Archivo
del «Diario de un resentido social»
Semana del
16 al 22 de octubre de 2000
El
sueño de la razón
Manifestación
en Bilbao. 150.000 personas, según la contabilidad de los que hubieran
preferido que no acudiera nadie. ¿Hubo más, igual o menos gente que en la de
San Sebastián «por la Constitución y el Estatuto»? Más, pero tanto da. Allá
quienes quieran enfrentar a unos asistentes con otros.
El PP se ha
desairado solo. Se empeñó en que una manifestación así sólo podía servir para
apuntalar las posiciones de Ibarretxe y declaró la guerra a la convocatoria.
Absurdo: si realmente temía que el PNV capitalizara el acto, le habría bastado
con sumarse a él. Lo hubiera desprovisto ipso facto de toda virtualidad
partidista. No sólo no se sumó, sino que se metió en una guerra demencial,
tratando de demostrar que su capacidad de desconvocatoria –respaldada por la
Asociación de Víctimas del Terrorismo, el Foro de Ermua y Unidad Alavesa– es
superior a la capacidad de convocatoria de todos los demás. ¿Resultado? Un
fracaso. Ha fracasado el PP y, con él, quienes le han hecho coro: en la
manifestación de ayer hubo víctimas del terrorismo –incluyendo familiares de
concejales del PP asesinados por ETA– y la presencia del alcalde de Ermua
sirvió para aclarar a quienes no lo sabían que los del Foro de Ermua podrán
constituir un foro, pero casi ninguno es de Ermua. Hasta Savater se desmarcó de
la táctica divisionista del PP.
Los de Aznar
se niegan a admitir la realidad de Euskadi, integrada por dos comunidades
ideológicas –nacionalistas y no nacionalistas– que, en sus respectivas
mayorías, no tienen el menor deseo de liarse la manta a la cabeza y vivir a la
mutua greña. Los Mayor, Iturgaiz y compañía alientan la ilusión de que, si
descalifican despiadadamente a los dirigentes del PNV día sí día también,
lograrán que una parte de la comunidad nacionalista se haga súbitamente españolista
y les ayude a hacerse con las riendas del Gobierno vasco. El sueño de la razón
engendra monstruos.
La
manifestación de ayer debería sacarles del delirio. Pero no lo hará.
Si Arzalluz
fuera realmente jesuítico –no lo es nada–, cambiaría de táctica y, en vez de
entrar a todos los trapos que le ponen por delante, respondería a las
descalificaciones de los populares con constantes llamamientos a la
unidad.
Nombrarle al
PP la unidad con los nacionalistas y ponerlo de los nervios es todo lo mismo.
Me he equivocado
tantas veces en mis predicciones políticas que no es imposible que vuelva a
patinar, pero lo diré de todos modos: para mí que en Euskadi el PP va camino de
darse una galleta de muchísima consideración. Está jugando a todo o nada. Y
todo es demasiado.
(22-X-2000)
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El
Estado mendicante
Aznar está que
se sale. Aprovechando su paso por Seúl, villa olímpica, ha batido su récord
personal del disparate, en la modalidad de caída libre.
Le preguntan
los periodistas por las razones que justifican que el fiscal jefe del TSJ de
Andalucía, Luis Portero, careciera de protección policial, pese a haberla
solicitado formalmente y por escrito en dos ocasiones. Y Aznar contesta que ya
en su día propuso paliar la falta de recursos del sistema policial de
protección de personalidades abriendo una cuestación popular, pero que los
periódicos se le echaron encima y lo abrumaron con sus críticas, por lo que
hubo de renunciar a esa posibilidad.
O sea que,
según él, o los servicios de protección policial son sufragados mediante la
caridad pública o no hay nada que hacer.
Habrá que
recordarle al presidente del Gobierno que el Estado ya tiene organizada una
enorme cuestación popular diaria: se concreta en eso que llamamos impuestos. La
ciudadanía, que compra y labora, entrega un nada desdeñable porcentaje de sus
ingresos al Estado para que éste atienda las necesidades sociales. Entre ellas,
la de proteger a las personas que pueden sufrir un atentado.
En las arcas
del Estado entra dinero. Mucho dinero. A partir de lo cual, toda la cuestión
está en determinar qué orden de prioridades se sigue en el gasto. Si el
Gobierno establece una jerarquía de preferencias que descarta la protección de
los fiscales jefe de las comunidades autónomas, es su problema. La idea de la
cuestación es peregrina: ¿por qué no echan mano de ella para abastecer de
armamento a las Fuerzas Armadas? Ya me lo veo: «¡La Defensa de España te
necesita! ¡Aporta tu óbolo para la compra de veinte F-18!». Como si fueran el yate
del rey.
Lo más
decepcionante es que, para quitarse de encima una responsabilidad que sólo a él
corresponde, Aznar haya tenido la ocurrencia de culpar a la Prensa. Si será
ingrato: ¡con todo lo que los papeles hacen a diario por él!
(21-X-2000)
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Las
víctimas
Aunque ya nada
de lo que sucede en ese capítulo me sorprenda –espero cada día lo peor–, creo
que sigue valiendo la pena analizar las manifestaciones de los políticos, así
sea como mero ejercicio de antropología.
Me encontré hace unos días con un
amigo que acababa de participar en una charla informal con el ministro
de Justicia. «¿Sabes lo que ha dicho?», suspiró, con aire anonadado. «Que para
el Estado de Derecho son más perjudiciales las acciones de la kale borroka
que los tiros en la nuca». Estaba que no se lo creía: «¡El ministro de Justicia
tiene una escala de valores que se pasa el Código Penal por el arco del
triunfo! ¡Toma ya!».
Ayer, el ministro del Interior dio
un paso más en esa vía: afirmó que «los terroristas de cuello blanco, la
inteligencia, como ellos dicen, son tan culpables o más que los que
disparan». Pues no: en los Estados de Derecho, el delito de incitación es
siempre de grado inferior al de comisión. Lógicamente, porque la incitación nunca
es determinante: lo determinante es el libre albedrío de quien actúa.
Otra gracia de Mayor Oreja:
«Las víctimas [del terrorismo] tienen siempre razón».
Pues tampoco. Si sostuviera que las
víctimas del terrorismo tienen derecho a decir lo que les venga en gana, porque
en su situación no cabe reclamar de ellos ni ponderación ni sangre fría,
estaría totalmente de acuerdo. Pero de ahí a dar por Ciencia pura sus desahogos
–por no hablar ya de jalearlos– hay un largo trecho, que un gobernante no debe
recorrer alegremente.
Ayer, Pablo Muñoz, hijo del coronel
médico Antonio Muñoz Cariñanos, asesinado por ETA el pasado lunes, acusó a los
dirigentes del PNV de ser tan culpables de la muerte de su padre como quienes
dispararon contra él.
Mayor Oreja sabe que esa acusación
es una barbaridad. Pese a lo cual, insiste: «Las víctimas siempre tienen
razón».
Parece una posición humanitaria,
pero no pasa de ser oportunismo político: le viene bien que hagan afirmaciones
de ese tipo, porque van a favor de obra y se las ahorran a él. Sabe que el PNV
nunca se querellará contra el hijo de un asesinado. En cambio, si las hiciera
él, tendría que justificarlas ante un tribunal.
(20-X-2000)
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Las
multas danesas
La Policía de
Tráfico de una provincia danesa está haciendo una curiosa experiencia. Hace
unos meses, sus jefes decidieron probar un nuevo sistema para combatir los
excesos de velocidad de los automovilistas. La idea consiste en desplazar el
centro de interés de los agentes de tráfico: aunque no dejen de multar a los
corredores, se dedican sobre todo a premiar a los conductores que se sujetan
más estrictamente a los límites de velocidad autorizados. Los premios no son
filfa: van desde mapas de carreteras valorados en unas 5.000 pesetas a
radiocasetes y otros accesorios cuyo importe en el mercado supera las 50.000
pesetas. Depende de la persistencia de los automovilistas en la conducción
correcta.
Los resultados
de la prueba han sido espectaculares: ha descendido radicalmente el número de
infracciones al Código de Circulación y, con ello, también la cifra de
accidentes.
¿Todos
contentos? Qué va. El Ministerio de Hacienda danés ha puesto el grito en el
cielo. No tanto –aunque también– por el coste que tienen los regalos como,
sobre todo, por el déficit recaudatorio que le supone el descenso del número de
multas. Dice que, de generalizarse el sistema, las arcas del erario danés
sufrirían un varapalo intolerable.
Conclusión: la
Hacienda danesa necesita que los automovilistas violen el Código de la
Circulación, y cuanto más, mejor, aunque se maten.
Es otro caso
más de complementarios de apariencia paradójica. Hay muchos. ¿Qué sería de todo
el aparato policial, judicial y penitenciario si no hubiera delincuencia? Los
policías, los jueces y los carceleros viven del delito: lo necesitan. Lo mismo
que la Iglesia vive del pecado. De no haber pecados, perdería su razón de ser.
Lo del PP y
ETA lo dejo para otra ocasión. Como diría Pujol: hoy no toca.
(19-X-2000)
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Incoherentes
El alcalde de
Sevilla, Alfredo Sánchez Montiseirín, clamaba que la democracia no cae del
cielo, que hay que conquistarla, y que ni los pusilánimes ni los pasivos tienen
excusa, y los dirigentes del PP aplaudían con fervor.
Qué falta de
memoria: ya no recuerdan a qué se dedicaban cuando en España no había ni
libertad ni democracia. No movieron un dedo. A favor de la democracia, quiero
decir. En contra sí, muchos de ellos. ¿Alguien les ha oído lamentarlo alguna
vez? Ahora jalean a quien condena lo que ellos hicieron.
«Yo, como los
poetas, no tengo biografía. Mi biografía son mis hechos», afirmó Aznar hace
unos días. No se lo cree ni él. Claro que tiene biografía. Para su desgracia.
Esta gente se
ha doctorado en democracia sin haber hecho la carrera. Y quiere sentar cátedra.
Dicen ahora
que no pueden manifestarse junto al PNV, lemas al margen, porque los
nacionalistas vascos «comparten fines con ETA». Es una innovación. Frente a
quienes sostenemos en contra de ETA –ellos también lo hacían hasta hace poco–
que el fin no justifica los medios, el PP ha descubierto que son los fines los
que de verdad importan, y que la cuestión de los medios es secundaria. Lo
decisivo para ellos es que tanto ETA como el PNV propugnan la soberanía vasca.
Consideran que es eso, y no la actitud ante la violencia impositiva, lo que
delimita los campos. Por ello se niegan a marchar junto al PNV.
Luego, de cara
a la galería, sostienen que la línea divisoria es la que separa el crimen de la
ley. Pero no actúan en consecuencia. No pretenden que el PNV esté vulnerando
ninguna ley y, sin embargo, lo sitúan en el campo enemigo.
Por lo demás,
es falso que el PNV y ETA compartan fines. Comparten tan sólo su formulación
genérica, abstracta. Pero, cuando el PNV habla de soberanía vasca, lo que
propugna es la aceptación general de lo que libremente decida la ciudadanía
vasca, entendiendo por tal al conjunto de quienes viven en el territorio vasco,
nacionalistas o no. En cuanto a Navarra y al País Vasco bajo soberanía
francesa, ha reconocido una y otra vez que sólo puede y debe hacerse aquello
que las poblaciones de la una y el otro decidan mayoritariamente. ETA, en
cambio, ha dejado claro en numerosas ocasiones que su concepción del pueblo
vasco es restrictiva –sólo reconoce la condición de vascos a quienes participan
en la «construcción nacional»– y que su proyecto de territorialidad es
impermeable a la voluntad de quienes se asientan en los territorios
concernidos.
Son dos
concepciones no sólo diferentes, sino incompatibles. La del PNV tiene como eje
la democracia (delimitada geográficamente al ámbito vasco: es un partido
nacionalista). La de ETA, en cambio, se basa en la imposición.
El PP sabe que
la realidad es ésa, pero prefiere hacer como que no se entera. Le pierden las
ganas de anular electoralmente al PNV.
Lo malo es que
el precio de su ambición lo pagamos entre todos.
(18-X-2000)
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Portugal
Semana de
Portugal en Madrid. Acudimos al recital de Misia en el teatro Albéniz,
retransmitido en directo por la radio y la televisión públicas del país vecino.
Hermoso recital de fados tradicionales reconvertidos, con espléndidas
letras nacidas de la mano de Pessoa, Saramago, Lobo Antunes, Lidia Jorge...
Misia está en un momento musical espléndido: su voz: se escapa cada vez más de
los patrones ortodoxos del fado para tomar registros totalmente personales. En
el intermedio, los músicos hacen una versión deliciosa de las Cantigas do
Maio, de Zeca Afonso. En uno de sus breves parlamentos, Misia se queja
elegantemente de la actitud de los españoles hacia Portugal. Ironiza con el
tópico de «los países hermanos» y reclama que hagamos un esfuerzo por ser algo
menos hermanos... y algo más amigos. «Uno no elige a sus hermanos. A sus
amigos, si», dice.
Tiene razón.
Cada vez que he viajado a Portugal, me he sentido avergonzado del
comportamiento de algunos turistas españoles. Es como si, hartos de haber sido
tratados durante décadas como inferiores por toda suerte de turistas de la
Europa rica, sintieran la necesidad de afirmarse mirando por encima del hombro
a otro pueblo. En los bares y restaurantes hablan a los camareros en castellano
sin el menor amago de excusa previa, como si tuvieran la obligación de
entenderles. Se pasean por las calles organizando todo el estruendo posible,
haciéndose notar, exhibiendo su diferencia. No se esfuerzan lo más mínimo por
respetar los usos y costumbres locales. Y eso sin contar con la eterna zafia
costumbre de sacarse fotografías meados de la risa junto a letreros que
anuncian polvo (pulpo) a la portuguesa.
He viajado por
Portugal de norte a sur. Me he paseado por Porto y Lisboa hasta el agotamiento:
mirando, aprendiendo, tomando notas. Siempre me ha gustado ese pueblo discreto,
vagamente melancólico, sereno, más próximo a veces de lo británico que de lo
ibérico. En uno de mis viajes, Misia me llevó a recorrer locales de fados de
los de verdad: no de los preparados para turistas. En uno coincidimos con José
Manuel Osório, cargado de viejas militancias, que improvisó un par de
interpretaciones estremecedoras.
Acabado el
recital, nos vamos a cenar: Pilar del Río, su hijo –de los que devuelven la
esperanza en la juventud–, Saramago, dos amigas de ellos, Charo y yo. Charlamos
de literatura, de premios literarios, de la realidad de la prensa actual...
Hacemos bromas, reímos.
Mientras
dejamos que pase plácidamente el tiempo, la muerte ha vuelto a pasearse por
Sevilla.
Según llego a
casa, escucho las noticias. Me acuesto, pero tardo en dormirme.
Nunca acabaré
de acostumbrarme a la capacidad que tienen algunos de mis compatriotas vascos
para aguar cualquier fiesta. Todas las fiestas.
Y para hacer
que importe poco de qué quiera hablar uno: acaba siempre hablando de lo mismo.
(17-X-2000)
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Sectarios
El PSOE
condiciona su apoyo a la manifestación convocada por Ibarretxe a que el lema de
la convocatoria apunte inequívocamente contra ETA. Parece razonable.
El PP sostiene
que Ibarretxe ha hecho mal las cosas porque no ha negociado el lema de la
manifestación con ellos.
Eso, en
cambio, tiene todo el aire de una broma de mal gusto. ¿Negoció alguien con el Gobierno
vasco, el PNV y EA el lema de la tan traída y llevada manifestación constitucionalista
de San Sebastián?
Rodríguez
Zapatero le ha dicho a Aznar que «de vez en cuando no es malo hablar menos y
pensar más». Se diría malévolo el comentario, pero en realidad es
exquisitamente considerado. Aznar no está actuando así por precipitación
irreflexiva, sino porque, tras pensárselo mucho, ha decidido que es eso lo que
quiere hacer. No es atolondradamente sectario, sino fría y voluntariamente
divisionista.
Lo mismo que
el Foro de Ermua. Sus integrantes ya han anunciado que no acudirán a la
manifestación de Ibarretxe porque no están dispuestos a marchar unidos «con
aquellos que han tenido acuerdos con quienes sostienen y amparan la violencia».
Lo que equivale a decir que están en contra de la unidad con el PNV en todo
caso y en cualquier circunstancia; por razones de principio.
El Foro de
Ermua dice abiertamente lo que el PP piensa –y conforme a lo cual actúa–, por
más que no se atreva a formularlo tan crudamente. En realidad, ambos ponen una
condición a la unidad con el PNV frente a ETA: que los nacionalistas renuncien
a ser nacionalistas, se flagelen muchísimo y pidan perdón de rodillas por haber
sido tan malos. No le han puesto jamás al PSOE como condición que se arrepienta
públicamente de haber organizado, financiado y nutrido un grupo terrorista,
pero exigen del PNV que abjure de haber sostenido un acuerdo –el de Lizarra–
entre cuyos puntos fundacionales estaba la renuncia a los métodos violentos de
lucha.
Confío en que
quienes no entendieron de qué fue todo el lío de la manifestación de San
Sebastián lo comprendan ahora.
(16-X-2000)
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