Archivo
del Diario de un resentido social
Semana
del 31 de julio al 6 de agosto de 2000
La otra cara es... la caradura
Escribo
hoy en “El Mundo”, en la sección “En la Red”, en contra de la expulsión de los
inmigrantes a los que no se les conceda el permiso de residencia. Redacté ese
artículo ayer a sabiendas de que la mayoría de los lectores –y el propio
periódico, en su línea editorial– defienden lo contrario.
No
quise darles carnaza ni al uno ni a los otros, así que me guardé una
consideración que me venía a los dedos según escribía. Aquí, en la intimidad de
mi Diario, puedo exponerla sin tapujos.
Me
producen verdadera irritación los jetas de la oposición parlamentaria, que
primero aprueban una ley, alegando que “es la mejor que cabe conseguir”, y
luego reclaman que no se aplique. O incluso exigen muy enfadados que no se
aplique.
Es como
si uno respalda que se utilice la inyección letal para ejecutar a los
condenados y luego se indigna porque se use, pretendiendo que si votó a favor
de ella fue sólo porque la silla eléctrica es todavía peor.
Ración de
gazapos
Ahí van
tres.
El
primero, tomado ayer de la radio. El locutor comenta la detención en Inglaterra
de un grupo de inmigrantes sin papeles hacinados en un camión y dice: “La
Policía encontró a 23 inmigrantes clandestinos, entre ellos cien niños”.
El
segundo es de esta mañana. Radio 5. “Los habitantes de Hiroshima celebran el
aniversario de la caída de la bomba atómica que arrasó la ciudad”.
Jopé,
qué gente tan rara. Entendería muy bien que conmemoraran aquel horror. Pero
celebrarlo...
Tercero.
Noticias de Madrid, también hoy. El locutor habla de los accidentes que se
produjeron anoche en la capital y afirma, muy serio: “Todos los heridos lo
fueron de distinta consideración”.
¡Qué
coincidencia tan singular!
(6-VIII-2000)
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Cuento de verano
A veces le sucedía: se dormía por
la noche con un problema rondándole la cabeza y, cuando despertaba por la
mañana, tenía ya la solución.
«Se ve que reflexiono mejor
dormido que despierto», solía bromear con los amigos.
Aquel día -aquella noche- le pasó
de nuevo eso mismo. El sueño le había vencido ya de madrugada mientras le daba
vueltas a su futuro. No a tal o cual aspecto de su vida -trabajo, amores,
vivienda, vacaciones-, sino al conjunto: a su existencia como individuo; a lo
que le quedara por vivir, poco o mucho. Y cuando aquella mañana abrió los ojos,
lo vio nítido, sin vuelta de hoja, como una evidencia irrebatible.
Por fin lo sabía: iba a dedicar el
resto de su vida a dormir.
A dormir horas y
horas, días y noches, semanas y meses, años y décadas.
Pero dormir; no morir.
Morir no. De ninguna
manera.
Quería seguir vivo, para poder
asomarse a la realidad de vez en cuando, durante un rato, cuando le viniera en
gana, y saber cómo marchaban las cosas. Y para alimentarse.
Y para coger sueño.
O para tomar las pastillas que se lo
dieran.
Quería mantenerse en una especie de
coma barbitúrico intermitente. Y salir de él solamente para mirar la calle, y
ver que la gente que paseaba por delante de la farmacia, y de la peluquería, y
de la tienda de frutos secos, era la misma de siempre, con este o aquel
vestido, con esta o aquella cara. Y para escuchar la radio, y comprobar que los
políticos seguían diciendo las mismas cosas, y que los empresarios seguían
diciendo las mismas cosas, y que en las tertulias se seguían diciendo las
mismas cosas, y que los líderes sindicales seguían diciendo las mismas cosas, y
que en las crónicas de la Bolsa se seguían diciendo las mismas cosas, y que en
los partes del tráfico se constataban los mismos atascos y las mismas muertes.
Y luego dormir de nuevo.
Sin soñar, a poder ser. Porque los
sueños se construyen con lo mismo.
Llegado a ese punto, empezó a cavilar
en cómo financiar su plan.
Porque él no era rico. Más bien todo
lo contrario. De hecho, casi toda su vida hasta entonces la había repartido
entre trabajar y dormir. Entre trabajar y trabajar, para acabar de trabajar y
poder dormir. En dejar de dormir para acudir a trabajar.
«¿Y de qué vivo yo? O, mejor dicho,
¿de qué duermo yo?», se preguntó, perplejo.
Decidió irse a dormir, a ver si a la
mañana siguiente tenía ya la solución.
5-VIII-2000
La repanocha de
La Camocha
Mi
labor de opinante es, a la vez, profesional y vocacional. Raro es el día en que
la lectura de la prensa o el repaso de los noticiarios de radio y televisión no
me sugieran un par de cosas de las que podría escribir algo.
A
menudo, suelo tomar breves notas sobre lo que leo, oigo o me cuentan, por si
luego me animo a escribir sobre ello. La mayoría de las veces, esas notas se
quedan en nada, porque finalmente no las utilizo.
Ayer,
haciendo limpieza de viejos papeles, me encontré con una de esas notas. Ésta,
del tiempo de la tarara. No tiene fecha. Se refiere a un grave accidente
minero, pero mi memoria es muy mala y los graves accidentes mineros, por
desgracia, bastante frecuentes. Parece ser, eso sí, que fue en los tiempos de
la UCD (toma castaña).
El
apunte tiene su enjundia.
Copio
la nota tal cual. Dice así:
“Catástrofe
de La Camocha
Titular
de la Prensa: “Rescatados los cadáveres de los cuatro mineros sepultados”.
Telegrama
recibido en la Dirección Sindical de SOMA-UGT: “Expresamos nuestra
solidaridad con los compañeros encerrados. Firmado: Felipe González, secretario
general del PSOE.”
Todavía
no había llegado a la Presidencia del Gobierno, pero ya apuntaba maneras, el
hombre.
(5-VIII-2000)
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Abuso de
posición dominante
La Comisión
Europea ha decidido abrir un expediente sancionador a Microsoft. Le acusa de
impedir la libre competencia, al haber impuesto prácticamente en el mercado de
ordenadores personales –me cuesta escribir PC: me sigue sonando a Partido
Comunista– el sistema operativo Windows y negarse luego a proporcionar a las
empresas de la competencia las claves que les permitan fabricar programas
adaptados a ese sistema.
Si la
Comisión Europea hiciera un pequeño ejercicio de traslación y aplicara a las
relaciones políticas internacionales los criterios que defiende para el mercado
de la informática, tendría que abrir un expediente sancionador a los Estados
Unidos de América por abuso de posición dominante.
También
Washington ha impuesto al mundo entero un sistema operativo. Y también se niega
a compartir los secretos que permitirían hacerle la competencia.
(4-VIII-2000)
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Nos toman por
imbéciles
Habréis
visto en la televisión el anuncio ése de Jazzfree que habla de los niños, los
borrachos y demás. El núcleo central de la cosa está en una afirmación: “Si
encuentra otro más barato que Jazzfree, le devolvemos su dinero”.
Cada
vez que veo el anuncio en cuestión, me arrebato de santa ira. Pero, ¿cómo
diablos va a encontrar uno a otro que cobre menos que Jazzfree por el mismo
servicio? ¿Qué se supone, que tienes que pasarte el día haciendo las
llamadas repetidas –y repetidas exactamente– para establecer al final la
comparación?
–Gervasio,
oye, que vuelvo a ser yo. ¿Te importa repetirme lo que me has dicho hace un
minuto?
Y uno
con el cronómetro en la mano.
–Oye,
que cuelgo. Se te ha acabado ya el tiempo.
Nos
toman por imbéciles.
Y, a
juzgar por lo bien que les va, es muy probable que lo seamos.
(3-VIII-2000)
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Pinochet y lo
nuestro
No sé
en qué quedará lo del procesamiento de Augusto Pinochet en Chile. Sí sé que, en
todo caso, la Justicia chilena ya ha ido mucho más lejos de lo que fue la
española cuando se produjo eso que se suele llamar “nuestra ejemplar
transición”.
Ha ido
mucho más lejos, desde luego, porque la de aquí no fue a ningún lado. Ni uno
solo de los responsables de los desafueros de la dictadura franquista fue
conducido ante los tribunales para que diera cuenta de sus crímenes. Peor
todavía: a algunos se les permitió continuar en la vida política, y hasta ser
presidentes de comunidades autónomas, y a otros se les premió con altísimos
cargos en empresas estatales.
La cosa
fue así a todos los niveles. Carlos Anechina, un comisario-jefe de la Brigada
Político-Social franquista que fue procesado en 1976 por torturar durante cinco
eternos días a un periodista panfletero llamado Javier Ortiz, no sólo fue
amnistiado, sino que le fue concedido un importante puesto policial en
Asturias. Fue un detalle que no aplaudí, aunque tampoco me llevó a formar una
Asociación de Víctimas del Terrorismo Franquista (quizá me equivoqué).
Se dijo
entonces que había que mirar para otro lado para asegurar que la transición
fuera pacífica. En Portugal, los responsables del salazarismo y de la PIDE
fueron perseguidos, y sin embargo la transición portuguesa se culminó con menos
muertos que la española. Parece que en Chile no les va a ir mucho peor, pese al
procesamiento de Pinochet.
No sé
qué carajo de lecciones tiene España que dar a nadie.
(2-VIII-2000)
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De marroquíes
y «pezqueñines»
Protección
Civil se queja de que los emigrantes marroquíes que llegan a los puertos
españoles sureños para viajar por ferry hasta su país no han escalonado sus
viajes, «pese a que el Gobierno español se lo pidió al de Rabat». No creo ser
sospechoso de simpatizar con el Gobierno marroquí, pero este reproche es una
memez. ¿Cómo narices va a controlar Mohamed VI a qué hora salen de sus casas en
Francia, Bélgica, Alemania o Luxemburgo sus súbditos veraneantes? Es la UE la
que debe propiciar que las empresas escalonen las vacaciones de los
trabajadores, de modo que unos salgan el 29 de julio, otros el 30, otros el 31,
otros el 1 de agosto, otros el 2... Así no se juntarán todos en la carretera, y
luego en los puertos, haciendo cola para subirse al ferry.
Esta
gilipollez de Protección Civil me recuerda aquella campaña del FROM contra el
consumo de pescado inmaduro, que decía: «”Pezqueñines” no, gracias». Pero,
hombres de Dios, ¿qué tontería es esa de pedir a la gente que no compre pescado
inmaduro? ¡Cumplan ustedes con su responsabilidad y vigilen los desembarcos,
las lonjas y los mercados para impedir que se venda!
Ambos tienen razón y ninguno la tiene
Arzalluz
dice que el PP y ETA se benefician mutuamente.
Iturgaiz
replica que el PNV persigue los mismos
objetivos que ETA.
Ambos
tienen razón. Y ninguno la tiene.
Es
verdad que la acción de ETA beneficia a Aznar y al PP, en la medida en que
favorece que la población española, incluida la mayoría de los demás partidos
políticos, cierre filas tras ellos. Pero quien ha propiciado la aparición de
esa especie de estado de excepción en la vida política no es el PP, sino ETA.
Es
igualmente verdad que el PNV tiene los mismos objetivos que ETA. Bueno: no
exactamente los mismos objetivos, pero sí algunos de sus objetivos
fundamentales. Inevitablemente, puesto que es nacionalista. Pero eso no es
culpa del PNV. ¿Qué quiere Iturgaiz? ¿Qué el PNV deje de ser nacionalista, para
evitar coincidencias con ETA?
Siguiendo
esa lógica, otros podríamos decir que el PP tiene los mismos objetivos que los
GAL. Sería también cierto, pero tampoco tendríamos razón.
(1-VIII-2000)
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Todo es más complejo, pero sencillísimo
Resentido
social hasta la médula, me es imposible compartir las enfáticas declaraciones
que la casta política y sus medios de comunicación emiten cada vez que se
produce un atentado de ETA.
Acabo
de oír las noticias de las 12 del mediodía en Radio Nacional. Han dado cuenta
de un comunicado del Ayuntamiento de Zaragoza que reivindica “el exclusivo uso
de la palabra como método de acción”. Y, a continuación, expresa su apoyo a las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. ¿Cómo es eso? ¿Tal vez la Policía
actúa con “el exclusivo uso de la palabra”?
Qué
tontería.
Si lo
que quieren decir es que reclaman el monopolio de la violencia para el Estado,
díganlo, y déjense de franciscanadas.
Acto
seguido, una locutora asegura que “el pueblo de Madrid” se ha unido para
manifestar su repulsa al atentado de ETA en la Plaza de la Villa. Y da cuenta
de que se ha concentrado allí... ¡un centenar de personas!
¡Caramba,
cómo ha descendido la población de Madrid desde que me fui de vacaciones! ¡Va a
ser una gozada volver mañana!
No
estoy de acuerdo con esa inagotable sarta de memeces. Pero menos todavía,
muchísimo menos, infinitamente menos, con que alguien le pegue dos tiros a
alguien porque es su rival político.
Me
ponen de los nervios las simplezas verborreicas de los unos. Pero odio con toda
el alma el fanatismo asesino de los otros.
(31/07/2000)
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Rifles con ruedas
Entre
hoy y mañana, millones de personas se pondrán en marcha por las carreteras
españolas para dirigirse a sus puntos de veraneo. La DGT pretende que este año
las víctimas serán menos, porque mucha gente ya se marchó durante el pasado fin
de semana, y el resto se dividirá entre hoy y mañana.
El
argumento me vale para los atascos, pero no para las víctimas: la cifra será
probablemente similar, sólo que dividida entre varios días.
Allá
por 1985, un amigo, que es profesor de sociología y economista, me expuso una
fórmula que permitía predecir con muy estrecho margen de error la cifra anual
de muertos en la carretera. No recuerdo en qué consistía la cosa. Me acuerdo,
eso sí, de que el dato clave era el del parque de automóviles. Tantos coches en
circulación, tantos muertos al cabo del año. La fórmula –me explicó– no era
aplicable a un fin de semana, porque las circunstancias podían variar (en
particular las metereológicas y las de calendario laboral), pero sí a un
periodo amplio, como es el año. Me dijo que las autoridades conocían
perfectamente la fórmula, y que la aplicaban para hacer ese cálculo, pero que
no lo aireaban, para no evidenciar la práctica inutilidad de las campañas
publicitarias en demanda de prudencia. Supongo que el sistema de cálculo habrá
variado algo, porque de entonces a aquí la seguridad y la fortaleza de los
coches ha aumentado, pero estoy seguro de que continuará siendo posible
realizar esa predicción agorera, y que se seguirá haciendo.
Los
medios de comunicación y las autoridades volverán a utilizar la misma trampa
para disfrazar la esencia del problema: dirán que algunos accidentes han sido
resultado de “fallos humanos” y otros
de “fallos mecánicos”. Valiente bobada. Para empezar –ni sé ya las veces que lo
he dicho–, los fallos mecánicos no existen: las máquinas no se equivocan.
Equivocarse es una facultad exclusivamente humana. Si una máquina no funciona
como debería es o porque fue mal concebida, o porque está mal mantenida, o
porque no ha sido jubilada a tiempo. Cualquiera de esas posibilidades es
responsabilidad de los humanos encargados de las máquinas, no de las propias
máquinas. Así que todos los accidentes se producen por fallos humanos. Pero es
que –segundo argumento– los humanos nos caracterizamos por cometer errores. Los
cometemos sin parar. Nos distraemos, tenemos sueño, nos cabreamos, somos
competitivos... Es como en el cuento de la rana y la víbora: está en nuestra
naturaleza.
La
cuestión de fondo que las autoridades no quieren encarar –y la inmensa mayoría
de nosotros tampoco– es que el transporte por automóvil es esencial,
intrínseca, inevitablemente peligroso, porque pone en manos de individuos
ineludiblemente falibles un arma fácilmente mortal.
Viene a
ser como lo de las armas de fuego en los EEUU. Tú puedes pretender que permites
su venta libre en el entendimiento de que quienes las compran van a hacer un
uso sensato de ellas, pero la realidad es que cada año, impepinablemente, hay
mucha gente que las utiliza mal. La Asociación del Rifle se niega a admitirlo.
Y los ciudadanos occidentales nos negamos a admitir que llenar las carreteras
de coches es un modo de propiciar el homicidio involuntario en masa.
(31-VII-2000)
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