Diario de un resentido social
Provocadores
Durante la manifestación contra la globalización que
tuvo lugar ayer en Barcelona, un centenar de personajes encapuchados sin
relación visible con ninguna de las organizaciones convocantes se dedicó a
destrozar cuanto pilló a su paso, sin que la Policía hiciera nada por
impedirlo.
Al final del cortejo, algunos personajes no menos
exóticos que los anteriores se dedicaron a provocar a los manifestantes,
momento que aprovecharon las Fuerzas de Seguridad para emprenderla a golpes
contra todos.
Testigos presenciales afirman que vieron cómo algunos
de estos elementos bajaron de furgonetas de la Policía. Otros aseguran que
algunos de los supuestos radicales llevaban esposas en los bolsillos.
En conjunto, todos los observadores –incluidos
diputados de varios partidos y el propio presidente del Parlament– expresan su total convencimiento de que
los incidentes fueron resultado de un montaje policial y exigen la dimisión de
la delegada del Gobierno en Cataluña, Julia García Valdecasas.
Ésta ha respondido que la tesis de la provocación
policial es «descabellada» e indefendible por «ninguna persona con sentido
común».
Hace un año, un joven fue detenido en Pamplona cuando
se dedicaba a incendiar papeleras. Una vez identificado, resultó que era un
miembro de la Policía Nacional.
Hace menos, la Ertzaintza detuvo en San Sebastián a un
elemento que incitaba reiteradamente a la violencia contra un grupo de
manifestantes de la plataforma «¡Basta ya!». Trasladado a Comisaría, el tipo
pidió permiso para hacer una llamada telefónica. La hizo y, al cabo de unos
minutos, se presentó un mando de la Guardia Civil que reclamó la custodia del
detenido, al que identificó como miembro del Cesid.
Le conviene a la señora García Valdecasas buscarse
mejores argumentos que el de la insensatez: la experiencia demuestra que la
Policía recurre a veces a la provocación. Es más: se trata de un comportamiento
policial tan lamentable como usual. Y no sólo en España. Por estar, está
incluso en los manuales de lucha antisubversiva de las Fuerzas de
Seguridad de casi todos los Estados.
De modo que o la señora García Valdecasas está en la
inopia o miente deliberadamente. O las dos cosas.
Una lección se desprende de los sucesos de ayer en
Barcelona: el movimiento contra la globalización va a tener que montar sus
propios servicios de orden, encargados de localizar, neutralizar, identificar y
tomar cumplida declaración a la gentuza provocadora.
Que no se crea el señor Rajoy que estas cosas pueden
salirle gratis.
(25-VI-2001)
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La sucesión
Un prolongado e intenso conocimiento profesional de
los sondeos de opinión –que no encuestas– me mueve a mirar con hondo
escepticismo sus resultados. No pretendo que estén movidos por el expreso deseo
de engañar a la opinión pública, pero sí que se mueven con demasiada frecuencia
entre márgenes de error exageradamente altos. Y que sus confeccionadores no
suelen ser por entero ajenos, ni mucho menos, a los deseos e inclinaciones de
las empresas que los financian.
Dicho lo cual, los resultados del sondeo de Sigma Dos
que hoy publica El Mundo tampoco me extrañan demasiado. Hace tiempo que
pienso que la actual línea pactista del PSOE está ayudando a la consolidación
personal de Rodríguez Zapatero –el ciudadano medio lo ve ya como un
político sensato--, pero no contribuye en nada a la mejora de las
expectativas electorales de su partido: como quiera que lo que dice apenas se
diferencia de lo que hace el PP, el electorado mayoritario no ve qué ventajas
particulares podría aportar su triunfo sobre Aznar. Se le propone que cambie de
pájaro sin ni siquiera tentarlo con el consabido ciento volando.
Tampoco me sorprende que Rodrigo Rato sea el único
dirigente del PP al que la opinión pública asigne talla suficiente para
sustituir a Aznar en la Moncloa. Probablemente, lo que más refuerza la imagen
de Rato como sucesor es su negativa a postularse como tal.
Aznar está haciendo desesperados intentos para salvar
a Mayor Oreja de la quema, pero el objetivo le excede: el terremoto de las
elecciones vascas ha acumulado demasiados cascotes sobre el prestigio del ex
ministro, cuya ingente capacidad de error ha quedado demasiado en evidencia.
El resto de los que se creen capacitados para el cargo
–Arenas y Zaplana, en particular-- no consiguen convencer de sus posibilidades
ni a los más allegados.
Así que sólo puede ser Rato. Pero Rato no quiere ser.
Y no quiere serlo no porque su modestia o su falta de pasión política se lo
impida, sino porque sabe que no puede serlo. Es consciente de que hay
algo hay en su persona, pasado o presente, que podría aflorar y estallarle en
las narices si se propusiera tan altas metas.
¿Qué? Varias cosas, posiblemente. Yo me sé de alguna,
que no tengo la menor intención de utilizar en la contienda política, porque no
me parece ni que sea de interés general ni que tenga trascendencia alguna. Pero
yo no soy votante del PP.
(24-VI-2001)
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Múgica
Declara Jesús Caldera, portavoz del PSOE, que su
partido no apoyaría hoy en día la candidatura de Enrique Múgica para Defensor
del Pueblo. Caldera cree que Múgica “se ha alejado de los valores de la
izquierda”.
El portavoz socialista tiene un morro que se lo pisa.
Sabe perfectamente que Múgica ha sido así desde tiempo inmemorial.
A no ser que Caldera pretenda que cuando Múgica
conspiraba como un poseso con el general Armada en vísperas del 23-F lo hacía
desde “los valores de la izquierda”.
O que cuando hizo la vida imposible a los presos de
los Grapo, en sus tiempos de ministro de Justicia, actuó en nombre de “los
valores de la izquierda”. Todavía recuerdo a aquellos presos esqueléticos, a un
paso de la muerte, atados férreamente a las camillas por orden de Múgica.
De Enrique Múgica podrán decirse muchas cosas, pero no
que haya disimulado nunca su carácter. Tiene la sensibilidad de un trozo de pirita.
Para hacer un relato exhaustivo de su humanismo bastaría holgadamente el
reverso de un billete de metro. Su nombramiento para el puesto de Defensor del
Pueblo no tuvo otra función que la de anular el carácter crítico de esa
institución, y eso lo sabe tan bien Caldera como yo. Y como Mayor Oreja, que es
quien lo propuso para conseguir que la Oficina del Defensor dejara de dar la
murga con los presos.
No nos cuente cuentos Caldera: apoyaron su candidatura
porque es así. Apechugue con su responsabilidad.
(23-VI-2001)
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Una portada
Analizo la portada de El Mundo de ayer.
La gran noticia que manda sobre las demás, titulada
a cuatro columnas, se refiere a un suceso, para estas alturas ya muy comentado.
Dice el titular: «Un moldavo detenido 6 veces degüella a un abogado y
se ensaña con su familia».
Algunas observaciones.
Primera: nótese que el periódico no dudó en atribuir
al detenido la autoría del crimen.
El Libro de Estilo de El Mundo prohíbe
explícitamente a sus periodistas dar por ciertas las imputaciones policiales.
Dado que El Mundo ni tenía ni tiene aún constancia de que el detenido
por el sangriento asalto sea realmente quien lo cometió, y dado que la autoría
del crimen no ha quedado todavía establecida con las debidas garantías, debería
haberse limitado a calificar al detenido de «presunto agresor».
Segundo punto: el titular de la noticia creyó
necesario dejar constancia de que el (presunto) autor del crimen es «un
moldavo».
El Libro de Estilo de El Mundo se refiere
también con mucha claridad a «aquellos casos en los que aparentemente una
mención no es racista [o xenófoba, se entiende], pero en el contexto
resulta serlo: por ejemplo, la mención de detenidos “gitanos” o “marroquíes” en
sucesos en los que el origen de los implicados es tan irrelevante como si
fuesen aragoneses, rubios o adventistas».
Considerando que la nacionalidad del detenido no es en
este caso esencial para la comprensión de la noticia, parece claro que no
debería haber figurado en el título.*
Tercer punto: el titular subraya que el ciudadano
moldavo en cuestión había sido detenido seis veces.
No digo que este dato, de haber sido correctamente
recogido y debidamente valorado, hubiera carecido por entero de interés.
Afirmo, a cambio, que la relevancia que le otorga ese titular es
desproporcionada e induce a una interpretación errónea. En efecto, nos dice que
el individuo había sido detenido ya seis veces, pero no cuántas de esas
detenciones acabaron en sentencia judicial. Éste no es ni mucho menos un asunto
baladí: entra por entero dentro de la anómala tendencia de cierta prensa a
atribuir gravedad intrínseca a los llamados «antecedentes policiales»,
invalorables per se en un Estado de Derecho. Las detenciones que no
acaban sustanciándose en procedimientos judiciales no merecen consideración
valorativa de ningún tipo: puede tratarse incluso de detenciones ilegales.
Además, y por lo que luego se afirma en el texto de la noticia, todas las
detenciones anteriores de este hombre lo fueron por delitos menores, en nada
indicativos de la hipotética potencialidad homicida del individuo.
La exagerada importancia concedida al dato, unida al
subtítulo, en el que se dice que «se le incoaron dos expedientes de
expulsión... pero un juez de Coslada se negó a autorizarlo» –dejando de
lado la imposible concordancia del lo final–, no puede entenderse sino
como un intento de inducir al lector al tópico reaccionario según el cual «en
esta España nuestra los jueces dejan campar por ahí libremente a toda suerte de
extranjeros peligrosísimos».
Estamos, a todas luces, ante una noticia a la que se
le ha dado un tratamiento desorbitado, subliminalmente xenófobo y abiertamente
alarmista.
Pero esto, con ser grave, se convierte en casi
anecdótico ante el hecho de que esa noticia, que no debería haber salido del
ámbito de la sección de Sucesos, fue colocada en el lugar de honor de la
primera plana, como si se tratara del hecho más importante sucedido en el mundo
entero en las últimas 24 horas... robándole el sitio a otra noticia,
ésta verdaderamente relevante: el voto favorable de los fiscales del Tribunal
Supremo para que se cite a declarar en calidad de imputado por el caso
Ercrós a Josep Piqué, y los patéticos intentos del fiscal general del
Estado, Jesús Cardenal, para frenar el procedimiento penal contra el actual
ministro español de Asuntos Exteriores.
Digámoslo en términos objetivos: la sobrevaloración de
la primera noticia está en relación directa con la infravaloración de la
segunda.
–––––––––––––––––––
(*)
El director general de la Policía opina lo contrario. Declaró ayer que «esta
gente del Este (sic) es particularmente violenta». Él no se conforma con
la xenofobia subliminal: la prefiere explícita.
(22-VI-2001)
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La deontología de
Telemadrid
El particular código deontológico de Alberto Ruiz Gallardón le llevó a forzar la dimisión del director general de Telemadrid porque un reportaje sobre el País Vasco le pareció «poco beligerante».
¿Qué tipo de beligerancia reclama el presidente de la Comunidad Autónoma capitalina? No, desde luego, en defensa de las libertades ni del Estado de Derecho.
Telemadrid emite programas de exaltación del fascismo en horario de máxima audiencia sin que nadie le ponga ni un pero.
Anoche asistí pasmado a una escena de una película titulada algo así como Cobra, con Silvester Stallone en el papel estelar. En ella, el mozo en cuestión, presentado como el héroe positivo de la historia, discute agriamente con otro policía, que aparece con todos los signos distintivos del burócrata. El otro policía defiende la necesidad de actuar dentro de los límites marcados por la Ley. A lo que Stallone replica: «Mientras tengamos que atenernos a esa mierda de reglas y el asesino no, estaremos perdidos». ¡La Ley, «esa mierda de reglas»! ¡Sacan a un tipo que es la viva imagen de un sicario de los GAL haciendo descarada apología del delito y se quedan tan anchos!
Sacar en un reportaje a Arnaldo Otegi más veces que a Carlos Iturgaiz es intolerable y merecedor de las máximas represalias. Sacar a un Amedo yanqui preconizando limpiarse el pompis con las leyes en aras de la «eficacia policial» es, en cambio, estupendo.
(21-VI-2001)
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Escatologías
varias
Un amigo lector –perdonad el pleonasmo– me pidió ayer que le dijera si yo también creo que todo –todo-todo, como el café-café– es un disparate total, como a él le parece, o si pienso que el disparatado es él.
Le contesté remitiéndole un viejo texto que escribí hace años a imitación del Apocalipsis bíblico y salí para hacer unos cuantos recados. Poco después del mediodía fui a una cita: se trataba de que viera el cartel que anunciará el estreno de mi obra de teatro, José K, torturado. El cartel es buenísimo, pero al cabo de un rato yo me puse malísimo. Me entraron unos retortijones de mucho cuidado. De parto. Traté de hacer como que no, y me fui a comer con dos de los presentes. A la vista del aspecto de mi rostro, al parecer crecientemente deplorable, los amigos en cuestión me sacaron del restaurante y me metieron en un taxi. Tras una breve y enérgica discusión –¡querían llevarme a urgencias del Gregorio Marañón!– me depositaron en mi casa. Enseguida se abalanzaron sobre mis discos, así que pude retirarme a llorar en solitario sobre la cama. En esas estuve unas tres horas, sufriendo lo que sí está en los libros (en La Divina Comedia, capítulo destinado al infierno, sin ir más lejos).
Me tomé un té, un vaso de sal de frutas, otro de leche... En fin, que hice lo posible por vaciar el vientre. Pero nada.
Cuando ya estaba hecho una mierda sensu stricto, retorciéndome de dolor sobre una manta eléctrica y pensando cómo carajo me las iba a arreglar para enviar mi columna al periódico, ir al garaje a retirar el coche y disponerme para estar hoy estupendo, dispuesto a tomar un avión a las 07:30 para acudir a ver al lehendakari Ibarretxe... se me ocurrió un viejo remedio: la lavativa. Dedo de santo, si se me permite la expresión. Se me relajó el aparato –sigo hablando de digestiones–, el dolor me dijo adiós y en cosa de nada pude dedicarme a las labores propias de mi profesión.
Pero ya era tardísimo, y estaba cansadísimo. Recordé que tendría que levantarme hoy a las 05:30 para actualizar la web. No, no, no, de ninguna manera: imposible.
Fue de esa guisa como me acordé del texto que le había enviado por la mañana al amigo lector preocupado para la vida disparatada. Me dije que por qué no incluíroslo a todos, encajando lo bien que encaja ese escrito en mi estado ontológicamente estreñido.
Salió publicado en 1995 en Jamaica o Muerte, pero, como ya sé que casi ninguno de vosotros tiene ese libro, digo yo que no pasa gran cosa si hoy me copio a mí mismo.
O sea que, hala, allá va. Dice así:
Apocalipsis
Y
vi que en la lejana India se desataban siete pestes, y las siete mataban como
el rayo a cuantos de ellas huían. Y vi en Ruanda a dos grandes tribus que
blandían la espada de dos filos, y por ambos dos ambas morían, y causaban
terrible pavor en el resto de los humanos durante cien días, y luego ya nadie
más miraba hacia ellas. Y vi a mil policías brasileños persiguiendo a cien mil
niños, todos misérrimos y sucios, y a unos les daban muerte para que no afearan
las calles y luego los tiraban, y a otros los descuartizaban y vendían sus
órganos en la plaza pública. Y vi a un escribano colombiano que llevaba la
cuenta de los asesinatos políticos, y vi que reía alborozado y lanzaba grandes
vítores y hurras tras comprobar que su cuenta era la más larga del orbe. Y vi
en España a un banquero que clamaba desde lo alto de un púlpito de jaspe y
coralina, y decía que mil millones de humanos subsisten con una moneda al día,
y nada decía de los muchos que no subsisten cada día. Y vi en la selva frondosa
de México a trece batallones que llevaban trece cisternas de alcohol a trece
pueblos indígenas, y les pedían que bebieran y bebieran, porque los beodos no
se hacen guerrilleros. Y vi en la capital de México una gran fiesta presidida
por un gran dragón, y el dragón vestía de púrpura y llevaba joyas de oro,
piedras preciosas y perlas, y a su alrededor siete jefes de la política y
siete magnates de la droga festejaban la victoria del dragón, la muerte de sus
enemigos y el éxito de sus negocios. Y vi en Sudáfrica a doce tribus que se
devoraban entre ellas, y en el norte de África a doce tribus que se devoraban
entre ellas, y en Yugoslavia a doce tribus que se devoraban entre ellas, y en
Rusia, a doce veces doce. Y todas eran fuertes, y todas tenían poderosas armas
de acero y hierro, y todas las usaban.
Y
vi que el mundo era sacudido por grandes desgracias, y que los terremotos
destruían las ciudades, y que los barcos se hundían y las olas engullían a los
hombres, y que los barcos se hundían y una espesa capa negra cubría los mares,
y que el aire se pudría y el sol quemaba a las criaturas, y que las aguas se
corrompían y eran escasas, y que las gentes se pegaban por haberlas.
Y
me acerqué al palacio de la reina de Europa, y vi que estaba rodeado de cuatro
fosos, y que detrás de cada foso se levantaban cuatro fortificaciones. Y vi
que los soldados tiraban contra las turbas de mendigos que acudían de todo el
mundo a pedir limosna. Y entré en el palacio y vi que los hombres y las mujeres
vestían de lino blanco y fina seda, y en sus cabezas, muchas diademas de
esmeraldas y rubíes, y en sus manos, copas de oro llenas de dulces vinos, pero
eran ciegos y sordos, y su piel, aunque delicada, era insensible, y se
hablaban, pero no se oían.
Y
sentí entonces una profunda voz que retumbó en la bóveda celeste y que clamó:
««¡Vea quien tenga ojos para ver, y escuche todo aquel que sea capaz de oír!»
Pero no
tuvo respuesta.
(1 X‑1994)<
(19-VI-2001)
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Acabar con «la Realidad»
Hago recuento de los insultos que se están llevando los pilotos del Sepla. Ayer escuché cómo un periodista los calificaba de «sinvergüenzas». Hoy leo en un editorial de Prensa que son «chantajistas», amén de «prescindibles». De piedra me dejan: para lo primero están los tribunales de Justicia –el chantaje está tipificado como delito– y para lo segundo, el mercado: si tan prescindibles son, nada mejor que prescindir de ellos.
No voy a defender su causa, aunque, tratándose de Iberia, ganas que me dan: por lo menos, los pilotos te avisan; Iberia te deja en tierra en cuanto te descuidas, overbooking mediante, y ni siquiera te previene.
A lo que quiero referirme hoy es a la cosa de los epítetos: a los del Sepla –o sea, a los pilotos, en general, porque el Sepla tiene el 98% de afiliación– se les ha llamado de todo. Y ellos a aguantar, ajo y agua. Porque, según me explicaron ayer en una tertulia radiofónica, calificar a alguien de «sinvergüenza» no pasa de ser «una crítica».
Algo parecido me respondieron hace unos días cuando me quejé de las barbaridades que algunos periodistas dicen de Arzalluz. Día sí día también le acusan de cualquier cosa –de cómplice del terrorismo, sin ir más lejos– y, como les pidas que justifiquen tamaño improperio, te responden que eso «entra dentro de la labor de vigilancia de la Prensa hacia los políticos». Se ve que pueden tildar a cualquiera de asesino, aunque no lo sea ni por el forro, y él no tiene derecho a quejarse, porque lo hacen por su propio bien: para que se ande con ojito.
Un semanario cántabro, «la Realidad», está sufriendo una gravísima asfixia económica por culpa de las querellas, puntualmente atendidas por los jueces, que le larga la clase política santanderina. «la Realidad» acaba de ser condenada al pago de 20 millones de pesetas por un supuesto atentado contra el «buen nombre» de Carlos Sáiz, menda que es presidente de Caja Cantabria y secretario general del PP comarcal (cargos que, en contra de lo que el buen sentido común debería dictar, resultan perfectamente compatibles, por lo visto). Una juez ha considerado que, dada la excelsa calidad del personaje, es gravísimo insinuar que tal vez no sea el sudor de su frente el que le ha permitido pasar de ser un don Nadie a ser un don Todo en un abrir y cerrar de ventanillas bancarias. La juez dice que «la Realidad» no ha demostrado que sus insinuaciones respondan a la verdad y que, en consecuencia, son falsas. Como se ve, la magistrada tiene un sistema de raciocinio curiosísimo. No lo aplica sólo a eso: pese a que le han explicado que la columna en la que se hacían las insinuaciones presuntamente dolosas sobre el señor Sáiz estaba firmada con un seudónimo, ella insiste en que comparezca ante su autoridad «el señor Quintacolumna», al que, para ir haciendo boca, ha declarado en rebeldía. Y, ante el argumento de que la información estaba basada en conversaciones de sobremesa «más bien cutres» de los propios políticos del PP, replica acusando a los periodistas de «la Realidad» de trabajar en ambientes indecorosos.
Sería de broma si no fuera porque, querella tras querella, el caciquerío santanderino, todo él fabricado a imagen y semejanza del excelso Hormaechea, guía y luz de la política local, está logrando ahogar al único medio de comunicación de Cantabria que se ha atrevido a ponerle las peras al cuarto.
A los pilotos del Sepla se les puede acusar de rematados canallas y no pasa a nada. De Arzalluz, Vd. puede decir lo que le dé la gana: de asesino para arriba. Pero no se le ocurra escribir que el presidente de la Caja del PP santanderina hace extraños viajes a Suiza, que le dejan sin un duro hasta el siglo venidero. En nombre del buen nombre. Ésa es la realidad. O sea, «la Realidad».
(19-VI-2001)
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Contra Bruselas
Manifestaciones de masas en Gotemburgo durante la Cumbre de la Unión Europea.
Los manifestantes querían hacer oír su protesta contra la globalización y contra el papel de los organismos rectores de la UE en el actual proceso de devastación económica y ecológica del planeta. A fe que lo consiguieron.
La primera manifestación fue reprimida duramente por la Policía, lo que dio origen a gravísimos incidentes, con choques violentos y destrozos sin cuento. En la segunda, las Fuerzas antidisturbios suecas se reprimieron ellas, en lugar de reprimir a los manifestantes, con lo que consiguieron cumplir mucho mejor su función antidisturbios.
A la vista de lo ocurrido en Suecia, a Aznar se le ha encendido una lucecita: algo así, o aún mayor, podría ocurrir en España durante las dos Cumbres que han de celebrarse durante la Presidencia española de la UE. La primera está prevista para marzo de 2002 en Barcelona; la segunda, tres meses después en Sevilla. Además, va a haber también una reunión informal del Ecofin en Oviedo.
Eso ha preocupado mucho a Aznar, porque a Aznar le preocupa mucho que se empañe la imagen internacional de España, y la imagen internacional de España se empañaría cantidad si en España hubiera manifestaciones contra la globalización, como si Barcelona fuera Seattle, Sevilla Viena y Oviedo Gotemburgo, plazas todas ellas con muy mala imagen internacional, como todo el mundo sabe.
Aznar no es persona que se ande con chiquitas, así que ha empezado a rumiar una astuta táctica para conjurar ese peligro: planea cerrar las fronteras de España cuando se acerquen las fechas de esas reuniones. Dice que el Tratado de Schengen le autoriza a hacerlo, y es posible que así sea, porque la verdad es que ese Tratado no hay por dónde cogerlo.
Todo indica que Aznar da por hecho que las manifestaciones de ese estilo siempre las hacen los extranjeros. Debe de recordar lo que alegaron las autoridades austríacas: «Viena se ha llenado de agitadores extranjeros». Ha deducido que los malos son los extranjeros, y por eso quiere sellar las fronteras españolas. No ha reparado en que buena parte de los extranjeros que hubo en las manifestaciones de Viena eran españoles, porque los españoles en Viena son extranjeros, pero aquí no.
De todos modos, a mí me parecería muy divertido que Aznar decidiera cerrar las fronteras españolas durante unas cuantas semanas. Eso sí que daría una excelente imagen de España por esos mundos de Dios, amén de contribuir notablemente a la mejora de nuestra cuenta de ingresos por turismo.
Propongo una
iniciativa simpática: que todos cuantos conocemos pasos fronterizos
practicables, sea por el Pirineo sea por la frontera portuguesa, nos
coordinemos para montar una buena tanda de excursiones de entrada. Me ofrezco
personalmente como guía. Me sé de tres pasos de primera, y no me vendría nada
mal hacer un poco de montaña. Me comprometo a pillar a una treintena de
extranjeros peligrosísimos y dirigir sus pasos desde Francia hasta dejarlos en
suelo del Estado español. Doy por hecho que, de aquí a las fechas previstas, no
sería nada difícil montar una ONG –propongo llamarla Pasadores de Fronteras Sin
Fronteras– que ayudara a burlar el cierre fronterizo de Aznar y a plantar en
España a unos cuantos miles de militantes antiglobalización. O, en el peor de
los casos, a armar un bochinche de mucho cuidado, con cientos de detenidos por
las cumbres de los Pirineos.
No, si todavía nos vamos a divertir.
(18-VI-2001)
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