Archivo
del «Diario de un resentido social»
Semana
del 4 al 10 de diciembre de 2000
El
sueldo de los parlamentarios
Dice Juan María Atutxa que el
Parlamento Vasco va a dejar de pagar retribuciones a los electos de EH «porque
no se ganan el sueldo».
Me pregunto que resultado daría la
aplicación general de ese criterio. En el Parlamento Vasco, en todos los
parlamentos autonómicos y, muy especialmente, en el de la Carrera de San
Jerónimo. Muchos parlamentarios con destino en Madrid se fuman todas las
sesiones que les viene en gana y, cuando tienen a bien asistir a alguna, se
limitan a sestear. Prestan tan escasa atención a los debates que, cuando llega
la hora de votar, el responsable del grupo tiene que hacerles una seña
indicando qué botón deben apretar. De lo contrario, podrían apoyar cualquier cosa.
Ni se enteran de lo que se está discutiendo.
Como esos catedráticos de
Universidad que sus alumnos no han visto jamás, porque dejan todo el trabajo de
la cátedra en manos de su ayudante y ellos no aparecen ni por asomo, hay
diputados que sólo pisan las alfombras del Congreso en algunas solemnes
ocasiones, la principal de las cuales es, invariablemente, la del día que
acuden a retirar su acta, por el aquel de cobrar. Doy por hecho que, por
ejemplo, Felipe González dedica su tiempo a intensísimas actividades propias de
su rango, o de su ex rango, pero el hecho es que, en tanto que parlamentario,
no da ni sello. Que le pague la manutención su partido, o que viva de la
soldada que recibe del erario por el tiempo que pasó en La Moncloa, pero que no
siga chupando del bote parlamentario, porque –a ver, Atutxa, díselo– «no se
gana el sueldo».
A diferencia de los jetas de otros
partidos, los parlamentarios de EH no se ausentan del cuadrilátero vasco por
molicie, sino por voluntad política. Su ausencia es un gesto político con el
que no estoy de acuerdo, pero que me parece de rigor calificar como tal. La
abstención es una posibilidad legítima cuando se plantea una votación. A veces,
el abstencionismo, cuando se entiende como protesta, se expresa abandonando el
lugar del debate: esta misma semana lo han hecho los parlamentarios autonómicos
del PSOE en Madrid, dejando a Ruiz Gallardón con la palabra en la boca, y nadie
ha pensado en la posibilidad de restarles de la paga ese tiempo de ausencia.
Los electos de EH han llevado su
actitud abstencionista hasta las últimas consecuencias. Tienen su acta no
porque Atutxa se la haya regalado, sino porque así lo ha decidido una parte del
electorado vasco. El uso que hagan –o no hagan– de ella es asunto que sólo a
sus electores concierne.
(10-XII-2000)
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Mendicutti
Excelente la columna de Eduardo
Mendicutti, hoy en El Mundo. No os la perdáis (http://www.el-mundo.es/diario/opinion/09N0009.html).
Umbral es muy buen columnista –el
mejor, técnicamente hablando–, pero no me suelen interesar un pijo sus
historias. Me interesan las de Vázquez Montalbán, pero no me gusta cómo
escribe. Detrás de las columnas de estos dos grandes dioses, a los que la
mayoría sitúa en el centro de la Acrópolis del periodismo español actual, cuidamos las columnas de nuestros pequeños
templos los mil y un diosecitos menores del género.
¿Umbral, Vázquez Montalbán? En el
ranking de mis gustos, Mendicutti ocupa la primera fila.
Casi siempre me gusta lo que dice.
Y cómo lo dice.
No es espectacular. No se mete en
arriesgados ejercicios de estilo. No se adorna. No pretende anonadar. Escribe con
sencillez (muy pocos saben cuánto cuesta hacerlo y qué mérito tiene
conseguirlo). Elige un asunto –a veces menor, como el de hoy– y lo afronta sin
alharacas, con distante ironía, sin arremeter, sin echar los pies por delante.
No busca la adhesión: se conforma con ganarse la sonrisa de quien le lee y, en
el mejor de los casos, incitarle a reflexionar.
Mendicutti habita en las antípodas
del celtiberismo. Quizá por eso Celtiberia no lo reconoce como se merece.
El
nuevo periodismo
Mientras desayuno, me pregunto qué
pasaría ayer en lo de la Copa Davis. Pongo el boletín informativo de Onda Cero.
Lo dedican casi íntegramente a cantar las excelencias del pacto antiterrorista
entre el PP y el PSOE. Ni palabra de la famosa Copa. Me paso a la Ser. Éstos si
hablan del asunto, pero se limitan a comentar que el partido de dobles de hoy
va a tener mucha importancia. De lo sucedido ayer, ni pío.
En el periodismo español actual hay
tan desmedido interés por decir lo que se opina sobre lo que ocurre que a veces
no queda espacio para contar lo que ocurre.
(9-XII-2000)
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Marcar
al Poder
Me telefonea mi amigo Gervasio
Guzmán.
–¡Hay que ver qué cambio, el tuyo!
–me suelta de sopetón.
De entrada, supongo que se refiere
a mi avejentamiento galopante. Pero no. Habla de política.
–Hace unos años, no parabas de dar
caña al PSOE. Y ahora te pasas el día zurrando la badana a Aznar.
–Hace unos años criticaba al
Gobierno. Ahora hago exactamente lo mismo, Gervasio –le respondo.
–¡Pero el Gobierno ha cambiado!
–salta.
–Así es: ha cambiado el Gobierno;
no yo –le replico.
Mucha gente no entiende que algunos
nos impongamos el deber de vigilar a quien ocupa el Poder. Que lo marquemos de cerca,
lo sometamos a estrecha vigilancia y no le pasemos ni una. Sea quien sea.
Cuando Felipe González ejercía de inquilino de La Moncloa, le dábamos a él.
Ahora es el turno de Aznar.
–No son iguales –me objeta
Gervasio.
Ya veo por dónde me viene. En cuanto
me descuide, me va a decir que el PP no ha organizado ningún GAL, ni ninguna
Filesa. Y así es, que se sepa. Bueno, y qué: yo tampoco he acusado a Aznar de
haber montado nada de ese estilo. Pero lo peor no excusa de lo malo. Es como si
alguien se enfadara con los jueces que condenan a los estafadores alegando que
los asesinos son mucho peores.
Los opinantes de la vieja escuela
tenemos ese prurito: nos empeñamos en ejercer de críticos distantes del Poder.
De críticos y de distantes. De frecuentar políticos, preferimos a los de la
oposición: son los que te ayudan más y mejor a cazar los gazapos y a descubrir
las trampas de quienes mandan. No es que los consideres mejores. Sencillamente,
están de momento en un lugar menos dañino. Te son más útiles. Si te codeas con
los poderosos, casi toda la información que obtienes es la que contribuye a
justificar lo que hacen. Pero para justificarse ya están ellos.
Así vemos las cosas –ya digo– los
de la vieja escuela.
Lo nuestro apenas se lleva ya.
Ahora lo normal es estar con los unos o con los otros. O con un tercero, o con
algún cuarto.
La verdad es que no se lo reprocho
a nadie. Comprendo que se actúe así. Es francamente una pesadez pasarse el día
repartiendo bofetadas por los cuatro costados. Y no digo nada recibiéndolas.
(8-XII-2000)
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Vale
la pena
Seguro que a mi buen amigo Joaquín
Navarro le habrá molestado que el Consejo General del Poder Judicial haya
decidido abrirle expediente el mismo día que hacía lo propio con el magistrado
Ruiz Polanco. Lo suyo es un asunto de opinión; lo del otro va de prevaricación.
Todavía hay categorías.
No he tenido todavía oportunidad de
hablar con él, pero alguien que le es próximo me ha comentado que, habida
cuenta de que cada dos por tres lo amenazan con expulsarlo de la carrera
judicial, un expediente en el que sólo se juega una posible multa difícilmente
puede impresionarlo demasiado.
Cuando lo multaron por un artículo
publicado en El Mundo, conseguí que el periódico costeara la sanción. Me
pareció de justicia. Espero que Gara haga lo mismo.
Su actitud ante las multas me ha
recordado algo de lo que fui testigo durante el breve tiempo en el que trabajé
para la Administración española.
Un funcionario de una delegación
local llamó “hijo de puta” al director provincial correspondiente. El jefe –un
tipo susceptible– se molestó y reclamó que se abriera un expediente al
subordinado díscolo. La solicitud se tramitó conforme a las normas debidas
–quiero decir que pasaron muchos meses– pero, finalmente, el funcionario fue
castigado con una semana de suspensión de empleo y sueldo.
Cuando la noticia le llegó al
sancionado, tuvo una reacción curiosa. Se levantó, se fue al despacho del jefe,
abrió la puerta, se encaró con él y le dijo:
–Ahora que sé lo que cuesta, te lo
repito: eres un hijo de puta.
Cabe que a Joaquín Navarro no le
salga gratis decir que Aznar se expresa a veces como un terrorista, pero me da
que también él piensa que, por ese
precio, vale la pena.
(7-XII-2000)
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El
futuro
San Sebastián, 6 de diciembre.
Algunos establecimientos abren sus puertas. Dicen que la Constitución Española
no va con ellos. O, más exactamente, que va contra ellos.
Me vienen a la memoria los versos
de dos poetas. Versos contradictorios, pero razonables, los unos y los otros.
Ángel González: “Te llaman porvenir
/ porque no vienes nunca”.
Miquel Martí i Pol: “Que tot està
per fer, i tot és posible”.
(6-XII-2000)
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Despilfarros
navideños
Según un estudio que se dio a
conocer ayer, la población española gastará en los próximos fastos navideños
101.200 pesetas por cabeza.
Abordemos el dato racionalmente.
La primera observación que se
impone es la consabida del medio pollo. Ya se sabe: si uno se come un pollo y
otro no come nada, la estadística dará que cada uno ha comido medio pollo.
Todos somos conscientes de que hay españoles –y no digamos españolas– que
malamente podrían gastarse 101.200 pesetas en 15 días, porque no las ganan en
todo el mes. Habrá bastantes que justo sobrepasarán esa cantidad sumando a su
sueldo normal la correspondiente paga extra, y no poca gente más que ni por
ésas, porque no tiene ni paga extra ni sueldo normal. Por mucho que se empeñen
en dispendiar, la lógica indica que todos ellos habrán de conformarse con
menos.
De lo cual se deduce que, para
llegar a la media de 101.200 pesetas, será necesario que haya millones de
personas que se gasten mucho más.
Pero ése no es el único efecto
compensatorio digno de consideración. Hay que recordar el hecho de que el
personal, con bastante frecuencia, vive en familia. Pongamos por caso el nada
infrecuente de una unidad familiar compuesta por cuatro personas que viven de
un solo sueldo. De ajustarse a la media nacional, se supone que ese sueldo
deberá dar como para gastar más de 400.000 pesetas durante la quincena que
servirá de frontera del siglo.
Sumando ambos elementos –los que
ganan poco y los que viven a costa de otros–, la racionalidad nos dicta que,
para que se cumplan las previsiones del estudio en cuestión, hará falta que la
tira de españoles se gasten estas Navidades por encima del millón de pesetas.
Algunos, bastante por encima del millón.
Pero eso es lo que se deduce, ya
digo, de una consideración racional de los datos.
El problema es que en nuestra
realidad social intervienen factores que tienen muy poco que ver con la
racionalidad, como no sea para negarla. El principal de ellos, la capacidad de
los españoles para entramparse.
Que alguien no pueda permitirse
algo no quiere decir en modo alguno que no se lo permita.
Éste es un país pobladísimo de
gente que vive por encima de sus posibilidades. Sobre todo cuando afronta
fechas señaladas: las Navidades, Reyes, las bodas de los hijos e hijas,
las vacaciones... También cuando se trata de exhibir supuestos signos externos
de riqueza: la vestimenta y el coche, sobre todo. Me sé de la tira de personal
que es capaz de entramparse hasta las cejas para aparentar que tiene lo que no
tiene.
Estoy seguro de que durante estas
próximas fiestas habrá muchísima gente que se gastará las 101.200 pesetas de
marras sacándolas hasta de debajo de las piedras, si hace falta. Luego se
pasará todo el año sudando para restituirlas. Y soñando con sus deudas.
La prueba de que es así la tenemos
en otro de los datos que, paradójicamente, hay que contar también entre los
dispendios navideños: cada español se va a gastar este año una media de 16.000
pesetas en lotería.
(5-XII-2000)
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Bueren
Ahora han descubierto que el ex
juez de la Audiencia Nacional Carlos Bueren tiene tendencia a mediatizar el
desarrollo de la justicia con fines particulares.
Bueren es en estos momentos abogado
de un despacho de campanillas. Mete las narices en las actuaciones de la
Audiencia Nacional para beneficiar a los clientes de su despacho.
Cuando fue magistrado, las metía
para ayudar al Ministerio del Interior. Lo hizo tan sistemática y tan fielmente
que algunos de sus propios compañeros de carrera lo llamaban en privado «ese
policía con toga». Pero entonces sólo unos pocos denunciamos abiertamente sus
actuaciones.
Interior lo condecoró. Lo mismo que
al resto de los demás jueces de la Audiencia Nacional, excepto Gómez de Liaño.
Pero no tanto como a Garzón, al que ha concedido una cruz pensionada.
Ahora nadie se priva de insinuar
que Bueren no es trigo limpio. Como ya no sirve a los intereses
gubernamentales, se ha abierto la veda contra él.
¡Cuídese Garzón de dejar de
servirlos!
(4-XII-2000)
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