[Del 10 al 16 de junio de 2005]

 

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La Desunión Europea

(Jueves 16 de junio de 2005)

Ahí tenéis a los que se han pasado meses acusándonos a todos los contrarios al proyecto de Constitución Europea de estar atenazados por ridículas estrecheces particularistas y de ser incapaces de asumir una verdadera conciencia continental, lanzados ahora ellos mismos cual mercaderes pueblerinos al racaneo en la feria de los presupuestos de la UE, tratando de aportar lo mínimo y de sacar lo máximo de las arcas comunes.

Su afectado europeísmo no resiste la más mínima prueba. En cuanto se rasca en la superficie de su presunta conciencia continental, aparecen los viejos nacionalismos de siempre. Chirac se aferra a la subvención europea de la agricultura, partida que beneficia muy especialmente a su país  (téngase en cuenta que la Política Agrícola Común, la PAC, se lleva la friolera del 40% del total de fondos dedicados por la UE a actividades relacionadas con el crecimiento económico, la cohesión y la creación de empleo). Blair se niega a prescindir del llamado «cheque británico», que compensa al Reino Unido por lo poco que obtiene de la PAC. Zapatero reclama como un poseso que España siga beneficiándose durante varios años más de los Fondos de Cohesión, buena parte de los cuales dejan de corresponderle al entrar a formar parte de la UE estados con una renta netamente inferior a la española.

Y así todos.

Cada estado miembro, en efecto, acude a la mesa de la negociación para pagar el mínimo y sacar el máximo. Y a ninguno de ellos le importa un bledo si de ese modo cercena las posibilidades de fortalecimiento de la estructura unitaria del Viejo Continente.

En tales condiciones, ¿cómo ser europeísta? Yo sería decidida, radicalmente europeísta si de veras estuviéramos comprometidos en un proyecto supranacional, continental. Si trabajáramos en la construcción de los Estados Unidos de Europa: una ciudadanía, un presupuesto, un Parlamento digno de tal nombre, un Gobierno elegido por ese Parlamento, un ejército, una política exterior, una política de cohesión y de solidaridad interiores... Unos Estados Unidos federales, que respeten y protejan las culturas y los derechos de las naciones que los integran: cada vez más de las naciones; cada vez menos de los estados. No esta parodia en la que los estados, hecha la media general, sólo contribuyen al gasto común con el 1,14% de sus rentas brutas.

Si la Europa común sólo compromete el 1,14% de las disponibilidades económicas continentales, ¿de qué carajo de proyecto común estamos hablando?

Hoy por hoy, la UE no pasa de ser una plataforma económica pluriestatal, por lo demás no muy sólida, dotada de ciertos adornos políticos, judiciales y policiales.

Si es con eso con lo que pretenden que nos entusiasmemos, van buenos.

¡Si ni siquiera ellos mismos son capaces de fingir entusiasmo!

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Los que van por libre

(Miércoles 15 de junio de 2005)

Fraga vuelve a salirse de la fila. Todavía en el aire sus especulaciones sobre el origen hormonal de la homosexualidad –«evidente», según él– y sobre la imposibilidad de llamar matrimonio a toda unión en la que no haya una mujer «que pueda ser madre» –se ve que quiere prohibir el matrimonio de las mujeres no fértiles–, se lanza a especular con la posibilidad de que el Gobierno tome «medidas de gracia» a favor de los presos de ETA si ésta decide abandonar las armas.

Traigo a colación este último pronunciamiento del presidente de la Xunta para que quede claro que no sólo me llaman la atención sus patas de banco reaccionarias. Me parecen igual –a los efectos de este comentario, quiero decir– todas sus muestras de indisciplina con respecto a las tomas de posición colectivas de su partido.

Hago extensible mi juicio a todos los políticos que basan su popularidad en las salidas de madre, en la ruptura de filas, se llamen Paco Vázquez, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Odón Elorza o Celia Villalobos.

Quien quiera opinar y hacer lo que le dé la gana sobre cualquier asunto, con independencia de los acuerdos generales que alcancen los partidos a través de sus cauces internos, lo que debe hacer es mantenerse al margen de cualquier disciplina de partido. Para expresarse de modo independiente, lo mejor es empezar por ser independiente. No es decente servirse de los medios de una organización para resultar elegido –recurrir a su dinero, al trabajo de sus militantes, al apoyo de sus líderes foráneos, etc.– y luego obrar por su cuenta y riesgo, como si él solo fuera su propia organización.

Si quieres actuar por libre, empieza por ser libre. Y si optas por militar en una organización, actúa de conformidad con sus normas.

Así que Fraga, mal. Aunque mañana le dé por salirse de la política del PP para defender la revolución socialista (lo cual, tal como tiene las neuroncillas el tipejo, tampoco cabe descartarlo.)

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Hipótesis varias

(Martes 14 de junio de 2005)

Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán.

–La verdad, Javier, es que eres la monda –me suelta con una risita.

Trato de no molestarme por el tono y le pido que explique la razón de su cachondeo.

–Pues que no paras de criticar a los que usan «dos varas y dos medidas», blablá, blablá, y es eso exactamente lo que haces tú según te refieras a los asuntos de Galicia o a los de Euskadi.

Admito que la crítica me interesa –tiene buena pinta, así de primeras– e, instruido como fui de joven en las virtudes y ventajas del espíritu autocrítico, le animo a que entre en detalles.

Lo hace.

–Ayer, en tu Apunte diario, echaste un chorreo e los que dicen que no entienden que se pueda votar a alguien tan grotesco como Fraga. Les reprochaste que crean, «los muy ilusos» –te cito–, que los votos que recolecta el decrépito jefe del PP de Galicia «nacen del entusiasmo que suscita su persona, y no, en buena medida, del tupido entramado de intereses que ha ido creando a su alrededor la Xunta». En cambio, el pasado sábado, cuando te referiste al bloqueo del Parlamento vasco, hablaste de las diferentes opciones, y en particular de las que tiene ante sí el PNV, como si en ese caso los arrastrados intereses materiales no pintaran nada. Y, perdona que te lo diga, pero tienen que ver mucho.

–¿Puedes entrar en detalles, por favor? –le respondo, ya con verdadero interés.

–Claro que puedo. Te referiste a las opciones que tienen o dejan de tener ante sí Ibarretxe y el PNV como si se tratara de una cuestión de imaginación y de audacia, y te dejaste en el camino la realidad pura y dura, a saber: que hay un sector dentro del PNV, que ahora mismo controla la dirección de su partido, que no ve que Ibarretxe, tras lo sucedido en las últimas elecciones, esté en condiciones de liderar el futuro de Euskadi. Y menos si va de la mano de EA, que se ha evidenciado como un partido sin fundamento, desleal y dispuesto a cualquier enjuague. ¿Hablabas tú de «tupido entramado de intereses» en relación a Galicia? Pues no te digo nada el que tiene esa gente en Euskadi. Los hay que llevan un cuarto de siglo sin bajarse del coche oficial y viviendo del cuento. No quieren que Ibarretxe los conduzca a la ruina. Se dice que han llegado a un acuerdo con el PSOE de Madrid –con Zapatero, no con Patxi López– para que los socialistas permitan a Ibarretxe encabezar un gobierno de gestión que haga el paripé durante ocho o diez meses, como mucho. A continuación, elecciones anticipadas. Los nuevos dirigentes del PNV romperían en ese momento con EA y se presentarían a los comicios en solitario. El giro les acarrearía cierta pérdida de votos, ya lo saben, pero esperan que no tantos. Entonces, con los escaños que obtuvieran, llegarían a un acuerdo con el PSE-PSOE para repartirse el pastel y volver a los tiempos de la Reina Madre Ardanza, cuando peneuvistas y socialistas hacían y deshacían a su guisa, cada cual en sus consejerías correspondientes. Un point, c’est tout!

–¿E Ibarretxe? –le pregunto.

Agur a tu amigo Ibarretxe. Amortizado. Kaputt.

–¿Y si Egibar y compañía se oponen a eso con las organizaciones que están de su lado, respaldados por Arzalluz, que sigue teniendo mucho predicamento en las bases nacionalistas, y también incluso por el propio Ibarretxe, que es el más popular de todos ellos y podría volverse en contra de la dirección, si se ve traicionado?

–Son conscientes del peligro. Si no estuvieras tan en Babia, mariposeando de tertulia de la radio en programa de televisión, y te pasearas un poco más por los pueblos de Euskadi, batzokis incluidos, te enterarías que el fantasma de la escisión vuelve a planear sobre el PNV.

–Lo que trato de decirte, Gervasio –le recalco–, es que, en nombre del realismo político y con la intención de poner a salvo sus prebendas, la dirección del PNV, con Josu Jon a su cabeza, puede salir de Guatemala para meterse en Guatepeor. Imagínate, por ejemplo, que en esas nuevas elecciones, destinadas a propiciar la alianza PNV-PSOE, los de Patxi López sacan más escaños e incluso más votos que ellos, lo que le daría derecho a exigir que el lehendakari fuera de su partido. ¡Habrían hecho un pan con unas hostias!

–Sí.

–¿Y qué sería del proceso de «construcción nacional» con ese fregado? ¡A tomar por rasca!

–Es posible. Pero ellos están pensando en un Gobierno español que propicia el diálogo con ETA, en una ETA que deja las armas, en una HB que vuelve a la legalidad, en un clima general que favorece el entendimiento...

–Ya. Pero es un plan que depende de meras posibilidades. Si sucede esto, y lo otro, y lo de más allá... estupendo para ellos. Pero ¿y si lo que sucede es todo lo contrario? ¿Y si Zapatero no aguanta la presión a la que le está sometiendo el PP, que conecta con sentimientos muy arraigados en la opinión pública española? ¿Y si tiene que inclinarse ante el estado de ánimo de mucha gente de su propio partido, más próxima de Bono que de él? ¿Y si lo que se propicia con todo ello, por el lado contrario, es el nacimiento de una gran alianza abertzale, que abarque desde Otegi a Ibarretxe, y les dan sopas con honda a los nuevos aliados del establishment?

–¡Eh, eh, eh, Javier! ¡Para, para! ¡Que yo no he dicho que ese plan me parezca estupendo, ni que esté bien ideado, ni que tenga la lógica más aplastante de su lado! Me limito a señalarte que es el que está en marcha y que tú lo estabas desdeñando, mirando la situación política vasca como si estuvieras ante un aséptico tablero de ajedrez, examinándola como si se tratara de decidir entre enrocarse, intercambiar peones o algo por el estilo. Me limito a llamar tu atención para que no te quedes en el aspecto teórico de los problemas y evalúes el hecho de que los políticos realmente existentes piensan casi siempre en función de sus carteras: de la que llevan en la mano y de la que guardan en el bolsillo de la chaqueta. ¡Sólo te pido que no te olvides de eso!

Dejo un momento de pausa.

–Y yo te lo agradezco, Gervasio –concluyo–. Porque tienes razón. ¡Mira que proceder de la tradición marxista y olvidarme de que es el ser social el que determina la conciencia!

–Bueno, tampoco hace falta haber bebido insaciablemente en las fuentes del marxismo para que a uno se le ocurra aquello de «¡La economía, estúpidos, la economía!».

–Cierto, cierto –le digo.

Con lo cual, pasamos a hablar de cosas más serias. Del Deportivo Alavés del ruso, que no nos convence a ninguno de los dos, y de las posibilidades del Eibar, que nos tiene encandilados.

–Oye, Gervasio. ¿Tú crees que con dos equipos guipuzcoanos en primera...?

Y nos dedicamos a desbarrar, y a reírnos.

Estando las cosas como están, es toda una alternativa.

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Grotesco Fraga

(Lunes 13 de junio de 2005)

De la disparatada comparación que hizo hace tres días Manuel Fraga, asemejando a quienes se declaran indecisos ante las próximas elecciones y las mujeres que guardan silencio sobre la cantidad de hombres con los que mantienen relación carnal –comparación confusa e insultante para las mujeres y para los indecisos: hizo pleno–, me quedo, muy particularmente, con el desparpajo y el cinismo con los que su autor la ha desmentido.

No sostiene que él tratara de decir otra cosa; afirma que dijo otra cosa, «y punto».

Ayer, una periodista le objetó: «Pero hay una grabación televisiva en la que se le oye decir lo otro». A lo que él, impertérrito, replicó: «Esa grabación es falsa».

Fraga da la sensación de estar muy pasado de rosca. «Fragagá», he visto que lo llaman algunos. Pero sus patinazos no son patinazos cualesquiera: siempre resbala en la misma dirección. Y del mismo modo. En concreto, se verá que nunca se pone en evidencia diciendo la verdad. Lo suyo también me sugiere una comparación: sus chocheces son como los olvidos de quienes se pretenden «despistados», que siempre se «despistan» a su favor. Yo no he visto a ninguno que trate de devolverte dos veces lo que le prestaste. «¡Qué cabeza la mía!», sueltan cuando se lo recuerdas. Qué cabeza tan interesada, sí.

A Fraga le pasa lo mismo: desbarra por el lado de la falsedad, la demagogia, el espíritu impositivo, el machismo... Como todos cuando nos vamos haciendo mayores –muy mayores, en su caso–, es cada vez más la caricatura de sí mismo. Hace poco le oí decir que su Gobierno inaugura una guardería al día. Me dije: «O es mentira, o es que había poquísimas guarderías en Galicia, o les van a sobrar un montón». No me tomé el trabajo de comprobar el dato. El día que diga una verdad, él mismo la enterrará bajo una montaña de mentiras.

Lo que me produce una muy especial irritación es el aire de superioridad que se dan algunos no gallegos cuando se preguntan en voz alta cómo puede ser que, siendo Fraga así, dando pruebas tan evidentes de tener la olla más pa’llá que pa’quí, pueda haber todavía un porcentaje muy alto de potenciales electores que dude si darle su voto.

La observación me molesta por dos conceptos. En primer lugar, porque no tienen derecho a manejar ese reproche quienes forman parte sin mayor escándalo de conjuntos sociales que han dato reiteradamente su voto a personajes tan apasionantes como José María Aznar. Y, en segundo lugar, porque quienes así se expresan parecen creer, los muy ilusos, que los votos que recolecta Fraga nacen del entusiasmo que suscita su persona, y no, en buena medida, del tupido entramado de intereses que ha ido creando a su alrededor la Xunta del PP. Hacen legión los que votan a Fraga porque temen que su tingladillo se venga abajo, sin más.

Fraga es grotesco, sin duda. Pero, si se suprimiera todo lo grotesco que habita en el florido jardín de la vida política española, Bono incluido, ¿qué quedaría de ella?

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Bolivia

(Domingo 12 de junio de 2005)

Oí una entrevista radiofónica con Ángela Rodicio hace unos días. Dijo algunas cosas que no me convencieron nada, sobre la posibilidad de hacer una labor informativa honrada en TVE –sobre todo ahora que Urdaci, el usurpador, ha sido derrotado por las fuerzas del Bien–, pero tuvo una respuesta con la que simpaticé de inmediato. Preguntada sobre lo que estaba sucediendo en aquel mismo momento en Bolivia, la ex corresponsal de TVE en Oriente Medio respondió: «No tengo ni idea. Conozco muy poco esa zona del mundo».

Me parece correcto eso de admitir con franqueza las propias lagunas. Sobre todo cuando uno no se dedica tanto a informar como a opinar, es decir, a jerarquizar los datos de la realidad y a interpretarlos en un determinado sentido. En lo que a mí respecta, sé que hay algunas materias que más o menos controlo –tampoco mucho–, otras de las que tengo algunas nociones elementales, otras de las que apenas sé nada y otras más, muchísimas más, de las que no tengo ni pajolera idea. ¿No es preferible confesarlo abiertamente?

Simpaticé con la contestación de Rodicio tanto más a gusto cuanto que ese mismo día me había sucedido casi lo mismo y con el mismo tema. Me llegaron varios correos en los que algunos lectores me preguntaban, como con cierto asombro, si no iba a escribir nada sobre Bolivia. Pero, ¿qué iba a decir, si sólo sabía lo que había leído en cuatro artículos de prensa, por lo demás poco fiables? Para escribir que me alegro de que los pueblos se rebelen contra la opresión y el expolio, añadiendo de paso que me produce una especial satisfacción que le toquen los pozos a Repsol, casi mejor abstenerme: la sacrificada gente que me lee a diario no se merece que la castigue con generalidades y topicazos.

En tiempos sí estuve más informado sobre Bolivia. Hace casi 40 años. Seguí con juvenil pasión la disparatada aventura selvática de Ernesto Guevara, la encerrona que le montó Óscar Zamora, el secretario general del Partido Comunista de Bolivia –menuda pieza–, las ambigüedades del propio Fidel ante aquel intento de exportar una revolución inexportable, la incapacidad del Che para estrechar lazos con un campesinado que desconfiaba de él y que lo delataba a las primeras de cambio, el tragicómico deambular de Régis Debray, paladín de la gauche divine metido a guerrillero... Pero, ya digo: todo eso fue hace 40 años. Más que castigaros con retazos de recuerdos mal conservados, os recomiendo la lectura de la abundante documentación que figura en la Red. A mí me ha resultado de gran interés repasar la aventura vital de un canalla local altamente representativo, Hugo Bánzer. Os encarezco el repaso de esa documentada nota biográfica, en la que aparecen no pocos dramatis personae de la tragedia boliviana del siglo XX (no tanto de lo que llevamos de este siglo XXI).

Bueno, y lo dejo, que para no tener nada que decir ya llevo dicho demasiado.

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¿Qué haría yo si fuera él?

(Sábado 11 de junio de 2005)

Si uno quiere explorar las posibilidades que ofrece una determinada situación de enfrentamiento político, no hay ejercicio más práctico que el de ir poniéndose alternativamente en la piel de cada uno de los contendientes, preguntándose en cada caso: «¿Qué haría yo, si fuera él?».

No es sencillo, por supuesto.  Hay que hacerlo teniendo en cuenta las posibilidades y las limitaciones de cada uno de ellos. Pero, puesto a equivocarse, siempre es preferible hacerlo por exceso: pensar de cada cual que tiene más recursos o que es más imaginativo de lo que parece.

La realidad parlamentaria vasca es, en estos momentos, endiabladamente difícil, dado el tan traído y llevado 33. Como es bien sabido, el tándem PSE-PP cuenta con 33 votos y el bloque PNV-EA-EB, con el apoyo de Aralar, otros 33. En caso de abstención del grupo parlamentario Ezker Abertzaleak –nombre adoptado por las electas de EHAK en un comprensible intento de que el nombre original de su partido vaya cayendo en el olvido–, el empate se hace inevitable.

Supongo que Patxi López, candidato a la Lehendakaritza, estará frotándose las manos. Dará por descontado que EHAK hará pasar a Ibarretxe por el purgatorio de las votaciones inútiles, lo que le vendrá de perlas. Sabe que cada votación frustrada será otro golpe en el prestigio del lehendakari en funciones y, de rebote, también en la autoridad y la credibilidad de su partido. Tal vez no descarte –en su lugar yo no lo haría– acabar propiciando la continuidad de Ibarretxe en Ajuria Enea, pero sólo después de obtener jugosas compensaciones y de obligarle a pasar el mal trago a la vista de todo el mundo.

EHAK también estará en plan de hacerse querer, pero lo suyo no es como lo del PSE, al que le basta con abstenerse. En su caso está obligado a negociar su voto favorable. ¿Para respaldar a qué candidato? En teoría, podría apoyar a Patxi López. Pero sólo en teoría, porque López en ningún caso podría admitir ese respaldo: el PP le haría trizas en Madrid. Habrá quien objete: «Él no puede impedir que una diputada de EHAK –no tienen por qué ser todas– le vote. Y si gana, ¿qué puede hacerle?». No he estudiado esa eventualidad con el reglamento en la mano, pero sé que el candidato electo no es lehendakari hasta que jura el cargo. López podría negarse a jurarlo en unas condiciones como ésas. Y EHAK no saldría ganando lo más mínimo con semejante astracanada.

¿Podría EHAK votar a Ibarretxe? Podría, a cambio de ciertos compromisos. En principio, debería plantear unas exigencias lo suficientemente importantes como para justificar ante los suyos el voto favorable, pero lo suficientemente modestas como para no obligar al PNV a rechazarlas y cargar con la responsabilidad del atasco político, tan poco conveniente para el progreso de las negociaciones en pro de la pacificación y la normalización.

En todo caso, hay una posibilidad que no he visto que nadie haya manejado hasta ahora y que probablemente, de verme en la situación del PNV, me decidiría a explorar.

¿En qué consiste? La resumo. En primer lugar, presentaría la candidatura de Ibarretxe para el cargo de lehendakari. Resultado previsible: 33 votos a favor, 33 en contra, 9 abstenciones. Pongamos que ni el PSE ni EHAK se apean de sus posiciones respectivas y que se agota ese turno de votaciones sin que se rompa el empate. Bien: puesto que Ibarretxe no ha resultado elegido, se procede al examen del otro candidato, por nombre Patxi López. Se somete su candidatura a votación y obtiene los 33 votos previstos. Pero he aquí que, oh sorpresa, el PNV se abstiene, alegando que alguien ha de ser generoso y sacrificarse para evitar que la vida política vasca se bloquee, etc., etc. De modo que López llega a lehendakari con un respaldo de 33 escaños, con el PP como socio (¡pobrecillo!)... y con una oposición capaz de aglutinar hasta 42 votos para amargarle la vida, día sí día también.

¿Que a la vista de esa perspectiva opta por tirar la toalla y negarse a asumir la Lehendakaritza? Vale. Pero, en tal caso, será él quien se habrá dejado un montón de pelos en la gatera. Sería duro, después de haberse dado tantas ínfulas, recibir una dosis de realidad tan severa. Demostraría muy gráficamente que su famosa «mitad de la sociedad vasca» –la constituida por quienes rechazan el derecho de autodeterminación– es una curiosa mitad, que apenas pasa del 40% (de quienes votan, claro), en tanto la otra teórica mitad se acerca al 60%.

No digo que algo así vaya a suceder. Tampoco creo que el PNV tomara esa posibilidad en consideración, en el caso de que se le ocurriera. Me he limitado a hacer una excursión por el territorio del enunciado («¿Qué haría yo, si fuera él?») y a tomar nota del resultado.

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El techo de Rajoy

(Viernes 10 de junio de 2005)

La derecha española está saliendo del armario.

Es de agradecer. Resultaba grotesco ver a derechistas consumados fingiéndose modernos y tolerantes, haciendo como si fueran acendrados defensores de los derechos de las nacionalidades –hablando catalán en la intimidad y hasta soltando algunas cosillas en vascuence, fuera de zulo, talde, herriko taberna, kale borroka y otros términos ya consagrados por la Real Academia de la Audiencia Nacional–, dándoselas de partidarios de la plena igualdad entre los sexos, de defensores de la aconfesionalidad del Estado, de firmes animadores del pleno reconocimiento de los derechos civiles de las y los homosexuales, de enemigos mortales de la xenofobia... En fin: travestidos con las señas de identidad de la España desafecta.

Están más propios así, como ahora, en su salsa, manifestándose en contra de esa marranada del matrimonio homosexual, clamando contra el diálogo como fórmula de superación de la violencia, sosteniendo que quien pacte con nacionalistas de la periferia acabará quiera que no poniendo bombas y vendiendo a la propia madre en la plaza pública,  negándose a dar los buenos días en euskara incluso en un centro de enseñanza de esa lengua –lo hicieron en Navarra hace pocos días varios representantes de UPN: con un par, como Dios manda– y oponiéndose a las listas electorales paritarias, por mucho que las Ana Botella, las Esperanza Aguirre y otras Margaret Thatcher hayan demostrado hasta la saciedad que la presencia en la vida política de mujeres de su estilo –dispénsenme de adjetivarlo– no pone en peligro el orden establecido, sino todo lo contrario.

Durante años se ha dado por supuesto que la derecha pura y dura tiene en España una existencia minoritaria, casi marginal, intrascendente. Es falso. Todos sabemos –aunque quede muy propio afirmar lo contrario– que el franquismo no constituyó un fenómeno superficial, episódico. Fue la expresión de una corriente social de hondas raíces históricas. De unas raíces que nadie ha arrancado y que, mal que bien, aclimatándose a los nuevos tiempos, siguen empujando hacia la superficie. Y aflorando.

En la guerra civil se hicieron llamar «los nacionales». Deberían recuperar la divisa. Les cuadra. Compaginan el nacionalismo español más folclórico con la sumisión más dócil al imperio del momento.

La derecha española recalcitrante no sólo existe, sino que tiene un peso social de primera importancia. Se manifiesta con particular transparencia en aquellos aspectos que cree menos politizados: en sus preferencias culturales y artísticas, en sus forofismos deportivos, en sus querencias mediáticas.

Agradezco –ya lo he dicho– que haya decidido manifestarse sin tapujos. Y que los líderes del PP se hayan puesto en cabeza del movimiento.

Lo agradezco doblemente. Primero, por el necesario reconocimiento que merece la sinceridad. Y, segundo, porque situándose en el campo de la derecha pura y dura, el PP se hará con los votos que tiene en España la derecha pura y dura. Que son muchos, pero no dan para gobernar. 

Hasta 1989 se toparon con lo que se llamó «el techo de Fraga». Lograban los votos de la derecha tradicional, pero no más. Ahora van camino de alcanzar «el techo de Rajoy». Aunque no creo que Rajoy aguante para verlo. 

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