Diario de un
resentido social
Semana del 13 al 19 de agosto
de 2001
El absurdo de la
carretera
Ciento y pico automóviles
implicados en una colisión múltiple a la altura de Honrrubia. Mañana pasaré por
allí, camino de Aigües, para dejar que transcurra el tramo final de mis
vacaciones estivales.
Escucho a uno de los conductores
implicados en el accidente, que ha producido un muerto y decenas de heridos:
«Había mucha niebla. Se produjo un frenazo brusco y, claro, di al de delante, y
el de detrás me dio a mí».
¿Claro?
Si hubiera respetado la distancia de seguridad, habría tenido
tiempo de frenar.
Lo mismo que los que iban por
detrás de él.
Conducir pegado al coche de
adelante es una temeridad, incluso en las mejores condiciones de visibilidad.
Hacerlo con niebla espesa equivale a jugar a la ruleta rusa. Sin embargo, es de
lo más corriente entre los conductores españoles.
Para mi desesperación. Porque yo
soy de los que respetan escrupulosamente esa distancia. No por veneración al
Código, sino por miedo. Pero me sirve de muy poco: en cuanto el de atrás ve que
dejo hueco, me adelanta y se me pone en medio. Con lo que agarro unos rebotes
de mucho cuidado.
En España son poquísimos los
conductores que adoptan la precaución de reservarse el espacio necesario para
frenar, en caso de necesidad, sin colisionar por alcance con el vehículo que
les precede. La prueba más evidente la tenemos en el accidente de ayer: ¡más de
cien coches empotrados!
Lo cual confirma mi tesis, tantas
veces repetida: el descarado fomento que nuestra sociedad hace del transporte
privado, en detrimento del público, es un acto de irresponsabilidad mayúscula.
Supone poner millones de armas letales en manos de otros tantos inconscientes.
Ahora, eso sí: da mucho dinero a
los fabricantes.
=
Rubinstein y yo
Decía Arthur Rubinstein que si, por lo que fuera, dejaba de
tocar el piano durante cuatro días, lo notaba el público en general; que si
dejaba de tocarlo durante tres días, lo notaba el público con mayor
sensibilidad musical; que si el plazo era de dos días, lo notaban los críticos,
y que, si era de un día, lo notaba él.
Desde el
pasado martes apenas he escrito. No sé qué pensarán del apunte anterior el
público en general, el público más entendido y los críticos, pero a fe que lo
he notado yo.
(19-VIII-2001)
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La democracia imperfecta
Manuel Chaves ha pedido a Jesús Gil que dimita «si le queda
algo de dignidad».
Ignoro en qué puede basarse el presidente andaluz para apelar a tan estrafalaria hipótesis. El alcalde marbellí le ha respondido recordándole que, en las democracias, es el electorado el que decide quién ocupa los cargos públicos. Y tiene razón.
De Gil y Gil se podrá decir cualquier cosa, pero no que acudiera a las urnas fingiendo ser lo que no es. El intento hubiera sido inútil: su carácter resulta indisimulable. Los marbellíes que le dieron su apoyo sabían perfectamente a qué clase de individuo respaldaban. Otra cosa es que puedan cansarse de él. Eso se verá en la siguiente votación.
Uno de los tópicos más irritantes de la panoplia argumental de los políticos del establishment es ése que pretende que «el electorado es sabio». Acaba de circular la noticia de que Carlos Saúl Menem y su secretario personal montaron una empresa de lavado de dinero negro con sede teórica en Baleares: un tinglado ilegal de miles de millones. Otro que tal baila. ¿Alguien puede pretenderse sorprendido por lo que va sabiéndose del ex presidente argentino? Su aspecto inconfundible de mafioso le ha acompañado desde siempre. Cuando fue elegido presidente, su nombre ya había aparecido varias veces mezclado con asuntos de turbiedad supina.
Igual que Yeltsin, de cuyo ascenso al estrellato ex soviético se cumplen ahora 10 años. Por aquí tardamos algún tiempo en conocer sus peculiaridades, pero los rusos sabían de sobra qué clase de personaje era. Sabían que dividía su empleo del tiempo entre el vodka y el nepotismo. Si Boris Yeltsin no acabó en la cárcel fue sólo porque, siguiendo el modelo de la transición española, la clase dirigente rusa optó por cubrir el pasado con un manto de silencio cómplice. Un silencio destinado, en parte, a absolver también a los muchos ciudadanos rusos que lo habían aupado a la cima del Poder con su voto, pese a saber de sobra que no era trigo limpio.
Hay políticos corruptos –muchos– que aciertan a envolverse en un halo de honradez que engaña al común de los ciudadanos. Parecen gente honesta, aunque estén trincando como fieras a escondidas. Su designación tampoco es una prueba de que el electorado sea muy sabio -de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno- pero, por lo menos, es un error parcialmente excusable. Hay otros políticos, en cambio, que presentan su zafiedad y su falta de escrúpulos sin el más mínimo pudor, y a veces también salen elegidos. En ese caso, es imposible respetar la presunción de inocencia de los electores. No son tontos; son cómplices.
No mitifiquemos las urnas. La democracia puede producir monstruos, vaya que sí. De hecho, constituye un sistema de elección extremadamente imperfecto. Basta con que los votantes anden flojos de principios.
Lo único que salva a la democracia es que los demás sistemas ensayados hasta ahora han resultado todavía peores.
(18-VIII-2001)
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Cerrado por
despiste
Son cosas que pueden ocurrir. Por
lo menos, a mí me ocurren. El caso es que ayer recogí muy bien todos los
bártulos en Aigües para emprender viaje, lo dejé todo muy ordenadito, guardé mi
PC portátil en su bolsita, hice copias de todos los archivos necesarios para
renovar cada mañana la página web en plan ambulante... y me olvidé de meter el
aparato que conecta el portátil a la red eléctrica. Como quiera que el cacharro
tiene una batería cuya autonomía es sólo de unas pocas horas, es como si no
hubiera cogido nada.
Hoy estoy en Madrid, lo que me
permite trabajar desde mi base principal de operaciones, pero dentro de nada
salgo nuevamente de viaje y no regresaré a Aigües hasta el lunes que viene. De
modo que lo más probable es que no pueda actualizar la página en lo que queda
de semana.
A cambio, he podido meter de nuevo
las secciones de discos y humor, lo mismo que «El cuaderno de Nacho Moreno».
Bueno, pues que eso: que si me meto
en alguna tienda de ésas que permiten conectarse con Internet y consigo acceder
al ftp de mi página –si recuerdo todas las claves necesarias para ello,
etcétera–, lo mismo escribo algo en el Diario durante estos días. Y si no, pues
hasta el martes que viene: me doy una semana de vacaciones internáuticas, y a
ver cómo llevo el mono.
Cerrado por despiste.
En todo caso, lo seguro es que el
martes que viene no falto a la cita. Vivo o muerto.
(14-VIII-2001)
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Gescartera, el
timo de la estampita
Lo de Gescartera guarda un cierto parecido con el timo de la estampita: todos los estafados lo han sido por culpa de su deseo de hacer dinero fácil. El tal Camacho les hablaba de sus excelentes contactos con los organismos rectores de la Bolsa –que los tenía: eso está ya más que claro– y ellos le daban gustosamente sus millones, confiados en que jugaban con ventaja.
No me
extraña que algunos de los timados hayan preferido no dar la cara. Seguro que
el origen del dinero que invertían estaba tan poco claro como sus intenciones
bursátiles. También en eso se mantiene el parecido: muchos de los timados con las
estampitas también optan por silenciar su fiasco, para no quedar en
evidencia. Prefieren que no se sepa que han sido timados cuando ellos mismos
estaban tratando de timar.
Lo que me parece grotesco, e
indicativo del nivel de inteligencia de buena parte de la clientela de
Gescartera, es que esa gente se dejara sacar el dinero confiando en que Camacho
trabajaba con información privilegiada. Si los directivos de la Comisión
Nacional del Mercado de Valores hubieran sabido cómo ganar en Bolsa sin riesgo,
se habrían reservado la información para su exclusivo beneficio. No los supongo
tan tontos como para vender duros a dos reales.
La comparación con el timo de la
estampita tiene otro fundamento más: la amplia presencia de la Iglesia en
la lista de estafados. Es un timo con estampitas de las de verdad, con sus beatos,
sus santos y sus vírgenes. Cada vez aparecen más eclesiásticos implicados en el
escándalo. Todos protestan que se metieron en él de buena fe, y no seré yo
quien discuta sobre la calidad de su fe, tratándose de religiosos. Pero parece
claro que, entre los hábitos que adornan a algunos de los servidores de la
Iglesia de Roma, está también el hábito de especular en Bolsa. Quizá por
aquello de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo.
Partiendo del axioma de que sólo
invierte aquel que tiene de sobra, está claro que a algunos integrantes de la
Iglesia española les sobra mucho.
Lo mismo que la ONCE y que esas ONG
que figuran en la nómina de perjudicados de Gescartera. ¿Oenegés a las que
les sobra el dinero? Lagarto, lagarto. Una organización sin ánimo de lucro no
hace ese género de operaciones. Porque ese género de operaciones se
caracteriza, específicamente, por su ánimo de lucro.
Aviso
de régimen interno.– Esta semana voy a andar, como dicen
los campesinos de por aquí, «como cagallón por acequia». O sea, sin parar, de
un lado para otro. Salgo dentro de un rato para Madrid, mañana para San
Sebastián, el jueves para Santander, el sábado nuevamente para Madrid... Es
posible que algún día no me dé tiempo a actualizar la página, o lo haga a horas
estrafalarias. Ya que estamos a vueltas con la Iglesia, perdonadme si solicito
de antemano vuestra indulgencia.
(13-VIII-2001)
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