Diario de un
resentido social
Semana del 19 al 25 de agosto de 2002
Balance de unas
vacaciones
Hoy regreso para Madrid. Fin de vacaciones.
Repaso el mes transcurrido y me siento raro.
No recuerdo ni un solo verano en Aigües con una temperatura tan benigna: no he pasado calor ni una sola noche. Tampoco había visto jamás llover tanto aquí, ni en verano ni en invierno. Sin ir más lejos, ayer pasé media tarde rellenando una enorme grieta que el torrente de agua había abierto en el camino semiasfaltado que conduce a mi casa. Por lo que he visto y oído, nos ha caído mucho menos que a otros –verbi gratia, la última tormenta pasó por aquí de noche–, pero, comparaciones aparte, nos ha llovido la de dios.
A la rareza de lo objetivo se une la de lo
personal. Pasé un breve primer tramo de vacaciones dedicado al ejercicio
físico: grandes caminatas y sesiones de natación y buceo. Bien. Luego, y sin
previa decisión, como si respondiéramos a un misterioso e irrefrenable impulso
interior, nos entregamos como posesos a lo que llamamos, bromeando, «la reforma
agraria»: hasta seis horas diarias quitando maleza a golpe de azadón y
rastrillo de buena parte de los 3.000 m2 de terreno que tiene la
casa. Pasamos en esa labor agotadora algo así como 15 días. 15 días en los que
teníamos pensado haber hecho varias excursiones, e incluso una escapada de
varios días, tal vez a Argelia, aquí tan cercana. En fin, cuando ya estaba a
las puertas del último tercio de las vacaciones, que me había reservado para
algunas tareas intelectuales pendientes, voy y caigo víctima de un
ataque agudo de alergia que me llena brazos y piernas de un feo eczema
extraordinariamente picante y, sobre todo, que me inutiliza el único ojo por el
que veo aceptablemente. Como, además, me genera una espantosa fotofobia, tengo
que pasarme el día metido en casa, imaginando tácticas para eludir las ganas de
rascarme y esperando a que el ojo deje de picarme y lagrimear para tratar de
leer o escribir algo. Un desastre cabreante y deprimente.
Y ahora que ya empiezo a estar bien, me
vuelvo para Madrid.
Con todo lo cual, no tengo la más mínima
sensación de haber tenido un mes de descanso.
Regreso para Madrid bastante más agobiado de
lo que vine. Y con menos y peores expectativas.
Vaya negocio.
(25 de agosto de 2002)
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Sacco y Vanzetti
Poco después de la medianoche del 22 de agosto de 1927 –hace ahora, por lo tanto, 75 años– el capitalismo norteamericano asesinó a dos inmigrantes anarquistas, Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, sentándolos en la silla eléctrica.
No sé en qué medida los lectores de esta página conocerán el caso. Quienes no hayan oído hablar de él harían bien en consultar alguna enciclopedia: todas lo cuentan. Fue causa de una impresionante movilización de masas en todo el mundo.
Evocando el hecho, las mentes bienpensantes de los Estados Unidos hablan hoy de «error judicial». Reconocen que Sacco y Vanzetti fueron juzgados sin las debidas garantías, que el juez no se comportó con la necesaria imparcialidad y que el jurado se dejó influir por el clima político que rodeó el proceso.
Casi nadie duda ya de su inocencia. De hecho, las autoridades norteamericanas revisaron el caso en 1977 y decidieron rehabilitar la memoria de los dos ejecutados.
Me parece muy bien. Salvando un punto: no creo que haga al caso hablar de error.
Se habría tratado de un error si se hubiera pretendido hacer justicia y no se hubiera logrado. Pero el objetivo nunca fue ése. No lo fue en ninguno de los sucesivos eslabones de la cadena.
Desde que se enteró de la noticia del doble asesinato cometido para robar la nómina de la Women All American Shoes, la policía de Massachussets se puso a investigar en los círculos anarquistas de origen italiano, pese a saber sobradamente que los anarquistas ni se dedicaban a los atracos ni disparaban a nadie que no fuera un significado capitalista o un pistolero del Estado.
Detenidos Sacco y Vanzetti, el fiscal encargado de la acusación fabricó algunas pruebas y manipuló y ocultó otras. Como representante del Estado, actuó con plena conciencia de que su iniciativa carecía de base, pese a lo cual la promovió contra viento y marea.
El juez, que era conocido ya de antes por su carácter reaccionario y su odio hacia los anarquistas, condujo el proceso del modo más favorable a los propósitos del fiscal. Incluso se permitió hablar del asunto fuera del tribunal y se refirió a los acusados como «esos anarquistas italianos bastardos». Quitó importancia a los testigos que declararon que el día de autos Vanzetti había estado cumpliendo con su trabajo de repartidor de pescado (consideró que se trataba de «solidaridad entre italianos») y dio validez plena a los que dijeron reconocerlo como uno de los atracadores, pese a que apenas habían tenido ocasión de verles la cara (de hecho, algunos se desdijeron más tarde o reconocieron sus dudas). Tras la condena, rechazó todas las apelaciones de los abogados, incluyendo una que aportaba el testimonio de un delincuente portugués que reconocía haber participado en el atraco, que aportó pruebas que demostraban la veracidad de su declaración y que decía que Sacco y Vanzetti no habían tenido ni arte ni parte en lo sucedido.
Todas las instancias superiores a la Corte de Massachussets ratificaron la sentencia a sabiendas de las muchas irregularidades que comportaba. Lo hicieron por «patriotismo», para confirmar la teoría del «enemigo interior» que, formulada inicialmente por el presidente T. Roosevelt y mantenida por sus inmediatos sucesores, tendría su máximo apogeo durante el maccarthismo.
El jurado popular estuvo en idéntica sintonía. De hecho, según todos los testimonios, el jurado se decidió por el veredicto de culpabilidad tras escuchar a Nicola Sacco criticar el «patriotismo» y declararse favorable al derrocamiento del capitalismo.
No recuerdo exactamente qué autoridad –creo
que el gobernador del Estado de Massachussets– dijo en una conversación
particular, evocada más tarde por su interlocutor: «No sé si ese par de
italianos anarquistas cometieron o no el crimen por el que han sido condenados.
Lo que sé es que, en todo caso, se merecen la horca».
No hubo, pues, ningún error. El establishment
norteamericano de la época quería castigar de manera ejemplar a los
anarco-sindicalistas, fuertemente organizados, y se sirvió para ello de Sacco y
de Vanzetti, como años antes se había servido del inmigrante sueco Joseph
Hillstrom, conocido por Joe Hill, que también fue ejecutado por un asesinato
que no había cometido. Joe Hill, pionero de la IWW anarco-sindicalista, es
recordado también por sus combativas composiciones musicales, antecedentes de
las protest songs de los 60.
Según fue llevado ante la silla eléctrica encargada
de poner fin a sus días, Nicola Sacco se volvió hacia los testigos y dijo, más
que gritó: «¡Viva la anarquía!».
Han pasado 75 años. No diría yo que el ideal
de la anarquía, tal como Sacco lo concibió, esté demasiado vivo. Sin embargo,
se mantiene sorprendentemente joven su recuerdo y el de su amigo Vanzetti.
Siguen publicándose libros sobre aquel proceso, siguen realizándose tesis
doctorales, continúan filmándose documentales como el que me refrescó anteayer
los datos de la historia. ¿Por qué? Porque, durante todo el largo calvario que
pasaron desde su detención hasta su ejecución, ambos calaron en el corazón de
millones de personas con su impresionante ejemplo de sencillez, de entereza, de
integridad y de solidaridad. Demostraron hasta la evidencia su superioridad
moral, en las grandes palabras y en los pequeños gestos (lo último que hizo
Vanzetti antes de morir fue escribir una carta al hijo de Sacco, pidiéndole que
honrara siempre la memoria de su padre).
Las terribles descargas de kilovatios de la
silla eléctrica hicieron aún más vivo y luminoso su ejemplo.
Es verdad lo que dice la canción que Ennio
Morricone escribió para el filme dedicado a relatar su caso: su agonía fue sui
triunfo.
(24 de agosto de 2002)
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No está en su
naturaleza
Vi el pasado miércoles un interesante documental sobre el notable científico y excelente divulgador que fue Carl Sagan. Apasionado durante toda su vida por el estudio de la existencia hipotética de formas de vida en otros lugares del cosmos, el popularísimo profesor neoyorquino de Astronomía y Ciencias Espaciales dedicó los últimos años de su vida a defender las formas de vida más valiosas que llegó a conocer: las que existen en nuestro planeta, acechadas por muchos y muy grandes peligros.
Escuché a Sagan, ya en la vecindad de la muerte, en uno de sus últimos discursos, alertando con angustia a la opinión pública norteamericana contra los gravísimos peligros que afronta la vida en la Tierra, peligros que él atribuyó a la «estupidez» y la «irracionalidad» de los hombres.
Sagan era experto en diversas ciencias positivas. Lo suyo no fue el estudio de las relaciones sociales. El hablaba de una racionalidad acorde con el interés de nuestra especie, considerada en su conjunto. Pero apenas hay acción humana que atienda a ese interés global. Las diversas racionalidades que se entrecruzan en la práctica apuntan de modo casi invariable a la atención de intereses individuales o de grupo.
Los paladines del libre mercado, cuando argumentan su rechazo de la intervención del Estado en la economía, apelan invariablemente a la mayor eficacia que demuestra la empresa privada en la utilización de los recursos, tanto materiales como humanos. «Quien depende de la caza para comer y paga la munición de su propio bolsillo afina más la puntería que quien dispara con pólvora del rey y tiene el rancho fijo», alegan. Pero olvidan reconocer que, si la empresa privada consigue obtener el máximo beneficio económico al menor coste, es gracias a que subordina a ese objetivo cualquier otro tipo de intereses.
Esa lógica, que es la del capitalismo, ha ganado más y más terreno en nuestra vida social. Incluso los propios estados, teóricamente encargados de embridarla, se han plegado a ella y le rinden culto.
En Johannesburgo va a reunirse una nueva Cumbre de la Tierra. Durante unos días, cientos de expertos y de científicos retomarán el discurso de Sagan y demostrarán que el actual modelo de desarrollo económico conduce al angustioso empobrecimiento del Tercer Mundo y a la destrucción del equilibrio medioambiental del que depende la raza humana. Clausurada la Cumbre, todo seguirá prácticamente igual. Porque las cosas sólo podrían cambiar si los poderosos contribuyeran a ello. Y no lo harán. No porque sean estúpidos e irracionales, sino porque necesitan seguir dando prioridad a sus intereses privados.
No pidáis sentido colectivo al capitalismo. No está en su naturaleza.
(23 de agosto de 2002)
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Otros que tal
bailan
A fuerza de criticar la disparatada política vasca del Gobierno de Aznar y a quienes le corean los dislates, tal vez haya quien se piense que no veo con malos ojos la actitud de la dirección de Batasuna.
Nada más falso.
La detesto.
Detesto su mística de la construcción nacional, su indiferencia ante las opiniones y los sentimientos de la sociedad vasca realmente existente, el mesianismo que les conduce a identificar sus propias opciones con las del conjunto de Euskal Herria, su silencio oficial ante el horror de los medios empleados por ETA... Sé perfectamente que ésas no son las señas de identidad de muy buena parte de la izquierda abertzale, pero también sé que son las que aparecen cara al público como definitorias de la organización.
Cuando me opongo a las aberraciones jurídicas de Garzón, lo mismo que cuando pongo de vuelta y media la reforma de la Ley de Partidos, no lo hago en defensa de los Otegi, Álvarez y compañía. Lo hago pensando en que Euskadi necesita encontrar una fórmula de convivencia que nos valga a todos. Con conciencia de que un plan que pasa por la persecución política y la marginación legal de decenas de miles de personas, como el que enarbolan en estos momentos el PP y el PSOE, es cualquier cosa menos una verdadera solución.
Por razones muy diferentes –a veces opuestas– no me gustan ni los unos ni los otros. Pero son los mimbres que hay. Sin ellos, no habrá cesto.
___________
Parte médico (3ª entrega).– Pido excusas por lo lacónico
de los últimos apuntes del Diario (y por los refritos de las columnas). No
tengo más remedio. A partir de la hora de esfuerzo lector (o escritor), mi ojo
derecho se convierte en una auténtica fábrica de lágrimas, lo que me obliga a
dejarlo descansar varias horas. El pobre va mejorando, pero poco a poco. Hasta
que se reponga aceptablemente, tendré que tratarlo con delicadeza, sin exigirle
demasiado.
(22 de agosto de 2002)
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Garzón, s’il vous
plaît
Los hay que pretenden que la iniciativa de Garzón de prohibir cautelarmente la actividad de Batasuna no es incompatible con el procedimiento puesto en marcha por el PP y el PSOE para ilegalizar ese mismo partido en virtud de la reformada Ley de Partidos. Supongo que lo dicen para disimular su cabreo. Si Garzón cierras las sedes de Batasuna, prohíbe sus reuniones –incluidas las orgánicas, de tipo interno– y veda sus acciones públicas, sin excluir las electorales, está aplicando de hecho y por anticipado las medidas que se desprenderían de una declaración penal de disolución del partido. En la práctica, un partido que no actúa es un partido que no existe y, a esos efectos, la pretensión de que se trata de una situación «cautelar», extensible por un máximo de «sólo» cinco años, es pura filfa: un partido que no desarrolla sus funciones durante tanto tiempo desaparece del mapa político. Si se aplican las previsiones de Garzón, cuando el Tribunal Supremo tome su resolución dentro de diez o doce meses, no servirá ya para nada práctico. Ni siquiera en el muy improbable caso de que esa resolución fuera favorable a Batasuna.
Garzón ha tomado la delantera al PP y al PSOE. ¿Por qué? Conociéndolo como lo conozco, no me extrañaría lo más mínimo que lo hubiera hecho para impedir que el Gobierno y sus acólitos le roben el juguete. Egocéntrico, petulante, narcisista hasta lo grotesco, estoy seguro de que le resultaba insufrible que lo dejaran ocupando un lugar de mera comparsa en la escena. Sólo así cabe explicar que se le haya ocurrido tomar esta medida en plenas vacaciones, cuando no ha ocurrido nada en el plano judicial que justifique semejante cambio de actitud.
O mucho me equivoco, o Aznar tiene que estar que fuma en pipa. Él se había marcado un programa de actuaciones capaz de amenizar la fiesta durante bastantes meses. Garzón se lo ha hecho polvo. No sólo va a quitar importancia al trámite de ilegalización penal; también –y sobre todo– va a permitir que se demuestre rápidamente la inutilidad de la medida.
Atentos al panorama, que me barrunto que pronto empezarán a saltar chispas.
(21 de agosto de 2002)
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¿Procedimiento de
urgencia?
Ayer se reunió la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados, que acordó celebrar a final de mes un Pleno en el que se decidirá instar al Gobierno para que éste solicite del Tribunal Supremo la ilegalización de Batasuna.
Fue, en conjunto, una absurda manera de perder el tiempo. Dado que ya se sabía que el PP y el PSOE están de total acuerdo en este asunto, porque así lo habían anunciado sus representantes, para lo único que sirvió la reunión de ayer fue para demostrar que Coalición Canaria respalda la posición de los dos paladines del bipartidismo. ¡Qué gran noticia! Los demás partidos de la Cámara (IU, CiU, el PNV y el conjunto de los integrantes del Grupo Mixto) dejaron claro que o están en contra o se abstienen de respaldar su iniciativa.
Todo el montaje carecía de sentido. ¿Qué necesidad hay de que el Congreso de los Diputados inste al Gobierno a dirigirse al Tribunal Supremo, si el Gobierno ya está instado de antemano? Si lo que pretendían era revestir la medida de un ropaje institucional parlamentario –que maldita la falta que hacía–, les ha salido un churro: en el Congreso se han quedado como estaban y el Senado no han podido ni reunirlo, porque el PSOE no quiere que se note la disidencia que varios senadores socialistas catalanes mantienen con la línea oficial del partido en este punto.
A la vista de todo lo cual, la conclusión sólo puede ser una: digan lo que digan, no tienen la menor prisa en obtener la ilegalización de Batasuna. El PP quiere sacar el máximo partido de ese trámite y alargarlo cuanto pueda, a ver si le dura, entre unas y otras cosas, hasta la víspera de la sucesión de Aznar. Y el PSOE le hace el juego, porque está aterrado de que Aznar le acuse de falta de colaboración o de deslealtad en la lucha antiterrorista.
Preparémonos para asistir al procedimiento de urgencia más lento de los últimos 25 años.
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Parte médico.– Hablando de urgencias: acudí
ayer a urgencias de la Seguridad Social. La doctora que me atendió dio en
suponer que padezco dos males: una alergia cutánea aguda de origen desconocido
y una infección ocular de similar procedencia. Para lo primero me recetó un
antialérgico (a ver si hay suerte y sirve para mi tipo de alergia) y para lo
segundo unas gotas y un ungüento antibióticos. Es posible que el antialérgico esté
haciendo algún efecto, porque el eczema me pica, pero no tanto, y me da la
sensación de que ha parado de extenderse. El ojo, en cambio, no ha mejorado
nada. Al contrario. No sólo me pica, me duele y lagrimea sin parar, sino que,
además, lo que veo lo veo peor. Para escribir esto he tenido que aumentar el
tamaño de la letra al 150%. Me han recomendado una instituto clínico
oftalmológico de Alicante que, por lo visto, es muy bueno (y privado, claro).
Creo que voy a ir, porque así no puedo estar. Ése es el único ojo que me
funcionaba bien y no me puedo permitir ninguna broma con él.
Seguiré informando. Ah, y
muchas gracias a cuantos/as os habéis interesado por mi mala salud. Perdonad
que no os responda, pero tengo que administrar al máximo mis esfuerzos oculares.
(20 de agosto de 2002)
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Cerrado por
disfunción
Hace como cinco días, me aparecieron unos bultitos en la muñeca. Eran rojizos y producían comezón. Supuse que me habría picado alguno de los cientos de bichos que conviven con nosotros –es increíble la variedad de bichos que hay en la montaña– y procedí a aplicarles un procedimiento fantástico de extracción de venenos que tenemos.
No sirvió de nada.
Al día siguiente, los bultitos rojizos eran más, y picaban en función de su crecimiento cuantitativo. Empecé a sospechar que podría tratarse de una reacción alérgica, y la achaqué al jugo asqueroso que destilan las pitas cuando las cortas. En los días anteriores había podado una buena veintena de ellas y deduje que se estaban tomando venganza. De modo que inicié un tratamiento con crema antialérgica.
Tampoco sirvió de nada.
Ayer por la mañana, los puntitos rojos se habían extendido por los dos brazos y por las piernas, sobre todo la derecha.
A la vez, empecé a tener una sensación rara y muy molesta en el ojo derecho, como si se me hubiera metido algún elemento extraño. Procedí a lavarme el ojo, a aplicarme un colirio y a darme una crema ocular epitelizante. Como el resultado de estas medidas fue nulo, lo repetí cada tanto a lo largo del día, siempre con efectos inapreciables: el ojo cada vez se mostraba más irritado. Aparte del picor, empecé a sentir una notable fotofobia.
Charo dio en especular con la posibilidad de que el mal tuviera algo que ver con un gatito montés al que estuve tratando durante algunos días de una conjuntivitis aguda, con buenos resultados. No negué esa hipótesis.
A lo largo de la pasada noche me he despertado varias veces con insistentes ataques de picor por todo el cuerpo. Cuando me he levantado esta mañana, he comprobado que los bultitos rojos ocupan ya una extensión considerable y –lo que es peor– han empezado a tomar posesión de mi cara, ojera y párpado derecho incluidos.
Conclusión: que dejo de escribir y me voy a urgencias. No sólo dejo de escribir porque me vaya a urgencias, sino porque, como tengo una lesión en el ojo izquierdo que no me permite fijar la vista y el ojo derecho me pica y llora sin parar, me es imposible seguir escribiendo. Apenas veo nada.
De todo lo cual dejo constancia para el caso de que mañana no encontréis la página actualizada. Si la cosa va a peor, a saber qué ocurre.
En realidad no debería haber escrito esto, pero mi pulsión escribidora enfermiza no me ha dejado abstenerme. Sed indulgentes con el texto si le veis muchas faltas: apenas consigo leerlo.
(19 de agosto de 2002)
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