Archivo del «Diario de un resentido social»
Semana del 23 al 29 de octubre de
2000
Amarillismo
Vivimos una apabullante
eclosión del amarillismo periodístico.
La mayoría de los
españoles no sabe qué es realmente el amarillismo.
Cree que ese término sirve para definir la publicación a bombo y platillo de
denuncias sensacionales. Cuando El Mundo
se dedicaba a sacar a relucir los trapos sucios del felipismo (GAL, Filesa,
apropiación privada de los fondos reservados, escuchas ilegales del Cesid,
etcétera), muchos decían: «El Mundo hace
amarillismo».
Lo que hacía El Mundo puede verse como una variedad
del periodismo sensacionalista. Discutible, pero sólo en el terreno de las
formas. Hay quien prefiere que las noticias, por importantes que sean, se
presenten siempre de manera sobria, sin alardes tipográficos ni repique de
campanas. Es un criterio. En todo caso, hacer lo contrario no es amarillismo.
El amarillismo tiene dos rasgos
característicos esenciales: el primero es que toma como gran noticia lo que no
lo es; el segundo, que rinde complaciente culto a los más bajos instintos de la
mayoría.
El
Mundo no
hacía ni lo uno ni lo otro. Las noticias que convirtió en estelares eran verdaderamente
importantes. Además, provocaron no poca desazón en amplísimos sectores de la
opinión pública, a los que molestó que salieran a relucir. Desengáñese quien
piense lo contrario: la denuncia de las actividades criminales de los GAL –por
poner un ejemplo significativo– nunca agradó a la mayoría.
En cambio, es amarillismo puro lo que están
haciendo ahora mismo muchos medios de comunicación.
La campaña sobre la necesidad
de ampliar las condenas por delitos de terrorismo, llegando si se tercia a
instaurar la cadena perpetua, es amarillismo.
Los medios de prensa que la han emprendido saben de sobra que esas
medidas no tendrían ningún alcance práctico positivo en la lucha por la
erradicación del terrorismo, pero las defienden para dar carnaza a la opinión
pública, mayoritariamente indignada por los crímenes de ETA y frustrada por la
incapacidad del Estado para ponerles coto.
Es amarillismo, y de la peor especie, el
trabajo sistemático de malevolencia que hacen con Ibarretxe y con el PNV. Se ha
llegado al punto de que da igual lo que digan: siempre es espantoso y
repugnante. Si van por su cuenta, son exclusivistas; si quieren ir juntos,
ponen trampas. Han conseguido que la mayoría identifique nacionalismo vasco y
perversión y, a partir de eso, se dedican a deformar todo lo que ocurre para
que encaje con ese criterio y lo retroalimente.
Es amarillismo todo el rollo que se
están trayendo sobre la publicación de las listas de maltratadores de mujeres y
sobre la catalogación de lo que llaman «terrorismo doméstico». Han descubierto
que la demagogia en ese terreno es altamente rentable y no paran de rendirle
culto, aunque sepan de sobra que lo de las listas es tan aberrante desde el
punto de vista del Estado de Derecho como inútil de cara a la prevención de la
violencia de género, y aunque les coste que llamar terrorista a ese tipo de violencia no sirve más que para
llenarse la boca con grandes palabras y darse aires, porque la condición
primera para que quepa hablar de terrorismo es que se trate de una violencia
organizada, lo que no hace al caso.
Y así con tantas otras
materias. El grueso de la Prensa española de hoy en día renuncia a educar a la
opinión pública en los principios del Estado de Derecho y se dedica
entusiásticamente a jalear sus querencias más irracionales y oscurantistas.
Eso es amarillismo.
(29-X-2000)
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IU
y la necesidad social
«Y usted, ¿a qué
atribuye que sus escritos no tengan un reconocimiento público mayor?», me
preguntaron hace unos meses en una entrevista.
«Si prescindimos de
cuestiones de calidad, en las que no me parece elegante entrar», respondí,
«creo que la razón hay que buscarla en la propia realidad. Mis reflexiones no
responden a ninguna necesidad social imperiosa».
El entrevistador se me
quedó mirando, perplejo. «Vaya, este tío se dedica a tirar piedras contra su
propio tejado», debió pensar. Pero es que es así. No digo que no haya en España
gente que simpatice con una crítica radical de la organización social vigente.
La hay, pero en proporción extremadamente minoritaria. Por vía de consecuencia,
un escritor que se dedique a realizar ese tipo de crítica está condenado, hoy
por hoy, a tener un público también muy minoritario. En realidad, se ven
abocados a la exigua minoría incluso quienes realizan una crítica reformista
digna de ese nombre, en la línea de la socialdemocracia clásica.
Una parte de la
militancia de IU quiere conseguir que su coalición sea coherentemente crítica
con los postulados del neoliberalismo y que, a la vez, goce de un respaldo
electoral relativamente amplio, que deambule entre el 10% y el 15% de los
votos. No entiende que la realidad es la que es y que, como suele decir un
amigo mío, «la vaca no da más leche».
Cuanto más coherente y
profunda sea la crítica, menos votos recolectará. (De momento, ya digo).
Ahora bien: que nadie
crea que ese axioma es reversible. Rebajar la intensidad y radicalidad de la
crítica no conduce necesariamente a lograr un éxito digno de ese nombre. Por
una razón elemental: la oferta electoral posibilista
es muy amplia, y los votantes posibilistas
tienden, por lógica elemental, a serlo también en sus opciones: prefieren votar
a la candidatura posibilista
con más posibilidades de éxito.
Ése es el drama de IU:
cuanto más coherente sea, más estancará –o reducirá, incluso– su ámbito de
influencia; pero cuanto más acomodaticia se muestre, más tenderá a confundirse
con el PSOE y a verse anegada por su muy superior tirón electoral.
«Cuando el hambre entra
por la puerta, el amor huye por la ventana», escribió Marx (Groucho). El
navajeo que se vive en la Asamblea de IU no es fruto de ninguna propensión
natural perversa de las personas que encabezan las diferentes candidaturas a la
jefatura de la coalición. Es el resultado de la cruda realidad que afronta y de
la incapacidad de sus dirigentes para admitir que, por extraño que parezca en
abstracto, resulta ruinoso dedicarse a vender helados en el desierto. No es que
la idea sea intrínsecamente mala: es que por allí apenas pasa nadie.
Hebe
de Bonafini
La presidenta de las
Madres de la Plaza de Mayo se ha metido en un buen lío. Ha dicho que el Estado
español mata, tortura y encarcela a la gente por sus ideas, y que ETA tiene bastante
razón. Todo el mundo se le ha echado encima.
Desde siempre se sabe
que no hay modo más contundente de desprestigiar una idea que llevarla a sus
últimas consecuencias. La Policía española no ha matado desde hace tiempo. Hay
un buen número de denuncias de tortura. La Policía española tortura, es verdad,
y la propia Amnistía Internacional se ha hecho eco de ello, pero es absurdo
equiparar la situación actual con la del franquismo, como hace Hebe de
Bonafini. De hecho, cuando se le pregunta por los casos de tortura que su
organización ha podido constatar, responde: «Nos constó un caso concreto». Es
penoso.
Lo mismo cabe decir de
los encarcelamientos por razones ideológicas. Los hay: recordemos la delirante
redada contra la «red de desobediencia civil» organizada por el tándem Mayor
Oreja-Garzón. Pero de ahí a pretender que la gran mayoría de los presos vascos
son «presos de conciencia» hay un larguísimo trecho.
Cuando 10 es diez, hay
que decir que es 10. Porque, si dices que es 100, lo más probable es que todo
el mundo te tome por loco o por estafador, y deduzca que probablemente 10 es 0.
Con lo que habrás hecho
un espantoso servicio a la causa de la denuncia del 10.
(28-X-2000)
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Paco
Vázquez
A Paco Vázquez, alcalde
coruñés, le gusta mucho cómo ha conducido Manuel Fraga los asuntos de Galicia
en la última década. A Paco Vázquez le repatea la política que sigue el Partido
Socialista de Galicia y, muy en particular, que los socialistas gallegos hayan
llegado a compromisos con el Bloque Nacionalista Galego. Paco Vázquez dice que
el PSdeG se ha aliado con «los amigos de Lizarra». Paco Vázquez da por supuesto
que el acuerdo de Lizarra fue algo así como un aval para ETA, haciendo como que
no sabe –quizá no lo sepa– que el documento que se suscribió en Lizarra se
basaba en una rechazo expreso de la
utilización de métodos violentos de lucha, razón por la cual EH acabó
distanciándose de él. A Paco Vázquez esos matices se la traen al pairo –a él
como a tantos otros, ciertamente– porque lo que Paco Vázquez no soporta es el
nacionalismo periférico, adopte las formas que adopte. Porque Paco Vázquez es
alérgico a los nacionalismos periféricos, en bloque. Y, sobre todo, en Bloque.
Anteayer, el secretario general del PSdeG, Pérez Touriño, defendió la
construcción de una España federal. Paco Vázquez echa espumarajos por la boca.
Paco Vázquez tiene todo
el derecho del mundo a pensar así, e incluso a fundar y asumir la presidencia
de la Federación Mundial de Adoradores de San Manuel Fraga, si eso le hace
feliz.
Lo que resulta un tanto
extraño, sin embargo, es que Paco Vázquez se empecine en defender esas ideas
desde las filas del PSdeG, en lugar de hacerlo desde las del PP, que sería lo
suyo.
Lo de Paco Vázquez y su
empeño en seguir en el PSdeG representa un desafío a la lógica. Es, más o
menos, como si un forofo del Barça eligiera a los Ultra Sur como plataforma
para propagar su antimadridismo en la capital del Reino.
Vázquez sabe que sus
tesis son respaldadas por muy pocos socialistas gallegos. Si el sector que las
apoya decidiera reunirse en asamblea, podría hacerlo cómodamente en una cabina
de teléfonos.
Pérez Touriño pidió el
pasado lunes a la Ejecutiva Federal socialista que iniciara las gestiones
estatutarias de rigor para expulsar a Paco Vázquez del PSOE. Rodríguez Zapatero
y compañía se asustaron y le respondieron que no. Temen aparecer como
autoritarios.
Sería autoritario
expulsar a un militante porque disiente en tales o cuales cuestiones. No es
autoritario, sino simplemente clarificador, expulsar a alguien que, tras haber
decidido situarse en otra órbita política, se empeña en permanecer en la tuya
sin más ánimo que el de fastidiarte al máximo.
Lo de Paco Vázquez es una reedición, a su escala particular, de la
historia de Cristina Almeida y López Garrido dentro de IU. ¡Qué manía la suya
de seguir en IU, cuando su sitio estaba evidentemente dentro del PSOE! Los
echaron de una puñetera vez de la coalición, se aliaron con el PSOE, perdieron
en su nueva compañía toda su furia discrepante y ya se disponen a entrar
mansamente en la casa común socialista, donde seguramente colmarán todas sus
expectativas (salvo las de poder, que ahora en el PSOE hay muchos más
aspirantes a cargo que cargos para ocupar).
A Vázquez le ocurre otro tanto. Estoy seguro de que, si lo
expulsan del PSOE, en seguida se hará del PP, o independiente en las listas del
PP, con lo que no sólo se quedará más tranquilo el PSdeG, que bastantes
problemas tiene –entre ellos, el de impedir su extinción–, sino que él mismo
será mucho más feliz. Incluso podrá oponerse a la legislación sobre el aborto
sin traba alguna, y podrá decir «La Coruña» hasta hartarse. ¿Qué más quiere?
(27-X-2000)
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Atenuantes
y eximentes
Todo el mundo está con Tania, la mujer de Rivas Vaciamadrid
que mató a tiros a su marido, maltratador profesional, y a la que un tribunal
condenó a 15 años de cárcel. Todo quisque dice que es una barbaridad que la
hayan encarcelado. Hay un auténtico clamor pidiendo al Gobierno que la indulte.
«¡No tiene sentido meter en la cárcel a una pobre mujer en un caso así!», se
oye en las tertulias de todas las radios.
Supongo que la culpa es
mía, por pretender que los comportamientos humanos se atengan a la lógica, pero
hay en este asunto varias cosas que no entiendo. Por lo menos de entrada.
Vamos a ver. Si tan de
acuerdo están todos en la inconveniencia de meter en la cárcel a una mujer que
acaba violentamente con la vida de su marido maltratador, ¿por qué no reclaman,
por elemental coherencia, que se modifique el Código Penal para que, a partir
de ahora, el sufrimiento de malos tratos continuados constituya una eximente
total en caso de homicidio? Se cambia la ley y sanseacabó: no más Tanias encarceladas.
Digo yo que, en la misma
línea, y por analogía –método muy usual en la práctica jurídica–, igual trato
exculpatorio habrían de reclamar entonces los ultradefensores de Tania para otras personas que actúen
en estados de necesidad parejos al que hubo de padecer ella. Por ejemplo, para
los padres y las madres que, no pudiendo soportar que sus hijos pasen hambre,
cometan un atraco.
Pero parece que nadie
quiere pasar de lo particular a lo general. No desean que la anécdota se les
vuelva categoría.
Yo veo las cosas de modo
muy diferente.
En primer lugar, creo
que no cabe eximir tan alegremente de toda culpa a alguien que ha matado. Tania tuvo la posibilidad objetiva de
plantar cara a su marido por vías lícitas –hubo quien se ofreció a
facilitárselas– y no quiso hacerlo. Así las cosas, correspondía a los jueces
examinar en qué medida su irresolución tuvo un carácter patológico, análogo al miedo insuperable que recoge el
artículo 20.6º del vigente Código Penal.
Por lo que he leído
sobre el asunto, parece que los jueces examinaron esa hipótesis, pero llegaron
a la conclusión de que Tania no
perdió en ningún momento su capacidad de discernimiento. En consecuencia,
entendieron que no concurría en su acción ninguna circunstancia eximente, y la
condenaron.
Obviamente, los jueces
pudieron equivocarse en su valoración de los hechos. Pero la gran mayoría de
quienes exigen que Tania quede
de inmediato en libertad y exonerada de toda culpa no lo hacen porque crean que
la sentencia condenatoria fue técnicamente incorrecta. No entran en eso. Se
limitan a tener en cuenta el (por lo común) buen comportamiento social de la
encausada y las brutalidades
que sufrió.
En mi criterio, esas
brutalidades deberían haber sido recogidas en la sentencia no como eximentes,
pero sí como atenuantes del delito, en la línea de lo consignado en el artículo
21.3º del Código Penal, que considera circunstancia atenuante «la de obrar por
causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato, obcecación u
otro estado pasional de entidad semejante». En el caso que nos ocupa, entiendo
que el tribunal bien hubiera podido considerar a Tania autora de un delito de homicidio, en principio castigable
con una pena de prisión de entre diez y quince años (CP, art. 138), pero haber
decidido acto seguido rebajar esa pena en dos grados, atendiendo a la
existencia de una circunstancia atenuante «muy calificada» (CP, art. 66.4º),
con lo que –tanto más considerando el tiempo que pasó en prisión preventiva–
podría haberse librado de ir a la cárcel.
De este modo, el
resultado práctico no diferiría apenas del que solicitan los incondicionales de
Tania, pero se evitaría la
frívola justificación del homicidio en la que muchos de ellos están
incurriendo.
Mi siguiente reflexión
desborda ampliamente el plano jurídico. Me pregunto por qué los medios de
comunicación están haciendo tanto ruido
con el caso de esta pobre mujer, situándose de su lado sin apenas matices. Y me
respondo que lo hacen porque esta tragedia les sirve muy bien para cubrir la
cuota de sensiblería –de falso humanismo– que les conviene. Al diablo si les
importa la Justicia: utilizan a Tania
como un objeto de usar y tirar.
Yo me niego, aunque ya
sé que no mejoraré precisamente con ello mi cuota de popularidad.
(26-X-2000)
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División
de trabajo
Recordaréis –si veis la
televisión y si vivís en España– la sonada intervención que tuvo en Televisión
Española el hijo del militar médico asesinado por ETA en Sevilla. Os daré una
información de la que he tenido reciente conocimiento: aquella entrevista fue
un montaje. No hablo por boca de ganso: lo sé por empleados de RTVE que fueron
testigos directos de lo sucedido.
La idea de realizar
aquella entrevista partió del Gobierno, que se puso en contacto con la jefatura
de los Servicios Informativos de TVE para que se encargara de llevarla a la
práctica. El propio responsable de esos servicios, Alfredo Urdaci, se hizo
cargo del asunto y se desplazó a Sevilla. Allí pasó varias horas reunido con el
hijo de la víctima. Se estudiaron con todo detalle las preguntas y las
respuestas. Se hicieron cuidadosos ensayos y un montón de tomas. Se le indicó
al entrevistado qué gestos debía hacer y qué otros evitar; en qué frases
convenía que pusiera el énfasis; se le sugirieron frases particularmente
rotundas, que luego serían convenientemente subrayadas por los dirigentes del
PP y por los comentaristas afines...
Excuso decir que nadie
obligó al entrevistado a manifestar nada que a él le pareciera mal. Se limitaron a darle ideas que a él
no se le habían ocurrido y que convenía que se le ocurrieran. Y a asegurarse de que las decía del modo más
conveniente para los intereses de quienes se las habían sugerido.
Fue un ejemplo acabado
de la división de trabajo que impera hoy en los poderes del Estado, incluido el
cuarto poder. Cada vez se deja
menos lugar a la improvisación. Ahora hay campañas de prensa que se lanzan
después de que los responsables de los medios informativos las hayan estudiado
cuidadosamente con los ministros del ramo. Todo está planificado al detalle.
Una vez que se ha lanzado la campaña, aparecen los ministros y sus corifeos
subrayando cuán interesante les parece la idea, lo cual encuentra cumplido
reflejo en los propios medios informativos. Entretanto se ponen en marcha las
maquinarias del poder legislativo (por si la idea lanzada hubiera de tener un
reflejo normativo refrendado por las Cortes) y el judicial (por si debiera
merecer refrendo legal, sea en forma de aprobación enfática o de detenciones
practicadas cualquier noche de ésas).
Antes estas cosas
también ocurrían, pero en la práctica, de hecho. Ahora ya no se deja nada a la
improvisación. Los poderes del Estado ya no están para equilibrarse mutuamente,
sino para potenciarse entre sí. Y los medios de comunicación, a los que otrora
se les llamaba el cuarto poder
de manera metafórica, actúan ya como cuarto poder en el sentido más estricto de
la palabra. Los poderes del Estado son ya el ejecutivo, el legislativo, el
judicial y el mediático. Y entre los cuatro reina una perfecta división de
trabajo.
(25-X-2000)
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Una
conversación
Ayer almorcé con alguien
que está muy al tanto de los entresijos de la política vasca. Lo que me contó
no estaba destinado a ser publicado, así que optaré por no identificarlo. Sólo
diré sobre su persona –la precisión es importante– que no milita en ningún
partido.
Mi interlocutor se
mostró muy preocupado, y no sólo por las mismas razones que lo está la mayoría.
Le inquieta también que todos los análisis que se hacen sobre la actualidad
política vasca se basen en diferentes combinaciones de los mismos elementos:
PP, PNV, PSOE. En su criterio, se está menospreciando lo que sucede en el interior
del MLNV (o de HB, o de EH, que viene a ser lo mismo, a estos efectos), pese a
que es –así lo cree él– del mayor interés. Afirma que hay en estos momentos
dentro del MLNV una importante pugna entre, de un lado, los sectores
partidarios del cese de la violencia abertzale (en sus dos variantes: ETA y kale borroka) y, del otro, los que
creen que esa violencia debe seguir, o incluso intensificarse y ampliar su
radio de acción. Los primeros son más numerosos –dice–, pero carecen de
propuestas viables, materializables, que les permitan tomar la iniciativa y
canalizar hacia la vía pacífica al conjunto del movimiento.
Me cuenta que los más
irreductibles de ETA están envalentonados. Gracias al robo de explosivos que
hicieron en la Bretaña francesa, poseen un muy importante stock de dinamita. Tampoco tienen
ningún problema de voluntarios: la cantera de la kale borroka les proporciona muchos más aspirantes a activistas
de los que necesitan. Además, han conseguido establecer una estructura orgánica
más ágil y más segura, mucho más difícil de detectar y, desde luego, de
infiltrar. Por decirlo brevemente: no se sienten nada impresionados cuando oyen
a Aznar prometer que acabará con ellos.
En esas condiciones, no
ven por qué habrían de aceptar las demandas de tregua que salen de las propias
filas del MLNV. Menos aún si se tiene el cuenta que quienes formulan esas
demandas carecen de un plan B real y practicable, que no equivalga en
último término a una rendición pura y simple.
«Hay que lograr que
quienes son partidarios de la paz dentro del MLNV tengan algún horizonte
concreto que proponer a sus bases, de modo que sean capaces de poner en marcha
una marea interna que los fundamentalistas
no puedan contrarrestar», me dice. Y añade: «El PNV y el PSOE, junto con EA y IU-EB,
deberían arreglárselas para facilitar los planes de esa gente».
Le respondo que su
pretensión es de casi imposible cumplimiento, muy especialmente porque el PSOE,
en las condiciones actuales, no podría tender una mano a nadie que tenga nada
que ver con el radicalismo abertzale, so pena de dilapidar buena parte de sus
activos en el resto de España.
Asiente: «Sí, es muy
difícil. Quizá imposible. Pero, o se pone en marcha algo así, o dentro de muy
poco ETA pasará a estar controlada por las nuevas hornadas de activistas,
forjados en el disparate de la kale
borroka. Y ésa es gente especializada en no atender a razones de ningún
tipo. Son todavía peores. Con ellos al frente de ETA y del MLNV, el conflicto
puede prolongarse hasta el infinito».
«Nada indica que no vaya
a hacerlo», repliqué.
«De acuerdo. Pero hemos
de hacer todo lo posible para evitarlo», concluyó él.
Nos despedimos.
Me quedé pensando cuán
fácil es que «todo lo posible» resulte insuficiente.
(24-X-2000)
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La
cadena perpetua
El Gobierno de Aznar
tomó hace meses una resolución: la de acabar con ETA por la vía de la
represión, y sólo por la vía de la represión. Nada de medidas políticas
destinadas a aislar a los más recalcitrantes del MLNV y a atraer a los
indecisos al campo de la paz. De ese género de medidas no quiere saber nada
porque, si bien son eficaces contra ETA, contribuyen a fortalecer y unificar el
campo nacionalista.
«Es una política a largo
plazo», «Hay que tener paciencia», «No caigamos en el desaliento», dicen y
repiten los responsables gubernamentales. Pero el hecho es que pasan los meses
y las cosas no mejoran ni poco ni mucho. En realidad, empeoran. Y el Gobierno, aunque
insiste una y otra vez en sus llamamientos a la perseverancia, se da cuenta de
que la opinión pública –su
opinión pública– no se siente en absoluto satisfecha. Se apercibe igualmente de
que sus intentos de hacer vudú con los errores del PNV y la ineficacia de la
Ertzaintza empiezan a caer en saco roto, en la medida en que ETA golpea también
contundentemente fuera de Euskadi, y fuera de Euskadi ni gobierna el PNV ni es
la Ertzaintza la encargada de acabar con la organización terrorista. Comprueba
que ni siquiera los éxitos policiales son capaces de contrarrestar la sensación
general de hastío: cada cual se da cuenta de que, por cada comando de ETA que es neutralizado¸ otro toma su lugar, y
que ese proceso sustitutorio amenaza con volverse eterno y, con él, el deseado
fin de la propia ETA.
En tales circunstancias,
los paladines de la «solución policial» comprenden que algo debería hacerse
para aminorar la explosiva mezcla de desánimo e impaciencia que se va
generalizando en la ciudadanía.
Sólo que no tienen claro
qué podrían hacer.
La última idea que se
les ha ocurrido es la de reformar el Código Penal para ampliar el tiempo máximo
que un condenado por delitos de terrorismo puede pasar en la cárcel.
Actualmente es de 30 años. Proponen que se restablezca la condena a reclusión
de por vida, es decir, la cadena perpetua entendida en su literalidad. «Por lo
menos», dicen, «para aquellos terroristas que se mantengan ideológicamente en
sus trece». «No se puede correr el riesgo de que al cabo de 30 años salgan a la
calle para volver a las mismas».
Ignoro si son
conscientes de las implicaciones que tiene su propuesta. Señalaré sólo algunas.
En primer lugar, supone
un cambio de 180º en la filosofía que el castigo penal tiene en el ordenamiento
jurídico español. Éste descarta la consideración de la pena en tanto que
venganza. La entiende como un medio destinado a la rehabilitación del preso y a
su reinserción en la sociedad. Si alguien es condenado a pasar el resto de su
vida entre rejas (a «pudrirse en la cárcel», que diría Felipe González), no hay
reinserción posible. (Llamo la atención de paso sobre el hecho de que, una vez
se opta por la consideración de la pena en tanto que venganza, se abre la
puerta a la restauración de la pena de muerte, como expresión más acabada de la
venganza).
En segundo lugar, la
propuesta es contradictoria. Si de lo que se trata –y así lo dicen quienes la
defienden– es de que el hijo de una víctima de ETA no pueda encontrarse al cabo
de 30 años con el asesino de su padre sentado en la mesa de al lado en un
restaurante, el hecho de que el asesino se haya arrepentido o no es
irrelevante. Seguirá siendo el asesino y estando en la mesa de al lado.
En tercer lugar:
vincular la duración de la pena, no a que el recluso se arrepienta del delito
que cometió, sino a su transformación ideológica, es impropio de un sistema
penal civilizado. Eso es el Gulag.
En cuarto lugar: cualquiera sabe que una
persona que sale al cabo de 30 años de la cárcel ya no es en ningún caso la
misma que entró en ella. Podrá ser mejor o peor, según lo que le toque vivir
durante esas tres décadas, pero en ningún caso será la misma.
En quinto lugar, se
equivoca al atribuir un papel disuasorio al aumento del cumplimiento de pena
por encima de los 30 años. Los activistas de ETA no creen que vayan a pasar en
la cárcel 30 años. Están convencidos de que antes habrá algún acuerdo político
que los dejará en la calle.
Lo que nos conduce a la
quinta y fundamental implicación de la propuesta: la eficacia de esa medida se
basa en la hipótesis, verdaderamente deprimente, de que dentro de 30 años
seguirá existiendo ETA.
Estamos, una vez más,
dentro de lo que el penalista Enrique Gimbernat suele llamar «el Derecho Penal
simbólico»: son iniciativas legislativas que se toman no tanto porque se considere
que van a tener una especial eficacia fáctica, sino, sobre todo, porque dan la
sensación, de cara a la galería, de que el legislador no se está con los brazos
cruzados y es muy enérgico.
Lo malo es que, ya de
paso, horadan las bases del Estado de Derecho.
(23-X-2000)
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