Archivo del “Diario de un resentido social”
Semana del 18 al 24 de septiembre de 2000.
(Léase de abajo a arriba)
El Defensor del Pueblo
Fascinante: ni uno solo de los dirigentes
políticos que acudió a la manifestación que tuvo lugar ayer en San Sebastián se
privó de decir que la convocatoria no iba dirigida contra nadie... y ni uno solo
de ellos se privó de lanzar alguna puya al PNV y a Ibarretxe apoyándose
precisamente en la manifestación. De hecho, si tomamos como referencia lo
aparecido en los medios, hicieron muchas más declaraciones contra el PNV que
contra ETA. Si realmente no hubieran pretendido utilizar torcidamente la
manifestación, a las preguntas de los periodistas sobre el PNV deberían haber
contestado al modo de Pujol: “Hoy no toca eso”. Pero vaya que sí tocaba.
Entre los hombres públicos que se
despacharon a gusto contra los nacionalistas, hubo uno que estaba doblemente
obligado a guardar silencio al respecto: el Defensor del Pueblo.
No digo Enrique Múgica Herzog, sino el
Defensor del Pueblo, figura institucional que circunstancialmente encarna
Enrique Múgica Herzog.
En tanto que ciudadano particular, Múgica,
como todo pichichi, puede tener las filias y las fobias políticas que le vengan
en gana. Como Defensor del Pueblo, en cambio, está obligado a callárselas,
guardando una escrupulosa neutralidad política.
Ahora bien: los que conocemos a Enrique
Múgica –y yo lo conozco desde los 7 años–, sabemos que esa neutralidad es
totalmente incompatible con su carácter, visceral y colérico.
Si siempre fue así, cómo no lo será ahora
–y más tratándose de este asunto– tras el asesinato de su hermano Fernando.
El Defensor del Pueblo está para defender
a los ciudadanos de los abusos de la Administración del Estado. A todos los
ciudadanos. Incluso al mismísimo Jack el Destripador, si viviera y morara por
estos pagos. Pero Enrique Múgica afirma con total desenvoltura que él elige a
quién defiende y a quién no. Incluso a quien ataca.
Sencillamente: está incapacitado para
asumir las obligaciones que conlleva la institución.
Pero no hay en ello disfunción alguna.
Quienes lo promovieron al cargo ya sabían que él es así. Precisamente por eso
lo pusieron.
(24-IX-2000)
.......................................................
Preguntas y respuestas
«¿Por qué te opones a la manifestación de
hoy en San Sebastián?», me pregunta un amigo. ¡Pero si no me opongo! ¡Que se
manifieste quien quiera! ¡Sólo faltaría! Es más: tengo la certeza de que la
gran mayoría de los que van a manifestarse lo van a hacer de la mejor fe. Todo
mi respeto para ellos. Lo que yo he hecho es analizar el sentido que tiene esa
manifestación dentro del mar de fondo de la actual política vasca.
«Exageras cuando dices que es una
manifestación contra el PNV y EA». No. Si PP y PSOE hubieran querido que ambos
partidos asistieran a la cita, habrían pactado un lema que fuera aceptable para
ellos. Lo han hecho otras muchas veces. Si este asunto de los lemas de las
convocatorias fuera nuevo, podría pensarse que no ha habido voluntad de
división. Pero es más viejo que mear contra la pared.
El PP ya dio en Zumárraga una prueba más
que clara de su apuesta por la división. Recordemos: todos los grupos del
Ayuntamiento habían llegado a un acuerdo de lema para manifestarse
conjuntamente contra el atentado de ETA pero, cuando los dirigentes del PP
llegaron al pueblo, cambiaron el lema, con lo que forzaron a los nacionalistas
a retirarse de la convocatoria. A continuación, empezaron el bombardeo mediático:
“Estos nacionalistas, ya se sabe, como siempre...”.
«Pero, ¿por qué ese empeño de los
nacionalistas en negarse a aceptar la Constitución? Tómenla como punto de
partida y defiendan dentro de ella sus planteamientos». PNV y EA acatan la
legalidad y actúan dentro de ella. Ése es el programa mínimo de la convivencia
pacífica. El PNV y EA no pueden asumir la Constitución porque están en contra
no ya de tal o cual punto de ésta, sino de su piedra angular misma, definida
en su artículo primero: «La soberanía nacional reside en el pueblo español».
Ellos consideran que el destino de Euskadi debe ser decidido por el pueblo
vasco, y no por todo el pueblo español. Es la vieja polémica sobre el sujeto
de la soberanía. Al PNV y a EA se les puede pedir muchas cosas, pero no que
dejen de ser nacionalistas.
Esta misma cuestión vuelve confusas
también las apelaciones a “todos los demócratas”. Demócrata es el que cree que
el destino de un país debe ser libremente decidido por la mayoría del pueblo.
Pero, en este caso, ¿de qué país y de qué pueblo hablamos? Del conjunto del
pueblo español, los unos; del pueblo vasco por sí solo, los otros.
Personalmente, creo que esta polémica
tiene no poco de retórica –y de simbólica–, porque la actual organización
internacional deja muy escaso terreno de juego a las soberanías nacionales.
Pero ése es sólo mi criterio. Cada cual está en su derecho a tener el suyo.
«¿Por qué defiendes con tanto ahínco al
PNV y a EA?». ¡Pero si no los defiendo! Es decir: no defiendo la política que
siguen; defiendo su derecho a seguirla sin ser vapuleados en todas las plazas
públicas de España.
Lo he explicado hoy –muy brevemente, por
razones de espacio– en mi columna de El Mundo: creo que la apuesta soberanista
del PNV y EA ha sido un error, porque buena parte de la sociedad vasca no ha
podido dejar de interpretarla como excluyente, por más que se le invitara a
participar en ella. Eso es como si a un nacionalista se le invita a
incorporarse al proyecto de construcción de España.
«¿Qué propones, entonces?». No tengo
ningún programa concreto; qué más quisiera. Tengo sólo un principio o, si se quiere,
un talante: se trata de crear una Euskadi respirable, en la que los
nacionalistas vascos, los nacionalistas españoles y hasta los nihilistas
nacionales puedan sentirse aceptablemente cómodos. Para lo cual, lo primero que
debe hacer cada bando es tratar de comprender los problemas del otro,
para facilitarle las cosas. La manifestación de hoy en San Sebastián –vuelvo al
comienzo– no va a ayudar a progresar por esa vía.
(23-IX-2000)
.......................................................
Cuando ETA se explica
Ayer ETA tuvo un día inusualmente
comunicativo. Habitualmente se explica como los grandes artistas, que suelen
decir eso de que «lo que mi obra no acierte a decir no vale la pena que lo diga
yo con palabras». O como el verso de César Vallejo: «En fin, no tengo para
expresar mi vida sino mi muerte». Pero ayer se mostró locuaz.
Primero, mandó un comunicado a Gara
en el que justifica el asesinato de Manuel Indiano, concejal del PP de
Zumárraga, el asesinato frustrado de José Ramón Recalde y el atentado contra la
discoteca Txitxarro, propiedad de la familia del empresario José María
Korta, al que también asesinó.
A Recalde le imputa que fue consejero del
Gobierno de la Comunidad Autónoma Vasca, que es –afirma– «el Gobierno que
asienta la partición de Euskal Herria». C’est tout. Explicación tan
escueta como absurda: de un lado, lo que dice es falso, porque Euskal Herria
está partida desde que existe la partición entre Estados, con lo cual la cosa
tiene un «asiento» mucho más viejo y mayor, y, del otro, es incongruente: con
ese argumento, antes de ir a por un ex consejero, a quien tendrían que cargarse
es a Ibarretxe, jefe en activo del «asiento».
A continuación explica ETA por qué condenó
a muerte al concejal Indiano: «Fue traído de España por el PP para rellenar su
lista». Otra vez el laconismo; otra vez la falsedad. Alguien que presta su
nombre tan sólo para que se complete una lista electoral no pone una tienda de
golosinas y se queda a vivir en el pueblo. Lo que ETA quería decir, pero no se
ha atrevido, es que lo ha matado por haber cometido el doble delito de ser
inmigrante y ayudar al PP. Un inmigrante que aprecie su vida lo mejor que puede
hacer es volverse abertzale. O, por lo menos, estarse calladito.
Aborda acto seguido el atentado contra la
discoteca Txitxarro. Sostiene que lo hizo porque allí se traficaba con
droga y «las instituciones y cuerpos policiales no exhiben una actitud firme
ante el aumento del consumo de drogas». Admito que, si las anteriores explicaciones
me habían parecido disparatadas, esta proclama de subsidiaridad policial me ha
causado un ataque de risa. ¡ETA, criticando la ineficacia de las instituciones
y cuerpos policiales!
Entretanto, Pakito Mujika Garmendia
también trataba de dar explicaciones, sólo que en Madrid y ante la Audiencia
Nacional. Afirmó que «ETA, en sus
acciones, pone un cuidado especial en que no haya víctimas civiles». Claro: por
eso se carga concejales. Todos sabemos que los concejales son generales de la
Guardia Civil camuflados. Lo mismo que los clientes de Hipercor.
«Sería interesante saber por qué ETA
comete este tipo de acciones», añadió Mujika. Sí que lo sería, sí. Y también
sería interesante que él mismo reflexionara sobre el lapsus freudiano que le
indujo a decir «comete», en lugar de «realiza».
(22-IX-2000)
.......................................................
Mirusté, señor Aznar
Señor presidente:
Ayer le vi a hablando por la
televisión y, de repente, me di cuenta de que estaba tratando Vd. de darme
lecciones de democracia..
Por lo que creí entenderle, o apoyo la
Constitución o no soy demócrata.
Yo sé que Vd., señor Aznar, es un
demócrata joven. No digo que sea joven como persona, sino como demócrata. Por
edad, Vd. hubiera podido luchar por las libertades durante la dictadura, pero
no lo hizo.
Bueno, eso no es ningún crimen. Pero
cuando se carece de estudios elementales es abusivo ponerse a sentar cátedra.
Nunca he creído que el hecho de haber
padecido detenciones, torturas y cárceles por defender la libertad me autorice a
dar lecciones de democracia a nadie. Pero tal vez sí me permita rechazar que
traten de impartírmelas quienes, como Vd., no movieron un dedo a favor de esa
causa. O lo movieron en sentido contrario.
Su problema –uno de sus problemas– es que,
como no estuvo en la lucha por la libertad, no sabe qué fue eso. Y ahora no
entiende nada.
Vd. no sabe, por ejemplo, que uno de los
objetivos por los que más combatimos los demócratas de entonces fue por
conseguir que el Ejército español –un Ejército conocido por no haber ganado más
guerras que las libradas contra su propio pueblo– dejará de tener vara alta en
los problemas políticos y sociales internos. Así que, cuando se preparó el
proyecto de Constitución y se introdujo en su artículo 8º la afirmación de que
una de las misiones del Ejército es «defender la integridad territorial» de
España, esto es, y dicho en román paladino, aplastar por las armas cualquier
proyecto independentista, así fuera respaldado por cuantas mayorías se
requiriera, entonces algunos dijimos que no podíamos apoyar esa Constitución.
Por demócratas, precisamente.
Tampoco sabe Vd. que otro de los objetivos
que nos movilizó en aquellos tiempos fue el de la libre elección de todos los
cargos públicos. De todos. De modo que, cuando vimos que el proyecto de
Constitución regalaba la Jefatura del Estado a un señor atribuyéndole
estrambóticos derechos de cuna, nos negamos a aceptar esa Constitución. Por
demócratas. Como por demócratas rechazamos que se declarara a la persona de ese
caballero «inviolable y no sujeta a responsabilidad» (artículo 56.3), en
explícita negación del principio de la igualdad de todos ante la Ley.
Todo ello nos resultó doblemente
intolerable porque recordábamos aún muy bien cómo el señor ése de los derechos
de cuna había estado muy pocos años
antes en el balcón de la Plaza de Oriente, junto al dictador, celebrando
ejecuciones inicuas.
Probablemente ignore Vd. asimismo que los
demócratas de entonces combatimos por la plena igualdad de los sexos. Nos
pareció un bochorno que la Constitución proyectada afirmara que asumía esa
igualdad, pero que, a continuación, a la hora de fijar la línea de sucesión de
la Corona, estableciera la prevalencia del varón sobre la mujer (artículo 57).
Así que lo rechazamos. Por demócratas.
Tuvimos muchas más razones para rechazar
la Constitución. De muy diverso tipo. Por ejemplo, porque montó un modelo de
organización territorial, híbrido de centralista y autonomista, que es un
engendro. O porque estableció una legislación electoral que se ríe del
principio “una persona, un voto”, corrigiendo la proporcionalidad para primar
descaradamente a los grandes partidos.
Pero no quisiera aburrirle. Confío en que,
con los ejemplos puestos, le baste para comprender por qué algunos jamás
defenderemos la vigente Constitución. Y por qué, por mucho que repudiemos los
atentados de ETA, jamás nos pondremos detrás de una pancarta que diga «¡Viva la
Constitución!».
No lo haremos nunca. Por puridad
democrática, precisamente.
Ya oigo su objeción: «¡Pero la
Constitución fue votada por la mayoría!». Sí. No por la mayoría de los vascos,
pero sí por la mayoría de los españoles, en su conjunto. Lo cual me obliga a
respetarla. Pero no a defenderla.
Es como si Vd., basándose en el hecho de
que es presidente gracias al voto de la mayoría (de la mayoría relativa de los
votantes, por ser más preciso), dijera que o salgo a la calle a manifestarme al
grito de «¡Viva Aznar!» o no soy demócrata.
Mirusté, señor Aznar: váyase con su manualico del perfecto demócrata a
dar clases adonde no sepan nada de eso. Al palacio de su amigo Mohamed VI, por
ejemplo. Conmigo no insista, que va a conseguir que me enfade, y no me gusta.
Atentamente,
Javier Ortiz
(21-IX-2000)
.......................................................
Matrículas
Le veo interés a la polémica sobre cómo
deben ser las matrículas de los coches, pero no por lo que revela sobre el amor
que los hombres tienen a sus respectivas nacionalidades, sino por lo indicativa
que es del amor que le tienen a sus coches. Sólo quien concibe el coche como
una extensión importantísima de su identidad puede tomarse tan en serio una
chorrada semejante.
La relación de los hombres con sus coches
–y cuando digo “los hombres” quiero decir los hombres, no las mujeres– es un
fenómeno muy digno de estudio. Los hay que lo tratan como si fuera lo más
importante de su vida: lo miman, le sacan brillo, lo limpian constantemente (y
muy en especial los domingos por la mañana), consideran la más perversa de las
afrentas que alguien pueda rozárselo... He constatado con perplejidad que hay
hombres que no se preocupan en absoluto por la limpieza y el orden de sus
casas, pero tienen el coche siempre como un pincel. A cambio, conozco muchas
mujeres que actúan exactamente al revés.
No he visto jamás una amenaza de revuelta
referida a la identificación del origen de un bien de uso como la que se ha
producido con lo de la matrícula de los coches. Sesudos diputados de CiU han
anunciado que taparán la E de España de sus matrículas con la CAT de Cataluña.
«¡Y si me multan, que me multen!», ha exclamado uno. A cambio, usan sin
rechistar toneladas de otros productos que se los venden con el registro de
origen español bien visible.
Es gente cuyo corazón se divide entre la
patria y el coche. No sé si a partes iguales.
(20-IX-2000)
.......................................................
Una década de paréntesis
A partir de 1985, aproximadamente, un
sector de la Prensa española dejó de jalear .la política del Gobierno de Felipe
González en materia de derechos y libertades. Este paulatino pero firme cambio
de actitud de algunos medios de comunicación se reflejó en la puesta en
cuestión cada vez más neta de la política del PSOE en relación a la llamada cuestión
vasca: empezaron las preguntas en voz alta sobre la implicación del Ejecutivo
en el asunto de los GAL –algo que algunos veníamos denunciando desde la
aparición en escena de esas siglas–, se criticaron con dureza los aspectos más
claramente vulneradores de los derechos y libertades constitucionales incluidos
en la nueva legislación antiterrorista, se puso a caldo la chapuza de las
negociaciones de Argel y los posteriores intentos de acabar con ETA por vías
exclusivamente policiales...
En resumen: cierta Prensa –ya que
no la Prensa– adoptó una posición de estricta vigilancia de los tejemanejes
del Poder. De vigilancia permanente y generalizada. De desconfianza y de recelo
constantes.
En mi criterio, ésa es la posición que
debe hacer suya la Prensa crítica. Siempre. Frente a cualquier Gobierno. En
toda circunstancia.
En algunos casos, esa actitud tendrá más
materia en la que volcarse; en otros, menos. Pero la actitud, la predisposición
crítica, debe ser siempre igual de firme.
Es en ese sentido en el que mejor cabe
hablar de la Prensa como “cuarto poder”. La separación de poderes en el Estado
de Derecho tiene por función más noble y de mayor utilidad pública la de organizar
la desconfianza mutua entre los tres poderes del Estado –el ejecutivo, el
legislativo y el judicial–, para que ninguno de ellos se exceda de sus
atribuciones. Al “cuarto poder” le corresponde la tarea social de vigilar a
“los otros tres” desde fuera del aparato del Estado.
Durante la década 1985-1995, hubo en
España una Prensa que actuó así. Y fue interesante, porque empezó a crear las condiciones
para el desarrollo de una opinión pública exigente en materia de principios y
hostil al más nefasto de los fundamentos ignacianos: el que pretende que el fin
justifica los medios.
Fue un espejismo. Se fue González, llegó
Aznar, la presunta “Prensa crítica” bajó la guardia –o la licenció,
directamente– y ya estamos de nuevo instalados en el mundo de las unanimidades,
del amén a cuanto haga el Gobierno, en el “conmigo o contra mí” y en el “algo
habrá que hacer” como justificación de cualquier cosa. Está claro que hubo
bastantes periodistas que se pusieron el disfraz ético y garantista porque
vieron que era estético y rentable a la hora de combatir al Gobierno de
González, pero que muerto el perro, se acabó la rabia. Y los que nos mantenemos
en las mismas somos mirados con recelo, si es que no con abierta repugnancia (a
saber qué pretendemos y al servicio de que oscuras causas actuamos).
Algunos ejemplos muy recientes.
Uno. Hace poco, un conocido periodista,
como de pasada y sin darle mayor importancia, dio datos que revelan que el
ministro del Interior hace planes a medias con el juez Garzón, que está
actuando en la práctica como auxiliar del Ministerio del Interior. ¿Qué clase
de separación de poderes es ésa? ¿Cómo va a vigilar así el juez la actuación de
la Policía, para que se atenga a las leyes? ¿Por qué nadie denuncia esa extraña
colusión, contraria a los principios del Estado de Derecho?
Dos, y con el mismo juez de por medio.
Expertos juristas consultados por la Prensa en relación al auto de Garzón
contra el grupo Ekin han admitido en privado que se trata de un texto
directamente infumable: que algunas de las imputaciones que hace son absurdas y
las demás, genéricas: Garzón sostiene que ese grupo ha hecho esto y lo otro,
pero no especifica quién lo ha hecho, ni cuándo, ni dónde, siendo así que la
responsabilidad penal ha de ser siempre individualizada. Auguran que ese
sumario acabará naufragando por completo. ¿Qué periódico lo ha dicho?
Tres. Se ha publicado, sí, pero como
“columna arrinconada”, que diría Blas de Otero, que el ministro del Interior
envió hace poco una delegación de su departamento a hablar con Enrique
Rodríguez Galindo. ¿Qué clase de gestión fueron a hacer? ¿Es cierto que
GAL-indo, como se cuenta en los mentideros de la Villa y Corte, ha tenido una
participación activa en la última operación anti-ETA? ¿Por qué no se está
investigando eso?
¿El periodismo de denuncia y de
investigación? Fue bonito mientras duró.
(19-IX-2000)
.......................................................
De apodos
Si lo de Arzalluz sobre el niño de dos
años es una monumental bobada –supongo que nadie trataba de detener a un niño
de dos años, pero tampoco iba a renunciar a la detención del padre porque
estuviera el crío–, a cambio tiene razón en lo del “número 1”. No han podido
detener al “número 1” de ETA, sencillamente porque en ETA no hay “números 1”.
Eso son cosas que se inventa la Policía. El Biltzar Ttipia (Comité Ejecutivo)
de ETA ha sido siempre un organismo colegiado.
A la Policía española –supongo que como a
todas– le encanta ese tipo de inventos, que le permiten dar la sensación de que
sabe más de lo que sabe, que controla más de lo que controla... y que logra más
de lo que logra.
Es como lo de llamar a Iñaki Gracia “Iñaki
de Rentería”. Cuando no saben qué nombre de guerra utilizan los de ETA,
les encasqueta uno de su libre elección. Y suelen ser cómicos, como éste. Dado
que Gracia se llama Iñaki y se crió en Rentería, hala, pues: “Iñaki de
Rentería”. En otras ocasiones han sido aún más ridículos: “Domingo Iturbe,
alias Txomin”. ¡Pero si Txomin es Domingo, en euskara! Es como si
dijeran: “Ricardo Nixon, alias Richard”. Tampoco estuvo mal aquello de
Francisco Mugika, alias Pakito. Sí, hombre, y Juan, alias Juanito. Y
José, alias Pepe.
Lo mismo que lo de “el comando Donosti”,
“el comando Madrid”, y “el comando itinerante”. ETA nunca ha usado esos
nombres. Son tan sólo los títulos rimbombantes que usa la Policía para decir
obviedades al alcance de cualquiera: que ETA tiene gente instalada establemente
en Guipúzcoa, o en Madrid... o que viaja.
A veces se diría que piensan que ETA es un
Ministerio. Ahora dicen que han cogido a “la responsable de la Oficina de
Falsificación de ETA”. ¿En román paladino? Han pillado a una tía que falsificaba
papeles.
(18-IX-2000)
.......................................................
Para volver al Diario de semanas pasadas,
pincha aquí
Para volver a la página principal, pincha aquí