Diario de un
resentido social
Semana
del 19 al 25 de noviembre de 2001
La seguridad
imposible
Tras el doble asesinato de
Beasain, ErNE, el sindicato que tiene más afiliados en la Ertzaintza, ha declarado
que o la Consejería vasca de Interior dota a los agentes de tráfico de muchos
más medios de protección o se negarán a regular la circulación rodada.
Obsérvese que ya estamos
ante la situación un tanto surrealista que sugerí aquí mismo hace un par de
semanas: también los protectores han acabado por reclamar protección. He aquí
un giro inesperado de la vieja pregunta retórica: «¿Y quién custodia a los
custodios?».
Que los ertzainas reclamen
más medios es lógico. Pero la amenaza de ErNE es insostenible. Porque, si bien
nadie puede obligar a nadie a hacerse policía, la Policía no puede negarse a
hacer de Policía. Con los recursos de los que disponga en cada momento. Supongo
que los dirigentes de ErNE (*) no se creerán que sus antecesores en la red vial
de la Comunidad Autónoma Vasca estaban mejor protegidos, o que lo están sus
congéneres de la vecina Navarra.
Vale la pena detenerse a
examinar el ultimátum de los responsables de ErNE, no obstante, no por lo que
tiene de disparatado, sino precisamente por lo contrario: por lo que tiene de
comprensible. Porque, en efecto, nadie les ha contestado –al menos
públicamente– que no digan tonterías.
Todo el mundo tiende a
entender su miedo. Por una razón elemental: todos lo tenemos.
Pero ¿nos damos cuenta del
modelo de seguridad colectiva que se está prefigurando con todo esto? Si es
cierto que son cientos de miles, millones de personas las amenazadas explícita
o implícitamente por ETA, en Euskadi y fuera de Euskadi, y si aceptamos que
todas ellas tienen derecho a ser eficazmente protegidas, incluidas las que se
dedican a proteger a las demás, el PIB entero se nos va a ir en gastos de
personal y en medios de seguridad.
Siempre cabrá hacer más,
tomar más medidas, asignar más gente. Es un pozo sin fondo.
Eso, vistas las cosas del
lado de la economía. Pero tampoco hay que desdeñar el ángulo de la política.
Porque esa sociedad de infinitos blindajes podrá ser cualquier cosa... menos
libre. Para entrar a una oficina municipal será necesario pasar cuatro
controles y desnudarse otras tantas veces. En las conferencias, los oradores
nos hablarán desde una urna blindada. Se acercará uno a preguntar a un ertzaina
dónde está una calle y se encontrará rápidamente encañonado por cuatro agentes
más.
Va siendo hora de que la sociedad se plantee si es eso lo que quiere.
––––––––––
(*) Tras el atentado semifallido contra dos
ertzainas que retiraban en Bilbao una pancarta, ErNE emitió un comunicado en el
que responsabilizó del hecho «a la izquierda radical en su conjunto». En la
noche del viernes, tras los sucesos de Beasain, en un programa especial de
Radio Euskadi en el que participé y en el que también estaba presente un
representante de ErNE, dejé constancia de mi profundo disgusto. Dije: «Yo soy
de izquierdas, me considero radical y no tengo nada que ver con ningún
atentado». Hubo un momento de silencio. El representante de ErNE no respondió
nada.
(25-XI-2001)
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Ridículo
El Consejo Europeo se ha
negado a incluir a Batasuna en la lista de organizaciones terroristas
perseguibles de oficio dentro del espacio comunitario.
Supongo que nadie pensará
que quienes han tomado esa decisión sienten simpatía alguna por Batasuna.
Sencillamente, saben que el Consejo –un grupo de políticos de la UE, a fin de
cuentas– no puede catalogar como delincuente, por su cuenta y riesgo, a un
partido que no ha sido objeto de ninguna sentencia judicial que respalde
semejante definición. «En mi conocimiento, no existe en ningún país europeo
democrático ninguna organización legal que cuente con representación
parlamentaria a la que quepa tachar de terrorista», dijo ayer el portavoz del
comisario de Justicia del Consejo, no sin un punto de sorna. Y es que,
ciertamente, es de lo más exótico –digámoslo francamente: es ridículo– que un
Gobierno pretenda que se acuerde esa clasificación a escala continental cuando
ni siquiera ha intentado que el partido en cuestión sea ilegalizado en su
propio territorio.
El PP y el PSOE –éste no sin
ciertas reticencias– se han metido por un camino jurídica e intelectualmente
impracticable. El ministro de Justicia español se quejaba ayer de la resolución
del Consejo Europeo afirmando que la práctica del terrorismo no precisa sólo de
«los terroristas propiamente dichos», sino también de otras organizaciones
cuyos componentes son «colaboradores necesarios». Y tiene razón. Pero la figura
del «colaborador necesario» –como debería saber un ministro de Justicia– está
prevista también en el Código Penal. Con lo cual, diciendo eso no hace sino
desplazar el problema: para calificar con fundamento a los miembros de Batasuna
de «colaboradores necesarios» debería denunciarlos ante la Audiencia Nacional,
aportar las pruebas correspondientes de su colaboración en estos o aquellos
delitos concretos, conseguir que los procesen y los condenen, etcétera.
«Tenemos la certeza moral y política de que ésa es la función que cumple Batasuna», le he escuchado declarar al incombustible felipista Pérez Rubalcaba. ¡Pues qué bien! No quiero ni decir en qué listas figurarían él mismo y un buen puñado de sus compañeros de partido si las certezas morales y políticas –las mías, sin ir más lejos– valieran de algo. Pero, como no puedo probar nada, me tengo que comer mis certezas morales y políticas con patatas.
Son las servidumbres que tienen los Estados de Derecho. Para acusar a alguien de delincuente, hay que probar que ha participado –como autor material, instigador, colaborador... en fin, de un modo o de otro– en un delito.
Y, si no hay manera de probarlo, ajo y agua.
Contextualizar
Dos ertzainas, agentes de
tráfico, fueron asesinados ayer en Beasain. Todavía no lo he escuchado, pero lo
doy por hecho: los munícipes de Batasuna en Beasain se negarán a firmar la
condena del atentado alegando, como siempre, que «las condenas no valen de
nada» y que, aunque lo sucedido «es muy triste», hay que «contextualizarlo»
dentro del «contencioso que vive Euskal Herria».
Me imagino cómo me pondrían
ellos a mí si, la próxima vez que denuncien un caso de torturas en una
comisaría o en un cuartelillo, yo comentara que es muy triste, sin duda, pero
que hay que «contextualizar» las torturas y entenderlas «dentro del
contencioso». O que les dijera que no voy a criticar las palizas policiales
porque «las condenas no valen de nada».
¿Qué pensarían de mí en tal caso? Lo sé muy bien: lo mismo que yo pienso de ellos.
(24-XI-2001)
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Esquelas
Página 71 de la edición
vasca de El Mundo, 21 de noviembre. Esquela:
Ì
JULIO
FUENTES SERRANO
Todos
cuantos hacemos EL MUNDO
ROGAMOS
una
oración por el eterno
descanso
de su alma.
Primero: no me importaría
nada que El Mundo se decidiera a ser un periódico laico.
Segundo: lo que se dice ahí
es mentira. Ni yo ni muchos otros que también hacen ese diario rogamos ninguna oración por el eterno descanso
del alma de Julio Fuentes, porque ni creemos en la existencia de las almas ni
nos gustan las oraciones.
No faltará quien se diga:
«Bah, bueno; son fórmulas rituales». Y lo son. Del rito católico, en concreto.
Hace años que vengo diciendo
en el periódico que el uso de esas fórmulas en las esquelas institucionales del
diario representa una utilización abusiva y afrentosa del nombre de quienes no
somos católicos. Sin ningún éxito.
Página 62 de la edición
vasca de El Mundo, ese mismo día. Esquela encargada por el grupo
italiano Rizzoli, editor del Corriere della Sera e importante accionista
de El Mundo. No hay ni cruz, ni oraciones, ni almas; sólo la expresión
de su profundo dolor por la trágica desaparición de Julio y un homenaje «a su
enorme profesionalidad como periodista y su ejemplar tesón a favor de los
derechos civiles».
Una esquela laica, sin más.
Si es muy fácil hacerlas. Basta con querer.
(23-XI-2001)
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Fines y medios
Me pone de los nervios el
sistema de razonar –por así llamarlo– de José María Aznar. Ayer, de garbeo por
México, donde ha ido a hacerse cargo de la Presidencia de una Internacional que
cuenta un pijo en el concierto de las naciones –la prueba es que le ha
nombrado presidente a él–, volvió a insistir en su singular teoría sobre los
fines y los medios. Le preguntaron los periodistas si cuenta con permitir que
el PNV se reintegre en el engendro ése, ahora llamado Internacional Demócrata
de Centro, y respondió que no, porque no puede dar asiento a nadie que tenga
relación con el terrorismo. La repregunta era inevitable: ¿tiene el PNV que ver
con el terrorismo? Y ahí volvió al ataque con su respuesta estándar: el PNV
comparte fines con ETA y quien comparte los fines no puede dejar de
proporcionar una cierta cobertura a la otra parte.
No sé si el pensamiento de este
hombre es así de mediocre o si será más bien que cree que los mediocres son los
ciudadanos, pero el hecho es que resulta casi imposible emplear un argumento
más estúpido. Ateniéndose a él, debería romper relaciones con Bush, que
comparte los fines de los fanáticos y violentos antiabortistas norteamericanos,
y con Blair, que comparte los fines de los terroristas unionistas de Irlanda
del Norte, y con la mitad de los dirigentes latinoamericanos que acoge en su
Internacional, que comparten los fines de los terroristas paramilitares de todo
el continente. Incluso debería retrospectivamente romper relaciones con el PP,
que compartió los fines de los GAL.
Pero es que, además, es
falso que el PNV coincida con ETA en sus fines.
Tuve anteayer ocasión de
hablarlo largo y tendido con el lehendakari del Gobierno vasco. De creer a Juan
José Ibarretxe –al que digo yo que habrá que conceder alguna autoridad en la
materia– los objetivos del PNV, incluso a largo plazo, no tienen nada que ver
con los de ETA. El PNV no aspira a la constitución de un Estado vasco separado,
sobre todo porque es consciente de que en la Europa actual ningún Estado está
ya realmente separado. A lo que aspira es al reconocimiento de la
capacidad del pueblo vasco para decidir sobre su destino, es decir, para
determinar de qué modo articula sus relaciones con España dentro del marco de
la UE. Según Ibarretxe, la independencia o la soberanía son términos que han
perdido buena parte de sus viejos contenidos y que corren el riesgo de
convertirse en fetiches. Él reclama capacidad de autodecisión. Para él, el
derecho de autodeterminación es sinónimo –y lo es– de derecho de autodecisión.
«Pongámonos de acuerdo, como iguales que somos todos, en cómo caminar juntos,
en cómo entendernos», afirma. ¿Son ésos los fines de ETA? Ni de coña.
Así que la sosada de Aznar
falla por todas partes.
Por todas. Porque también se
equivoca al negar al PNV la entrada en su Internacional. No la ha pedido.
Dos
notas de régimen interno:
1ª) Vale, vale: ayer no se cumplieron 25 años de la muerte de Franco, sino 26. Soy un desastre para las fechas. De todos modos, la reflexión valía, con o sin conmemoración redonda, ¿no? Imagino que, en todo caso, quien no esté de acuerdo conmigo no basará su discrepancia en la fecha.
2ª) Tengo varias cosas pendientes de meter en la página web: poemas, críticas de discos y de películas... Que los remitentes no se inquieten. Estoy desde hace días en Vitoria, metido de lleno en el trabajo de campo de mi próximo libro, y apenas puedo dedicar un rato por las mañanas a estos menesteres. Además, como mi conexión con la Red es muy pobre (a través de móvil), cualquier cosa de ésas me lleva un montón de tiempo (y de dinero). En cuanto vuelva a mi base de operaciones madrileña, pondré todo eso al día. Incluyendo la correspondencia: también tengo pendientes un montón de correos electrónicos por responder.
(22-XI-2001)
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Que 25 años no es
nada...
Como en el tango de Gardel, pero con lustro añadido.
Ayer se cumplieron 25 años de la muerte del autoproclamado Generalísimo, al que –como mis amigos saben– vengo llamando desde hace muchos años «su Excremencia el anterior Jefe del Estado» (el «anterior Jefe del Estado», no «el Jefe del Estado anterior», como dicen muchos: el Estado sigue siendo el mismo).
De entonces a aquí han cambiado muchas cosas, sin duda (y no todas para bien, como compruebo cada mañana cuando me miro al espejo), pero algunas otras se mantienen singularmente incólumes. Varias de ellas, referentes precisamente al tétrico personaje que falleció hace un cuarto de siglo. En Madrid se discute ahora mismo sobre el destino de un hospital militar llamado «del Generalísimo», al que nadie ha considerado necesario cambiar el nombre en todos estos años. Cada vez que voy a Santander, me topo al general asesino subido sobre caballo de piedra, presidiendo la plaza del Ayuntamiento. Qué grima. Qué bochorno.
Pero eso es sólo simbólico.
Hay herencias más de fondo.
Anteayer se juntaron el PP y el PSOE para discutir si conviene ilegalizar o no a Batasuna. ¿Creen que ésa es una decisión que concierna a los partidos políticos? ¿Esta gente todavía no ha entendido que dictar sentencias es asunto de la judicatura? No; no lo ha entendido. Y no lo ha entendido por una razón principal: porque en España los gobernantes siguen dando instrucciones a los jueces sobre cómo instruir los casos y cómo dictar sentencias.
Aquí se siguen produciendo reuniones en las que determinados ministros ilustran a los jueces acerca de las sentencias que conviene dictar, y las que no. Cuando un Tribunal dicta una sentencia que contraría los designios del Poder político, siempre hay algún periódico que escribe algún editorial diciendo que eso es un triunfo del Estado de Derecho. No se dan cuenta de que, si algo así se convierte en noticia, es porque lo normal es lo contrario.
La huella del franquismo es alargada. Los hábitos que creó van desapareciendo, sí, pero a menudo por razones meramente vegetativas. ¡Y tan poco a poco! Además, los que los sustituyen se parecen a veces tanto a sus antecesores que no hace falta ser fisonomista para darse cuenta de que son sus descendientes directos.
(21-XI-2001)
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Julio Fuentes
Nota.—Escribí estas líneas a
primeras horas de la mañana, precipitadamente, porque salía de viaje.
Llegado
ya a destino, las reescribí, pensándolas ya para “el gran público”.
Se
convirtieron en mi
columna de hoy en El Mundo.
He trabajado durante diez años con Julio Fuentes y apenas lo conocía. No sólo porque él alternó las corresponsalías en el extranjero con el reporterismo de guerra –de modo que apenas pisaba la Redacción–, sino también porque nunca congeniamos demasiado. Tal vez por razones políticas, pero no podría asegurarlo, porque no sé cuáles tenía.
Julio era un hombre serio, reservado y encerrado en sí mismo, supongo que en parte debido a la considerable sordera que le aquejaba.
Hay dos géneros de corresponsales de guerra. Uno es el que conforman las grandes estrellas del oficio que, encargadas por sus respectivos medios de dar una perspectiva general de los acontecimientos, acuden a la capital más próxima y mejor comunicada y se instalan en un hotel confortable, del que apenas salen para nada. El hotel que se buscan es, por lo general, aquel en el que estén instalados los equipos de las grandes cadenas de televisión, preferentemente norteamericanas. El contacto personal y directo con los nutridos equipos que desplazan estas cadenas les proporciona mucha más información que la que podrían buscarse ellos por su cuenta. Hay quienes se cachondean del trabajo que hacen estos periodistas, cuyo mayor riesgo es el que se corre en la barra de cualquier bar. Yo no. Creo que hacen bien y que su opción es correcta.
El otro género de corresponsales de guerra es el de los reporteros que acuden al frente en busca, sobre todo, de reportajes de interés humano. Si los otros toman vistas panorámicas de la guerra, a ellos les corresponde sacar primeros planos.
Éstos son los que corren verdaderos riesgos. Los que se la juegan a diario. Otro compañero del periódico, Espinosa, estuvo a punto de hacerse apiolar en África hace un par de años. Ahora la china le ha caído a Julio Fuentes.
Suelo despotricar mucho en este rincón de la Red sobre mi profesión. Conviene no perder de vista, de todos modos, que no toda ella es repugnante. También tiene sus aspectos difíciles, sacrificados y hasta heroicos.
Me pregunto si vale la pena perder la vida para acabar escribiendo cuatro crónicas de usar y tirar. Y me respondo que es obvio que alguien que se hace esa pregunta no ha nacido para corresponsal de guerra. Porque ése es un veneno que se lleva en la sangre.
Julio lo llevaba. Y le ha matado.
(20-XI-2001)
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El 3,5%
Estaba esta mañana intentado abrir los ojos –me hubiera conformado con que lo hiciera uno, por lo menos– cuando he escuchado en la radio que los comerciantes de Madrid van a organizar una jornada de protesta contra las empresas distribuidoras de tarjetas de crédito, descontando el 3,5% de las facturas a los clientes que paguen al contado.
Doy cuenta de la confusión momentánea en la que me encontraba en el momento de oír la noticia para justificar los muchos e hipotéticos errores de mi reseña, porque la verdad es que no puedo asegurar ni que los comerciantes en cuestión vayan a ser sólo los de Madrid, ni que se trate de una sola jornada, ni que el descuento sea exactamente del 3,5%.
Pero, bueno, no importa gran cosa, a los efectos de este comentario.
Porque de lo que quiero hablar yo no es del cachondeo de la supuesta protesta –¿qué más les da a los comerciantes descontar el dinero a los clientes o que se lo descuenten a ellos los Visa, Master Card, etcétera?–, sino de la jeta que le echan los susodichos, a imagen y semejanza de los bancos.
Tienen un morro que se lo pisan. Cobran intereses de auténtica usura a los pobres usuarios que recurren a ellos –la última vez que me fijé en la cosa andaban por el 17%– y, encima, les roban el 3,5% a los comerciantes. Lo mismo que los bancos que, por hacer una simple anotación informática que no les cuesta ni un mierdoso duro, son capaces de cobrarte 250 pesetas, o más. Les dejas en depósito tu dinero, se forran especulando con él... ¡y te cobran!
Pero la culpa no la tienen ellos. Si el bandolerismo es legal, ¿cómo quejarse de que haya bandoleros?
La culpa la tienen las autoridades, que no legislan para impedir que esas situaciones sean posibles. Y nosotros, por no correr a boinazos a esas autoridades cómplices.
(19-XI-2001)
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