Archivo del «Diario de un resentido social»

Semana del 19 al 25 de febrero de 2001

 

El jesuita y el franciscano

 

Mucha gente se refiere a Xabier Arzalluz en tono despectivo llamándole “el jesuita ése”.

No estoy de acuerdo.

No estoy de acuerdo, en primer lugar, con que se siga utilizando a la orden de San Ignacio como paradigma de protomaldad. Es un atavismo. La Historia sigue rutas sinuosas. La Compañía de Jesús ya no es lo que era. Su antiguo papel de guardia de corps papal lo ocupa actualmente el Opus Dei.

Pero mi desacuerdo es superior en otro punto: con independencia de la orden a la que perteneciera el señor Arzalluz en sus tiempos de sacerdocio, su estilo personal no se atiene para nada a los rasgos del  jesuitismo.

Se considera jesuita –entendido el sustantivo como adjetivo y al margen de religiosidades– al inidivuo hipócrita, que esconde sus malvadas maquinaciones detrás de una careta seráfica. Ejemplo típico: el maestro que, mostrando  una sonrisa beatífica y un aspecto pasablemente distraido, con una mano acaricia al niño mientras con la otra lo pellizca arteramente.

Arzalluz no es así. Al contrario: tiende a exponer su pensamiento con más rudeza incluso de la necesaria. Se expresa de un modo tan tajante que está dándote los buenos días y cualquiera diría que está cagándose en tu madre. Escupe las palabras, más que decirlas.

Mayor Oreja, en cambio, responde a la perfección al retrato-robot del jesuita. Va por la vida con aire de no haber roto jamás un plato, cual si la candidez fuera su estado de ánimo permanente. En realidad es un conspirador de tomo y lomo, un liante profesional y un mentiroso vocacional, cuyos escrúpulos, todos reunidos, cabrían perfectamente en una caja de cerillas.

En las próximas elecciones vascas, Mayor tendrá como principal oponente a Juan José Ibarretxe. Tuve ocasión de hablar hace un par de años en petit comité con el actual lehendakari: es lo que en mi tierra siempre se ha llamado un alma de Dios. Sencillo, desaliñado, sufriente, ingenuo, parece un franciscano de la vieja escuela. Lamentablemente, ese espíritu no es el más adecuado para manejarse en el ambiente navajero de la política actual, y así le está yendo al pobre.

Si alguien me preguntara con quién me quedo de entre esos dos, no tendría la menor duda.

Si tuviera que decir a quién veo mejor preparado para afrontar la contienda, tampoco dudaría ni un segundo.

 

(25-II-2001)

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¡Información, información!

 

Cuando me levanto por las mañanas –tal vez debería decir por las madrugadas–, suelo conectar la radio. Escucho las noticias, ojeo los periódicos por internet, tomo notas para actualizar la página web y, en cuanto pienso que estoy ya suficientemente al tanto del estado del mundo, me pongo manos a la obra.

A eso de las 8 y cuarto, más o menos, abandono los programas informativos y pongo música, para concentrarme mejor en lo que escribo y, ya de paso, ahorrarme las tertulias.

El pasado jueves seguí esa misma rutina. Pero ese día me embebí tanto en lo que estaba escribiendo que olvidé conectarme con los sucesivos boletines horarios.

A media mañana recibí un correo electrónico de un amigo de San Sebastián que, como de pasada y dando por supuesto que estaría al tanto, se refería al atentado de Martutene.

Como no sabía de qué me estaba hablando, esperé a la siguiente hora en punto y encendí la radio. Tengo presintonizadas cinco emisoras convencionales: RNE, Radio 5, la Ser, Onda Cero y Radio Popular. Fui pasando de una a otra. En todas ellas –¡en todas ellas!– me daban detallada cuenta de las reacciones suscitadas por el atentado y me ofrecían prolijas declaraciones de los dirigentes políticos, con sus correspondientes condenas (todas ellas «enérgicas») y sus previsibles repulsas (todas ellas «firmes»). No faltó a la cita, por supuesto, el inevitable Esteban Ibarra, de profesión convocante.

Así que me atiborré de reacciones... ¡pero no conseguí saber qué narices había pasado en Martutene!

«¡¿Será posible?!», exclamé. Y al punto me di cuenta de que mi pregunta era perfectamente retórica. Claro que era posible.

Están tan preocupados por aportar su cuota de agitación, para que nadie les pueda acusar de no ser lo suficientemente «beligerantes», que se olvidan de que se suponía que lo suyo, en principio, era informar.

 

(24-II-2001)

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El relativismo moral

 

Nicolás Redondo  Terreros acusa de «relativismo moral» a quienes expresamos nuestro temor de que la situación de Euskadi vaya a peor.

No sé de dónde se ha sacado eso del «relativismo moral».

Escribió Antonio Machado que «no hay nada que sea absolutamente inimpeorable». Eso no es relativismo moral, sino mero conocimiento de la Historia. Ya se sabe que un pesimista es tan sólo un optimista bien informado.

La tesis de Redondo Terreros es que Euskadi ya está instalada en la maldad absoluta. A partir de lo cual, es imposible que empeore, puesto que lo absoluto no admite grados.

Una cosa es que el PSOE renunciara al marxismo y otra que abrace la teología. El razonamiento de Redondo Terreros camina exactamente por los mismos derroteros que siguió San Anselmo para elaborar su prueba ontológica de la existencia de Dios. Ambos se apoyan en la misma base metafísica: la pretensión de que existen los absolutos. Con el agravante de que San Anselmo, por lo menos, se refería a un supuesto intangible, en tanto que el candidato socialista nos habla de lo que tenemos delante de nuestras mismas narices.

Claro que la situación de Euskadi puede agravarse. De hecho, se está agravando. No porque ETA esté aumentando su capacidad de dislate criminal –hipótesis difícil de calibrar, ciertamente–, sino porque cada vez se ahonda más la tajante división de la sociedad vasca en dos comunidades enfrentadas.

Desde luego que ETA ha hecho mucho por contribuir a esa fractura social. Pero, aunque conexos, el terrorismo y la ruptura interna de la sociedad vasca son ya para estas alturas dos fenómenos diferentes, cada uno con su propia dinámica. La creciente hostilidad entre la comunidad nacionalista y la españolista está degenerando en una auténtica crisis de convivencia.

Asistimos, en efecto, a un proceso de ulsterización galopante de Euskadi, y mucho me temo que los políticos de uno y otro signo no se estén apercibiendo del enorme calado del problema, que puede marcar de manera indeleble –trágicamente indeleble– el futuro de la sociedad vasca.

Por supuesto que todo puede ir a peor. Y, en la medida en que unos y otros insistan en asumir estrategias de división –los unos en la línea del pacto PP-PSOE, los otros en la del frente abertzale–, sin duda que irá a peor.

O se endereza el rumbo, o se buscan fórmulas que contribuyan a la coexistencia pacífica y tiendan puentes entre las dos comunidades, o ese país –que es el mío: perdonen la tristeza– tendrá muy difícil remedio. Si es que lo tiene.

 

(23-II-2001)

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El rey desnudo

 

Se ha vuelto realidad el viejo cuento: el rey se pasea desnudo por la calle y todo el mundo finge que no pasa nada, porque nadie se atreve a hablar de ello.

El libro de Amadeo Martínez Inglés 23-F: el golpe que nunca existió ha puesto al desnudo la participación de Juan Carlos de Borbón en una de las conspiraciones golpistas que precedieron al 23 de febrero de 1981, pero –como ya anuncié que ocurriría– nadie ha reaccionado, ni para bien ni para mal.

Pregunté el pasado lunes a Enrique Gimbernat, reputado catedrático de Derecho Penal, si el fiscal general del Estado no hubiera debido tomar cartas en el asunto. «De oficio», me respondió, con una amplia sonrisa. «Injurias al rey. Artículo 490.3 del Código Penal», precisó. «Pues nadie ha hecho nada», insistí. «Ya, claro», dijo, sin perder la sonrisa.

El fiscal general no quiere que los tribunales se vean obligados a establecer qué hay de cierto o de falso en las imputaciones de Martínez Inglés.

El Mundo publica hoy la primera parte de un amplio reportaje sobre el 23-F. Antonio Rubio y  Manolo Cerdán revelan que hubo una unidad especial del Cesid que colaboró con Tejero. Es algo que el gran público ignoraba. Ellos aportan valiosas pruebas y testimonios originales.

El Cesid jugó con dos barajas. Se infiltró en el entramado golpista de Tejero con la intención de tenerlo bajo control pero, a la vez –y por eso mismo–, hubo de ayudarle, proporcionándole infraestructura y cobertura. El Cesid, al igual que los generales Miláns del Bosch y Armada –y al igual que el rey–, actuó con el convencimiento de que la aventura espontánea del coronel de la Guardia Civil podía servir para propiciar un golpe blando y semiconstitucional que vacunara al país contra las intentonas de golpe militar duro que estaban en marcha.

Lo que no habían previsto ni el Cesid, ni Armada, ni Miláns del Bosch, ni el rey –que estaba detrás de todos ellos– es que el locodiós de Tejero pudiera desmadrarse como lo hizo. En el guión estaba que tomara el control del Congreso de los Diputados firme pero discretamente, no que entrara a tiro limpio en el hemiciclo lanzando gritos cuarteleros, ni que zarandeara a Gutiérrez Mellado, ni que humillara al conjunto de los diputados.

Con su patochada impresentable, Tejero convirtió el golpe blando en un imposible, obligando al rey –y. sucesivamente, con el paso de las horas, a Armada, a Miláns del Bosch e incluso, finalmente, a los generales más ultras– a desmarcarse de la aventura.

Paradojas de la vida: el elemento objetivamente más antigolpista del 23-F resultó ser... el propio Tejero. Fue su comportamiento atrabiliario el que dio al traste con todos los planes de golpe. No sólo arruinó el golpe blando previsto para ese día. Al desatar la indignación de la sociedad civil y la reprobación internacional, hizo también las veces de vacuna contra las otras intentonas que ya estaban en marcha, previstas para un par de meses más tarde.

Eso es lo que ocurrió... y lo que nadie quiere reconocer, no vaya a ser que la ciudadanía de este país, desinformada sistemáticamente desde entonces, se dé cuenta de que el rey se pasea desnudo y tan campante.

 

 (22-II-2001)

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Primeros efectos positivos

 

Me parece bien que Ibarretxe se haya decidido de una vez a convocar elecciones. Me parece peor que las haya dejado para el 13 de mayo: cuanto más breve hubiera sido la campaña electoral, mejor. Así vamos a tener dos meses y medio –dos meses y medio más– de insufrible campaña.

He estado analizando desde ayer los servicios informativos de TVE y Radio Nacional. Son un buen exponente de la campaña que nos espera.

Responden uniformemente al mismo esquema, lo que parece descartar cualquier casualidad. Helo aquí:

1º.– Breve corte de las declaraciones de Ibarretxe en las que dice que las elecciones serán el 13 de mayo;

2º.– Amplias declaraciones de Iturgaiz;

3º.– Amplias declaraciones de Redondo Terreros;

4º (opcional).– Declaraciones varias de «líderes sociales» furibundamente antinacionalistas: Savater, Ibarrola, etcétera.

5º.– El locutor se refiere breve e indirectamente a las posiciones del PNV, EA e IU, sin apoyarse ni en voces ni en imágenes de sus dirigentes. Rápidamente, y como si formaran parte del mismo bloque, se da paso a

6º.– Declaraciones de Arnaldo Otegi.

7º.– Declaraciones de diversos ministros y de los dirigentes centrales del PP y el PSOE.

8º.– Eventualmente, se hace un background de la noticia que explica lo insostenible de la posición del Gobierno de Ibarretxe, nacido con el apoyo de EH, mantenido gracias a EH, etcétera.

Descarado.

Pero mi irrefrenable espíritu positivo me permite apreciar que la situación también tiene sus ventajas. Algunas incluso a corto plazo. Por ejemplo, Iturgaiz ya no me atacará más los nervios repitiendo como un loro que hacen falta elecciones. (Estaba tan programado para soltar eso sin parar que llegué a sospechar que, cuando le informaran de la decisión de Ibarretxe, el hombre iba a decir: «Lo que tiene que hacer Ibarretxe es dejarse de maniobras de distracción y convocar elecciones»).

Otro efecto positivo: Mayor Oreja tendrá que dejar el Ministerio del Interior. Ya, ya sé que no hay que desear para los demás lo que uno no quiere para sí, pero lo mejor es que sea la ciudadanía vasca la que se haga cargo de él de una vez por todas.

Aznar tendrá que nombrar otro ministro del Interior. Hay quien sostiene que el sucesor de Mayor será Javier Zarzalejos, actual secretario de la Presidencia. No sé, pero lo dudo: Zarzalejos defendió el diálogo. Me parece más posible que el cargo recaiga en el actual ministro de Justicia, Ángel Acebes. Lo mismo Aznar hace como González y agrupa los dos ministerios. También podría ser que, puesto a recomponer su Gobierno, Aznar aprovechara para desprenderse de Villalobos y de Arias Cañete.

Si es que no hay mal que por bien no venga.

 

 (21-II-2001)

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El pobre Zapatero

 

A José Luis Rodríguez Zapatero le falta un hervor.

Se le nota en sus declaraciones. No sólo se mete en jardines innecesarios, sino que además, una vez en ellos, se queda quieto y sonriente junto al cartel de Prohibido pisar el césped.

Tiene que aprender a disimular más, a vestir mejor el muñeco, a decir lo mismo sin decir nada, a hacer simpáticas excursiones por los cerros de Übeda, a no pringarse en nada concreto. Si yo fuera amigo suyo –no es el caso–, le regalaría los Discursos Completos de Felipe González, para que sepa cómo se hace eso.

Aprendería así, por ejemplo, que es un error afirmar, como hizo ayer, que hay que aparcar el debate ideológico sobre la Ley de Extranjería, porque «eso no resuelve los problemas concretos de El Ejido, de Lorca y de las pateras». Un dirigente que se pretende socialista no puede demostrar tan a las claras que no le ve utilidad práctica a los principios y que cree que es posible desarrollar una política ideológicamente neutra.

Por supuesto que González estuvo siempre en ésas. Pero se guardó muy mucho de exponerlo tan crudamente en público. Él soltaba lo de los gatos de Deng Siaoping, ponía cara de picarón y pasaba a otra cosa.

Otro error de principiante: afirmar que está convencido del carácter anticonstitucional de la Ley de Extranjería pero proclamarse dispuesto a no llevar la cuestión de anticonstitucionalidad ante el tribunal competente, siempre que el Gobierno se avenga a discutir con él la aplicación de la norma. Algo así puede hacerlo –y cosas peores también–, pero no decirlo. Porque se arriesga a que todo quisque, desde Llamazares a Pío Cabanillas, lo acuse de oportunismo confeso. Si admite públicamente que considera que esa ley es contraria a la Constitución, ya no puede retroceder: tiene que denunciarla, porque de lo contrario él mismo se confiesa cómplice.

Un error grave más (y ya van tres, en un solo día): no tener en cuenta los desaires del Gobierno –que últimamente han sido varios, y de envergadura– argumentando que no quiere tomarse el asunto como «algo personal». Cuando uno ocupa la cúpula de una organización importante, no puede distinguir entre ofensas «personales» y «no personales». Como decía Vito Corleone, el Padrino, que sabía mucho de estas cosas: «No hay asuntos de negocios y asuntos personales. Los asuntos de negocios son personales». Si Aznar ni siquiera se le pone al teléfono, él está obligado a tomárselo como una ofensa a los casi ocho millones de españoles que representa y montarle una zapatiesta de mucho cuidado, así sea sólo para que la siguiente vez el presidente del Gobierno se lo tenga que pensar dos veces.

Y es que, si uno no se toma en serio a sí mismo, ¿cómo va a lograr que lo tomen en serio los demás?

 

 (20-II-2001)

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El Gobierno contra todos

 

Cualquiera que haya echado una ojeada a los rudimentos de la estrategia conoce la máxima: hay que afrontar a los enemigos uno a uno. Combatir en varios frentes a la vez resulta extremadamente arriesgado.

Claro que esto sólo vale para cuando uno puede elegir. Porque los enemigos, que también son muy conscientes de la cosa, tienden a coordinarse, como muy bien pudo comprobar Hitler en el desarrollo de la II Guerra Mundial. Se vio obligado a dividir sus fuerzas y acabó cobrando más palos que una estera.

En buena parte la culpa la tuvo su ambición: había atacado en demasiados frentes a la vez.

No sé muy bien a quién hay que cargar la responsabilidad en el caso del Gobierno de Aznar, pero su error me parece evidente. Ha iniciado tropecientas peleas simultáneas. Y algunas de ellas, difícilmente compatibles.

Ayer Mariano Rajoy se metió en una nueva, descalificando a la Conferencia Episcopal Española por su decisión de no suscribir el pacto PP-PSOE sobre la cuestión vasca. Dejo de lado el fondo del asunto –ya me referí a él con motivo de unas declaraciones similares de Rodolfo Ares– y retengo sólo la decisión táctica. ¿Le convenía al Gobierno iniciar esa guerra contra la Iglesia? Simultáneamente, Javier Arenas zahería la propuesta de Rodríguez Zapatero sobre un pacto de Estado en relación a los problemas de inmigración, atribuyéndola despectivamente a problemas internos de los socialistas. Es decir: mientras el vicepresidente primero iniciaba una batalla que no puede librar sin el firme concurso del PSOE, el secretario general del PP hacía lo posible por cabrear a su homólogo socialista, no ya rechazando, sino desdeñando y ridiculizando sus iniciativas.

Hágase recuento de los últimos actos gubernamentales de cierta importancia y se verá que no ha habido ni uno solo que no le haya supuesto un nuevo conflicto. Ha conseguido ponerse a la greña con buena parte del Poder Judicial, con los sindicatos, con varias comunidades autónomas, con la Iglesia, con partidos a los que necesita para no tener que echar mano constantemente del rodillo parlamentario...

La soberbia mueve a la imprudencia. A Aznar se le han subido a la cabeza la mayoría absoluta y los amables sondeos que le dicen que cuenta aún con un fuerte asiento en la opinión pública. No recuerda al inmortal Virgilio: Fama volat. En las sociedades llamadas mediáticas, el prestigio es un valor sorprendentemente efímero. Pregúnteselo a Celia Villalobos, que la tiene cerca.

Insista en la vía pendenciera y verá cómo acaba por hartar a tirios y a troyanos. Ya está empezando a conseguirlo.

 

 (19-II-2001)

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