[Del 2 al 8 de diciembre de 2005]
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El dolor de España
(Jueves 8 de diciembre de 2005)
Dos
centenares de personas de relevancia en
el mundo de las artes y las letras han suscrito un manifiesto en defensa del Estatut catalán.
Por
los párrafos que he leído del escrito en cuestión, parecen inclinarse más bien
por la posición del PSC (dicho sea sin
más intención que la meramente descriptiva).
Me
ha llamado particularmente la atención un párrafo en el que los autores del
manifiesto afirman que «no hay motivo para que nos duela ni España ni
Cataluña». Problemas de concordancia al margen, la frase me ha chocado porque,
intentando —supongo— defender un tratamiento relajado y racional de los
problemas de la organización territorial del Estado en lo relativo a Cataluña,
acaba por afirmar algo que dudo que ellos mismos sientan de verdad. En todo
caso yo no lo comparto en absoluto. Porque, lo que es a mí, sí que «me duele
España» (digo, por retomar la expresión unamuniana
que ellos mismos emplean). No me duele desde dentro, como a mi contradictorio
coterráneo, que se sentía español «hasta de profesión». Me duele que sea como
es y que se empeñe en serlo incluso a costa de otros.
Depende,
claro está, de qué entendamos por «España». Si nos referimos al espacio
geográfico reconocido internacionalmente con ese nombre, incluido el
heterogéneo grupo humano que lo habita —sin más, en tanto que realidad
fáctica—, entonces ni me duele ni me deja de doler. No podría hacerlo. Lo que
me duele es el agresivo rumbo político, ideológico y hasta sentimental que ha
tomado una parte llamativa de su población, empeñada en afirmar su identidad
colectiva en el menosprecio, cuando no en la negación, de otras identidades
colectivas que quisiera desdibujar, despersonalizar y absorber.
He
empleado muy adrede el adjetivo «llamativa», porque no sé qué importancia
cuantitativa —qué magnitud proporcional— tiene ese sector de la población
española. Constato lo mucho que se hace notar, lo envalentonada que está y el
eco amable y complaciente que encuentra en buena parte de los medios de
comunicación.
Tengo
para mí que eso ha sucedido porque la izquierda española, la que se identifica
como tal, se ha acoquinado y ha cedido a la derecha «el peso de la calle».
En
esas condiciones, me duelen «las dos Españas», por
unir a Machado y Unamuno. Me duele la España de la
derecha histórica e histérica, porque me zurra y me hace daño, y me duele la
España «de la rabia y de la idea», a la que quiso servir don Antonio, porque
apenas hace nada por calmar mi dolor con el bálsamo de su razón y su rebeldía.
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¿Coexistir? ¡Qué aburrimiento!
(Miércoles 7 de diciembre de 2005)
Hablaban
en mi pueblo de una chavala que era antipática-antipática. O sea, como el
café-café, pero en antipática. Contaban que si alguien se la cruzaba por la
calle y la saludaba: «¿Qué hay, tú?», ella respondía
secamente: «¡Pues mira que tú!».
Rajoy
y sus corifeos están en ese plan con Rodríguez Zapatero. Da igual lo que diga
el presidente del Gobierno; ellos se lo toman invariablemente como una prueba
de su perversidad intrínseca, de su deseo de apuñalar la Constitución y de
lograr que fenezca la esencia de España —sea eso lo que sea— en medio de
horribles estertores.
Hace
unos días el jefe del Ejecutivo dijo que convendría cambiar el texto de la
Constitución para que su artículo 49 no hable de «disminuidos físicos,
sensoriales y psíquicos», sino de «discapacitados», que es el término que las
organizaciones de las personas aludidas han considerado menos hiriente. En
cuanto lo oí, anuncié a mis próximos: «¡La ha vuelto a
hacer buena! ¿Qué os apostáis a que, en cosa de nada, le salen diciendo que
quiere romper el consenso constitucional del que con tanto esfuerzo nos dotamos
los españoles en 1978 (lo del “nos dotamos” es clave), y que si la Constitución
habla de “disminuidos” es que los disminuidos son una nación única e
indisoluble, perdón, unos disminuidos únicos e indisolubles, y no hay más
vueltas que darle, porque de ello son garantes las Fuerzas Armadas?»
Más
de uno me lo tomó como una boutade, pero
quiá. Acerté. Ya le han vuelto a poner de vuelta y
media. Le han respondido que eso que pretende es un error gravísimo, y que los
disminuidos son unos disminuidos como la copa de un pino porque así lo dice la
Purísima Consitución, y que sus organizaciones se
equivocan, como es lógico tratándose de disminuidos.
En
resumen: lo importante es mantenerse siempre erre que erre en el error, no vaya
a ser que se rectifique algo y alguien pueda beneficiarse del cambio.
A
su modo, ETA está en las mismas. Si sus
dirigentes hicieran un ejercicio mínimo de raciocinio, se darían cuenta de que
nada le viene peor en estos momentos a la causa nacionalista vasca que
encrespar los ánimos de la población española corriente y moliente, porque para
lo único que puede servir eso es para dificultar aún más los eventuales
movimientos apaciguadores del Gobierno de Zapatero. Pues, nada: sus y a ellos,
que son pocos. Cinco bombitas para hacer puñetas el
puente vacacional de los madrileños de origen o adopción, a los que nadie puede
calificar de ciudadanos de pie porque van en coche, los muy oligarcas. Y de
remate, lanzagranadas en el aeropuerto de Santander, no vaya a ser que los
vizcaínos que se han instalado en Castro acaben siendo bien vistos.
Lo
importante, en todo caso, es no facilitar las cosas nunca a nadie. Correríamos
el peligro de acabar coexistiendo en paz, y eso, qué duda cabe, sería un
aburrimiento.
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Gloria Lasso, allá por los años 50
(Martes 6 de diciembre de 2005, en el puente de la Purísima
Constitución)
¿Sabría
José Luis Garci, cuando decidió utilizar la Luna de Miel de Gloria Lasso como tema
central de una de sus almibaradas películas, que su apellido y el de la
cantante venían unidos por una larga y muy noble tradición, la de los Garci-Lasso de la Vega, entre los que se encontró el
fundador de Torrelavega, antecesor del marqués de
Santillana, lo mismo que el Garcilaso llamado El Inca, fino poeta, y el posterior y brillantísimo promotor del endecasílabo en la
lírica hispana?
Si
lo sabía, lo supo mal, porque Gloria Lasso, que ayer murió en México, se
llamaba en realidad Rosa Coscolín, y con tal nombre
se plantó en este perro mundo allá por 1928 en Vilafranca
del Penedés, cerca de Barcelona.
También
yo tardé bastante en enterarme de esos orígenes. Durante mis años de infancia
donostiarra, entre los 50 y los primeros 60, siempre pensé que Gloria Lasso era
en realidad francesa, además de muy amiga de Luis Mariano, el irundarra que triunfaba por entonces en la opereta
parisina. Los dos cantaban unas canciones bastante horteras que sonaban mucho
por la radio: «Anda, chiquillo, / tira el cigarrillo / y márchate a tu casa, /
y deja el aire lánguido / que eres aún muy cándido». O aquello otro de «Con el
amor no se juega / ¡ay, canastos! / que es peor, /
porque el amor cuando llega / es ¡canastos! / ¡Lo mejor!». A mí no eran esas
canciones suyas las que más me gustaban, sino otras, más melódicas y
mediterráneas, que grabó en solitario: La
luna de miel, desde luego, pero también Buen
viaje y, quizá sobre todas, Étranger au paradis, que la catapultó
a la fama en Francia. «Y como un extraño iré / por el paraíso azul», decía en
la versión hispana.
Enfermera
en su juventud y después locutora de Radio Madrid, entró en el mundo de la
canción casi por casualidad en 1949, cuando le tocó sustituir a una cantante
enferma. Marchó a París en 1954 buscando horizontes más amplios y logró un
éxito impresionante, dentro de la línea de «cantante exótica» de marcadísimo
acento extranjero que tanto gustaba en la Francia de los 50 y 60. Y allí se
mantuvo en primera línea hasta que fue destronada por la egipcia Dalida, todavía más exótica que ella. Fue en aquellos años
cuando fijó con acierto su interés en algunos compositores griegos. Al entonces
comunista Mikis Theodorakis
le dobló su La luna de miel,
adaptación muy fiel de una canción del autor de Zorba el Griego llamada originariamente Si te acuerdas de mi sueño. Del genial Manos Hadjidakis
tomó prestada su no menos célebre y no menos cinematográfica Los niños de El Pireo.
Cuando
vio que su ciclo francés declinaba, cruzó el charco. En México, donde se
convirtió en otra gloria de adopción, hizo célebres muchas canciones (Aquellos ojos verdes, Quiéreme siempre y Cachito mío, entre otras).
Mujer
atractiva y apasionada, también alcanzó gran notoriedad por sus muchos amores.
Se casó un montón de veces —hay quien dice que seis, otros que nueve— y
coleccionó un incontable número de amantes.
En
1984 volvió a París, al mítico Olympia, donde recibió
el cariñoso homenaje de sus muchos admiradores.
Ayer
se marchó desde México a los libros de la Historia con 77 años.
Siempre
que desaparece alguien que forma parte de los puntos de referencia de mi vida,
recuerdo a mi madre cuando decía, ya camino de los 90 años, que la muerte de la
mayoría de sus amigas y conocidas, lo mismo que los muchos cambios
experimentados por San Sebastián, la habían ido matando también a ella poco a
poco. Que ya sólo vivía una parte de ella.
La
entendí muy bien porque —aunque sea aún a muy inferior escasa, por fortuna—
también yo voy sintiendo cada vez más esa sensación.
Como
decía un amigo, «hoy en día se muere gente que antes no se moría».
Gloria
Lasso, por ejemplo.
Ayer
repasé mi discoteca. Sólo conservo dos vinilos de ella, de los de 45 r.p.m. En la cara B de uno de ellos aparece su versión
cantada de El puente sobre el río Kwait. Qué barbaridad.
Después
de repasarlos, hube de ir a lavarme las manos. Los discos estaban sucísimos. A saber desde cuándo no los había ni tocado.
Es
lo que tienen los recuerdos.
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Una oposición
antidemocrática
(Lunes 5 de diciembre de 2005)
La
oposición derechista no concurrió a las elecciones celebradas ayer en
Venezuela.
La
crónica de El País —diario
militantemente antichavista, como es bien sabido—
señala que, sin embargo, ese boicot fue más propagandístico que real, puesto
que sólo 556 candidatos (el 10,8%) anularon su presencia en las listas.
Ningún
medio de información de los que he consultado esta mañana, casi todos hostiles
a Chávez, sostiene que las excusas alegadas por la oposición derechista para
negar legitimidad a las urnas se hayan visto avaladas por los hechos.
Ninguno
de los más de 400 expertos internacionales desplazados para velar por la pureza
del proceso electoral —que han podido trabajar con plena libertad, según sus
propias manifestaciones— ha dado cuenta de que se hayan producido
irregularidades como las que auguraron los derechistas venezolanos para
rechazar las urnas: no han encontrado trazas de que el censo estuviera falseado
ni de que se haya adulterado el recuento de votos.
Todo
lo cual demuestra que la verdadera razón por la cual la derecha venezolana se
ha negado a participar en las elecciones legislativas es porque sabía que no
tenía nada que hacer en ellas.
Resulta
curiosa la asepsia opinante que están mostrando en este punto los grandes
medios de comunicación occidentales. ¿No tienen realmente nada que decir sobre
unos grupos políticos que huyen de las urnas así que no las ven favorables?
¿Consideran que negarse a estar en el Parlamento en minoría es una actitud
democrática? ¿No creen que, del mismo modo que condenan a los gobernantes que
no convocan elecciones libres, deberían repudiar a los partidos que rechazan
las elecciones libres efectivamente convocadas?
Nuestro
democratísimo Occidente ya ha demostrado en diversas
ocasiones que su apego a las urnas como medio para dirimir las diferencias
políticas está en muy estrecha relación con lo que las urnas acaben
dictaminando. Del mismo modo que aplaudieron el golpe de estado militar de
Argelia cuando la población argelina se inclinó del lado de los islamistas,
empieza ya a mirar distraídamente al infinito en cuanto se le habla de
Venezuela. Me temo lo peor.
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Preguntas y respuestas
(Domingo 4 de diciembre de 2005)
Algunos/as
visitantes habituales de esta página web me están escribiendo expresando su
interés, sus dudas y sus preocupaciones sobre la transformación de este rincón
de la Red en blog (o bloc, o cuaderno, o como quiera que acabe denominándose
esa modalidad). Tengo la intención de meter desde el principio, cuando arranque
con el nuevo formato —en cosa de una semana, más o menos—, un apartado de lo
que suele llamarse FAQ, es decir, de
respuestas para las preguntas más frecuentes (o más esperables, en un primer
momento). Pero voy a ir avanzando un puñado de puntos, para despejar algunas
incógnitas y disipar ciertos temores que ya me están llegando.
Lo
primero que quiero aclarar es por qué me he convencido de que el cambio vale la
pena.
Presenta,
para empezar, notables ventajas para mí.
Voy
a enumerar algunos aspectos, empezando por los más ventajosos.
1ª)
A partir de su conversión en blog, javierortiz.net
podrá incluir cuantas secciones «invitadas» desee, consiguiendo que sean
gestionadas por quienes las suscriban o se ofrezcan a administrarlas, sin que
ello me dé ningún trabajo personal supletorio. Así, no sólo las actuales
secciones de El portal de Belén y La tele de Marat podrán tener la
cadencia que deseen sus autores, sino que podrán cobrar nuevas energías algunas
secciones renqueantes (la de Música recomenda, por ejemplo) y aparecer nuevas.
2ª)
Algunos trabajos complementarios de mantenimiento del sitio, como la
clasificación y archivo de los Apuntes
del Natural y de mis columnas y artículos en El Mundo, se efectuarán automáticamente, sin precisar de mi
intervención. Apuntes, columnas, conferencias, etc., podrán ser buscados y
revisados sin ninguna dificultad por quienes tengan interés en ello. La
existencia de un «motor de búsqueda» ad hoc (y bien hecho) nos ayudará a todos, incluyéndome a
mí: en efecto, a veces tengo que repasar lo que he escrito durante los últimos
años para ver si tal o cual idea que se me ha ocurrido para un artículo no la
plasmé ya de pe a pa en otra ocasión.
3ª)
No tendré por qué ser «esclavo» diario de los Apuntes y podré fabricarlos más a mi conveniencia. Dado que el
sistema de blog permite dar instrucciones a la máquina para que suba a la Red los artículos el día y a
la hora que uno quiera, podré —por ejemplo— dejar escritos por adelantado
varios artículos cuando salgo de viaje, sin verme obligado a cargar con el
ordenador portátil. Me bastará con asignar a cada artículo la fecha y la hora
que me parezcan convenientes y la máquina se encargará de que aparezcan en la
Red el día y a la hora indicados.
4ª)
Esto redundará igualmente en una considerable comodidad para quienes me leen
todos los días. Ahora tienen que estar conectando vía internet
con mi web para ver si ya he subido mi
Apunte diario o aún no. Por el nuevo
sistema, si quieren podrán suscribirse al servicio correspondiente y todos los
días, en el mismo momento en el que yo termine mi Apunte, les llegará por correo electrónico.
5ª)
Algunos me han dicho que les fastidia perder los viejos enlaces con los
contenidos que se han ido acumulando en javierortiz.net
desde el año 2000. A mí también me fastidiaría, pero eso no va a ocurrir.
Todos los contenidos existentes hasta ahora seguirán en la Red tal cual, con
las mismas direcciones. No se les añadirá nada de lo nuevo que vaya
incorporándose al blog, pero tampoco se les quitará nada. Pongamos que uno
tiene guardada la referencia al 22 Septembre de Brassens en su
propio archivo, porque le hizo gracia cuando se topó en su día con la canción
de marras en mis Apuntes, pero no se
la bajó, para no ocupar espacio
innecesario en la memoria de su ordenador, ya cargadito él. Podrá seguir
tecleando http://www.javierortiz.net/apuntes/2005.09.4.htm
y allí se lo encontrará. Sólo que también podrá teclear en el motor de búsqueda
“brassens 22 septembre” y
—salvo error u omisión, siempre posibles— también le saldrá.
6ª)
Ha habido quien me ha venido a escribir: «Ah, qué bien, porque así a partir de
ahora podrá haber in situ polémicas
sobre tus apuntes». Pues no. A
diferencia de casi todos los blogs, el mío no
permitirá comentar mis escritos. Quienes administren sus propias secciones
dentro del blog común podrán abrir ese grifo, si así lo desean. El mío
permanecerá cerrado. Conozco lo suficiente el panorama y llevo ya los
suficientes años escribiendo como para saber qué cabe esperar de esos debates,
de los polemistas incontinentes y de los reventadores (por libre o a sueldo).
«Esa restricción te hará perder visitantes», me ha dicho alguno. Pues qué le
vamos a hacer. Quien quiera mandarme algún mensaje, de tú a tú, tendrá a su
disposición un formulario muy fácil de cumplimentar. Y quienes ya conocen mis
direcciones de correo electrónico podrán seguir sirviéndose de ellas, por
supuesto. Pero eso será todo.
7ª)
Me ofrecieron desde el principio incluir publicidad en mi blog, de ésa que
administra Google. Inicialmente respondí que no. No
quería que nadie se pensara que hago esto para ganar dinero. Pero desde que
hablé de ese asunto, hace ya meses, hasta hoy, he comprobado que la práctica en
cuestión se ha generalizado mucho y que ya no llama nada la atención la
inclusión de esos mini-anuncios. Así que me he apeado de esa militancia. Iré
viendo cómo funciona el asunto en la práctica.
8ª)
Lo que no me parece que tengan mayor importancia son los pequeños fallos que se
están produciendo por el traslado de la web del anterior servidor al nuevo. Que
tengan paciencia los que quieren ver hoy tal o cual contenido y no les sale
(las estadísticas de webalizer, por ejemplo). Supongo
que todo el mundo ha hecho algún traslado de casa en su vida. Yo muchos. Mi
teoría es que los traslados son desastres de una categoría superior a la de los
terremotos de 6 puntos en la escala de Richter. Éste
me está pareciendo comparativamente muy benévolo.
9ª)
A algunos lectores no les apetece nada que desaparezca la presentación (la
estética, por así decirlo) de esta www.javierortiz.net. Sostienen que
su simplicidad artesanal —su «torpe aliño indumentario», que diría Machado—
tiene un atractivo especial y, sobre todo, una personalidad que la distingue de
la uniforme frialdad de los mil y un blogs que están
apareciendo todos los días, con su aspecto de prospectos farmacéuticos.
Hay
quien añade a eso su temor de que lo que va a venir sea de manejo más
dificultoso. Esto último cabe descartarlo. El funcionamiento del blog, tal como
ha sido planeado, es muy sencillo.
En
lo otro acepto sin reservas que hay su tanto de verdad, pero puedo prometer y
prometo que voy —que vamos— a trabajar muy en serio para que mi blog tenga
pronto una estética propia, distinguible. Tendremos que pelearnos con las
limitaciones del sistema (que son deliberadas: lo han hecho así para facilitar
la generalización de su uso). Pero lo conseguiremos, estoy seguro. De momento
estoy chocando con algunas chorradas enojosas, como la imposibilidad de
introducir sangría en los párrafos, lo que fuerza a dejar una línea en blanco
entre párrafo y párrafo, para que se noten los puntos y aparte, cosa que no me
gusta nada. Tampoco cabe meter fondos personalizados a los textos: todo ha de
ir sobre fondo blanco, en plan hospital. El fondo blanco a mí me resulta no
sólo frío, sino también un tanto duro, agresivo.
Que
quienes sienten esas preocupaciones sepan que yo también las tengo, y que haré
lo posible para lograr cuanto antes que el sistema se adapte a mis gustos, y no
mis gustos al sistema.
Pero
convendréis conmigo en que las ventajas superan con mucho a los inconvenientes.
Por hacer un mal juego de palabras: no hay color.
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El helicóptero milagroso
(Sábado 3 de diciembre de 2005)
Los
locuaces accidentados del helicóptero de la plaza de toros madrileña afirman en
cuanto les dejan —¡y cuidado que les dejan!— que se
salvaron «de puro milagro».
No
sólo este milagro, sino todos los milagros, en general, me sumen en un cierto
malestar teológico. Pongamos que sea cierto que Dios decidió alterar la lógica
propia de los acontecimientos para que esta gente no perdiera la vida. Demos en
suponer que, además, lo hizo para salvar a Rajoy y Aguirre, en concreto, y que
no era ninguno de los otros viajeros del aparato el receptor de su predilección
divina. Pero, de aceptar esto, ¿qué sentido tiene que permitiera que el
helicóptero se accidentara? Evita que sus aspas rocen contra nada y se ahorra
tener que hacer luego un milagro mucho más aparatoso, y nunca mejor dicho. ¿O
lo hizo a propósito? Y eso ¿para qué? ¿Quiso enseñar los dientes a Esperanza
Aguirre y Mariano Rajoy?
Cuán
cierto es que los designios del Señor son inescrutables. Son tan inescrutables,
y tan chocantes —si se me permite emplear la expresión en este caso—, que
resultan tirando a incongruentes.
Me
planteo —por dejar en paz a la feliz pareja del PP— la historia de Lázaro, el
resucitado. Llegó Jesús y, ¡haleop!, lo sacó de las
tinieblas del Averno y lo puso en pie. Pero, que se sepa, el tal Lázaro no
sigue vivo. Nos habríamos enterado, digo yo. Entonces, ¿por qué lo resucitó, si
lo iba a dejar morir unos cuantos suspiros después, que no otra cosa hubo de
ser su vida restante comparada con el largo transcurso de los siglos?
Cuando
uno pregunta a los deístas por qué su supuesto Dios —su supuesto por ellos, que
no por mí— permite que en el mundo existan tantas injusticias y horrores,
responden que Dios no quiere interferir en la libertad de los hombres (y de las
mujeres, supongo). Bien, y entonces ¿por qué hace milagros? ¿Se autoriza a
intervenir en la libertad de los hombres (y las mujeres) en algunas ocasiones,
y no en otras? ¿En nombre de qué principio? ¿O es según tenga el día? ¿Y por
qué interviene en asuntos tan específicos y tan anecdóticos —tan «puntuales»,
que dicen ahora los que confunden la concreción con las horas— y no en aquellos
que serían verdaderamente merecedores de la acción positiva de alguien a quien
se le supone bondad infinita? ¿Rajoy y Aguirre sí, pero los millones de niños
del África negra con sida no?
Pero
ya sé que no tiene sentido pretender que se sujete a los dictados de la Razón
alguien que, por definición, está libre de ellos. O sea, que es esencialmente
irrazonable.
Nota de régimen interno.— Es posible que en las próximas horas se produzcan algunos
problemas con mis direcciones de correo electrónico. De suceder tal cosa, se
deberá a algunos de los ajustes técnicos que anuncié ayer. También podría
ocurrir que en los próximos días y durante algún tiempo tengáis ciertas
dificultades para acceder a esta web. Dejad que pasen algunas horas y volved a
intentarlo.
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Tiempo de cambios
(Viernes 2 de diciembre de 2005)
Me
veo en la proximidad de algunos cambios de cierto peso en mi trajín diario.
Uno
es evidente: adiós a lo que en mi entorno —porque no sólo ETA tiene su «entorno»,
qué caramba— hemos venido llamando «el libro de Arzalluz». Ya ni recuerdo
cuándo terminé su redacción, pero hasta ayer, que perpetramos la presentación en Bilbao, última de las previstas, ha
seguido presente y bien presente en mi vida. Aún no he salido hoy a la calle ni
me he acercado a ninguno de los kioscos cercanos a esta plaza de Federico Moyúa en la que estoy viendo cómo trata de abrirse paso la
mañana (los ingleses dicen que la hora más oscura del día es justo la que
precede al alba, y no les quitaré yo la razón), pero no me hace falta ver sus
productos para saber que, para variar, la prensa se quitará de encima el acto
de anoche con cuatro largas cambiadas. Qué digo largas: cortísimas.
Me
da que en este libro hemos ido a juntarnos dos que, cada uno por sus razones
específicas, no gozamos de mayores simpatías en el mundillo de los mass media. Nadie lo hubiera dicho
viéndonos anoche, rodeados del mucho afecto de tantos seguidores, pero es así.
Y que
nadie vea amargura en mis palabras. Creo que cada cual está en el sitio que se
ha ganado por derecho propio. Recordé ayer a los amigos y amigas que cenaron
conmigo, y muy bien —la cena, digo, no el recuerdo—, la hermosa recomendación
de Jorge Oteiza: «Jamás malogres tu carrera de
perdedor con un éxito de mierda».
Nunca
me he propuesto seguir sus consejos a pie juntillas, pero lo he logrado.
Me
preguntaron bastantes: «¿Y ahora?». Les respondí con
total sinceridad: «Y ahora, ya me vale. No más libros. Y, sobre todo, no más
biografías. Ni siquiera la mía. O, mejor dicho, sobre todo no la mía». (Esto no
le he dicho hasta ahora, pero de veras que lo siento: para mí que las
autobiografías tienen mucho de epitafio.)
Otro
cambio de importancia personal que me toca afrontar hoy es la transformación
completa de esta página web. Cualquier día de éstos (mañana, pasado, al otro:
aún no lo sé), cuando tecleéis en vuestro navegador la dirección de esta web,
que algunos tendréis en vuestro menú de favoritos (gracias por ello), os saldrá
algo totalmente diferente. En cuanto a la forma, quiero decir. Dentro de un
rato enfilaré en coche hacia Eibar, donde el equipo que ha estado trabajando en
ello durante meses (sin cobrar ni un duro, conviene decirlo) tratará de
enseñarme a manejar la (¿o es el?) blogg que va a dar
continuidad a esta chapucilla que empecé a fabricar hace más de cinco años y
que es en la actualidad, según me dicen, una de las páginas web personales más
reputadas de por estos andurriales. A ver si sobrevivo yo a este intento por
ponerme al día, y a ver si sobreviven ellos a su prometeico
esfuerzo.
Ya
os iré contando. De momento, ya digo: ahora para Eibar, al mediodía para Galdakao y a la noche para Santurtzi.
Siempre recuerdo el dicho alicantino, que traduzco del catalán: «¿Que cómo ando? Como cagallón por
acequia».
Hablando
de cagallones. Hoy se presenta el libro sobre
Florentino Pérez que ha escrito Juan Carlos Escudier
para Foca, la colección editorial que dirijo. El acto será a la 1 de la tarde
en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Si andáis por las cercanías, acercaros
a verlo. El libro vale la pena.
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