Archivo del «Diario de un
resentido social»
Semana del 15 al 21 de enero de 2001
De
cómo arreglárselas para no tener razón nunca
Manifestación contra la presencia
del submarino Tireless, ayer en Algeciras. El PSOE, en primera fila.
¿Razones para manifestarse? Todas.
Bastantes factores de riesgo arrostra ya de por sí la población andaluza, como
para importar algunos más de manera gratuita. El sumergible británico se paseó
por medio Mediterráneo buscando puerto donde amarrar y emprender la obra de
reparación de su reactor atómico, y de todas partes lo echaron con viento
fresco. El Gobierno español no debería haber permitido de ningún modo que esa
nave se quedara en Gibraltar. No sólo por el peligro de contaminación nuclear
que implica, sino también porque, al aceptar la decisión unilateral de Londres,
venía a admitir la soberanía británica sobre la Roca (punto éste que a mí no me
produce ni frío ni calor, pero que se suponía que para el Ejecutivo de Madrid
sí era importante).
Aznar metió el cuezo al admitir que
el Tireless se quedara en el Peñón y, a partir de ahí, siguió metiéndolo
una y otra vez: tomándose el asunto a chirigota, haciendo declaraciones
contradictorias...
Se ha lucido el pelo, y es lógico
que el PSOE aproveche para darle caña.
Hay quien critica a los socialistas
y les acusa de estar «haciendo política» con este asunto. ¡Vaya una acusación
más boba! La oposición debe intentar ganarse el favor de la ciudadanía
resaltando los errores del Gobierno. ¿Qué hay de malo en hacer política? Y,
sobre todo, ¿a qué quieren que se dedique, si no, la oposición? ¿A hacer
ganchillo?
El PSOE tenía todo a su favor,
incluida la razón, para volcarse en la manifestación de ayer.
Pero se ve que es incapaz de hacer
nada sin estropearlo. Cuestión de arraigadas querencias, supongo.
Empezó a fastidiarlo todo tomándose
la manifestación al viejo estilo felipista: ordenando a los ayuntamientos
regidos por sus correligionarios que fletaran autobuses, con cargo al erario,
para que los manifestantes de fuera del Campo de Gibraltar pudieran desplazarse
gratis. Mala cosa, tanto por lo que supuso de desvío de fondos públicos para
una actividad ajena a los cometidos municipales como por lo que implicó de
adulteración del acto de protesta, que se convirtió en poco menos que una
excursión del Inserso. Eso sin contar con el ridículo de los autobuses
alquilados... y vacíos.
Lo estropeó todo también al
convertir la concentración en un mitin partidista, poniendo en primera fila al
presidente de la Junta de Andalucía y a toda su plana mayor. Porque el PSOE de
ahora se pasa el día diciendo que apoya los movimientos sociales y que no trata
de instrumentalizarlos, pero, en cuanto se produce un movimiento social
visible, ahí aparecen sus prebostes, corre que te pillo, para salir en la foto.
Ésa es la cosa, y triste cosa es:
no aciertan a tener razón ni cuando la tienen.
(21-I-2001)
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Melitón
Manzanas
Malestar general ante la concesión
póstuma a Melitón Manzanas de la Gran Cruz del Reconocimiento Civil, en tanto que
víctima de ETA. Son muchas las voces que se elevan diciendo que es penoso que
la Ley que regula el otorgamiento de esa distinción, respaldada por el voto
unánime de los diputados, no permita hacer distingos entre las víctimas y
obligue a condecorar a un reconocido torturador.
Me hacen gracia. Lo plantean como
si se tratara de una mera anomalía, resultante de una desafortunada imprevisión
jurídico-técnica del legislador. Como si el Parlamento, el pobre, se hubiera
visto sorprendido en su buena fe.
No hay tal.
Esa Ley es consecuencia lógica del
hecho de que el actual régimen político español nunca ha trazado una frontera
de legalidad y legitimidad que lo separe del régimen anterior. De haberse
establecido con claridad esa línea divisoria, todo lo ocurrido con anterioridad
a 1977 tendría, por fuerza mayor, un tratamiento diferenciado. Y nada
benevolente, desde luego. A nadie se le habría pasado siquiera por la cabeza la
posibilidad de condecorar a ningún servidor de la dictadura franquista. Ni a
Melitón Manzanas, ni a Carrero Blanco... ni a Fraga, ni a Martín Villa. Igual
que a ningún francés se le ocurriría reclamar prebendas para un agente del
régimen de Vichy. O como sería impensable que el Portugal actual rindiera
honores a ningún mandón del salazarismo.
Eso, para empezar.
En segundo lugar, no sé a qué viene
tanta lágrima de cocodrilo por la condecoración de un torturador. ¡Como si
fuera la primera vez que se distingue y aplaude a un miembro de esa maldita
estirpe! Tenemos un caso bien reciente: Rodríguez Galindo, que todavía no
entiendo cómo conseguía andar erguido con tanto metal pesándole en la pechera.
Hágase recuento de los policías y
guardias civiles que han sido condenados por torturas desde 1977 hasta ahora.
Indágese cuántos de ellos han cumplido efectivamente las penas que les fueron
impuestas. Y compruébese cuántos de ellos han sido condecorados. O, casi mejor,
compruébese cuántos de ellos no han sido condecorados, que se acabará
antes el recuento.
Fui víctima de Melitón Manzanas,
comisario jefe de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa. Pero el viejo rencor
que guardo al personaje no me ciega hasta el punto de olvidar que se limitó a
ser uno más. Sus prácticas de torturador no constituyeron una anomalía
del régimen franquista, sino su expresión más natural y genuina. Es pura
hipocresía tratar de acotar el oprobio a su persona.
(20-I-2001)
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Pepe
Rei
No quisiera repetirme demasiado,
así que seré breve.
1) Es una soberana majadería
pretender que la revista de Pepe Rei, Ardi Beltza («La oveja negra»),
indica a ETA contra qué personas debe atentar. Tomemos el último caso: ¿alguien
cree que ETA necesita de Pepe Rei para saber quién es y a qué se dedica Luis
del Olmo?
2) La Fiscalía y Garzón presentan como
indicio de criminalidad «la coincidencia» de objetivos entre Ardi Beltza y
ETA. En primer lugar, es falso: no hay tal coincidencia. ETA ha atentado contra
personas que nunca han sido mencionadas en esa revista. En segundo término, no
tiene nada de sorprendente que algunos de los puestos en la picota por Ardi
Beltza figuren en las listas negras de ETA: todo el mundo sabe que la una y
la otra alimentan idénticas fobias. Pero tal cosa no prueba nada, salvo
exactamente eso: que tienen los mismos enemigos.
3) Cada vez que los miembros de un comando
de ETA han sido detenidos, se ha comprobado que los datos que manejaban
para preparar sus atentados se los buscaban ellos, apoyándose eventualmente en
informadores situados en el entorno de las víctimas. Jamás se han basado en los
artículos publicados en Ardi Beltza. Lo cual es perfectamente
comprensible, porque esos artículos contienen una ingente cantidad de
inexactitudes.
4) No pretendo que lo que publica Ardi
Beltza carezca de consecuencias detestables. Me consta, por ejemplo, que
los datos aparecidos en esa revista han servido en varias ocasiones para
orientar a los planificadores de la kale borroka. Hablo tan sólo del
presunto papel de Pepe Rei en la determinación de los atentados de ETA,
puesto que es eso y sólo eso lo que ahora mismo está en cuestión.
5) Quienes han emprendido esta
causa penal contra Pepe Rei saben perfectamente que está destinada al naufragio
jurídico, en una u otra instancia. Pero también saben que, hasta que llegue ese
naufragio –que cualquiera sabe cuándo será–, van a cubrir dos objetivos: de un
lado, amargarle la vida a Rei; del otro, aliviar en algo la indignación de la
opinión pública. No pretenden otra cosa.
(19-I-2001)
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Patético
PP
Javier Arenas acusó anteayer al
PSOE de estar creando alarma social por motivos partidistas. Como si Rodríguez
Zapatero, que es más romo que la punta de un colchón, se hubiera inventado lo
de las vacas locas, el síndrome de los Balcanes, el Tireless, la
tragedia de los ecuatorianos de Murcia y los problemas de aplicación de la
nueva Ley del Menor, todo de una sola tacada, nada más que para buscarle las
cosquillas al Gobierno de Aznar. Eso no es una crítica; es un chiste malo.
Dan palos de ciego. Son conscientes
de que están ofreciendo una penosa imagen de desconcierto, de torpeza y de
descoordinación y tratan de retomar la iniciativa atacando como sea a sus
oponentes. Pero sus diatribas resultan desangeladas, cuando no absurdas. Ayer,
el propio Arenas –qué desagradable mirada la de ese hombre, siempre rehuyendo
los ojos de su interlocutor–, exigió al lehendakari Ibarretxe que garantice la
seguridad de los concejales del PP «para que puedan ir a rezar a los
cementerios». Pura demagogia. Y demagogia cutre. Hasta al más corto de luces se
le ocurre que los concejales vascos del PP necesitan seguridad, y punto. Para
rezar en los cementerios o para blasfemar en los tugurios, qué más da. La
referencia al cementerio es un intento demasiado burdo de sacar renta política
del amago de atentado de ETA en Zarautz y de convertirlo en arma arrojadiza
contra el PNV.
Tampoco hace falta una inteligencia
demasiado despierta para darse cuenta de lo disparatado que resulta exigir a
Ibarretxe que logre en Euskadi lo que Mayor Oreja no consigue en Andalucía, ni
Pujol en Cataluña..., ni nadie en ningún lado. Cabe tomar medidas de
precaución, pero no es posible garantizar la seguridad de un colectivo
de varios cientos de personas. Eso lo entiende cualquiera. ¿A quién trata de
engañar Arenas con esas críticas de barra de bar?
Reconozco que, por mucho que me
esperara prácticamente cualquier cosa del equipo de Aznar, me está
sorprendiendo su superlativa torpeza política. No los hacía tan bastos, tan
toscos, tan sin pulir. En cuanto se han topado con unas cuantas situaciones
críticas, han perdido la cabeza. Carecen de reflejos.
Dejo en esto de lado la política.
Mi crítica es meramente técnica.
Están demostrando que son tan sólo
un grupete de aficionadillos.
(18-I-2001)
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La
beligerancia periodística
El presidente de la Comunidad
Autónoma de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, obligó ayer a dimitir al director
de Telemadrid, Silvio González.
Ruiz Gallardón acusó a González de
haber permitido la emisión de un espacio informativo sobre Euskadi al que le
faltó «beligerancia y compromiso».
La decisión lo retrata.
No me detendré en su cobarde
recurso a la técnica del «obligar a dimitir», típica de los responsables que no
se atreven a asumir el coste político de sus decisiones. Más importante me
parece la idea que el presidente de la CAM demuestra tener tanto de las
relaciones que deben existir entre los gobernantes y los medios de comunicación
públicos como de la labor de la Prensa, en general.
Un medio de comunicación público no
es –no debería ser– un coto privado del Ejecutivo de turno. Si Gallardón tiene
quejas sobre lo que el medio hace o deja de hacer, preséntelas ante su Consejo
de Administración, o formúlelas por vía parlamentaria. Enarbolarlas
directamente, manu militari, dedicándose a cortar cabezas por su cuenta,
denota que tiene un peligroso talante intervencionista y una inaceptable
concepción patrimonialista de los medios públicos.
Pero todavía más grave es su
exigencia imperiosa de «beligerancia» a los periodistas.
La Prensa está –vuelvo a la
precisión: debería estar– para contar lo que ocurre en los conflictos, no para
participar en ellos. A título personal, cada periodista es muy libre de tomar
partido, pero, cuando informa de una realidad, ha de proporcionar todos los
ángulos de enfoque relevantes que haya, incluidos los que le disgustan. En la
técnica de la información periodística, no hay lugar para la beligerancia. Pura
y simplemente: está de más.
Pone Gallardón como ejemplo de lo
inaceptable del reportaje de Telemadrid que recogía hasta seis intervenciones
de Arnaldo Otegi, por cuatro sólo de Carlos Iturgaiz. Dejando a un lado que
Iturgaiz siempre dice lo mismo, a menudo incluso con las mismas palabras, no
puede desconsiderarse el hecho de que sus criterios son sobradamente conocidos
por los espectadores de Telemadrid, que lo oyen no menos de tres veces por día.
En cambio, pocos de ellos habían tenido ocasión de escuchar los puntos de vista
de Arnaldo Otegi. Considerados el uno y el otro desde el punto de vista del
interés periodístico y en un medio específicamente madrileño, no hay color.
Por lo demás, no tiene nada de malo
dejar que Otegi hable y escuchar lo que dice. Ningún demócrata de verdad aspira
a ganar apoyo social para sus posiciones silenciando las del contrario. En
principio, nada hay que refuerce más el peso de la razón que su contraste con
la sinrazón.
El gesto de prepotencia de Ruiz
Gallardón es, en realidad, una muestra de debilidad.
No sólo, desde luego. Probablemente
es también un intento de reconciliarse con el Gobierno, ahora que ya ha
comprobado que enfrentarse con Aznar no va a ayudarle a satisfacer sus
ambiciones políticas.
(17-I-2001)
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Los
monstruos de la Ciencia
Epimeteo no atendió las
advertencias de su hermano, el receloso Prometeo, y tomó por esposa a la bella
Pandora, que Vulcano había creado con un poco de barro. La protegida de
Minerva, Mercurio y Apolo aportó al matrimonio una misteriosa caja, regalo de
Júpiter, que el ingenuo Epimeteo abrió sin pensárselo dos veces. De aquel
regalo envenenado salieron al punto todos los males que desde entonces afligen
a la estirpe de los hombres: la Enfermedad, la Guerra, el Hambre, la Querella,
la Calamidad...
Horrorizado, Epimeteo cerró de
inmediato la espantosa caja. Pero ya era tarde: sólo consiguió impedir que
saliera la Esperanza.
¡Cuánto imprudente Epimeteo ha
albergado la Tierra durante el último siglo y medio! La Revolución Industrial
puso en marcha la máquina del progreso, que desde entonces no ha hecho sino
acelerarse más y más en medio del aplauso y la admiración generales.
Quienquiera que dudara de los beneficios absolutos del progreso y los avances
científicos era tenido por peligroso reaccionario, enemigo del bienestar, de la
socialización de la salud y de la puesta de la Naturaleza al servicio de la
raza humana.
Nos olvidamos de que no hay anverso
sin reverso. De que la Ciencia no es ningún absoluto: sólo el nombre
convencional que damos al pequeño espacio que no está ocupado por lo mucho que
ignoramos.
La Humanidad empieza a comprobar
con horror que ha abierto demasiadas cajas de Pandora. Que, entusiasmada por el
lado rutilante de sus descubrimientos, les ha dado sistemática vía libre, pese
a que en muchos casos apenas sabía nada de las posibles consecuencias negativas
de sus criaturas. Y ahora, cuando los daños colaterales irrumpen
en masa, se siente perpleja. La actualidad se nos llena de misteriosos males;
de fantasmas de muerte nacidos de la mano del hombre: agujero en la capa de
ozono, extraños cambios climáticos, derivaciones letales de la energía nuclear,
enfermedades provocadas por el uso militar del uranio empobrecido, vacas
locas...
Y lo que nos quedará por ver.
Lo peor no es lo que ya está hecho
y no tiene vuelta de hoja. Lo peor es que no se ve que haya el menor deseo de
aprender la lección. Porque seguir en las mismas resulta muy rentable para
algunos, y esos algunos mandan. Mandan incluso sobre los que mandan.
Cada vez que emerge un nuevo
problema, hacen lo mismo: primero lo niegan; luego lo minimizan; finalmente,
nombran un Comité para que lo investigue. Un Comité que pagan ellos. Que es de
ellos.
Cualquier cosa con tal de ganar
tiempo. Y de hacérnoslo perder a nosotros.
Pero perder el tiempo –en esto como
en todo– es perder la vida.
(16-I-2001)
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Desastres
falsamente naturales
Hace algo así como 17 años, una
organización de estudios medioambientales con sede en Londres, Earthscan, me
envió un impresionante informe que había realizado analizando el trasfondo
político y social de los llamados «desastres naturales». Titulado ¿Desastres
naturales o desastres del hombre?, se componía de unas 200 páginas de
contundencia apabullante. Aquel estudio cambió radicalmente mi manera de ver
los fenómenos de ese género.
Lo primero que demostraba es que
los fenómenos catalogados como «desastres naturales» –terremotos, maremotos, huracanes,
ciclones, inundaciones, erupciones volcánicas, etcétera– tienen consecuencias
radicalmente distintas según se produzcan en países ricos o en países pobres.
Eso se ha convertido ya en un tópico, pero entonces era una conclusión
novedosa: los medios de comunicación se tomaban esos sucesos como puras
fatalidades. Ahora todos sabemos que las construcciones débiles y los poblados
de chabolas, construidos de cualquier manera y en cualquier lado, son víctimas
propiciatorias, en tanto los edificios antisísmicos y los poblamientos bien
planificados, buscando las zonas de asentamiento menos conflictivas, encajan
mucho mejor los golpes de la Naturaleza.
La segunda conclusión a la que
llegaba el informe, aunque era –y siga siendo– tan importante o
más que la anterior, no ha calado de la misma manera en la opinión pública.
Demostraba Earthscan que, cuando un país pobre sufre un desastre de ese
género, lo más mortífero no es nunca el fenómeno natural propiamente dicho,
sino la pésima calidad de los trabajos de socorro puestos en marcha a
continuación. La radical insuficiencia de los medios disponibles, la mala
calidad de las infraestructuras de las áreas afectadas, la preparación técnica
prácticamente nula de los equipos humanos dedicados a las labores de auxilio y
la corrupción de las autoridades, que muy frecuentemente tratan de hacer
negocio con la ayuda internacional, son siempre factores mucho más
desastrosos que el desastre inicial.
A veces eso puede dar frutos
inesperada y paradójicamente positivos. En su estudio de 1984, Earthscan analizaba
en detalle los efectos sociales que se derivaron de los terremotos que habían
sufrido pocos años antes Nicaragua e Irán y demostraba que el comportamiento
venal e inhumano que tuvieron los regímenes de Somoza y el Sha Reza Palevi en
aquellas circunstancias fue un factor que contribuyó decisivamente al
hundimiento de ambos.
No creo que vaya a ocurrir nada así
en El Salvador, por más que mi confianza en la actuación de sus autoridades sea
poco menos que nula. La comunidad internacional se encargará de
maquillar convenientemente lo sucedido. Durante un par de semanas, se volcará
en la zona. Los telediarios no pararán de hablar de la ayuda humanitaria. Y
una vez que la situación esté bajo control, se volverán para casa, dejando al
pueblo de El Salvador un peldaño por debajo de su miseria anterior. Y con los
mismos gobernantes dilapidadores y corruptos que consiguen convertir cualquier
estallido de la Naturaleza en un desastre específicamente social.
(15-I-2001)
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