[Del 22 al 28 de julio de 2005]
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Cataluña y Euskadi
(Jueves
28 de julio de 2005)
Más de una vez
he comentado la tristeza que me produce la escasa consideración que hay en
Euskadi hacia las cosas de Cataluña, en contraste con el interés que muestra
mucha gente catalana por los problemas vascos.
Hace dos años,
por estas fechas, participé en un curso sobre Euskadi en la Universidad de
Barcelona. Un curso serio, académico y, en consecuencia, mal pagado. Me quedé
sorprendido por la cantidad de gente que asistió al curso y por el interés con
el que se tomó cuanto dijimos los ponentes.
No creo que en
Euskadi sucediera algo semejante, si se organizara en la UPV un curso sobre
Cataluña.
Pero casi todas
las caras tienen sus cruces. Tampoco he ocultado nunca el enfado que me causa
la tendencia que tienen no pocos políticos catalanes a poner a Euskadi como
referente negativo cuando presumen de su capacidad para mostrarse sensatos y
llegar a acuerdos. Todavía tengo presente las declaraciones de un portavoz de
Iniciativa per Catalunya, que defendió la
superioridad del intento catalán de reformar el Estatuto apelando a que ellos,
a diferencia de «los vascos», lo estaban llevando adelante «sin exclusiones».
Como si la cerrada oposición a la reforma del Estatuto vasco mostrada por el PP
–y en aquel momento también por el PSE-PSOE– fuera culpa de los partidarios del
proyecto, y no de quienes se negaban en redondo a hablar sobre esa posibilidad.
Ahora resulta
que el PSC se ha cerrado en banda al intento de ERC y CiU
de que el preámbulo del nuevo Estatuto incluya una referencia a «los derechos
históricos» de Cataluña. Dice que, si figura esa mención, no firma. A cambio,
ERC y CiU han declarado que, si las Cortes españolas
modifican ese punto del nuevo Estatut, se
retiran del proyecto.
Están todos
ellos que parecen vascos.
Oí ayer a Artur Mas alegar que CiU siempre
ha defendido los derechos históricos de Cataluña. La verdad es que no sé a qué
derechos concretos se refiere. Lo que sí sé es que, cuando los nacionalistas
vascos se empeñaron en que en la Constitución Española se hiciera referencia a
los derechos históricos de los territorios forales –cosa que lograron–, los
nacionalistas catalanes presentes en las Cortes de 1977 no quisieron saber nada
de eso. Jordi Pujol llegó a decir que la reclamación
del Concierto Económico propio del régimen foral era un error de los
nacionalistas vascos, y que ellos no querían saber nada de esa antigualla.
Para mí que CiU ha recurrido ahora a la fórmula de «los derechos
históricos» –y ha convencido a ERC de que lo apoye– para no reclamar que el
nuevo Estatut hable lisa y llanamente del derecho de
autodeterminación. Que no es un derecho «histórico», sino permanente.
En todo
caso, lo que se ha puesto de
manifiesto es que, por mucho seny que se tenga, por mucha capacidad de
diálogo –y hasta de pasteleo– que se atesore y hasta se venere, cuando hay
diferencias de principio, hay diferencias de principio. Alguien que considera
que el pueblo catalán es soberano puede llegar a muchos acuerdos con alguien
que considera que el pueblo catalán no es sino una parte del pueblo soberano
español. Sin duda. Pero sólo mientras no hablen de soberanía.
Al final, va a
resultar que los vascos no somos tan burros.
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La seguridad ¿de
quién?
(Miércoles
27 de julio de 2005)
El presidente
del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Supremo (TS),
Francisco José Hernando, justificó ayer las instrucciones de «disparar primero
y preguntar después» recibidas por la policía británica, en aplicación de las
cuales fue asesinado Jean Charles de Menezes.
Hernando –que habló desde un curso de verano de ésos que tanta simpatía me
producen– argumentó que «estamos ante la Tercera Guerra Mundial, que es la
guerra contra el terrorismo» y que, en consecuencia, «es necesario extremar las
medidas» porque el terrorismo «afecta a vidas inocentes que se han de
proteger».
Cuando oí la
perorata de Hernando, deduje que la vida de Jean Charles de Menezes
no entraba en su idea de lo que es una «vida inocente». Porque no parece
demasiado lógico que para reforzar la seguridad de las «vidas inocentes» haya
que poner en peligro «vidas inocentes».
Tal vez la de Menezes era para Hernando una «vida culpable».
Poca gente está
familiarizada con las cosas de este personaje, que manda en el CGPJ y el TS a
propuesta del PP. Yo tampoco es que lo conozca mucho –me da que nunca me lo han
presentado–, pero algo he seguido sus andanzas. Y son finas. Un ejemplo: al
poco de ser elegido, se entrevistó con los representantes de los partidos
parlamentarios y, al encontrarse con Iñaki Anasagasti,
le espetó: «Tengo entendido que ustedes, los del PNV, no sienten simpatía por
el anterior jefe del Estado. Pero puedo asegurarles que fue muy respetuoso con
las decisiones de la Justicia».
¡Franco, respetuoso
con la Justicia!
Supongo que no
hará falta glosar semejante afirmación. Ni calificar a quien la expresó.
Hernando ha
metido baza en una polémica que está muy en boga. Se discute si hay que primar
la seguridad o la libertad.
El
planteamiento tiene trampa. Porque autorizar a los cuerpos de seguridad a
disparar a matar con tanta facilidad, a prolongar los periodos de detención
hasta los tres meses sin necesidad de formular cargos ante los jueces y a
interceptar las comunicaciones sin autorización judicial, considerando el
material así obtenido como prueba fehaciente, no sólo son medidas que limitan
la libertad de la ciudadanía, sino también su seguridad. Medidas como ésas
facilitan la comisión de injusticias y la violación de los derechos humanos. Es
decir, la inseguridad.
Lo que se
discute en realidad no es si conviene aumentar la seguridad ciudadana a costa
de las libertades públicas, sino si hay que incrementar los poderes del Estado
a costa de las libertades ciudadanas. Que es lo que desean todos los Hernandos del mundo.
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Muertos de tercera
(Martes
26 de julio de 2005)
El mundillo del
periodismo atesora un auténtico almacén de patas de banco, pifias y
estupideces, atribuidas a gente célebre –altos dirigentes políticos, con
frecuencia–, que bien pueden calificarse de míticas.
Algunas son de
hecho tan míticas que encajan de perlas con la segunda acepción que los
diccionarios suelen darle al término: ficticias.
Un ejemplo
reciente: circula –y mucho– por el mundo de Internet una colección de frases
idiotas atribuidas a George W. Bush. Es muy graciosa. Pero falsa. De hecho, la
leí hace ya años, casi idéntica, sólo que atribuida al difunto presidente Reagan.
Pasa algo
parecido con la famosísima respuesta supuestamente dada por Esperanza Aguirre
en sus tiempos de ministra, cuando le preguntaron si le gustaba la obra de Saramago: «¿Sara Mago? ¡Pero si es
una de mis pintoras favoritas!».
Es una anécdota
muy chusca, sin duda, pero me temo que también
inventada. Yo, por lo menos, no he conseguido encontrar a nadie que afirme que
oyó a Aguirre decir eso tal día y en tal sitio, y que esté dispuesto a
sostenerlo en público.
Otro caso del
mismo género: es un lugar común que hace muchísimos años, en la época en la que
los vagones de los trenes se dividían en tres categorías (primera, para los
ricos; segunda, para las clases medias; tercera, para los pobres), se produjo
en España un grave accidente de ferrocarril y un periódico publicó:
«Afortunadamente, todos los muertos eran de tercera».
Ni sé las veces
que habré oído contar esa historia. Pero jamás me he encontrado con nadie que
diga: «Lo publicó el periódico Tal en tal fecha». De haberlo oído, me habría
pasado por la Hemeroteca Nacional para comprobarlo. Porque no me lo creo.
Y es que una
cosa es pensarlo, y otra, decirlo.
Pensar eso, se
piensa en todos los periódicos, en todas las televisiones y en todas las radios
del mundo occidental. Aunque no se diga.
De acuerdo con
los cálculos más estrictos y rigurosos, la actual guerra de Irak ha causado del
orden de 25.000 víctimas mortales. Son estadísticas referentes a la población
civil: no contabilizan los soldados muertos (aunque eso tampoco es decisivo,
porque en las guerras de ahora apenas mueren militares).
Pues bien: si
se considera la valoración informativa, cuantitativa y cualitativa, que los
medios de comunicación occidentales han concedido a esas 25.000 víctimas, y se
compara con la que han otorgado a las víctimas de los recientes atentados de
Londres, por un lado, y a las de los aún más recientes de Egipto, por otro, se
comprobará de inmediato que el hecho no tiene vuelta de hoja: por supuesto que
hay muertos de primera, de segunda y de tercera. Diga lo que diga la
Declaración Universal de Derechos Humanos sobre la igualdad de todas las
personas.
Sé que no
descubro ningún secreto sacando esa realidad a relucir. Pero eso es precisamente
lo que me parece más escandaloso: que todos sabemos que hay muertos de tercera,
y hacemos como que no, y lo damos por bueno, y actuamos igual que si nos
importara un bledo, y por lo visto así es, y no se nos cae la cara de
vergüenza.
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Cinco años
(Lunes
25 de julio de 2005)
Hoy hace un
lustro que empecé a dar la vara diaria a través de Internet. Lo hice con un
comentario ponzoñoso en el que aludía a Fraga y al patrón de España, con
especial mención a las ofrendas que nuestro singularísimo
Estado hace todos los años al santo matamoros.
Desde aquel 25 de
julio de 2000, he estado en este rincón de la Red todos los días, con terca
puntualidad, salvando dos o tres ocasiones en las que falló el servidor que me malsirvió al principio (era gratuito: podía permitírselo) y
la nefanda fecha en la que mi madre tuvo la mala idea de morirse (nunca se lo
perdonaré).
Eso suma más de
1.800 columnas, si las cuentas no me fallan.
La tenacidad no
es necesariamente un mérito. Puede ser una manifestación de mera cabezonería.
Recuerdo que, a
las pocas semanas de empezar con esto, constaté que tenía casi 300 lectores
diarios, lo que me pareció de perlas. A día de hoy, según el contador que me
controla las visitas, sois 2.500. Todos los días. Me resulta exotiquísimo. (Ya
sé que hay páginas web que son visitadas a diario por
decenas de miles de personas. Pero no son obra de una sola persona. O, en
cualquier caso, esa persona no soy yo.)
Bueno, y por
resumir: que estoy contento.
Nada del otro
lunes: simplemente contento.
Me ha apetecido
compartir con vosotros –y con vosotras– ese pedacito de alegría. Disculpádmelo.
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Sin penitencia
Acabo de oír en
la radio al jefe de la Policía Metropolitana de Londres. Dice (en inglés): «A
la familia del fallecido [se refiere a De Menezes, el
joven brasileño al que asesinaron sus hombres], sólo puedo decirles que lo
lamento profundamente».
Y nuestros
medios de comunicación callan. Lo dan por bueno.
Se ve que
ahora, para reparar un asesinato de Estado, basta con que medie la contricción del «autor intelectual» del crimen.
Los pecados de
la gente importante no requieren penitencia.
__________
Nota.– Hasta finales de agosto, El Mundo publicará columnas mías también los lunes, además de los
miércoles y sábados, como puede comprobarse hoy mismo. Algo semejante hará
Radio Euskadi, en cuyas ondas apareceré durante el mes de agosto más a menudo.
Es mi modo particular de estar de vacaciones.
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La ropa sospechosa
(Domingo
24 de julio de 2005)
Scotland Yard
ha declarado que la muerte del ciudadano brasileño Jean Charles de Menezes, abatido a tiros en el metro de Londres el pasado
viernes, «fue un error».
Expresado así, tal
se diría que el error lo cometió la muerte. O el propio De Menezes,
alternativamente.
Sostenía Mao
Zedong, recurriendo a una inteligente boutade
que él mismo desconsideró demasiadas veces, que lo peor que tiene cortar la
cabeza a una persona es que luego, en caso de descubrir que no lo merecía, ya
no hay manera de volver a colocarla en su sitio.
Pasa lo mismo
con la decisión de disparar a matar.
Pero eso, por
desgracia, es lo de menos en este caso. Aunque los jefes de Scotland Yard
prescindieran de ese insufrible estilo indirecto tan típico de los comunicados
policiales y dijeran por la brava que el error no fue cosa de la muerte, sino
de sus agentes, seguirían sin reflejar la realidad de los hechos. Porque la
decisión de disparar cinco tiros a quemarropa a una persona que está caída en
el suelo, que tiene ya a varios policías encima y que no empuña ningún arma
sólo se entiende en gente que ha recibido la orden, gráficamente denunciada por
algunos periódicos británicos, de «disparar primero y preguntar después».
No se trata de
una aplicación errónea de las normas, sino de unas normas erróneas. Y no se
trata –no sólo, aunque también– de la trágica barbarie de unos policías
nerviosos, sino del resultado lógico de una orientación política de conjunto,
toda ella gravemente nociva. De una orientación que incluye, además de la
licencia para matar, el permiso para mentir, como demostró el jefe de la
Policía Metropolitana, Ian Blair, que se apresuró a declarar el propio viernes
que «el tiroteo» (¡extraño modo de describir una ejecución sumaria!) tenía
relación con «la operación antiterrorista en marcha».
Estamos ante
una orientación que persigue dos objetivos igualmente cínicos.
De un lado,
trata de transmitir a los sectores políticamente más influyentes de la opinión
pública británica que sus gobernantes «han tomado las riendas de la situación»
y van a actuar «con toda energía» para poner coto al terrorismo, aunque esos
gobernantes sepan de sobra que es imposible acabar con el terrorismo mientras
haya suficientes terroristas decididos a atentar sin consideración hacia sus
propias vidas.
De otro lado,
utilizan aviesamente la situación crítica para sumar prerrogativas a las
fuerzas coercitivas del Estado, es decir, para recortar las libertades públicas
y privadas.
El resultado es
patético. En este momento, en Gran Bretaña, la seguridad ciudadana no ha
mejorado ni un ápice pero, a cambio, tener «rasgos asiáticos» (¿brasileños, por
ejemplo?) se ha vuelto peligroso, lo mismo que llevar determinada vestimenta
(según el comunicado policial, a los agentes de Scotland Yard les resultó
«sospechosa» la ropa que vestía De Menezes.)
A ese punto hemos llegado: siguen estallando
las bombas, en Londres o en Egipto, pero a cambio debes andarte con mucho ojo
al elegir la ropa que te pones.
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La caja de los
truenos
(Sábado
23 de julio de 2005)
Más bombas en
Londres el pasado miércoles, aunque de escasa potencia. Más bombas ayer en El
Cairo, éstas potentes de verdad. Los últimos despachos
de agencia que he consultado, pasadas las 6 de la mañana, hablaban de medio
centenar de muertos y unos 150 heridos, muchos de ellos en estado crítico.
Me pregunto si
se atreverá Bush a repetir que gracias a la intervención angloamericana en Irak
el mundo se ha vuelto más seguro. Supongo que sí: no tiene problemas de
cinismo.
He estado haciendo
el recuento de los atentados cometidos desde el comienzo de la Cruzada que lanzó el Gobierno de
Washington tras el 11-M. Me refiero tan sólo a los atentados extraestatales (dicho sea para no olvidar que ha
habido muchos otros que han sido obra de estados con representación en la ONU).
La cantidad de
esos actos y el número de víctimas que han causado resultan espeluznantes. Sin
comparación con el periodo anterior.
Blair, como
Aznar antes que él, insiste en que bastantes de las últimas acciones terroristas
no tienen relación ninguna con la invasión de Irak. Cabe sostener esa tesis con
referencia a los atentados que han tenido lugar durante los últimos años en la
ex URSS. O también, por ejemplo, con respecto a la masacre que se produjo en la
iglesia de Bojayá (Colombia), en mayo de 2002. Pero
en otros casos, aunque las bombas no trataran de castigar a alguno de los
gobiernos más directamente implicados en las invasiones de Afganistán e Irak,
es obvio que apuntaban contra poderes sumisos al diktat de Washington, fieles colaboradores de la Cruzada estadounidense, y que enfilaban precisamente contra esa
sumisión.
Es el actual
escenario mundial, dominado hasta los más irritantes extremos por la única gran
potencia que queda, el que se debe considerar para entender –que no justificar–
el auge terrible que está experimentando el terrorismo extraestatal.
Lejos de tener
sustento la pretensión de que el mundo de hoy es más seguro gracias al
derrocamiento del régimen de Sadam Husein, lo que se va imponiendo cada vez más
como una evidencia es todo lo contrario: que, antes de la infortunada hazaña
bélica de Washington, esa gran zona del mundo, clave para el conjunto del
planeta, vivía en un cierto equilibrio –o en un desequilibrio menor, si se
prefiere– gracias a que el régimen de Sadam Husein, detestable por tantos
conceptos, ejercía una función de contrapeso.
Parece mentira
que desde los tiempos de la Grecia clásica se venga hablando de lo peligroso
que es abrir la caja de los truenos y que siga habiendo gente poderosísima que
se empeñe en hacerlo con la esperanza de encontrar en su interior no se sabe
cuántos fabulosos tesoros. No aprenden nunca.
_________________________________________________________________
Nota.– Aunque la columna que me publica hoy El Mundo se llame igual que mi Apunte
de ayer («Algo es algo») y aunque la tesis de fondo no difiera, la
redacción sigue derroteros muy distintos. Dicho sea por si alguien, viendo el
título, cree que ya ha leído el artículo.
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Algo es algo
(Viernes
22 de julio de 2005)
Me contaron
hace muchos años que había en Vallecas una pandilla de salteadores que se
cebaban con las chicas. Las atracaban de noche y, en caso de que no llevaran
dinero, las castigaban. La particularidad de aquella pandilla es que
preguntaban a sus víctimas qué castigo preferían: «¿Pinchazo
o pellizco?». «Pinchazo» quería decir navajazo en el estómago. «Pellizco»,
aplastamiento de un pezón con alicates.
Me horrorizó,
cómo no, pero no me extrañó demasiado. Es una norma fija de los torturadores
intentar que el torturado se implique de algún modo en la causa de su propio sufrimiento.
Se trata de que al dolor físico se añada la pérdida de la autoestima. De ese
modo se logra con mayor facilidad y prontitud su hundimiento. «Ponte en tal
postura», «Sujeta esto con las manos», «Haz esto», «Haz lo otro».
Todos los manuales
de resistencia a la tortura enseñan que nunca hay que colaborar con los
torturadores. Nunca. «¿Que me ponga en tal postura?
¡Ponme tú!». «¿Pinchazo o pellizco? ¡Vete por ahí!».
Respondiendo así no se evita el daño, pero se mantiene la dignidad. Se
sobrelleva mejor la desgracia.
Me han venido a
la cabeza estos casos, ciertamente extremos, según me he puesto a cavilar sobre
el problema que se le plantea a mucha gente cuando le piden que elija entre dos
posibilidades y ambas le parecen negativas.
Entre el PP y
el PSOE, por ejemplo.
He conversado
muchas veces en los últimos años con amigos de Galicia quejosos de lo mismo: «¡Es que no hay modo humano de librarse del inaguantable
infierno de Fraga sin pasar por el purgatorio de Pérez Touriño!».
En Valencia he
oído hablar en términos muy similares, con Zaplana o con Camps, variantes de
idéntica nada.
Recuerdo que no
poca gente de izquierda pasaba por las mismas angustias, sólo que al revés, a
comienzos de los noventa, con referencia a los gobiernos de Felipe González: «¿Cómo sacar de la Moncloa a estos de los GAL y de Filesa
sin contribuir a que sea la gente de Aznar la que los sustituya?».
Algunos
continúan dando vueltas a esa noria en Extremadura, no viendo el modo de
quitarse de encima a Rodríguez Ibarra sin dejar paso a los del PP.
Quizá tenga la
culpa mi edad, pero lo cierto es que con el tiempo han ido abandonándome ese
tipo de angustias existenciales. Sigo sin elegir entre dos males –nunca votaré
ni al PP ni al PSOE, aunque me aspen–, pero me parece buena cosa que ninguno de
los dos se eternice en ningún poder.
Lo malo que
tiene un gobierno que se perpetúa es que poco a poco deja de ser un gobierno
para transformarse en un régimen. Monta un entramado de intereses consolidados,
de relaciones hechas, de hábitos, de pautas fijas. Deja de ser circunstancial.
En esas
condiciones, el cambio de gobernantes se convierte en un asunto de mera
higiene.
No ignoro que,
además, lo que va a instaurarse en Galicia no es un gobierno del PSOE, sino un
gobierno de coalición PSdeG-BNG. No es que yo espere que la suma de ambos vaya
a dar como resultado nada del otro jueves, pero habrá que darles un margen para
que refuten o confirmen esos prejuicios.
Se lo decía el
otro día a un amigo gallego: «Puede que abras la ventana y no entre aire
fresco, pero por lo menos entrará otro aire».
En fin, algo es
algo.
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