Diario de un resentido social

Semana del 18 al 24 de febrero de 2002

Pensar el gusto

Tuve un profesor de Filosofía al que le divertía ridiculizar las cinco vías tomistas de demostración de la existencia de Dios. Lo hacía ironizando, aparentando que las respetaba: estábamos bajo el franquismo y el hombre no tenía la menor intención de verse metido en un lío por ejercer de propagandista del ateísmo.

La prueba que más gracia le hacía era la de «el orden del mundo». Nos decía: «¿Veis qué orden tan perfecto reina en la Naturaleza? Las montañas, con la falda abajo y el pico arriba; los valles, con sus ríos; las flores, las plantas... Qué hermosura, ¿verdad? Claro que si todos nosotros, desde nuestro nacimiento, hubiéramos visto las montañas con el pico abajo y la falda arriba, diríamos también: “¡Qué hermosura! ¡Qué orden tan perfecto!”».

Tenía razón en un punto: tendemos a confundir lo que es habitual en nuestro entorno con lo correcto y con lo bello.

Hay otro ejemplo que me parece todavía mejor: el de los gustos gastronómicos de la mayoría.

Muchísima gente tiene una regla para medir lo que está bien cocinado y lo que no: está bien cocinado lo que está cocinado como lo cocina (o cocinaba) su madre.

Mi señora madre, que con el tiempo llegó a ser una excelente cocinera –tuvo como maestra a la esposa del chef del Hotel María Cristina, el más lujoso de San Sebastián–, hacía platos exquisitos. No le permití que se fuera a la tumba sin haberme transmitido antes su receta particular de los calamares en su tinta, que ahora preparo yo con idéntico arte, dicho sea sin la menor modestia.

Pero había platos que mi pobre madre elaboraba de oídas, sin criterios demasiado estrictos. Era el caso de lo que ella llamaba –mal llamaba– paella (1). Preparaba una especie de arroz a la alicantina caldoset y salpicado de ingredientes escasamente congruentes. Lo peor de todo: usaba colorante en lugar de azafrán (o de ñora, que es el ventajoso sustituto que utilizan en las comarcas del sur del País Valenciano y en Murcia).

Pues bien: pese a eso, a mí me encantaba la paella de mi madre, y tuve que pasar no poco tiempo a orillas del Mediterráneo para comprender que el arroz puede prepararse de muchos modos, pero como el de mi madre, decididamente no. Aquel sabor se había incrustado en mi memoria gastronómico-sentimental. Hube de realizar ímprobos esfuerzos para admitir la evidencia: los arroces que sirven en los buenos restaurantes de las comarcas del sur del País Valenciano –y en los muy buenos restaurantes de Valencia– son muchísimo mejores que aquel exótico invento materno.

Insisto: tendemos a identificar lo nuestro –lo que es normal y de uso en nuestro entorno– con lo mejor. Porque nos encaja más naturalmente. Porque nos gusta más. Y porque no somos capaces de relativizar –de contextualizar, como se dice ahora– nuestros propios gustos.

Acabamos por considerar que lo nuestro es lo lógico, lo sensato, lo más inteligente, lo de mejor gusto.

Lo cual no tendría mayor importancia si no fuera porque, para que lo nuestro sea lo lógico, lo sensato, lo más inteligente y lo de mejor gusto, lo de los demás tiene que ser por fuerza menos lógico, menos sensato, menos inteligente y de peor gusto.

Ese es un problema importante que tienen los nacionalismos.

Para prevenirse de él, para no caer en esa estrechez de miras, se imponen dos ejercicios nada sencillos: aprender a considerar que nuestros gustos son solo unos gustos, entre los muchos posibles –e igualmente válidos–, y esforzarnos por comprender el encanto de los gustos ajenos. Gracias a esa gimnasia mental, nuestra rana interior puede llegar a saltar fuera del pozo y comprobar que el cielo es inmenso.

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1 Paella, en catalán –también en su variante valenciana–, quiere decir «sartén». Hay arroces que se cocinan en paella –en esas sartenes típicas de amplio diámetro, escaso fondo y dos asas– y los hay que se hacen en cazuela metálica, en cazuela de barro y en caldero. He conocido en el País Valenciano una treintena de modos de preparar arroces de chuparse los dedos, pero a buen seguro que hay más.     

 

Estadísticas

No sé en qué proporción la gente que visita habitualmente esta página se toma el trabajo de cotillear de vez en cuando las estadísticas que sobre ella elabora Nedstat.

En atención a quienes no lo hagan, dejaré constancia de que sigue avanzando a buen ritmo. Este es el cuadro de visitas de los últimos 28 días:

 

          

           

Se observa que los fines de semana (2-3; 9-10; 16-17; 23) desciende de manera importante el número de visitas –lo cual se debe, obviamente, a que hay una amplia franja de lectores y lectoras que conecta solo desde su puesto de trabajo–, pero que cada vez son menos importantes los picos de los miércoles (el único día laborable en que aparece columna mía en El Mundo, con su correspondiente enlace a la Red). En términos absolutos, las visitas han aumentado de modo sensible: hay una media de ± 450 visitas diarias –sin contar los fines de semana–, con picos como el de anteayer, en el que llegaron a las 556.

Por orígenes geográficos, las visitas proceden en aproximadamente 4/5 partes del Estado español. América Latina, EEUU y Europa occidental copan la práctica totalidad de las exteriores.

El conjunto es ampliamente estimable, considerando que se trata de una página personal.

 

(24-II-2002)

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¡He crecido!

Hasta hace 24 horas escasas, yo medía 1 metro 69 centímetros.

No es que la cosa me angustiara demasiado, pero tampoco se puede decir que no me importara lo más mínimo.

Ya sé que ser bajito es todo un detalle ecológico: uno gasta menos cantidad de tela –aunque el precio de la vestimenta sea el mismo–, puede arreglárselas en camas relativamente cortas, consume menos oxígeno, necesita menos alimento...  Desde el punto de vista social, todo son ventajas. Ahora: reconozco que, si se mira el asunto desde una perspectiva puramente individual –egoísta, si se quiere–, ya no es tan chollo.

«¿Y por qué  narices mido yo sólo 1,69?», me he preguntado una y otra vez. Y he culpado, alternativamente, a la deficiente alimentación que era corriente en los tiempos en que transcurrió mi infancia y a las elevadísimas –e imprudentísimas– dosis de Calcigenol que nos colocaban por entonces a los niños, producto con el que forzaban una calcificación prematura de nuestra osamenta.

Hasta ayer. Ayer me di cuenta de que, si en mis papeles –militares, médicos, etcétera– se hace constar que yo mido 1,69, es pura y exclusivamente por culpa del metro. Sin más. Bastaría con que el metro midiera un 15% menos para que se me asignara oficialmente una altura de casi 2 metros.

Constatado lo cual, procedí a comprobarlo sobre la marcha: saqué del cajón de la costura el metro y le di un enérgico tajo allá por el centímetro15. A continuación lo coloqué en la pared, hice una marquita, lo volví a colocar por encima, hice otra marquita, me puse por delante y asistí al milagro: ¡prácticamente 2 metros!

La magnífica idea me la dio el Gobierno de Aznar y no quiero perder la ocasión de agradecérselo.

Me inspiré en lo que él ha hecho con el Índice de Precios al Consumo. Como se veía venir que la entrada en vigor del euro (con los consiguientes redondeos) y el encarecimiento de los productos energéticos en medio del frío invierno iban a provocar un alza importante del IPC, lo que no conviene nada a sus cuentas del Gran Capital –perdón: quería decir del Gran Capitán–, decidió cambiar los criterios con los que hace el cálculo. Este mes, las prendas de vestir y el calzado han contado tanto como la calefacción, el combustible para vehículos, el transporte, la hostelería y no sé cuantas cosas más juntas. Y como ha sido mes de rebajas, y los precios de las rebajas han entrado en el cómputo... ¡alehop, ya tenemos  IPC a la baja!

En Alemania ha subido, en Francia también. ¡Pobres diablos! Ellos han mantenido los mismos criterios de antes.

Me dirán ustedes que hacemos trampa, el Gobierno y yo. Que él puede cambiar cuanto quiera los criterios de cálculo del IPC y yo recortar cuanto me dé la gana el metro, pero ni que los precios habrán subido menos por ello ni yo podré meterme a jugador de baloncesto.

Pero es que no nos entienden: ni él ni yo estamos hablando de realidades. Sólo nos importan las cifras que figuran en los papeles.

 

(23-II-2002)

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Procesar a Sharon

Anda circulando por ahí un escrito de recogida de firmas para promover el procesamiento de Ariel Sharon como criminal de guerra.

Lo primero que me choca del documento en cuestión es que aparece firmado, entre otra mucha gente, por varios políticos del PSOE, incluyendo algunos cargos electos. Uno de ellos es, para más inri, el autor del papel.

Así, en principio, la cosa no parece demasiado congruente. El partido de Rodríguez Zapatero tiene excelentes relaciones con destacados miembros del Ejecutivo de Israel. Si acepta que Sharon es un criminal de guerra –cosa de la que, por lo demás, estoy convencido–, debe obligadamente concluir que quienes comparten gobierno con él son cómplices de sus terribles sevicias. ¿Él es malo, pero sus cómplices estupendos? ¿Alguien cree que Simon Peres no sabe qué clase de personaje es Sharon y la mucha sangre que le gotea de las manos?

Cierto es que tampoco cabe extrañarse demasiado de la incoherencia socialista. Recordemos que, cuando el PSOE estuvo en el Gobierno, fue perfectamente capaz de dedicarse a vender armas a los Estados más tétricos del planeta –incluyendo el Chile de Pinochet y la Turquía genocida del pueblo turco– y, a la vez, promocionar una seráfica asociación por la paz y el desarme.

Pero esta iniciativa de ahora me resulta aún más sospechosa. Se trata de cargar las culpas sobre Sharon... y solo sobre Sharon. Como si Sharon se las hubiera arreglado el solito para montar todas las barbaridades que ha protagonizado el Estado de Israel desde hace décadas. Como si fuera Sharon el único dirigente israelí que se ha mofado de las resoluciones de las Naciones Unidas y del Derecho Internacional en bloque, que ha ordenado ataques contra la población civil y se ha pasado por el arco del triunfo todos los acuerdos suscritos por sus propios representantes.

Habrá quien me objete: «Hay que ser realistas. Pretender el procesamiento internacional del conjunto del alto mando sionista es una pura quimera. Estados Unidos no lo permitiría bajo ningún concepto». A lo que respondo de dos modos. Primero: las posiciones de principio no las dicta el realismo, sino la justicia. Proclamemos quiénes deberían ser perseguidos por la ley internacional y hagamos luego lo que podamos para acercarnos en lo posible a ese objetivo. Y segundo: si de realismo se habla, tampoco creo que sea nada realista pretender el procesamiento de Sharon. La prueba es el grado infinito de tolerancia que tienen hacia él todas las potencias occidentales, incluso las que lo critican de vez en cuando.

Sharon no es Milosevic. La llamada comunidad internacional solo persigue  a los criminales de guerra de los otros bandos. Jamás a los del suyo. Más que nada para que no se establezcan peligrosos precedentes.

 

(22-II-2002)

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¿Qué pretende ETA?

Nunca me han convencido las interpretaciones coyunturales de los atentados de ETA: que si horas después se iba a debatir sobre tal o cual cosa en el Parlamento o en esta o aquella otra reunión de partidos, que si la víctima defendía tal o cual variante dentro de la organización de la que formaba parte...

La experiencia demuestra que ETA elige a menudo sus objetivos sin reparar en matices. Más de una vez, de hecho, se ha declarado sorprendida al conocer las circunstancias particulares de algunas de sus víctimas. Le han dicho que se trata de un funcionario de prisiones, o de un miembro del PP, o del PSOE, o militar, o dirigente de las Juventudes Socialistas, y con eso le basta y le sobra para matar. En cuanto a la elección del momento, tres cuartos de lo mismo: lo hace el día y a la hora que mejor le viene, sin detenerse en mayores simbolismos.

Por eso disto de pensar que el atentado contra Eduardo Madina tuviera nada que ver con la reunión que ese mismo día iban a realizar los dos partidos del Pacto Antiterrorista, como tampoco doy por hecho que ETA supiera que Madina colaboraba con Elkarri y había participado en actos en pro del derecho de autodeterminación.

Pero tampoco creo que la elección de la víctima fuera por sorteo. En mi opinión, creo que buscaba dos objetivos: de un lado, enfurecer al PSE y provocar en él una reacción visceral, para que no siga adelante con sus intentos de acercamiento al PNV, que a ETA le sientan como una patada en la entrepierna; del otro, sabotear los intentos del ala más realista –menos fanatizada– del MLNV por «hacer política» y rehacer el camino desandado desde la ruptura de la tregua.

El primer objetivo no lo ha conseguido, o por lo menos no decisivamente. Ayer, Ramón Jáuregui, presidente de la Gestora del PSE, hizo unas declaraciones bastante sensatas, declarándose partidario de la convivencia pacífica con todas las fuerzas políticas, incluidas las independentistas, siempre que planteen su lucha dentro de la legalidad y con sometimiento a la democracia. Incluso llegó a decir que «si la mayoría de los vascos va por ese camino [el de la independencia] habrá que respetarlo» y se desmarcó diplomática pero netamente de quienes fían en la ilegalización de Batasuna, recordando la escasa eficacia que tuvieron anteriores reformas legislativas de carácter represivo.

Más resultados cabe que obtengan en su segunda pretensión. Porque de poco valdrán los esfuerzos aperturistas que puedan hacerse desde el interior de Batasuna si ETA siega la hierba bajo los pies de sus promotores obligando a los demás partidos a aislarlos. Les coloca al cuello el cartel de apestados.

Seguimos, pues, en las mismas. Y en ellas seguiremos mientras ETA siga siendo guía y norte del MLNV. Alguien dijo hace tiempo que la guerra es una cosa demasiado seria como para dejarla en manos de los militares. Es lo que viene haciendo el MLNV desde siempre con la suya.

 

(21-II-2002)

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Alquiler del cuerpo

Manifestación de prostitutas en Madrid. Quieren llegar a un pacto de convivencia con el vecindario de las calles donde hacen la idem y reclaman respeto.

Hace años que una buena amiga mía viene esforzándose para que se organicen y hagan valer sus derechos de ciudadanas. Es un trabajo difícil, que choca con muchas incomprensiones. Algunas reticencias son lógicas: los vecinos se quejan del submundo cutre que todavía sigue rodeando eso que los cursis llaman «el oficio más viejo del mundo».

Hay una teoría al respecto. Sostiene que las autoridades municipales, en connivencia con los especuladores inmobiliarios, permiten que la prostitución se instale en algunas calles del viejo Madrid para que las viviendas se abaraten, de modo que las constructoras puedan adquirirlas a precio de saldo. Una vez que los buitres del ladrillo tienen el solar en mano, la Policía se encarga de limpiar la calle y de convertirla en «honorable», con lo que el solar sube de precio como la espuma.

Como periodista que he sido durante 35 años, hace mucho que envidio a las personas –mujeres y hombres– que ejercen la prostitución. No por sus condiciones de trabajo, que son espantosas –las noches madrileñas son terriblemente frías durante la mayor parte del año, y su clientela no siempre es la más agradable–, sino por el limitado compromiso moral que les exige. Quien trabaja en la prostitución se limita a alquilar su cuerpo. Mientras folla, puede pensar en lo que le venga en gana. Incluso en el asco que le da quien le está pagando por hacerlo. En cambio, el periodista alquila su cuerpo y su mente: se entrega a la patronal en cuerpo y alma. No puede reservar ningún espacio para su libertad.

Es, sin duda, un oficio mucho más sucio.

 

(20-II-2002)

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Intelectuales orgánicos

Dice Fernando Savater que los títulos que otorga la Universidad del País Vasco carecen de credibilidad. Pero, que yo sepa, los suyos proceden de la Universidad franquista. ¿Habrá que deducir que les concede más credibilidad?

Mikel Azurmendi sostiene que «el multiculturalismo es una gangrena de la sociedad democrática». Afirma que el racismo no es la causa de acontecimientos como los de El Egido. Para él, el racismo es una mera consecuencia del multiculturalismo. Azurmendi ha multiplicado las declaraciones de este tipo desde que el Gobierno lo nombró presidente del  Foro para la Inmigración. Defiende la Ley de Extranjería, se opone a los recursos de inconstitucionalidad que ha merecido y rechaza que se legalice la situación de los sin papeles porque, según él, eso «no soluciona los problemas». Digo yo que no resolverá «los» problemas, pero sí algunos, al menos: los de quienes están sin papeles.

Mi buen amigo Gervasio Guzmán defiende desde hace ya muchos años una curiosa tesis: sostiene que la única oposición al sistema realmente creíble es la de quienes cuentan con un nivel de ingresos relativamente elevado. «Oponerte a un orden social que te trata mal es una reacción defensiva, puede que circunstancial. Lo que vale es estar en contra aunque a título personal te beneficie», sostiene.

Es cierto que hay algunas personas que se esfuerzan en no pensar en función del lugar que ocupan en el entramado social, pero lo normal es lo contrario. El ser social tiende a configurar las conciencias.

Supongo que es eso lo que explica que algunos intelectuales otrora críticos, y hasta más o menos lúcidos, se hayan pasado con armas y bagajes a la defensa del orden. El orden les ha dado coba, los ha aupado en la consideración pública, los pasea de tribuna en tribuna, les concede prebendas y títulos... y ellos responden mansamente a las expectativas de sus promotores. Aunque para hacerlo deban rebajar en varios escalones la congruencia de sus reflexiones y el rigor de su oficio, reconvirtiéndose en agitadores al servicio del Poder.

Son intelectuales de a tanto la idea.

 

(19-II-2002)

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Juanito Muehlegg

El personal no acaba de estar contento con que las dos medallas de oro obtenidas por la representación de España en los Juegos de Invierno de Salt Lake City las haya logrado un hombretón que se apellida Muehlegg y que habla con marcado acento alemán. Como Paquito Fernández Ochoa, son muchos los que hubieran preferido que se apellidara Gómez, Fernández o, por lo menos, Llull o Garmendia.

Lo cual viene a demostrar no sólo que el nacionalismo español sigue haciendo estragos, sino también que es un nacionalismo de segunda, garrulo y provinciano.

«¡Qué chovinistas son los franceses!», se oye decir por aquí cada dos por tres. Ya. Pero Francia nunca ha tenido el menor inconveniente en convertir en franceses de pura cepa a cuantos podían aportarle algo. Para buena parte de la grey universal, Picasso fue francés, por mucho que él jamás perdiera la nacionalidad española. Hágase un repaso al olimpo de la canción francesa: Brel (belga), Moustaki (griego), Dalida (egipcia), Aznavour (armenio), Reggiani (italiano), Mouskouri (griega), Adamo (belga)... ¿Se han tomado ustedes el trabajo de mirar el ránking histórico del tenis estadounidense? Está repleto de gente de las más diversas procedencias. Todas ellas, eso sí, con su correspondiente pasaporte norteamericano. Lo mismo en el cine: austríacos, alemanes, polacos, rusos, británicos... Kissinger llegó a la cumbre de la política norteamericana sin haberse desprendido jamás por completo de su acento inconfundiblemente alemán.

Son países que lo fagocitan todo... siempre que sea en su propio beneficio. Nacionalistas, sí, pero no paletos.

Yo no soy nacionalista, y tanto me da que Juanito Muehlegg haya conseguido dos medallas de oro «para España». Las competiciones deportivas por países no me gustan: sucedáneo pacífico de las guerras, exaltan las patrias y obstaculizan el avance de la solidaridad y el hermanamiento internacionales.

Pero, puesto a tener que convivir con nacionalistas, preferiría que, por lo menos, no fueran tan rematadamente palurdos.

 

(18-II-2002)

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