Diario de un resentido social

Semana del 29 de octubre al 4 de noviembre de 2001

Ibarrola

Conocí a Agustín Ibarrola en los años 60. Creo que acababa de salir de la cárcel. Lo habían detenido, torturado y encarcelado como miembro del PCE, en uno de aquellos procesos militares que precedieron a la creación del Tribunal de Orden Público.

Estuvimos tomando unos vinos en un bar de la Plaza de la Trinidad, en Donostia. Quien lo acompañaba –no recuerdo quien era– me contó, en un discreto aparte, que el artista había intentado suicidarse durante su paso por comisaría, para no seguir soportando las torturas policiales. Ya por entonces conocido y reconocido, Ibarrola me regaló una copia numerada de uno de sus grabados en madera. Aún está en casa de mi madre. A fuer de sincero, admitiré que no me hacían demasiado feliz aquellas cosas que grababa, con imágenes de obreros vascos musculosos y recios. Me parecían estéticamente emparentadas con la iconografía étnica vasca, de un lado, y con la mística estalinista del culto al trabajo, del otro. Ninguna de las dos fuentes de inspiración era –es– de mi especial agrado.

En fin, cuestión de gustos, supongo.

Lo recuerdo como un hombre básicamente triste (lo cual, sabiendo por qué penosa experiencia había pasado, tampoco podía extrañar gran cosa a nadie).

Hace ya unos cuantos años, unos amigos de Bilbao me regalaron un libro de fotografías que recoge la obra de Ibarrola en el bosque de Oma. El bosque pintado, que lo llaman. La idea me pareció sugestiva; su realización, no tanto. Alguna vez que hemos pasado por los alrededores, Charo me ha dicho de visitarlo. Ella ya lo ha visto, y le gustó. La verdad es que yo nunca he sentido mayor interés.

Lo cual no tiene nada que ver con mi valoración del recorrido político que ha seguido el artista, desde el estalinismo hasta el nacionalismo español más furibundo. Tampoco lo comparto, pero me parece igualmente legítimo. Tiene derecho a pensar lo que le dé la gana y a pintar lo que se le ponga. Aunque a mí no me guste ni lo que piensa ni lo que pinta. Cada cosa por su cuenta.

Insisto en distinguir lo uno de lo otro, porque me parece imprescindible hacerlo. Hay artistas y escritores cuyas obras me producen la mayor de las admiraciones, y hasta de las reverencias, pero cuyas biografías, en cambio, no me merecen la menor simpatía. Quevedo fue un maldito delator. Picasso, un miserable pesetero. Los dos, genios difícilmente discutibles. Louis Aragon, que cantó las excelencias de los procesos de Moscú, entre otras lindezas, es autor de algunos de los poemas más hermosos que he leído en mi vida.

Así es el Arte.

Considero intolerables las dos persecuciones a las que están sometiendo a Agustín Ibarrola. Me parece de perlas que se le critique, como político y como artista. A cambio, me revuelve las tripas que traten de hacerle la vida imposible y que se dediquen a destrozar su obra. Alguien que cree que la liberación del propio pueblo pasa por cerrar la boca del discrepante y por tachar a brochazos su obra sólo puede ser considerado como un enemigo del pueblo.

Bueno, sólo no: también como un rematado cretino.

 

 (4-XI-2001)

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De mal humor

Algunos días estoy de mejor humor que otros.

Hay quien sostiene –quizá no sin cierto fundamento– que a veces mi humor es simplemente espantoso, a diferencia del resto del tiempo, que resulto por completo inaguantable.

Ayer no tenía yo un buen día, para qué nos vamos a engañar. Arrastro por estas fechas un catarro apocalíptico, de ésos que hacen la felicidad de don Kleenex y míster Gelocatil. No es que esté acatarrado: soy un catarro con forma relativamente humanoide.

Y eso no me gusta. Qué queréis: no acabo de disfrutarlo.

Pasé ayer el día, ya digo, mascullando improperios, doblemente cabreado por penar tan lamentable estado en mi refugio mediterráneo de Aigües, en el que –imagino que sólo por llevar la contraria a los telediarios– el sol brillaba alegremente, invitando a la gente sana a tumbarse al aire libre y recuperar una parte del bronceado estival.

Las noticias decían que sólo a un tiro de piedra de aquí el personal estaba anegado, saliendo de sus casas a nado. Supongo que mentían, probablemente para que la sección de sucesos no contrastara excesivamente con el resto.

En ésas –entre tacos y blasfemias– anduve todo el día, hasta que, llegada la noche y tras probar unas nécoras y unos bígaros –que yo llamo karrakelak y Charo caracolillos, porque tampoco es cosa de ponerse de acuerdo–, afronté la dura tarea de ver una película por televisión.

La madre que los parió.

Se llamaba Juana de Arco, y contaba la historia –la leyenda– de la heroína francesa ésa de los cojones, todo el rato teniendo visiones y enviada por Dios de aquí para allá, sufriendo mucho y dando gritos sin parar sable en mano.

Era un pestiño de los que hacen ahora, con imágenes muy espectaculares y cabezas cortadas de un tajo y venga de travellings porque sí y paisajes con filtrazos que hacen que el cielo parezca de color naranja.

Pero lo que me sacó definitivamente de quicio es que todo el mundo decía todo en inglés. La tal Juana luchaba contra los ingleses en inglés. Llamaba a matar a los ingleses en inglés. Les conminaba a regresar a su isla y lo hacía en inglés. En un inglés que parecía misteriosamente llevado hasta la Francia del siglo XV desde las praderas del Kentucky de hoy. Pero inglés, al fin y a la postre.

Estoy dispuesto a aceptar que Dios sufriera un súbito ataque de chauvinismo y quisiera por aquel entonces la victoria de Francia contra Inglaterra, aunque eso contradiga su comportamiento en otras películas. Pero, joder, lo que no tiene sentido es que fuera anti-inglés en inglés. Yo no sé mucho de Historia remota de Francia –me la conozco sólo a partir de 1789–, pero estoy seguro de que la Inquisición francesa no hablaba en inglés. Y el Rey y la Corte de Francia, tampoco. No tiene sentido.

Francamente: no aguanto más. Ya tuve que soportar que Espartaco hablara inglés, en vez de latín, y que el Cid lo mismo, y que tuviera un aspecto de presidente de la Asociación Norteamericana del Rifle que te cagas. Pero por lo menos Espartaco y el Cid no tenían ningún contencioso, que diría Otegi, con la gente de habla inglesa. El día menos pensado Hollywood hace una película sobre la lucha de Juan Martín el Empecinado contra los franceses y todo pichichi habla en ella en inglés.

Vale que estoy de mal humor. Lo admito. Pero que no me sigan tocando las narices recontándome la Historia Universal en inglés a todas horas y en todos los canales de la tele, porque lo mismo acabo por montar en cólera... y me tomo otro Gelocatil.

 

 (3-XI-2001)

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Bush y el «terrorismo interior»

Ante el estupor general, la representación de EEUU en las Naciones Unidas vetó ayer una resolución que condenaba los envíos de ántrax por correo. Alegó que no estaba claro que fuera una acción de terrorismo internacional; que podía tratarse de un caso de terrorismo interior («doméstico», dicen ahora los periódicos, que escriben en espanglish) y que, de ser así, no tendría ningún sentido que la ONU se pronunciara al respecto.

Imagino la indignación de Aznar, que ya debe de estar preparando una nota de condena. ¡Bush, haciendo distingos entre unos terrorismos y otros! ¡El faro y guía de Occidente, sosteniendo que no merecen el mismo tratamiento el terrorismo procedente del exterior y el que nace del propio país! ¡Igual que Setién! 

¿He dicho igual? Qué va: ¡mucho peor! Porque don George Uvedoble no sólo pone adjetivos al terrorismo;  no sólo se niega a reconocer que todos los terrorismos son iguales; no sólo rechaza que el terrorismo es como Visnú, idéntico en todas sus manifiestaciones; no sólo diferencia entre terrorismo interior y exterior, cual obispo emérito vascongado, sino que, encima, pretende que el terrorismo interior no es materia que concierna a la comunidad internacional. ¿No viene eso a representar una desautorización de la posición de nuestro Gobierno, que lleva la exigencia de condena del terrorismo de ETA a todo foro internacional por el que aparece, así se trate de un congreso de cultivadores iberoamericanos de patatas?

Vaya con Bush. Ten amigos para esto.

Admitamos, en todo caso, que los gobernantes de Washington son una fuente inagotable de sorpresas. Porque, también ayer, la representación estadounidense en la ONU reclamó la adopción de duras medidas que penalicen a escala mundial la fabricación de armas bacteriológicas y pidió que se refuerce el poder de los inspectores del organismo internacional dedicados a vigilar la producción de ese tipo de armamento. Lo cual no deja de tener su aquel, si se considera que ha sido precisamente el Gobierno de los EEUU el que ha venido boicoteando hasta ahora  la puesta al día del Tratado contra las Armas Bacteriológicas de 1972, argumentando que eso daría a los inspectores internacionales «un acceso excesivo» a la industria armamentística norteamericana.

A lo mejor es que se han arrepentido y se han dado cuenta de que lo que uno inventa pensando en hacer mucho daño al enemigo lo mismo puede ser utilizado por el enemigo –incluido el interior– para hacerle mucho daño a uno. Tal vez, ahora que ha desatado una guerra contra el Maligno, Bush empieza a asumir que las armas las carga el diablo.

Aunque, visto la que está organizando en Afganistán, no parece.

 

 (2-XI-2001)

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Garzón-Aznar, sociedad de socorros mutuos

Ignoro si entre las Gestoras Pro Amnistía y ETA hay alguna vinculación, más allá de la ideológico-política. Es decir: ignoro si hay alguna vinculación delictiva, porque la ideológico-política no lo es. Así las cosas, no me es posible pronunciarme sobre lo bien o mal fundada que pueda estar en Derecho la redada que el juez Garzón organizó en la madrugada de ayer.  Reconoceré que no me resulta nada tranquilizador que el titular del Juzgado número 5 de la Audiencia Nacional haya situado esta actuación en el contexto del polémico sumario de 1998 que le llevó a acusar a muchas personas de pertenencia a banda armada... y a ser rectificado acto seguido por la Sala Cuarta de la propia Audiencia, que le reprochó basar la persecución penal en la insostenible teoría de que estar situado «en el entorno político» de una organización terrorista equivalga a pertenecer a ella.

En todo caso, ya digo que no me es posible emitir un juicio fundado con respecto a esa redada. Habré de esperar a que el juez presente las pruebas materiales que dice haber obtenido, a que la Sala correspondiente las pondere y a que, si hace al caso, sean examinadas en vista pública y merezcan la sentencia de rigor.

Claro que ése no es mi caso exclusivo. Todos estamos en las mismas. Incluidos el jefe del Gobierno español, su ministro del Interior y sus periodistas de cámara. Ellos tampoco pueden dar nada por probado. Por la sencilla razón de que no lo está, según los criterios que rigen en todo Estado de Derecho.

Si no lo está en el caso de las Gestoras, menos todavía en el de Senideak. Por lo que yo sé, Senideak es una organización de familiares de presos que nació precisamente porque sus integrantes no querían que su labor de ayuda fuera instrumentalizada políticamente po ETA. Ni lo contrario: querían limitarse a ayudar a sus familiares presos, y punto. Garzón ha ordenado la detención de un miembro de Senideak. Reconozco mi estupor.

Pero nada de esto arredra a Aznar, Rajoy y consortes. Aún antes de que el propio juez haya tenido ocasión de materializar sus acusaciones, Rajoy ya ha emitido sentencia: «Las Gestoras Pro Amnistía son una pieza más en el organigrama de ETA», ha dicho. A Aznar le ha cumplido la especial misión de condenar sin juicio a los miembros de Senideak. Según él, son «colaboradores del terrorismo».

Empieza a convertirse ya en una técnica asentada: Garzón detiene y, sin más base que ésa, el Gobierno, con amplio apoyo mediático, lanza una campaña propagandística que no sólo afecta a los detenidos, sino a todo aquel que haya tenido tratos con ellos. ¿Que luego las acusaciones de Garzón se quedan en nada y los detenidos son puestos en libertad sin cargos? Da igual: que les quiten lo bailado. Jamás rectifican. Jamás presentan excusas a quienes sentenciaron de antemano.

Ayer, en el Congreso de los Diputados, Aznar dijo que el Gobierno Vasco ha subvencionado a «colaboradores del terrorismo» –en alusión a una ayuda que el Ejecutivo de Vitoria concedió a Senideak– «como ha quedado demostrado esta mañana». ¿Qué había quedado demostrado esa mañana? Sólo una cosa: que Garzón le había dado materia para soltar tamaña barbaridad, dando a una detención el rango de sentencia firme.

Garzón se lo guisa y ellos se lo comen. 

 

 (1-XI-2001)

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La CNN

La dirección de la CNN ha dado instrucciones precisas a los reporteros de su cadena que cubren la guerra de Afganistán para que sus informaciones resulten políticamente convenientes: no deben «centrarse» en las víctimas civiles que están causando los bombardeos aliados ni subrayar las penalidades que sufre la población afgana; por el contrario, deben evocar incesantemente las víctimas del 11 de septiembre, insistir en que la guerra la han provocado los talibán y recordar que el régimen de Kabul da cobijo a los terroristas. Les insta a mencionar estos puntos «una y otra vez, aunque pueda parecer un tanto repetitivo».

Este manual de autocensura de la CNN representa una vuelta de tuerca más en la línea iniciada el 11 de septiembre mismo tanto por ese canal televisivo como por el conjunto de los medios de comunicación estadounidenses. A petición del Gobierno de Washington, todos aceptaron convertir los atentados de ese día en carnicerías virtuales, mostrando los destrozos materiales, pero ni un solo cadáver, para evitar reacciones populares «no deseadas», fueran éstas de desmoralización paralizante o de ira racista contra el colectivo musulmán residente en los propios EEUU.

No parece necesario resaltar que estas prácticas de orientación política forzosa están en contradicción directa con la libertad de prensa y, más concretamente, con el principio profesional que obliga a distinguir entre el trabajo periodístico informativo y el de opinión. Según ese viejo principio, tan caro a la tradición académica norteamericana, el informador debe atenerse al «hecho desnudo». Se supone que para encauzar la opinión ya están los editorialistas, columnistas y analistas.

Lo que la dirección de la CNN defiende ahora con total descaro es la necesidad de «vestir» los hechos, cubriéndolos de propaganda política machacona.

Esta abierta y confesa labor de manipulación de la opinión pública tiene un corolario inevitable: la autodestrucción de la credibilidad del medio que la propugna. En efecto, desde el momento en que él mismo admite que vela unos hechos y maquilla otros –que incluso obliga a sus empleados a hacerlo–, está invitando a que el público receptor de su trabajo no le crea o, por lo menos, ponga sus presuntas informaciones en cuarentena.

¿A cuento de qué la CNN bombardea a pedradas el techo de su propio prestigio, tan laboriosamente ganado? ¿Tal vez por un súbito y devastador ataque de patriotismo? Es dudoso. Más probable parece que esté tratando de aplacar las iras de Bush, al que indignó que el poderoso canal norteamericano difundiera imágenes inconvenientes transmitidas por el canal de Qatar Al Yazira. En otros tiempos, la indignación de la Casa Blanca no le habría inquietado demasiado, por mucho que su titular se encontrara en la cresta de la ola de su popularidad. Pero ya no está en otros tiempos. A lo largo de los últimos años, la CNN se ha visto poderosamente debilitada por la pérdida de interés de la opinión pública norteamericana en el periodismo de calidad y el crecimiento a grandes pasos del periodismo basura. Justo antes del 11 de septiembre, se estaba planteando una drástica reducción de su plantilla y de los medios que tiene desplegados por medio mundo. Ahora que la guerra le ha proporcionado un cierto respiro y le ha permitido recuperar audiencia, no quiere arriesgarse a plantear una batalla en defensa de la honestidad informativa, así sea a sus niveles más mínimos. Así que se ha propuesto la cuadratura del círculo: salvar el periodismo de calidad aplicando las normas del periodismo basura.

 

 (31-X-2001)

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Marruecos a consultas

El rey de Marruecos ha llamado a consultas a su embajador en Madrid. Puede estar contento el hombre: es de los pocos marroquíes a los que su Bajestad consulta algo. Por lo general, Mohamed VI hace su real gana. Lo aprendió de papá.

Aznar y Piqué ha saltado de inmediato: «España no ha hecho nada malo». Los dirigentes del PSOE le han respondido que sí que han hecho algo malo, y que ellos lo saben, pero que no van a denunciarlo «por sentido de la responsabilidad». Otros que tal bailan. Saben que «lo malo» que ha hecho el Gobierno de Aznar es no respaldar en las Naciones Unidas una propuesta francesa sobre el Sahara Occidental que era vergonzosamente favorable a los intereses del retoño de Hasán.

No es que los de Rodríguez Zapatero renuncien a vapulear al Gobierno del PP. Es que les da corte ponerse en evidencia demostrando que su colega francés Lionel Jospin se inclina una vez más ante «son ami, le Roi», y que el propio PSOE se pasa por el arco del triunfo todos sus compromisos de solidaridad con el Frente Polisario, firmados con mucha pompa en Madrid por Felipe González hace un cuarto de siglo.

La situación, si bien se mira, es patética.

El Gobierno de Rabat necesita imperiosamente que la UE le dé cuartelillo, porque, si no, puede verse el día menos pensado entre la espada y la pared: entre la espada de su latrocinio y la pared de una población cada vez más harta de tanto robo y tanta mordaza. Pero, pese a ser conscientes de lo delicado de su situación –digo yo que lo serán, de puro evidente que es la cosa–, las autoridades marroquíes se permiten el lujo de ponerse chuletas cada dos por tres con la UE en general, y con España en particular, amenazando con su primo el de Zumosol, que vive en Washington.

Ya sé que hay unas cuantas empresas más o menos españolas –más o menos, digo: la globalización lo difumina todo– que tienen mano alta en algunos negocios del Reino de Marruecos. Asuntos de energía, de pesca, del mercado textil, etcétera. Pero, si se hace un balance global de beneficios y pérdidas, dista de estar claro que convenga dar cuerda indefinidamente a los actuales dirigentes de Marruecos. El memorial de agravios es más que amplio: el latrocinio del Sahara, el negocio de la inmigración clandestina, la mafia de la droga, las restricciones pesqueras, el dumping agrícola... Y no digamos ya si dejamos la cuenta de resultados y nos ponemos a hablar de ética, y hasta de estética.

Mohamed VI está muy mal acostumbrado. No estaría mal que el Gobierno español le diera tiempo, ahora que ha llamado a su embajador a consultas, para que le consulte sobre los peligros que puede correr si se empeña en ponerse farruco.

 

 (30-X-2001)

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¿Y si Aznar se lo creyera?

Mucha gente se queja –yo lo suelo hacer– de la insinceridad de los políticos. No pretendemos que digan todo lo que piensan – eso podría resultar a menudo muy imprudente–, pero sí que piensen lo que dicen. Que se lo crean.

Espero que José María Aznar no nos esté haciendo caso. Confío en que no piense realmente las cosas que está diciendo. Porque, si reflejaran la verdad de su pensamiento, estaríamos aviados.

Ayer, sin ir más lejos, se soltó un discurso ante la militancia castellano-manchega del PP en el que realizó una explosiva mezcolanza de estupidez, demagogia y fanatismo.

Confío en que no se tome en serio eso que dijo de que los nacionalistas vascos quieren «un pacto de Estado para acabar con el Estado». Porque es una memez. Ningún nacionalista –nunca, en ninguna parte– aspira a acabar con el Estado que considera opresor. El techo de los anhelos de los nacionalistas –de todos, en todas partes– es que el Estado abandone el territorio de su comunidad específica. A partir de lo cual, que continúe su existencia como mejor le venga en gana. Un nacionalista vasco que se propusiera como meta acabar con el Estado español dejaría automáticamente de ser nacionalista vasco para convertirse en un revolucionario... español.

Aznar se preguntó, acto seguido, si quienes le animan a seguir el modelo irlandés quieren que él haga como hicieron las autoridades de Londres y suspenda la autonomía de Euskadi. De verdad: preferiría que el presidente del Gobierno español no crea que los que decimos que hay que tener en cuenta la experiencia irlandesa pretendamos que hay que calcarla en todos sus aspectos, incluidos los más negativos y fuera de lugar. Porque eso revelaría que no entiende una jota. Prefiero pensar que lo soltó en un alarde de demagogia barata. Por lo menos yo, siempre he preferido tener enfrente a un demagogo perverso que a un tonto del culo. Porque el perverso puede cambiar, según sus intereses, pero el tonto del culo lo es las 24 horas del día, 365 días al año.

El jefe de Gobierno español pasó acto seguido a dar cuenta de sus convicciones. Las convicciones de Aznar constituyen un arma de más que dudosa honestidad intelectual, pero, eso sí, extraordinariamente dúctil. Gracias a ellas, puede acusar a quien sea de lo que sea, e incluso pretender que piensa lo que dice que no piensa, sin aportar la más mínima prueba, excepción hecha de su «convicción». Así, acusó al Gobierno vasco de estar «buscando la concertación total con el mundo nacionalista radical para echar abajo el edificio del Estado». ¿En qué se basa para lanzar tamaña acusación? Él mismo lo dijo, cuando preparó su afirmación con el siguiente arranque: «Yo estoy convencido, por encima de todos los meandros y todas las curvas, por encima de los confusionismos...». Es decir: no tengo prueba alguna; la realidad parece indicar lo contrario; pero yo lo sé, porque me paseo cómodamente por los rincones más oscuros de los cerebros ajenos.

Insisto: preferiría que toda esta farfulla demagógico-tremendista sea el mal adorno de un escenificador cutre. Porque, como fuera verdad que se cree de verdad lo que dice... en menudas manos estaríamos.

 

 (29-X-2001)

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