretxe no plantea en absoluto una alternativa separatista. No preconiza la constitución de un Estado vasco independiente. Lo que está defendiendo es un planteamiento de inspiración federal. Un acuerdo entre «libres e iguales», según la vieja formulación federalista.
Hace años, el PSOE, como todas las fuerzas antifranquistas, hizo suya la defensa del derecho de autodeterminación del pueblo de Euskadi (en cuyo territorio, por cierto, los socialistas de entonces incluían a Navarra). Y lo hicieron con plena conciencia de lo que el derecho de autodeterminación significaba.
Recuerdo una anécdota semicómica que lo demuestra.
Sucedió la cosa en 1975. Representantes de los muy diversos partidos ilegales que integraban las dos alianzas de oposición a Franco que habían existido hasta entonces (la Junta Democrática y la Plataforma de Convergencia Democrática) estaban reunidos para elaborar la declaración de principios que sustentaría su fusión en un único organismo. Se discutió si entre esos principios debía figurar el derecho de autodeterminación de las nacionalidades históricas y se acordó que sí. Entonces, Fernando Álvarez de Miranda, que estaba en la reunión junto con Joaquín Ruiz Giménez, como representante del llamado «Equipo de la Democracia Cristiana del Estado español», se ausentó durante unos minutos, al cabo de los cuales regresó y dijo: «¡Eh, atención! ¡Que he estado informándome de lo que significa el derecho de autodeterminación y me he enterado de que incluye el derecho de secesión!». El resto de los reunidos, entre los que estaban los representantes del PSOE, le dijeron –no sin cierta sorna– que, en efecto, así era, a lo que Álvarez de Miranda replicó: «Pues eso, como español, yo no puedo aceptarlo». Y se fue. De la reunión y del Equipo de la Democracia Cristiana.
Relato esta anécdota para demostrar que el mismo partido que ahora abomina de la propuesta de signo federalista que hace Ibarretxe defendía posiciones mucho más radicales al respecto. Incluso cuando años después renunció «tácticamente» a esos postulados, el PSOE siguió proclamándose federalista, y mantuvo –y mantiene– una estructura interna formalmente federal. Lo cual, oh paradojas, no le ha impedido precipitarse a declarar que la propuesta del lehendakari, que trata de plasmar el ideario federal en un pacto territorial concreto, es «inaceptable», «aberrante» y ni sé cuántas cosas más.
Algo semejante le pasa al diario El Mundo. Decía su artículo editorial de ayer que lo que defiende Ibarretxe es «un disparate». No obstante, quien tenga la paciencia de acudir al Libro de Estilo del periódico en cuestión, publicado en 1996, verá que en su documento programático fundamental, titulado 100 Propuestas para la regeneración de España, la alternativa que hacía suya con relación a este asunto era la siguiente:
«27ª Propuesta. España se estructurará como Estado federal. Las administraciones de las Comunidades Autónomas (CCAA) serán en sus respectivos territorios los órganos principales de la administración del Estado. La delimitación de las competencias entre el poder central y las CCAA se hará conforme al principio de subsidiaridad, de modo que el poder central asumirá sólo aquellas funciones que no puedan ser desempeñadas eficaz y solidariamente desde las CCAA. (...)
»28ª Propuesta. Referendos de autodeterminación. Definido el nuevo modelo de organización territorial, se celebrarán en todas y cada una de las CCAA referendos para su aprobación o rechazo. El nuevo modelo sólo podrá llevarse a la práctica si recibe la aprobación de la mayoría de los votantes de todas y cada una de las CCAA.
»Se reformará el Título VIII de la Constitución para adaptarlo al modelo federal de organización territorial del Estado.» [El Mundo, «Libro de Estilo», páginas 137-138, Ediciones Temas de Hoy, 1996. (Las negritas son del original)].
No parece necesario subrayar que esa propuesta programática, que el equipo directivo de El Mundo defendía con tanto entusiasmo hace tan sólo seis años, iba bastante más lejos que la avanzada anteayer por el lehendakari.
Todo el mundo tiene derecho a cambiar de opiniones, faltaría más. Incluso quienes habían jurado que nunca lo harían (*). No me parece inaceptable, para nada, que quien ayer decía A diga hoy B.
Lo que me resulta éticamente descorazonador, y hasta deprimente, es que quien ayer reclamaba A con toda su alma no sólo proclame hoy que la verdad es B y sólo B, sino que afirme que quien defienda A, como él hace nada, o bien es que está loco de remate o bien actúa al servicio de los terroristas. Y eso cuando la situación sobre la que habla no ha sufrido ninguna transformación esencial: que era así cuando él decía A y que sigue tal cual, matiz arriba matiz abajo, cuando se ha pasado a decir B.
¿Quién tiene derecho a decidir qué va a ser de Euskadi? No sólo puede haber diversas respuestas; también la pregunta puede resultar objetable, sea porque no se admite que Euskadi tenga el ámbito territorial que plantea Ibarretxe, sea porque se considera que no ha de ser Euskadi, sino cada territorio provincial –o comarcal, o local–, el que debe decidir, sea porque se considera que Euskadi no existe si no es como parte de España, o de Europa, y por lo tanto no tiene nada que decidir por su cuenta...
La cuestión genérica, de principio, es, en último término, la del sujeto de soberanía. La del pueblo que debe decidir. En concreto: yo, natural del donostiarra barrio de Gros, ¿ante qué voto soberano tengo que rendirme: ante el que emita el pueblo de mi barrio, ante el de San Sebastián, ante el de nuestra comarca, ante el de Guipúzcoa, ante el de la Comunidad Autónoma Vasca, ante el del conjunto del ente histórico-cultural que llamamos Euskal Herria, ante el de España, ante el de la UE, ante el de Europa entera...?
No ridiculizo ninguna de esas hipótesis: todas me parecen igualmente sostenibles.
Lo que llevo fatal es que me vengan proclamando la indiscutible soberanía del «pueblo español» los mismos que la discutían apenas anteayer. O los mismos que, en cuanto se ponen a hablar de Navarra y Euskadi, dicen que debe hacerse lo que diga el pueblo de Navarra, como si el pueblo de Navarra sí tuviera derecho a autodeterminarse y el de Euskadi no. O que me vengan diciendo que no cabe tomar en serio lo que opine «una pequeña población» los mismos que se dicen dispuestos a dar «hasta la última gota de sangre» por la «españolidad» –ya que no la europeidad– de Ceuta y Melilla.
Alcancemos por lo menos ese acuerdo elemental y primario: no usemos diferentes varas de medir según las simpatías o antipatías que nos suscite cada caso. Y asegurémonos de que el sepulcro del Cid sigue convenientemente cerrado.
–––––––––––
(*) En el Libro de Estilo de El Mundo se
afirma, en relación con estas tomas de posición: «Nuestras 100 Propuestas
constituyen el prisma a través del cual El Mundo se compromete a juzgar
la actividad de los diferentes partidos políticos... En la medida en la que su
actuación se aproxime a lo que proponemos, en esa misma medida aplaudiremos su
acción. Y al contrario». Y se añade: «Las 100 Propuestas constituyen un
contrato ideológico y político que El Mundo suscribe con sus lectores.
Por ese contrato, este periódico se compromete a ser fiel en su línea editorial
a un ideario de principios explícito y proclamado de antemano. Otros toman
posición ante los acontecimientos de cada día en función de sus intereses
momentáneos. Nosotros nos marcamos estos cien mandamientos. Son nuestras tablas
de la ley». (Ed. cit., página 129).
Como diría el otro: O tempora, o mores!
(29 de septiembre de 2002)
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Izquierdas y
derechas
Se ha convertido en un tópico afirmar que la vieja división política entre izquierdas y derechas ya no resulta operativa. Que, más que ayudar a comprender la realidad, despista.
Estoy de acuerdo –cómo no– en que, a estas alturas de la Historia, decir de alguien que es «de izquierdas» proporciona muy escasas pistas sobre su universo mental. Lo mismo puede ser enemigo jurado del neoliberalismo que estricto defensor de las recetas del FMI, estar en contra de la inminente guerra contra Irak que idolatrar a George W. Bush, formar parte de una asociación pro-Palestina que aplaudir a Ariel Sharon, reclamar el derecho de autodeterminación para Euskadi que pedir que nos dejemos de mandangas y admitamos que la ikurriña es la bandera de ETA. Ahí tenemos el caso, verdaderamente espectacular, de Tony Blair, que dirige el Partido Laborista de Gran Bretaña –o sea, que se supone que es «de izquierdas»– y que vive sin vivir en él ante el temor de que Aznar pueda desbordarle por la derecha el día menos pensado.
Sin embargo, tengo observado que esos especímenes, que buena parte de la opinión pública sitúa en la izquierda –por mera rutina geopolítica, supongo–, eluden en los últimos tiempos con muchísimo cuidado proclamarse de izquierdas. Prefieren hablar de «mayorías de progreso», «cambios tranquilos» y vaguedades inasibles por el estilo. Experimentados en la venta y reventa de sí mismos, se ve que han comprobado que con el envoltorio de la izquierda ya no le valen al establishment ni como regalo de empresa, y han optado por declararse por encima de la división izquierda / derecha (proclama que, como se sabe, es típica de la derecha desde casi hace dos siglos).
Gracias a ello –paradojas de la vida–, lo de ser de izquierda está empezando a recuperar algún sentido, por puro y simple abandono de sus agentes contaminantes.
=
Decía antes que alimento desde hace años un gran escepticismo acerca de la utilidad conceptual del término «izquierda». A cambio, jamás he tenido la menor duda sobre la existencia de la derecha y, por lo tanto, sobre la vigencia del término que la designa. Ella misma se encarga de recordar su existencia –de recordárnosla a todos– día tras día. A todas horas. Por tierra, mar y aire.
La derecha no sólo existe, sino que se muestra cada vez más multifacética. Cada vez tiene más siglas y más medios desde los que difundir su mensaje uniforme. Ya ha conseguido que apenas haya otro.
Lo único que hace falta para saber si alguien es de derechas es ver si defiende las posiciones de la derecha. Del Poder, en suma.
Así de simple.
Y olvidarse de si lo hace citando a Maeztu o a Gramsci.
(28 de septiembre de 2002)
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Entender /
Aplaudir
El Ayuntamiento de Zaldibia, compuesto en exclusiva por integrantes de Sozialista Abertzaleak (antes Batasuna), ha declarado «hijo predilecto» a Hodei Galarraga, uno de los militantes de ETA que murió el lunes pasado en Basurto. Personas conocidas por su vinculación a la organización suspendida de actividades por orden de Garzón han convocado en Rentería dos manifestaciones de homenaje a Egoitz Gurrutxaga, el otro de los fallecidos.
El asunto puede –y merece– ser analizado desde muy diversos ángulos. A mí me ha llamado la atención en un aspecto: en lo que tiene de clarificador de la posición de una parte de Batasuna con respecto al terrorismo.
Los representantes oficiales de Batasuna, empezando por el propio Otegi, nos tienen acostumbrados a dos argumentos. Uno: dicen que no condenan los atentados de ETA porque «no sirve de nada». Y dos: afirman que, si bien las muertes producidas por ETA son deplorables, lo esencial es preguntarse por qué hay en Euskadi jóvenes que eligen la vía de la muerte.
Más que los argumentos como tales, lo que siempre me ha parecido extremadamente discutible es la utilización que los dirigentes de Batasuna suelen hacer de ellos. Primero, porque la escasa o nula utilidad práctica de tales o cuales pronunciamientos no es suficiente razón para callárselos, y eso Batasuna lo ha venido demostrando a diario día tras día en decenas de conferencias de Prensa y cientos de comunicados dedicados a condenar todo lo habido y por haber. En segundo lugar, porque indagar en las razones que explican la existencia de este o aquel fenómeno social no significa en absoluto aplaudirlo. Personalmente, llevo muchos años pidiendo a la opinión pública que se pregunte por qué existe ETA y, a la vez, rechazando sus acciones criminales.
Reclamar a la sociedad que se interrogue seriamente por las realidades y los conflictos de fondo que explican la opción de vida –la opción de muerte– de Galarraga y Gurrutxaga no equivale a enaltecerla, ni mucho menos. En aras de la siempre conveniente clarificación política, recomendaría que quienes consideran que poner bombas y matar gente es maravillosamente heroico dejaran de utilizar argumentos ajenos en los que no creen y –puesto que los suyos no pueden airearlos, por ser delictivos– se mantengan dentro de un tan discreto como expresivo «Sin comentarios». Más que nada para evitar que la opinión pública los tome por lo que no son. Y, ya de paso, para evitar que nos confundan a otros con ellos.
(27 de septiembre de 2002)
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El informe de
Blair
El primer ministro británico, el laborioso Tony Blair –mejor no insistir en llamarle «laborista»–, presentó anteayer ante sus diputados un presunto informe que, según él, demuestra que Irak representa «un grave peligro» para sus vecinos y, en particular, para Israel. Tuve ocasión de hablar en directo ayer por la mañana en Radio Euskadi con un diputado laborista al que el informe de Blair convenció –o al menos eso decía él– pero que, cuando fue requerido para que explicara en qué consistía el tal peligro, resultó incapaz de aportar ningún dato relevante. El «peligro» de Irak venía a resumirse, según lo que dijo el hombre, en que Sadam Husein tiene un Ejército bastante menos y bastante peor armado que el de Israel, estado que sí posee armas nucleares y de destrucción masiva.
En su entusiasmo belicista pronorteamericano, Blair no se da cuenta de que la propia pretensión de su sedicente informe es ridícula. Si realmente tuviera pruebas de que Irak cuenta con armas de destrucción masiva y está desarrollando un programa concreto de elaboración de armas atómicas, lo que tendría que hacer no es presentarlo a la consideración de sus parlamentarios, sino entregarlo a las Naciones Unidas, para que se ahorraran el envío de inspectores a Bagdad. Si su amigo George W. Bush está teniendo tantos problemas para conseguir la complicidad de otros estados en su cruzada contra Sadam Husein es, precisamente, porque no puede presentar esas pruebas, y si no puede hacerlo es porque no existen.
La propia comedieta de los inspectores resulta tirando a ridícula. Si los EUA cuentan con los medios necesarios para fotografiar palmo a palmo el territorio iraquí –que los tienen–, podemos dar por seguro que la famosa inspección está más que hecha, por lo menos a vista de pájaro, y que no ha dado resultados dignos de mención.
Todos sabemos –Al Gore lo ha admitido ya– que el Ejército de Sadam Husein, muy afectado por la Guerra del Golfo, por los bombardeos que no han cesado de sufrir sus instalaciones durante estos años y por sus gravísimas limitaciones presupuestarias, es una porquería. Un mero fantoche que Bush utiliza para alimentar la ficción de que los EUA están gravemente amenazados por tierra, mar y aire.
Esa es precisamente la paradoja: bastaría con que la Casa Blanca y el Pentágono se estuvieran quietecitos y dejaran de armar tanta bulla belicosa para que nadie tuviera interés alguno en amenazarlos, ni siquiera con un mal cuchillo. La principal amenaza que pesa sobre ellos... ¡son ellos!
(26 de septiembre de 2002)
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Todo tediosamente
predecible
Recibo por correo electrónico el comunicado que ha firmado el obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, lamentando –en términos nada «equidistantes»: sabe que le conviene curarse en salud– las muertes de Basurto y de Leiza. Sólo una frase del episcopal escrito se escapa de la estricta rutina. Dice que no se resigna a soportar el recrudecimiento de la violencia y añade: «...por muy previsible que pueda parecer».
Uriarte no explica por qué preveía que la violencia iba a recrudecerse, pero tampoco hace falta. Todos cuantos nos echamos las manos a la cabeza cuando supimos que el Gobierno y el PSOE habían decidido que para apagar el fuego no hay nada como echarle aceite estábamos haciendo la cuenta atrás desde hace semanas.
Esto –ya lo sabemos– no ha hecho más que empezar.
Escucho las reacciones ante ambos sucesos. Son todas tan previsibles como las palabras de Uriarte. Y como los hechos mismos. Incluso son previsibles las tonterías del delegado del Gobierno para Euskadi, Enrique Villar, que expresó ayer su esperanza de que los jueces acaben poniendo a buen recaudo tanto al Ejecutivo de Ibarretxe como al Parlamento de Vitoria. Y se quedó tan ancho.
Supongo que nadie se tomará la molestia de pedir su destitución. Para qué. Su nivel de inteligencia está a la altura de la importancia de su cargo.
Una observación teórica, sin más
Recuerdo una conversación que tuve hace ya un buen puñado de años con un periodista que estaba sacando a la luz informaciones que resultaban extremadamente molestas para el Poder.
Le pregunté si no tenía miedo de que atentaran contra su vida. Me respondió que no.
–Cualquier cosa que me ocurriera se volvería contra ellos. Todo el mundo se daría cuenta de que han ido a por mí. Sería un escándalo de proporciones inauditas.
–No necesariamente –contesté.
–Ah, ¿no? –me preguntó, intrigado.
–Tú viajas con frecuencia en avión –le expliqué–. Incluso haces algunos trayectos en fechas fijas. Imagínate que consiguen que se estrelle el avión en el que viajas sin que parezca un atentado. Si mueres con 150 personas más, nadie pensará que han ido a por ti.
Se me quedó mirando con espanto.
–Pero, ¿estás loco? ¿Cómo iban a hacer algo así?
Me limité a sonreírle.
–Es una hipótesis perfectamente manejable, considerando que todo el mundo diría lo que tú mismo estás diciendo ahora. En realidad, sería un asesinato perfecto, casi con total seguridad. ¿Qué carajo les importa a ellos que desaparezcan cien o doscientas personas?
Pensé igual cuando oí anteanoche la noticia del estallido del coche en el que viajaban varios miembros de ETA. Me pregunté por qué damos por supuesto en estos casos –ya van varios– que las explosiones son necesariamente accidentales.
No pretendo que no lo sean. Me limito a constatar que podrían no serlo.
Si partimos del principio de que todo lo que no es imposible es posible –un principio difícilmente refutable–, habremos de admitir que tal vez llegue el día en el que los herederos mentales de los GAL, en vez de llevarse a la gente hasta Bussot para enterrarla torpemente en cal viva, opten por meterla en coches cargados de dinamita, llevárselos a carreteras más o menos solitarias y hacerlos estallar. Un sucedáneo de la pena de muerte. Una versión actualizada de la ley de fugas. Y con la ventaja de que a nadie se le ocurriría imaginar que no ha sido un accidente.
¿Sospecho que se esté haciendo ya algo así? La verdad es que no.
¿Lo descarto? Tampoco. ¿Por qué habría de hacerlo? Quedan bastantes Galindos en activo.
(25 de septiembre de 2002)
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Demasiada soberbia
La Casa Blanca no se ha tomado el trabajo de disimular el disgusto que le ha producido la reelección de Gerhard Schröder como canciller de Alemania. El Gobierno de Bush considera que el jefe de la socialdemocracia alemana ha «envenenado» las relaciones entre los dos países al anunciar su oposición a un ataque unilateral de los EEUU contra Irak. De nada le ha valido a Schröder insistir, como ya hiciera días atrás el primer ministro portugués, en que un buen aliado tiene el deber de expresar con franqueza sus opiniones, incluidas las divergentes. Bush no quiere aliados; quiere súbditos.
La descortesía norteamericana hacia el electorado alemán no es sino otra muestra más de la soberbia ultranacionalista que George W. Bush exhibe constantemente y sin el menor recato. No se conforma con actuar como emperador del mundo: quiere que, además, la comunidad internacional le otorgue el derecho a comportarse de ese modo y que le aplauda cuando lo hace. El humillante desdén con el que trata al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas cada vez que éste no le concede el nihil obstat –o se retrasa en dárselo– y la inaudita desenvoltura con la que reclama que sus soldados y funcionarios estén exentos de rendir cuentas ante el Tribunal Penal Internacional, hagan lo que hagan, son muestras más que elocuentes del desprecio que le merecen las demás naciones. No sólo se atribuye la libertad de intervenir contra aquellos gobiernos que él mismo juzga y condena como culpables de tales o cuales actos hostiles, sino que incluso se reserva la potestad de golpear a los que, aunque no hayan violado ninguna norma internacional, él entiende que podrían llegar a hacerlo en el futuro. A la vez, ampara y respalda al Gobierno de Israel, pese a que éste sí ha demostrado ya más que de sobra su desprecio por las resoluciones de las Naciones Unidas.
¿Es cierto, como pretende el incurable optimismo popular, que todo tiene sus límites? No lo sé. En todo caso, lo que sí es verdad es que todos los pueblos tienen su corazoncito. Su tanto de orgullo. Schröder no se decidió a desolidarizarse de la belicosa arbitrariedad de la Casa Blanca porque se cayera del caballo y viera la luz, sino porque los sondeos le indicaron que la actual política exterior norteamericana gusta cada vez menos a los electores de su país. Ese giro de última hora ha sido una de las claves de su remontada final (y del ascenso electoral de Die Grünen, que tan bien le ha venido).
¿Una peculiaridad alemana, o el signo de una inflexión en la actitud de la opinión pública europea hacia los asuntos internacionales? De ser esto último, más vale que se vaya manifestando rápidamente. Antes de que Bush vuelva a demostrar lo mucho que odia a Sadam masacrando a la población civil iraquí... y manteniendo a Sadam en el poder.
(24 de septiembre de 2002)
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Dos IU
La representante de Izquierda Unida-Ezker Batua en la Mesa del Parlamento Vasco no respaldará la presentación de una querella contra el titular del Juzgado Central de Instrucción número 5, Baltasar Garzón, por haber invadido las competencias de la Cámara. A cambio, propondrá que la Mesa pida explicaciones al juez.
IU-EB no necesita que el juez explique nada. Sencillamente, trata de evitar que las contradicciones entre IU-EB y el resto de Izquierda Unida acaben en ruptura.
La gravedad de esas contradicciones la puso de manifiesto el pasado viernes la alcaldesa de Córdoba, Rosa Aguilar, que criticó agriamente la política de Madrazo. Se quejó de que esté oponiéndose a las iniciativas de Garzón. Ella sostiene que hay que respaldarlas porque demuestran que la Ley de Partidos era innecesaria. Obviamente, no se cree lo que dice –no es tan estúpida–, pero lo dice para apuntalar el pacto con el PSOE en el que asienta su puesto municipal.
Si bien se mira, lo de menos en todo esto es Euskadi, Batasuna y Garzón. Lo que se dirime es más general. La IU central basa sus expectativas de progresión electoral (o de no regresión) en una política de «unidad de la izquierda», esto es, de maridaje más o menos crítico con el PSOE, en tanto la IU de Euskadi trata de avanzar haciendo las veces de conciencia social del nacionalismo democrático.
Hay dos posibilidades de analizar esas contradicciones.
Una es considerar que el personal del tipo de Rosa Aguilar no se aclara, y que, por no entender, ni siquiera ha comprendido todavía el verdadero carácter del PSOE. Lo cual podría hacerse extensible, sólo que al revés, a Madrazo y compañía, que se habrían comprometido en la gestión del Gobierno de Vitoria porque aún no se habrían enterado del verdadero carácter del PNV.
No creo que sea eso lo que está ocurriendo.
Creo más bien que los unos y los otros se limitan a tratar de amalgamar una fuerza política de peso en realidades sociales muy diversas. Que Rosa Aguilar dice las cosas que piensa que pueden caer bien a la progresía de Córdoba, en tanto Madrazo dice las cosas que cree que pueden sintonizar con la progresía de Euskadi.
Habrá quien, examinando de ese modo el problema, se sentirá inclinado a comprender a los dos.
Yo, aunque esté objetivamente más cerca de una de las partes, no me identifico con ninguna. Niego la mayor: que sea obligatorio constituir una fuerza política de peso.
Cuando nuestras ideas no tienen acogida en sectores sociales de peso, la solución no es amoldar nuestras ideas al mercado, sino esperar a que el mercado evolucione. Siempre acaba haciéndolo.
(23 de septiembre de 2002)
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